Artículos Articulados

¿Se puede incubar el florecer del pensamiento?

Juan Vera - Blog  - Artículo articulado - ¿Se puede incubar el florecer del pensamiento?

Coautores de este artículo:  Leonardo Maldonado y Juan Vera

Leonardo y Juan se conocen como parte de espacios comunes desde hace poco tiempo relativamente. Antes de esa coincidencia habían escuchado uno del otro. Juan, especialmente a través de María José Ramírez Tomic con quien también escribió un Artículo articulado, sabía que Leonardo era uno de los fundadores de la consultora Gulliver, que se especializa en articular ecosistemas colaborativos para el desarrollo sostenible, de la que tiene una excelente opinión. Había leído también su libro Ecosistemas abiertos (2016) escrito con Greg Horowitt.

Sabía que Leonardo es parte del movimiento TED y había escuchado alguna de sus charlas. Más recientemente apareció su nombre en conversaciones con Ramiro Urenda, quien formó parte del grupo de encuentro de la Fundación Desafío de Humanidad que coordinaba Juan.

Leonardo conocía que Juan era socio de una de las consultoras que había tenido un papel relevante en la modernización del Estado de Chile y que era un coach reconocido en el mundo del poder y la política.

Se encontraron finalmente en el movimiento 3xi, del que en este momento ambos son directores. En los chats de coordinación en los que participan suelen coincidir en las visiones sobre la sociedad y en su aproximación a la política. Por ello, decidieron reunirse a conversar y conocerse más profundamente. 

Se contaron sus vidas y reconocieron más puntos en común. Por ejemplo, el interés por el arte. Leonardo y su vocación de pintor. Juan y su vocación de escritor. Y ambos en su decidida apuesta por el diálogo.

Por eso, Juan le invitó a escribir juntos en su serie de Artículos articulados y le hace la primera pregunta.

Juan Vera (J.V.):— Estimado Leo, gracias por aceptar mi invitación. Podríamos tener muchos temas sobre los que hablar, pero me interesa especialmente empezar por esa estrategia a la que te refieres en el libro citado: incubar personas. Yo creo que sólo si cambiamos nuestra forma de pensar podremos intervenir en este mundo en profundo cambio para transformarlo y por eso prendí con tus ideas. ¿Cómo sería posible esa incubadora? Me encantaría que desarrollaras la idea.

Leonardo Maldonado (L.M.):— ¡Estimado Juan, gracias por invitarme! ¡Encantado de participar en esta conversación!

Entrando de lleno en tu pregunta, originalmente inventamos la distinción de “incubar personas” en contraposición a la mirada de “incubar empresas o proyectos”. Uno de los puntos que queríamos hacer en ese libro, que estaba centrado en cómo acelerar el florecimiento de los ecosistemas de emprendimiento e innovación, es que cuando tú pones el énfasis en incubar proyectos y el proyecto fracasa, perdiste la inversión. 

Si tú eres una incubadora, o un gobierno, o una universidad, y apostaste por el emprendimiento, si el emprendimiento no funciona, perdiste todo el trabajo y los recursos que habías puesto en ello, y hay que partir de la base de que el 80% de ellos terminan fracasando. Pero si en vez de apostar por el emprendimiento, estabas apostando por la persona, por el emprendedor, entonces el hecho de que el emprendimiento haya fallado da lo mismo, porque lo que tenemos ahora es un emprendedor más sabio, que tiene más capacidades, que al haber fracasado es mucho más hábil. 

Por lo tanto, cuando uno está comprometido con el desarrollo sostenible de una región y para ello fortalece su ecosistema de emprendimiento e innovación, apostando por el emprendedor y no por el emprendimiento, todo fracaso es una gran noticia que hay que celebrar. 

Mientras más fracasos haya en un ecosistema, tendremos más emprendedores que realmente tienen la experiencia de darlo todo y perder, y más posibilidades de que surjan emprendimientos y emprendedores exitosos.

