La incertidumbre amiga
Esta semana, en el encuentro que denominamos La baguette de los viernes en la Corporación Desafío de Humanidad, el tema sobre el que estábamos invitados a conversar fue la incertidumbre. La incertidumbre como el espacio más habitual en el que hoy nos movemos. Aunque, seguramente, es en el que siempre nos hemos movido, pero en este momento, al juntarse tantas sensaciones de imprevisibilidad, nos aparece con dimensiones más superlativas. Sin embargo, quisimos ponerle el apellido “amiga”, para buscar de forma deliberada los aspectos más positivos que puede tener en la vida humana. ¿Puede ser realmente la incertidumbre nuestra amiga?
Busco en mis archivos opiniones que haya escrito sobre este tema y me encuentro que, justo hace cuatro años, en otro artículo escrito como un diálogo con Irene Torres, aparece la siguiente frase:
Desde la certeza desaparece la curiosidad —dice Juan—. Sin curiosidad nos quedamos encerrados en lo conocido. Desaparecemos en una verdad que convierte nuestra vida en una pequeña habitación de una sola ventana.
Y en esta línea nos manifestamos la mayor parte de los asistentes a esta baguette conversada. Es cierto que la incertidumbre tiene mala prensa, pero también sabemos que la prensa busca el sesgo negativo que permite atrapar la atención y, con ella, el rating.
La incertidumbre tiene que ver con no saber con certeza lo que pasará mañana, cuánto viviré, si lograré terminar lo que me propuse, si alguien tendrá el valor de terminar con las guerras y los genocidios que hoy nos acechan, si la inteligencia artificial nos llevará a un mundo de mayor libertad o a uno en el que seremos definitivamente esclavos de una inteligencia superior y sin alma.
Puede ser muy distinto que vivamos la incerteza como un no saber o como una profunda inseguridad. En el primer caso, nos conduce a querer saber. El aprendizaje suele ser el resultado de aceptar la ignorancia. En el segundo caso, puede llevarnos al miedo y, como resultado de ello, a querer encontrar a quien nos dé seguridades, aunque sean falsas. Solo la muerte es segura.
No tener certeza nos sitúa en el espacio del juego. No jugaríamos si supiésemos de antemano el resultado. El juego tiene que ver con la belleza de la vida. Cuando tenemos todo claro, la comodidad está a la mano. Incluso podemos caer en la indiferencia. Todo está bajo control. Corremos el riesgo de considerar que nuestra certeza es la verdad y, de ahí a la violencia frente a aquellos que lo vean desde otro punto de vista, hay un breve paso.
La incertidumbre, mirada desde este ángulo, es nuestra amiga: la que nos permite ser creativos, ser exploradores, tener esperanza. Aspectos que dan sentido al vivir. De alguna manera, me lleva a reflexiones en paralelo con esa otra aspiración humana de querer ser eternos. Vivir en la eternidad y en la certidumbre.
Porque la finitud de la vida da un mayor valor a cada instante que vivimos. Gracias a ella valoramos los momentos significativos y nos da la energía para aprovechar el tiempo con mayor intensidad. Si fuésemos eternos, desaparecería el concepto de legado. Desde luego, podríamos contribuir a un mundo sin prisa y sin especiales estímulos, que nos crearía problemas distintos de sobrepoblación y de una nueva ética, entre otros muchos.
Apreciamos tener aquello que sabemos que podemos perder y, conectando con el tema central de esta reflexión, porque nuestro pasar por el mundo es incierto, sus posibilidades y sus logros tienen más valor.
Ahora bien, no debemos confundir la incertidumbre con el caos. El caos no tiene que ver con la previsibilidad; se refiere a un momento de colapso, en el que el presente se nos desmorona. Desaparece el orden desde el que manteníamos nuestra existencia con sus complejidades. Ya no significa que no tengamos seguridad de que, al apretar el interruptor, se encienda la luz, sino que vuelan por el aire las centrales eléctricas y el horizonte se llena de llamaradas.
Tampoco debemos demonizar el caos, en la medida en que de él puede surgir un nuevo orden. Los grandes cambios de época han salido de los momentos de gran desorden, en los que la situación no daba para más.
Finalmente, al releer mis palabras anteriores, me pregunto si esa sensación de mayor incertidumbre puede tener que ver también con aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo. Distintas formas de medida van marcando cómo los seres humanos hemos ido pasando de dedicar nuestro tiempo más significativo a la familia, la escuela, los amigos, hasta una abrupta inmersión online en las redes sociales. Una dedicación adictiva que puede ser fuente de una sensación interior de descentramiento, de estar en una selva sin lianas.
Por eso, más que un discurso, estas líneas son la invitación a mirar esos momentos de nuestra vida en los que, de la grisácea incertidumbre, nacieron ideas, fuerzas y motivos para un resurgir del que nos sentimos creadores, autores sin necesidad de copyright.
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