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Tiempos de salud mental amenazada

Juan Vera - Blog - Tiempos de salud mental amenazada

Coautores de este artículo María José Ramírez Tomic y Juan Vera

María José y Juan se conocen desde hace 10 años. Juan era consultor de cabecera de la Fundación Chile, la institución público-privada más connotada de la innovación en el país y María José estaba a cargo del Programa de Transformación de la Cultura Interna. Eso los llevó a tener que articular diversas actividades.

Forjaron más tarde una amistad conversando sobre sociedad y política. Aparecieron las coincidencias y el afecto. Juan la invitó a participar en el Programa de Encuentros Consultoría 21. Más recientemente y sabiendo de su colaboración con la Fundación Hypatia volvieron a encontrarse, ya en un Chile luego del estallido social y en un mundo con pandemia.

Surgió el tema de la salud mental y María José le hizo saber que en este momento constituía su centro de atención. Le habló de cómo estamos viviendo momentos en que se han manifestado estresores de naturaleza diferente a los que estábamos acostumbrados.

Juan es consciente de que vivimos en un espacio liminal, ese impreciso que impide situarnos en cualquier certeza. Por eso, ha invitado a María José a escribir un Artículo articulado sobre la amenaza que hace que los consultorios de psicólogos y psiquiatras estén desbordados.

Juan toma la palabra.

Juan Vera (J.V):— María José, gracias por aceptar mi invitación. Me has hablado de que pronto se iniciará una revisión de la Estrategia Nacional de Salud Mental y Derechos Humanos y el aumento en el presupuesto destinado a este tema. Yo por mi parte considero que nuestra mente a nivel mundial se encuentra amenazada, ¿cuál es tu posición al respecto?, ¿qué estás viendo?

María José Ramírez Tomic (M.J.R.T):— Coincido contigo Juan. Nuestra salud mental está hoy muy tensionada, no solamente por los efectos de las crisis que estamos viviendo, sino también porque estamos en una especie de transición hacia un siglo XXI que nos exige aprender y entrenar una nueva musculatura.

Partamos por lo primero, la pandemia. Es un fenómeno complejo al que nunca nos hemos visto expuestos, al menos en los últimos cien años. Como especie nos vimos enfrentados a una amenaza de extinción frente a la cual no teníamos control alguno, ni nosotros como ciudadanos, ni tampoco las autoridades que nos gobiernan. Una crisis de vida donde ningún líder parecía capaz de protegernos. 

Estas situaciones son verdaderamente inusuales para el ser humano y despiertan lo que en psicología llamamos “nuestro cerebro reptiliano”, esa porción cerebral que activa todo tipo de respuestas primarias, animales, casi instintivas destinadas a preservar la vida. Y como no hay solución conocida, crece la incertidumbre y con ello el miedo.

El miedo es, sin duda, la emoción más efectiva si nuestro propósito es mantenernos vivos. El problema es que para hacerle frente tenemos pocas alternativas: paralizarnos, atacar o huir. Son las tres reacciones sensatas, pero no son necesariamente “buenas” para nuestra salud si debemos mantenerlas por demasiado tiempo. Aquella maravillosa estrategia que en su momento nos permitió sobrevivir, después de un tiempo se nos vuelve en contra y nos enferma.

Por ejemplo, paralizarnos nos sumerge en una experiencia de desolación, de desamparo y de inefectividad personal. Sostenernos en una disposición de ataque nos vuelve hipersensibles, rabiosos, desconfiados. Y huir, bueno, todos sabemos lo bien que le ha ido a Netflix. Pero no únicamente se ha tratado de películas y series. El consumo de alcohol, de sustancias, la dependencia a las pantallas y a los juegos online, entre otras cosas, también están provocando estragos en nuestra salud mental.

Necesitamos cambiar de “modo”, descansar de la amenaza, recuperar ese espacio para la reflexión, la curiosidad, la risa y para la vida misma. Ese espacio donde aprendemos del pasado, nos hacemos preguntas acerca del futuro y conectamos todo eso en el presente. 

