Sobre la era del capitalismo de la vigilancia

Para muchos, el encuentro de la democracia con la tecnología entrañaba el desarrollo de una ciudadanía más consciente que iría evolucionando en su forma de pensar y derivando en nuevos estilos de gobierno y convivencia. Sin embargo, la era digital, a través de sus convenientes plataformas, ha creado un capitalismo de la vigilancia conductual que pone en riesgo nuestra soberanía estableciendo una dictadura de las maneras de pensar. ¿Podremos en ese escenario seguir siendo autores de nuestras vidas?

Comodidad y anzuelo

En uno de los círculos de lectura de los que facilito estamos leyendo “La era del capitalismo de la vigilancia” (2018) de la profesora asociada del Berkman Center for Internet & Society de la Harvard Law School, Shoshana Zuboff. Se trata de un libro necesario para entender el mundo en el que estamos y, como dicen los participantes del círculo, no es recomendable para ser leído en la noche si queremos conciliar el sueño. Convengamos que su lectura es inquietante.

Zuboff distingue el imperativo productivo que se inició con la revolución industrial, y por el que muestra una posición admirativa como constructor de las clases medias, del imperativo extractivo que da lugar al capitalismo de la vigilancia. Ese es el centro de su libro, donde describe el modelo de negocios basado en extraer el perfil de las conductas de quienes participamos en el universo digital para crear un mercado de predicción del futuro.

A partir de él y sin darnos cuenta, casi agradecidos por la supuesta generosidad de acceso a plataformas diversas que suministran información gratuita y funciones convenientes, podemos perder nuestra soberanía personal y ser dirigidos. Ser conducidos sin percatarnos de que lo somos e incluso teniendo la percepción de que hemos aumentado nuestra capacidad de elección y de que somos actores adelantados en una sociedad, que, sin embargo, nos considera productos y, en enseguida, meros objetos, materia prima para diseñar sus ofertas.

En este algoritmo no seremos clientes, ni seremos ciudadanos. Nuevamente, me viene a la mente el cuadro de Goya “Saturno devorando a su hijo”, pero esta vez convirtiéndose en una insensata imagen de auto fagocitación

El liberalismo, de esta forma, genera un monstruo que persigue la pérdida absoluta de la libertad. ¡Qué gran contradicción! La vigilancia sistemática inaugura una esclavitud invisible de la que hablamos en voz baja y una ciudadanía dopada que compra relatos falsos acomodados a su propia mentalidad, a un mindset que desconoce tener.

 
 

Distopía en juego

El fin de la privacidad supone también el final de una etapa de la historia humana en la que podemos dejar de ser dueños y, aún menos, autores de nuestras propias vidas. Dejamos de ser soberanos y empezamos a ser vasallos de monarcas invisibles que sonríen con perfidia detrás de los visillos artificiales de las pantallas. Esos nuevos ventanales binarios que abren la vista a jardines algorítmicos.

Muchos pensamos que la unión de la democracia y la tecnología incluía el desarrollo de una ciudadanía más consciente, de nuevas formas de convivencia social, y de gobierno de esa convivencia. Creímos en algo que sucedería en la experiencia de un vivir hacia el bien y la abundancia. ¿Estamos en riesgo de que no sea así?, ¿estamos en riesgo de que la vigilancia conductual predetermine el futuro posible?, ¿es posible un poder que sin una violencia frontal establezca el mercado que le interesa, las formas de pensar y la gobernanza global?

Si la respuesta es que sí, la libertad será una fantasía en cinco dimensiones sensoriales. Por ello no tiene sentido que la política no se adelante a establecer fronteras y límites en defensa de una convivencia con humanidad, la única razón que le da sentido.

¿Futuro y progreso como sinónimos?

Las conclusiones de Shoshana Zuboff me hacen dudar de lo que hemos llamado progreso y entiendo el valor de volver la mirada a los pueblos originarios y sus cosmovisiones. De regresar a una sabiduría ancestral que defiende la experiencia no intermediada, los bosques aromáticos, los ríos libres, el tacto de la tierra en las yemas de nuestros dedos, el sabor de esa tierra humedecida.

Regreso al recuerdo del escalofrío de una lenta caricia en la piel que no tenga otro objetivo que el contacto mismo. Y eso me lleva al valor del patrimonio comunitario y a la decisión de un habitar respetuoso. Lo que hubiera llamado resistencia al progreso empieza a parecerme un camino de liberación, porque regresar no significa retroceder.

En un tiempo en el que la velocidad de aparición de conocimientos puede hacer difícil su humanización, las hojas afiladas de metal pueden convertirse en agresivas armas blancas y no en bisturís para restablecer nuestra salud.

Cuando la vigilancia deja de ser una actividad protectora para convertirse en un conocimiento para la dominación, hemos pasado de la conducta manipuladora individual que tiene que ver con las sombras de nuestro yo a una ciencia de la manipulación global al servicio de quienes tienen el poder de los datos. Ese es un retroceso y no un regreso. 

Oscar Wilde decía que la realidad imitaba al arte y hoy podemos decir que la realidad imita a la ciencia ficción más amenazante. ¿Qué estamos dispuestos a hacer para evitarlo?

 

PROGRAMA ARTICULAR

Desarrollar una habilidad de reflexión y acción para el futuro.

Juan VeraComentario