Se aprende principalmente de nuestros fracasos, no de nuestros aciertos. Entonces, lo que estábamos tratando de decir es, que, desde el punto de vista del ecosistema, cuando evaluemos, no evaluemos la inversión como una apuesta a un emprendimiento, evaluemos la inversión como la apuesta en el emprendedor. Y, por lo tanto, miremos lo que estamos haciendo para incubar a nuestros emprendedores, que redes les estamos proveyendo, cómo les estamos ampliando sus visiones de mundo, cómo les estamos fortaleciendo sus habilidades de gestión y cómo los estamos integrando a comunidades globales donde se cultive el espíritu emprendedor.

Ahora, como tú bien dices, hay una dimensión quizás más profunda, y es que tenemos que pensar en cuáles son los roles, cuáles son los compromisos existenciales, cuáles son las estructuras emocionales, cuáles son las profesiones, cuáles son las mentes, en definitiva, cuáles son las personas que estamos incubando para los desafíos que se nos vienen.

Tenemos un sistema educacional que está súper comprometido con entregarnos, bien regular o pésimamente, todo el conocimiento que, según ellos, necesitamos para que tengamos todo lo que necesitamos saber para danzar hábilmente en el siglo XXI. Pero queda la pregunta: ¿quiénes necesitamos ser para danzar hábilmente en el siglo XXI? Y en eso, mi sensación es que el sistema educacional tradicional tiene una reflexión muy limitada. Está ciertamente en las discusiones filosóficas de las instituciones, pero en la práctica, el currículum está diseñado no para ayudarnos en quienes necesitamos ser, sino para asegurarse de que sepamos qué necesitamos saber. 

 
 

Ahora, por tu lado, le has dedicado muchos años al coaching y te he escuchado reflexiones sobre el devenir de la sociedad, desde tu punto de vista, ¿Quiénes necesitamos ser para danzar más hábilmente con el siglo XXI? ¿Qué necesitamos aprender respecto de nosotros mismos? ¿Qué parte de la agenda filosófica de la modernidad necesitamos reescribir para danzar más hábilmente con el siglo XXI, aprovechar sus oportunidades y no caer en los peligros que trae esta nueva era?

J.V.:— Si lo supiera Leo, sería un sabio moderno con miles de alumnos en programas mundiales entregados a través de las modernas tecnologías y con tutores humildes y cercanos desde su lejanía. Pero puedo dejar suelta la intuición y al dejar esta palabra escrita ya estoy pronunciándome en una línea: necesitaríamos ser intuitivos, es decir, valorar profundamente la intuición, esa capacidad de escucha sensible de aquello que aún no permitimos entrar por los demás sentidos. 

Necesitaríamos ser humanizadores de la tecnología y eso supone revalorizar la humanidad y, a la vez, no despreciar las formas que la tecnología nos abre para la relación con los otros y las cosas.

Necesitaríamos estar en contacto con nosotros y nuestra autenticidad. Sin conocernos y conocer lo que nos mueve es difícil conocer a los otros. La capacidad de influir en el mundo y en esas otras y otros guarda relación con la profundidad del camino interior para llegar a aquello que nos hace seres individuales y sociales al mismo tiempo. Ese núcleo de magma multifásico de espiritualidad, intelectualidad, emocionalidad y osadía.

Danzar con el mundo, como tú propones, significa verlo y comprenderlo. Es difícil danzar con el mundo cuando lo vemos amenazante y hostil, como nos revelaba una reciente encuesta a cuya presentación asistimos ambos, que percibe la generación Z. 

Es difícil aceptar la hostilidad. Apenas alcanza para la sobrevivencia; pero sí es posible aceptar la diferencia con los obstáculos que presente, haciendo que esa aceptación los convierta en desafíos.

Todo ello puede suponer una revisión de esa agenda de la modernidad en la que la razón es todopoderosa, porque el tiempo actual nos advierte de los límites de lo que hemos llamado la razón. Por lo menos de su tendencia a convertirse en una armadura pesada cuando la flexibilidad y la velocidad de estos momentos quieren sacarla de su cómodo trono. Si no lo hacemos seguirán emergiendo nacional populismos para poner barreras al pensamiento abierto y colectivo.