 
 

Es curioso lo difícil que ha resultado apagar nuestro cerebro reptiliano. Y probablemente eso tenga relación con lo segundo Juan, con este tránsito al siglo XXI, porque la pandemia ocurre justo en una época de cambios exponenciales para el mundo, donde múltiples transformaciones tecnológicas, sociales y climáticas están alterando radicalmente el contexto económico y social en el que operamos.

Ya no solo se trata de adaptarnos, aprender de la crisis sanitaria y prepararnos para momentos económicamente complejos, sino que “debemos” movernos rápido, porque la tecnología ha vuelto inmediato lo que antes era mediato; “debemos” aprender a usar nuevas herramientas para no quedarnos caducos; “debemos” comprender los giros en la esfera sociopolítica para poder participar de un proceso de transformación profunda en nuestras dinámicas sociales; “debemos” cuidar nuestro medioambiente y ser activos en afrontar el cambio climático; incluso “debemos” aprender a usar un nuevo lenguaje para no ofender, especialmente con nuestros hijos, con aquellas generaciones que están liderando las nuevas lógicas de lo aceptable y lo inaceptable.

Súmale a esto el “deber” mantener un cierto atractivo en todo orden de cosas, pues estamos en la mira, arriba del escenario, en una pantalla infinita llamada redes sociales. Y entonces las consultas clínicas no dan abasto, es lógico. Pero ese no es el problema, porque sinceramente creo que es el momento justo para pedir, buscar y recibir ayuda. 

El problema Juan es que la salud mental sigue hoy tratándose como una necesidad secundaria, y, por lo tanto, el sistema no ofrece ni la misma garantía, ni el mismo acceso, ni las mismas posibilidades de contar con este apoyo a todas las personas.

Avanzar en esto es un imperativo para la salud de Chile y del mundo, y al mismo tiempo, resulta vital si queremos aprovechar también las oportunidades que surgen en este siglo XXI, que son muchas, y en las cuales también podríamos extendernos.

Y ahora te pregunto a ti. El gobierno ya está impulsando cambios en esta materia y, sin embargo, necesitamos esfuerzos desde todos los ángulos y sectores. Dada tu expertise y cercanía, ¿cómo ves a las empresas en este nuevo escenario?, ¿cuán cerca están de poner a la salud mental como un eje de la sostenibilidad? 

J.V:— En primer lugar, María José, gracias por tu amplia respuesta a un problema que veo que tiene una suma de causas y parece ser que pocos recursos para ser atendidas. 

En cuanto a tu pregunta, hablar de empresas es demasiado amplio. Como siempre pasa, nos encontramos con reacciones muy distintas y especialmente porque muchas han vivido también su propia crisis dado que su giro es muy sensible a los efectos de esas causas que tú muy bien has señalado.

Pero, desde la experiencia de consultor sí reconozco que se ha ido produciendo una sensibilización ante hechos muy concretos como es el caso del aumento de las licencias médicas o las dificultades para mantener el compromiso y la colaboración entre sus componentes. Junto a ello el reconocer también que el teletrabajo parece venir para quedarse, al menos híbridamente, y eso supone otra forma de dirigir y de producir el alineamiento.

Ahora bien, una cosa es visualizar y entender el impacto y empezar a sensibilizarse y otra es que ese reconocimiento se convierta en un proceso de transformación en espacios más sutiles, por ejemplo, la dificultad de establecer una nueva cultura que se haga cargo de otra experiencia de trabajo. Finalmente, nuestra conciencia colectiva y la forma en que nos vamos constituyendo individualmente tienen más que ver con la vivencia experiencial de las cosas que con las ideas que tenemos sobre ellas.

