El cantar tiene sentido
Quienes me conocen saben que uno de mis cantautores favoritos es Amancio Prada. He escuchado esta mañana una de sus canciones, “El cantar tiene sentido”, de cuya letra es también autor y empieza así:
El cantar tiene sentido, entendimiento y razón. El cantar tiene sentido. La buena pronunciación, del instrumento al oído. La buena pronunciación.
Cuando el cantor nombra el cantar, se refiere a un hablar entonado y con la belleza de estar dedicada a los otros. Un hablar desde una música cuyas notas forman parte de un lenguaje universal. Cantamos al mundo y a la vida.
Por eso, puede lograr sentido y una misma emoción en personas que lo escuchan desde hablares diferentes y desde lugares muy diversos. Por eso, llega del instrumento al oído. Una poética forma de referirse al escuchar.
Aislados en una burbuja
¿Y qué estamos escuchando en este mundo agitado y ruidoso? ¿Hay música detrás de lo que oímos? ¿Estamos, tal vez, demasiado lejos para oír? Muchas veces el desentendimiento y la confrontación son cuestión de la escasa cercanía, de la distancia que nos separa del que habla, aunque cante.
Si nos situamos lejos de las cosas no escucharemos su sonido. Y si nos llega apenas el eco del contenido, muy probablemente no escucharemos la esencia musical del continente. Es decir, de quien lo canta.
Con demasiada frecuencia nos dejamos llevar más por nuestros juicios sobre quien lo dice que por la diferencia real con lo que dice. Ese puede ser el gran problema del momento actual: la tendencia a la burbuja y el profundo aislamiento en el que esta nos deja, sumidos en la autorreferencia.
Cantemos a los otros
La buena pronunciación implica vocalización y, a la vez, identidad. El acto amable de pronunciar nos permite expresar que sé que eres humano o humana y que compartes conmigo el hecho de vivir y tener sentimientos y pensar y cometer errores y amar. Amar, aunque amemos cosas distintas.
Saber que tenemos una misma experiencia del amor podría ser el gran motivo para respetarnos y el respeto también tiene sentido, volviendo a la canción de Amancio Prada.
Cuando no cantamos a los otros, cuando nos alejamos y nos reducimos a nuestra sola vida, a nuestras necesidades y a nuestros gustos, dejamos de ser parte de la sociedad, aunque estemos instalados en ella. La necesitamos, pero no la construimos. Tenemos opinión sobre quienes nos gobiernan. Los consideramos gobernantes insuficientes, pero no participamos en elegirlos o en ser su contrapeso.
Nos convertimos en un coro oscuro que desentona en su murmullo, que lleva en los bolsillos piedras y no rosas, y cuando dice la palabra sociedad confunde y arrastra sus vocales, dejándola sin melodía. La sociedad deja de ser entonces un amanecer de cantos para convertirse en una oscura noche de exabruptos y de soledades.