La memoria herida
Hace 50 años, un 11 de septiembre como hoy, que escribo estas líneas, porque sólo serán eso, nos sentamos a ver el telediario de TVE en el departamento en el que vivíamos, en la calle Ibiza de Madrid. Reme, mi esposa en ese momento, estaba embarazada de nuestra hija Arantza. En la televisión en blanco y negro contemplamos atónitos el bombardeo del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile. Aún estábamos bajo la dictadura franquista en España y, a pesar de ello, la noticia se presentó como un hecho dramático y no celebrando la llegada de un dictador más.
Nos miramos y a ambos se nos cayeron las lágrimas. Era un nuevo sueño democrático destruido y no eximo de responsabilidad a quienes lo trataron de implementar, pero aquellas imágenes brutales vaticinaban un tiempo de destrucción de la esperanza.
En aquellos momentos no podía imaginar que 21 años más tarde vendría a vivir a Chile. Más bien sentí que ese país de poetas y cordillera se alejaba de mi vida. Durante años seguí en contacto con el drama que estuvo viviendo el pueblo chileno, porque el desencuentro es siempre un drama, como lo es la violencia en todas sus formas.
Llegué a Chile metafórica y estacionalmente en su primavera y me encontré a un país con fe, que parecía dispuesto a cerrar sus heridas y a mirar al futuro. Tal vez valoré mal la memoria herida.
El requerimiento de escucha, comprensión y grandeza
Si he aprendido algo es que el tiempo no lo cura todo. La curación es un resultado promovido voluntariamente por las distintas partes de un conflicto, que requiere de escucha, comprensión y grandeza. Algo no supe leer o ninguno de nosotros lo supo.
Hoy esa grandeza no está presente y se confunden fases y conductas de un proceso complejo, sin distinguir las conversaciones diferentes que requiere. Es distinta la conversación política que algunos pueden promover legítimamente sobre la necesidad o no de poner fin al gobierno de la Unidad Popular que presidió Salvador Allende, que la vulneración sistemática de los derechos humanos que nunca puede ser considerada una conversación política.
Esos derechos fueron vulnerados desde el mismo momento del bombardeo y se mantuvieron durante años con extrema crueldad, con ocultamiento y engaño deliberados. Las diversas comisiones e investigaciones realizadas dan cuenta de ello. Personas de diferentes creencias políticas lo han confirmado.
Hoy estamos dando un profundo paso atrás cuando formaciones políticas de este presente justifican lo ocurrido o lo invisibilizan, de la misma forma es inadmisible que se intente revalorizar la figura de quien convirtió en “política” de Estado conductas inhumanas y feroces. Que en el siglo XXI el fin justifique los medios representa una decepcionante muestra del nivel de conciencia humana que, en vez de avanzar, regresa a sus colores más sangrientos.
Espejismo de reconciliación
La memoria herida vuelve a abrirse, los peores recuerdos regresan de los desconocidos lugares donde siguen los desaparecidos, sigue el dolor y el desconcierto. He recordado, por eso, aquella noche en Madrid cuando sin llegar a procesar la noticia nuestros ojos se anegaron de lágrimas.
Hoy comprendo que fueron lágrimas por el presente de entonces que hoy es pasado y por la intuición errónea del futuro de entonces que hoy es este presente en el que pareciera imposible la reconciliación y la palabra compartida.
A veces nuestras emociones saben más que nuestras mentes. De la misma forma y sin tener ningún motivo para ello, mi mente decide seguir confiando en que llegará un tiempo en que será posible, aunque el desgarro me diga lo contrario.
No creo que cambien quienes hoy mantienen esa defensa dolorosa. No creo en los milagros y, sin embargo, creo que la humanidad es más fuerte que todos sus errores.
No es este el tono que suelo ocupar en mis reflexiones, pero hoy requiero mi propio manifiesto y me gustaría abrazar en silencio a los amigos que, pensando de forma políticamente distinta, sienten el mismo repudio que yo siento. Pongo el punto final, cualquier palabra más sería remover la sangre derramada.