Esa experiencia está siendo hoy distinta. Una de las consecuencias la abordas tú cuando me hablas de la salud mental, pero habrá otras que tienen que ver con la visualización sentida de la interdependencia. Si no la sentimos la separación territorial se puede hacer más profunda. Otro aspecto es la invasión del trabajo en la vida y de la vida en el trabajo, de qué deben hacerse cargo las empresas cuando la oficina está en el propio hogar y muchos de los recursos necesarios están asociados a él y a la vida doméstica. Aún no percibo que se esté teniendo en cuenta.

Son aspectos que se van sumando y que demandan en las jefaturas sensibilidades diferentes y habilidades socioemocionales. Si tomo este punto creo que aún es muy lenta la reacción que las instituciones y empresas están teniendo. Se sigue esperando que termine en pocos meses y se desconoce que, para una generación, al menos, lo vivido puede cambiar su forma de vinculación con el trabajo.

 
 

Y aprovechando esto que digo te lanzo otra pregunta. María José, desde tu posición de psicóloga, ¿qué tipo de cuidados consideras que deberían tomarse en las organizaciones para adelantarse al deterioro de la salud mental en la parte que pueda tener que ver con el trabajo? , ¿qué conductas diferentes debería tener un directivo privado o público?

(M.J.R.T):— Gran pregunta. Respuesta en construcción. Creo que todos estamos descubriendo los caminos a transitar. Sin embargo, me animo a plantearte algunas ideas que pienso amplían nuestras posibilidades de futuro.

Por ejemplo, aprender a vivir con mayores grados de incertidumbre me parece esencial. La incertidumbre pasó de ser una variable a ser una constante, y eso implica, entre otras cosas, abordar los proyectos, las tareas y el liderazgo con una cuota mucho mayor de curiosidad. 

Mantener viva la inquietud por aprender, apreciar el valor de los intentos fallidos y bajarle el volumen a nuestra ilusión de control lo considero clave. Esto, por cierto, es un gran desafío para quienes asumen la tarea de llevar el buque a puerto. Sin embargo, no es el logro de la meta lo que está en cuestionamiento, sino la experiencia de la navegación.

Otro asunto que me parece fundamental es desarrollar, estimular, incentivar y premiar la colaboración. Es vital comprender que los desafíos de este nuevo siglo no podrán ser resueltos desde las lógicas pasadas, favoreciendo la competencia o el individualismo o el estrellato personal. 

Creo que el mejor ejemplo es el desarrollo de la vacuna contra el Covid-19. Únicamente la colaboración extrema entre investigadores, científicos, farmacéuticas y países permitieron responder de manera tan veloz y eficaz a un problema complejo y global. 

La sostenibilidad de cualquier organización o empresa parece estar anclada a la posibilidad de contar con culturas que favorezcan la acción colaborativa y la inteligencia colectiva. 

Y cuidar el clima emocional es un tercer elemento que quisiera destacar. Donde hay mal clima no hay espacio para la innovación ni para el desarrollo. Es necesario crear fuertes incentivos en esta dirección, entrenar a líderes y directivos para cuidar el estado anímico de los equipos, para empoderar el alma partiendo por ellos mismos, porque no hay nada más poderoso que el ejemplo.

Pienso que la sostenibilidad tiene un componente emocional ineludible y aquí es donde invertir en salud mental me resuena como imprescindible. Es evidente que al liderazgo y al ejercicio del poder se les está demandando vertiginosamente cada vez mayor sofisticación y complejidad, pero al mismo tiempo, más humanidad y más ética.

 
 

Y en tu libro Articuladores de lo posible (2019) abordas este desafío desde un relato muy inspirador. Sé que nos quedan pocas líneas de intercambio, pero no puedo evitar preguntarte, ¿cómo imaginas la transformación del rol que estarán llamadas a jugar las áreas de recursos humanos o las gerencias de personas en este nuevo escenario?

J.V:— La primera distinción que pondría es que no sean Áreas de Recursos, sino de Personas, de Desarrollo de Talento, o de Cultura Humana. 