Necesitamos aprender humildemente que somos vulnerables y que somos magníficos. Puede parecer una contradicción, pero creo que vive en nuestro centro más preciado como si no lo fuera.

Y paso a una segunda pregunta. Esta vez sobre emprender, más allá del concepto empresarial de crear un nuevo modelo de negocio. ¿Estás viendo el emprendimiento como una propuesta transformadora de la sociedad? Me interesa conocer lo que pienses, aunque resulte fantasioso.

L.M.:— Me encanta la pregunta. Efectivamente, el emprendimiento ha sido una pieza clave en las conversaciones en las que he estado metido toda mi vida, sobre quiénes somos y hacia dónde vamos. 

Cuando en esas conversas pensamos en emprendimiento, no lo miramos como algo vinculado al mundo empresarial. Lo miramos como una conversación más profunda sobre en qué consiste ser humano. La modernidad está, desde mi perspectiva, construida sobre la versión cartesiana de lo que es un ser humano, es decir, una máquina racional que anda tomando decisiones y cuyo mandato consiste en salir a entender el mundo. Mientras mejor entendamos las leyes de la naturaleza (lo que está allá afuera), más capacidad de acción tendremos. 

Dado que ese ha sido el mandato de occidente, es normal que sea occidente quien haya inventado la ciencia y es normal que occidente haya sido quien desarrolló la informática. Sin embargo, como diría el Dalai Lama: “Ustedes son muy hábiles para llegar a la luna, pero tienen pocas habilidades para ser felices”. En alguna parte ese mandato de ser “sujetos” estudiando “objetos” nos desconecta de nosotros mismos. 

Me gusta más la visión de que ser un ser humano no consiste en ser un ente racional que anda optimizando, sino que más bien un animal social que tiene la exclusividad de poder inventar mundos. Es decir, somos el animal que está permanentemente inventando el espacio donde él y otros van a vivir. Para mí emprender es eso. Ser capaz de asumir la responsabilidad de que, querámoslo o no, voluntariamente o no, con habilidad o torpeza, ser un ser humano consiste en inventar el mundo donde estamos viviendo. 

Ahora, el comentario fácil es, si yo invento el mundo donde estoy viviendo, ¿por qué el mundo no se parece necesariamente a lo que me gustaría? Y la respuesta es igual de fácil, porque no soy el único que está inventando. Hay ocho mil millones de personas inventando y, por lo tanto, el resultado es el resultado de todas sus creaciones. 

Pero la sensación que podemos tener de rutina, de que el mundo todas las mañanas es igual, no es producto de que el mundo sea algo rígido. Es solo producto de que yo no he inventado otro mundo. 

Todos los días puedo abandonar la vida que tengo e irme de monje a vivir arriba de un cerro. Todos los días puedo reinventar quién soy y hacia dónde voy. No digo que tengamos flexibilidad absoluta, porque sería inauténtico. Pero alineado con nuestros amores históricos, y nuestros dolores históricos, dentro de las cosas que nos movilizan, siempre podemos generar nuevas instancias, aliarnos con nuevas personas, generar nuevas posibilidades. 

A mi juicio, el ser emprendedor no es una posibilidad, es lo que nos constituye como ser humano. 

Ahora, que emprender consista en armar una empresa, un matrimonio o una banda de rock, para mí no hay diferencia. Pero la noción de que estoy condenado a la vida que tengo, que es la vida que me tocó, es para mí el gesto inauténtico de no asumirnos creadores de mundos. 

Le he dedicado la vida a este tema porque creo que la gente, cuando se conecta con el hecho de ser creadores de mundos, adquiere un nuevo nivel de dignidad y hace que sus vidas sean vidas que para ellos valen la pena de ser vividas. Y, por el contrario, cuando no están en contacto con esos fenómenos, después de un rato, como diría Facundo Cabral, “la gente se hamburguesa”, se deprime y pierde el contacto con el propósito de su vida. 

