¿Solo 21 lecciones para el siglo XXI?

Desde el comienzo de los Círculos de Lectura y Pensamiento que dirijo el libro 21 lecciones para el siglo XXI (2018) de Yuval Noah Harari ha estado entre las obras escogidas para el primer nivel de estos espacios de reflexión colectiva. Y aunque fue escrito en el 2018 hoy quiero hablar sobre él porque pretendo comenzar con su lectura un nuevo círculo en España.

Harari es sobradamente conocido por sus dos libros anteriores Sapiens (2018) que interpreta nuestro pasado como especie y Homo deus donde reflexiona sobre el futuro de la humanidad. Ambos fueron auténticos booms editoriales. En 21 lecciones para el siglo XXI el autor se centra en el presente para presentar un análisis profundo sobre las temáticas que permiten entender el mundo que estamos viviendo, desde la decepción hasta el significado de la vida, pasando por el trabajo, el nacionalismo, la inmigración, el terrorismo o la posverdad, completa 21 ámbitos que al entrecruzarse ofrecen claves para interpretar el escenario incierto en el que nos encontramos.

Empezar por la decepción sitúa la lectura en una emocionalidad muy acorde con lo que cualquier encuesta en cualquiera de nuestros continentes revelaría. Es decir, un sentimiento de desamparo, de que no hay mucho de lo que asirse para mantener la esperanza a no ser que realmente se produzca una profunda reflexión sobre nosotros mismos como humanos. ”Es mejor que comprendamos nuestras mentes antes que los algoritmos lo hagan por nosotros”, escribe Harari en los últimos párrafos de su lección N.º 21. 

Luchar contra la irrelevancia

Al principio del libro de Harari una de las primeras frases que me hizo detenerme y que he compartido en diferentes foros fue: “Es mucho más difícil luchar contra la irrelevancia que contra la explotación”. 

La explotación nos enfrenta a un ente explotador visible contra el que podemos rebelarnos, al que podemos odiar. El mundo de la tecnología de la vigilancia y su impacto en todos los órdenes nos deja inermes, inútiles, sin espacio. Simplemente, perdimos nuestro papel en una obra de teatro escrita desde algoritmos e interpretada por bots. Ni siquiera es el resultado de la usurpación de un espacio, sino de la invisibilización del espacio mismo en el que podríamos hacer aportes. 

Existe, en coincidencia con pensadores como Byung-Chul Han y Shoshana Zuboff, un poder invisible que nos convierte en meros datos y ganado consumidor. ¿Contra quién nos rebelamos cuando la dominación no tiene forma, ni ejército, ni rostro?

Desde la citada frase en adelante, Harari, con argumentación y datos, nos deja arrinconados en un vértice del ring, mirando con ojos imprecisos qué mensajes podemos interpretar como signos de esperanza sin optar por bajarnos del cuadrilátero y abandonar un juego cuyas reglas hemos dejado de conocer.

Nos plantea cómo el exceso de información nos confunde y nos deja sin argumentos ante un requerimiento de análisis imposible, al que se suma la desafiliación de comunidades que habían sido soporte para el pensamiento colectivo. 

 
 

Contradicciones del ahora

En su manifiesto de febrero de 2017 Mark Zuckerberg se refirió a la necesidad de crear una comunidad global ofreciendo a Facebook como plataforma, una hábil maniobra para completar un ciclo de manipulación y vigilancia, mostrando, desde luego, un claro entendimiento del avance de la soledad. ¿Puede ser nuestra soledad otro nicho de negocio?

”En consecuencia, la gente lleva vidas cada vez más solitarias en un planeta cada vez más conectado”, sostiene Harari en el capítulo “Comunidad”. Una contradicción que se repite en otros ámbitos: más desinformación en el momento histórico con más información disponible, más polarización en la sociedad con más posibilidades de encuentro. Y como plantea el filósofo político Daniel Innerarity: “Redes sociales que democratizan en la misma medida que desorientan”.

A la separación se une el enfrentamiento de civilizaciones del que Samuel Huntington advirtió en su libro El choque de civilizaciones (1997). Para Huntington, esa sería la causa principal de las guerras del siglo XXI. Harari no comparte que la naturaleza de la diferencia de esas cosmovisiones lleve, inexorablemente, al conflicto bélico, pero reconoce que puede producirse una violencia desatada por los efectos de la inmigración creciente y las respuestas nacionalistas ante la amenaza de una dominación cultural, silenciosa, pero altamente efectiva.

De esta forma, cuando la economía propicia un mundo sin fronteras ni trabas para que los negocios sean globales, las fronteras intangibles se acentúan ante la necesidad de cobijo en una identidad y el regreso a lo controlable y cercano.

¿Pueden enfrentarse los problemas cada vez más complejos desde un mundo que vuelve a polarizarse y a sumirse en identidades que se acorazan?, ¿cómo conciliar el derecho a la multiculturalidad con la deseable obligación moral de una defensa del planeta y la armonía social?

Preguntas que resuenan especialmente cuando en paralelo la inteligencia artificial y su big data pueden avanzar en el modelamiento de nuestra capacidad de pensar y nuestro comportamiento sin que nos demos cuenta de que nuestra libertad está siendo capturada mientras sonreímos a las cámaras de reconocimiento facial. 

 
El peligro de subestimar
 

El peligro de subestimar

La ilusión de estar en un mundo cada vez más transparente puede ser el mejor anzuelo para que nuestras huellas sean el producto construido a partir de una nueva forma de dominación en la que la humanidad sienta una confortable libertad de ser diversa y única como las ranas en el agua cálida antes de hervir: sin que puedan reaccionar.

En el capítulo “Guerra” Harari considera que las guerras perderán su sentido en el siglo XXI por el cambio de la naturaleza de la economía. ¿Para qué invadir y conquistar un país cuando los principales activos son intangibles?, ¿para qué perder reputación cuando se trata de convertirse en proveedores elegibles y creadores de una lealtad sumisa?

Hoy la invasión de Rusia a Ucrania le contradice, salvo porque nos advierte de que jamás subestimemos la estupidez humana.

«La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia, pero a veces tendemos a pasarla por alto. Políticos, generales y estudiosos ven el mundo como una gran partida de ajedrez, en la que cada movimiento obedece a meticulosos cálculos racionales (…) El problema es que el mundo es mucho más complejo que un tablero de ajedrez y la racionalidad humana no está a la altura de entenderlo realmente».

Yuval Noah Harari

No es necesario llegar al capítulo sobre la ignorancia para descubrir que somos muy ignorantes individualmente y que nuestra tendencia a reducirnos a aquellos que piensan como nosotros nos aleja de aprovechar el talento esparcido por el mundo para una comprensión más holística y anticipada de este presente inasible y de las señales que pestañean sus ojos desde el futuro. 

Por eso el título de este artículo está escrito con una interrogación: ¿Serán suficientes estas 21 lecciones o requeriremos de repetir el curso y ampliarlo?

 

Juan Vera

Construir un mundo más humano y sensible

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