Hace ya muchos años, cuando colaboraba con el psicólogo español Salvador García, autor del libro La dirección por valores (2003), en una de sus visitas a Chile tuvimos un taller precisamente en la Fundación Chile. Tú aún no habías llegado a trabajar allí. Empezó dando los buenos días y preguntando: “¿Cuántos de ustedes se sienten recursos? Levanten la mano”. Nadie la levantó. Después preguntó: “¿Cuántos de ustedes se sienten personas?”. Y todos la levantaron. En la sala quedó un silencio significativo.

Cuando consideramos a las personas como recursos las estamos relacionando con la ejecución de tareas y el logro de resultados y no con el sentido y el impacto. Esa es una diferencia fundamental.

Creo, por lo tanto, que sería un área fundamentalmente relacionada con el desarrollo de una cultura humana en la que las personas puedan florecer y realizarse. Es en ese florecimiento y en el espacio de estar aportando a un fin valioso en el que las personas podemos comprometernos, sabiendo que con ello también se engrandece nuestra propia humanidad.

No me imagino que sea un rol del que dependan los aspectos más administrativos de lo que hoy se llama gestión de los recursos humanos, que pueden alojarse en el área de administración. Más bien su relación con este aspecto tendrá que ver con que las funciones administrativas inherentes se desarrollen con un trato cuidadoso con los valores de la cultura a la que me refiero. 

Mientras te respondo me viene al pensamiento el concepto de guardián o guardiana de los valores.

Sí puedo imaginarme que se ocupará de asegurar perfiles en los que, junto a los conocimientos técnicos y las habilidades, se incluyan sensibilidades que corresponden a un mundo y unas generaciones que requieren que el verbo “cuidar” se conjugue ampliamente en la relación con la comunidad, los clientes, las personas, el planeta y la visión de un futuro.

Mi respuesta va en esta línea y considero que una de las victorias a lograr en el corto plazo es que, si seguimos pensando que solamente existe lo que se mide, se generen, entonces, indicadores humanos que puedan situar el trato cuidadoso, el índice de bienestar y la tasa de humanidad como parte de un tablero de gestión que marque nuevos rumbos.

Y para terminar, María José, te hago una pregunta express. Imagínate que un periodista te dijera: “Tienes 30 segundos para dejar un mensaje a las personas que ostentan posiciones de poder en la sociedad para sensibilizarlas sobre el tema que estamos conversando”. ¿Qué dirías en ese escaso espacio de tiempo?


(M.J.R.T):— Creo que son tiempos complejos, pero también fascinantes. Si queremos enfrentar los desafíos actuales y al mismo tiempo ser capaces de aprovechar las oportunidades que están emergiendo necesitamos invertir tiempo y recursos para crear las condiciones anímicas y de salud mental que favorezcan nuestra vitalidad, curiosidad, apertura al aprendizaje y a la colaboración.

Estoy convencida de que la sostenibilidad de cualquier sociedad u organización hoy más que nunca tiene un componente emocional enorme. He aquí un importante llamado a la acción para quienes tienen el poder de impulsar estas transformaciones.

Y permíteme, Juan, que yo te devuelva la pregunta, ¿qué dirías tú?


J.V:— Coincidiría contigo en la complejidad de los tiempos que vivimos, insistiría en que esa complejidad, aumentada por la velocidad de los cambios y la aparición de nuevas realidades, requiere de un gran poder mental, espiritual, emocional y corporal para poder actuar a favor de que prevalezca lo humano.

Si como planteó Humberto Maturana, las emociones son disposiciones para la acción y es en ese mundo en el que debemos actuar, necesitaremos disposiciones de resolución esperanzada como nunca antes en la historia. La salud mental será un factor decisivo. Démosle el espacio, los recursos y la visibilidad que necesita. 

***


María José y Juan siguen hablando sobre el tema. La ciudad está nublada, los restaurantes del Paseo Mañío empiezan a llenarse en la tarde de julio. Ellos no están allí, pero podrían haber estado. La claridad deja paso a un horizonte sombrío, pero podría ser al contrario.

 

Juan Vera

Articular espacios y culturas de encuentro

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