Vamos por mi segunda pregunta. Tú que le has dedicado tanto tiempo al coaching, ¿te resuena esto que digo? ¿Con qué vinculas tú la dignidad? ¿Cuál es tu propósito cuando estás coacheando?

J.V.:— Déjame primero que resalte tu frase de que “ser humano consiste en inventar el mundo en donde estamos viviendo”. Escucho su eco y siento coincidencia. Por lo tanto, me resuena. El conformismo nos lleva a languidecer y para mí la vida tiene que ver con el florecimiento permanente. Despertar es florecer cada mañana a un día distinto.

Es por ello por lo que no considero la incertidumbre un drama. El ansia de permanente certeza limita nuestra humanidad, en la medida en que dejamos de ser creadores de nuestra vida para limitarnos a dejar que suceda. 

Tu segunda pregunta me lleva a una conversación que he tenido varias veces y en algunos casos a llegar a la controversia interior. Para mí, la dignidad es el derecho de cada ser humano a ser quien es. Lo que late detrás de la forma en que lo digo se abre a reconocer que nadie tiene por qué establecer lo que significa Ser y las elecciones que como humano pueda tener. 

Eso no contraviene la idea de que cuando optamos por la convivencia respetemos las reglas éticas que definan lo que como parte de una comunidad debe regir nuestro actuar para no herir a aquellos con quienes comparto mi convivir. Mi vivir en común, que no debe confundirse con mi intimidad.

¿Por qué hablé de controversia interior? Porque me encuentro con personas que no quieren ser creadores de nada. No pretenden mejorar el mundo. No consideran que la vida sea un espacio para construir nada. Simplemente quieren subsistir. Desde mi idea de dignidad ese es su derecho y merecen todo mi reconocimiento. Interiormente, me surge la intención de mostrarles que están desperdiciando su vida. Entonces, la voz interior me dice: ¿Y quién eres tú para mostrarles lo que para ellos no tiene valor? ¿Quién eres tú para establecer lo que es desperdiciar?

Convengo entonces que aquellos que no inventan el mundo en el que están viviendo son seres cuya dignidad es tan respetable como la mía y lo mejor que puedo hacer es volver la mirada a mi interior y preguntarle al coach que llevo dentro qué me queda aún por aprender y comprender.

Y llego a tu tercera pregunta. Cuando hago coaching, mi propósito fundamental es el de servir a quien acompaño para que amplíe su mirada, para que se ponga en contacto con su valentía, para que pueda ver las creencias invisibles que también forman parte de ella o de él, para que tenga la fuerza para elegir lo que quiera elegir. Para que aumente su autorrespeto, su autoconfianza y su autoestima, como bases del poder personal, siguiendo la teoría del reconocimiento del alemán Alex Honneth, uno de los filósofos más importantes de la Escuela de Frankfurt. Y mi experiencia es que cuando eso ocurre, efectivamente, las personas optan por diseñar la vida que quieren vivir y para crear su nuevo mundo y empezar a anticipar su futuro.

Por último, te diría que al escribir mi libro Articuladores de lo posible (2019) para describir lo que había aprendido como coach en el mundo de la política y el poder comprendí que seguir pensando en transformaciones uno a uno era un camino lento e insuficiente y consideré la necesidad de innovar y pensar en conversaciones sociales. El coach como articulador de conversaciones para la transformación social. Eso me afianzó en la idea de participar más activamente en el movimiento 3xi, en el que nos encontramos.

 
 

Y llego a la última pregunta que quiero formularte. Cuando piensas en futuros posibles, ¿cuáles son los ámbitos en los que es más urgente producir innovación?

L.M.:— Me encanta tu pregunta, pero antes tengo que reaccionar a una cosa que dijiste que me parece súper relevante. Cuando mencionas a esta gente que dices que “no pretenden mejorar el mundo, que no consideran que la vida sea un espacio para construir nada”. Entiendo su mirada, pero cuando yo hablo de crear el mundo donde vivimos, no lo veo como una opción, lo veo como algo inescapable. 

Déjame darte un ejemplo. Cuando nuestros hijos nacen, no nacen en Chile. Nuestros hijos nacen en el espacio que nosotros creamos cada día. Es decir, si el hogar donde nacen nuestros hijos es un infierno en que se vive en medio del odio y la violencia, ese mundo en que está viviendo lo estoy creando yo, que me dé cuenta o no, que lo quiera o no, es indiferente. Si, por el contrario, yo logro crear un espacio de amor, cariño y contención, ese es el mundo en que vivirá. No tengo la posibilidad de no crear un mundo donde vivan. 

Ahora uno podría decir, sí, pero no todos tienen hijos. De acuerdo, pero tengo colaboradores, tengo jefes, tengo gente que trabaja conmigo. El espacio donde ellos viven es co-creado por mí. Lo que yo haga o no haga, co-crea un espacio en torno a mí en el cual vivo yo …y vive el resto. 

Puedo ser súper proactivo y puedo crear espacios a la escala que lo hace Greta Thunberg y puedo crear sólo a escala hiper, hiper pequeña. Igual genero mundos. Si hago algo, pasan cosas. Si no hago nada, pasan otras. Siempre mi actuar o mi no actuar genera un mundo donde vivo yo y el resto. 

No lo veo como una gran hazaña, lo veo como una condición inescapable del ser ser humano. La vida de las hormigas está dictada por las reglas de la naturaleza. La vida de los seres humanos está dictada por lo que hacemos entre nosotros, y de eso no puedo huir. 

Ahora, yendo a tu pregunta, ¿cuáles son los ámbitos en que es más urgente producir innovación? Se me ocurren de inmediato tres. 

Uno, el desequilibrio ecológico que hemos producido. Vamos a necesitar apostar en serio por la regeneración y eso implica que cambie nuestra manera de ser, nuestra manera de actuar, pero sobre todo nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza y tratarla como un recurso.

Lo segundo, vi el otro día un “meme” que me pareció fantástico que decía “el problema es que antes uno nacía en una comunidad y tenía que crear su individualidad … hoy día nacemos individuales y tenemos que crear nuestra comunidad”. Creo que la manera de entender en que consiste ser una persona que heredamos del siglo XX ha ido erosionando nuestra capacidad de convivir y tenemos que reconstruir no solamente la naturaleza, sino que los espacios sociales en los cuales convivimos. Necesitamos dejar de mirarnos entre nosotros como otro recurso más.

Y lo tercero es que estoy convencido de que “somos habitantes del siglo XX viviendo por accidente en el siglo XXI” y somos ciegos a ello. Necesitamos innovar en nuestra manera de mirar los desafíos actuales: nuestros mapas ya no funcionan, las prácticas que inventamos para sobrevivir en el siglo XX, muchas de ellas son muy perjudiciales en el siglo XXI y necesitamos, por lo tanto, replantearnos en que consiste ser un ser humano y cuáles son nuestras responsabilidades.

Por último, ¿Te resuena lo que digo? ¿Compartes que hay cosas de la modernidad que tenemos que abandonar? Y si es así: ¿Cuáles?

J.V.:— Querido Leo, empiezo por deleitarme con la palabra “inescapable”, que, siendo un término inglés, puede pasar por un neologismo español y la conviertes en un buen sinónimo de ineludible. Sí, yo estoy de acuerdo en que somos responsables de nuestras acciones y nuestras omisiones. De hecho, ese fue uno de los descubrimientos que ya con cierta madurez tuve en mi vida.

Por eso aludo en mi segunda respuesta a mi controversia interior, porque siempre somos actores que intervienen y crean, aunque optemos por la pasividad o por un camino que desde una perspectiva constructivista podríamos considerar que no agrega a ese propósito. Por eso cuando digo “aquellos que no inventan el mundo en el que están viviendo” me refiero a quienes actúan desde un nivel de conciencia distinto al que correspondería al siglo XXI, situándome en un idealismo que se contrapone al realismo práctico de la modernidad que creo refuerza el final de tu respuesta anterior. Pero sé que ello no significa que no estén creando un mundo distinto desde sus vidas.

Tomo tu tercera pregunta para reforzar estas ideas. Comparto plenamente que tendríamos que abandonar parte de las creencias que pudieron servir en un momento del desarrollo del llamemos “mundo”, pero que hoy se convierten en frenos para avanzar en nuestra humanidad.

En el capítulo 13 de mi libro, que lleva por título “El requerimiento de una nueva conciencia”, aludo al concepto de Dinámica espiral que empieza con la obra de Clare W. Graves, quien mantuvo que el psiquismo del ser humano en su devenir existencial va subordinando conductas que considera más rudimentarias a aquellas que corresponden a los nuevos problemas existenciales que le aquejan. 

Creo que estamos de acuerdo en que hoy la velocidad de las transformaciones está evidenciando una brecha considerable entre los desafíos que nos presenta el siglo XXI y el nivel de conciencia con el que los enfrentamos.

La dinámica espiral pone colores a esos niveles y va mostrando como desde un nivel beige instintivo, se pasó al púrpura tribal, y tras eso al rojo de una conciencia del poder y al azul de una conciencia normativa, para llegar posteriormente al pragmatismo y la conciencia práctica naranja de la modernidad, que fue derivando al emprendimiento, el análisis y gestión de escenarios y multitareas. 

Emergió recientemente el color verde de una conciencia ecológica que busca una mayor inclusión e igualdad y privilegia las relaciones y los acuerdos. Empieza a ser reluctante a la autoridad y pone énfasis en la conservación de los recursos para el futuro. ¿Cuántos pensamos así? Si hubiese un detector de creencias, seguramente nos daríamos cuenta de que aún es un porcentaje insuficiente para la demanda real de ese futuro.

Y aún estamos lejos del amarillo de una conciencia integradora que parta de una mirada sistémica, que acepte la flexibilidad y la validación de interpretaciones diversas que puedan ser articuladas. De quitarle peso a la razón que desde el entendimiento de que la mente es la regidora del universo se convierte en un tener razón, que en realidad es una manera de imponer la verdad de quien la impone. Y más lejos aún del turquesa de una conciencia holística que busque la armonía global y la trascendencia espiritual como pertenencia a un Todo, en la que los sentimientos, las percepciones y la espiritualidad, por encima de códigos impuestos desde una religión o una ideología, nos permitan otra forma de convivencia.

Todo ello supone dejar atrás el culto al racionalismo y su facticidad. Supone poner más énfasis en la atención. Salir del paradigma de la productividad, de la explotación de los recursos, de la autoexplotación, como nos previene el filósofo Byung-Chul Han, del activismo que impide disfrutar de la vida y de lo que él llama el tiempo con aroma. 

Como te das cuenta, Leo, podría seguir varias páginas más saliendo del límite que yo mismo, queriendo ser eficiente, nos he puesto.

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Juan agradece profundamente a Leonardo, a quien prefiere llamar Leo, que haya aceptado entrar en esta conversación. Se miran ambos como entendiendo más lo que hacen en este movimiento 3xi en el que se han conocido y reconocido.

Pronto Leonardo presentará su nuevo libro El rol transformador del sector privado. Ha invitado a Juan, quien no podrá estar porque coincide con el horario de uno de los Círculos de Lectura y Pensamiento que facilita. Juan aprovechará esta ausencia para pedirle un café presencial en el que sigan hablando de la transformación a la que quieren contribuir, de la sociedad en la que quieren habitar y las responsabilidades que quieren asumir en los muchos ámbitos que significa vivir despiertos la vida.

Se dan un apretón de manos, que de inmediato convierten en un abrazo, sabiendo que ambos tienen abierta la pregunta: ¿Qué significa ser humano en este momento de la humanidad? Y la preocupación por cómo acelerar el proceso de incubación que lleve a ello.

 

Artículos articulados III

Conversaciones para desafiarnos a vivir juntos.

Juan VeraComentario