La comunicación en el mundo de la desinformación

Artículos Articulados

Juan Vera - La comunicación en el mundo de la desinformación

Coautores de este artículo: Juan Vera y Enrique García.

 

Enrique y Juan se conocen desde el final de la década de los 90. No pueden precisar la fecha exacta. Fue en una consultoría que la empresa CyS, de la que Juan era socio y gerente general, realizó para BBDO Chile, una importante agencia de publicidad de la que Enrique era socio en aquel momento. Tuvieron ocasión de estar en varias reuniones. A Juan le sorprendió que aquel experto publicista de pelo blanco, a pesar de estar en los 40, hablase con bastante propiedad del lenguaje del coaching y su ontología.

Se perdieron la pista después, aunque Juan supo de Enrique, al que todos en su entorno llamaban Kiko, porque fue nombrado director ejecutivo del Canal 13 de TV y, además, en esa época Juan era coach de uno de los directivos del canal.

Unos años después se encontraron en la Fundación Desafío, de la que ambos eran miembros y participaron de lo que llamaban "encuentros en lo Alto". Y ya la relación se hizo bastante continua. Enrique también fue Kiko para Juan y, una vez que Kiko formó su propia consultora en comunicaciones, coincidieron en clientes. Pasó a ser habitual que les llamasen a los dos para tomar roles complementarios e incluso hacer talleres facilitados por ambos.

Posteriormente, en los cambios habidos en la Fundación Desafío llegaron a ser parte de su gobernanza. Hoy Kiko es el presidente del directorio y Juan, uno de sus 7 miembros. Coinciden en miradas del mundo, tienen cercanía espiritual, política y social. Ambos son número 3 del eneagrama y suelen estar de acuerdo. Kiko recién se ha integrado en la promoción 6 del programa Biolibros de Humanidad, que dirige Juan y así no es extraño que este le haya invitado a escribir juntos uno de sus Artículos articulados

Y como siempre, Juan hace la primera pregunta:

Juan Vera (J.V.):— Querido Kiko, gracias por aceptar mi invitación. Quisiera comenzar preguntándote cómo es posible comunicar de manera efectiva en un entorno saturado de  fake news. ¿Consideras que existe una desinformación deliberada?

Kiko García (K.G.):— ¡Qué pregunta tan desafiante, Juan! Me invitas a reflexionar sobre la posibilidad de una buena comunicación en un ecosistema saturado de información elaborada y, también, de desinformación deliberada. La respuesta corta es que sí, es posible, pero requiere de mucha consciencia y acciones radicalmente distintas a las que estamos acostumbrados.

Primero, la premisa de la desinformación deliberada no es una teoría conspirativa, sino una realidad palpable. Estamos más allá de la simple fake news específica. Lo que hoy enfrentamos es una economía de la atención y, más peligrosamente, una economía de la creencia, donde la verdad (¿cuál verdad?) y la convivencia se convierten en recursos escasos.

Segundo, la agenda oculta: tenemos que aprender a reconocer el interés detrás de cualquier mensaje. Aquí es donde tu planteamiento se vuelve crucial: todos los medios y mediadores tienen una agenda. Y me incluyo en ese "todos". Como Eneagrama 3, yo mismo tengo una agenda: la de ser efectivo, impactar, y por qué no, ser reconocido en esta conversación. No es maldad, es mi naturaleza humana y sistémica. 

Existen multiplicidad de agendas, de las cuales te detallo algunas.

Agendas Comerciales: Buscan clics, engagement y, en última instancia, ventas o datos. La verdad es secundaria si el sensacionalismo asegura la permanencia en pantalla.

Agendas Ideológicas: Buscan modelar el pensamiento para asegurar la adhesión a una visión del mundo. El matiz y la complejidad son sacrificados en pos de una polarización efectiva.

Agendas de Poder: Buscan incidir en la política o la economía. El mensaje se convierte en una herramienta estratégica para ganar influencia o controlar narrativas.

Esta toma de consciencia es el primer paso. Ningún mensaje es inocuo ni neutral. Cada titular, cada post en redes, cada influencer o editorial de prensa está promoviendo activamente un estilo de vida, una manera de mirar las cosas, y sí, buscando modelar comportamientos en beneficio de una de esas agendas. Esto ya no es solo información; es diseño de realidad.

Desde este marco (llamado frame en comunicación estratégica) podemos trabajar respuestas posibles a esta realidad.

 
 

Juan, si la buena comunicación requiere renunciar a la idea de la neutralidad y, por lo tanto, exige transparentar nuestra propia agenda (ideológica, valórica, comercial o de reconocimiento, como podría ser la de nuestra naturaleza de 3 del eneagrama), ¿cuál consideras que es el principal riesgo personal o la pérdida de poder que debe asumir un comunicador o mediador (periodista, influencer, o incluso un articulador como tú) al hacer esa declaración de intereses de forma radical y honesta?

J.V.:— Permíteme hacer una reflexión previa sobre lo que me provoca tu pregunta, y es que me haces ver que lo bueno de esta forma de escribir un artículo es que no partimos de un mensaje específico que queramos dar, sino que abrimos un espacio deliberativo en el que podemos llegar a mirarnos a nosotros mismos. Me llevas a observar a los observadores de lo observado.

Eso haré entonces, y me surgen varios matices. Me quedo con la palabra riesgo, porque no veo una pérdida de poder. En la medida en que declaro la no neutralidad de mi posición estoy reconociendo que somos observadores distintos de lo que llamamos realidad, pero en sí mismo eso no configura un interés personal, sino un punto de vista. Eso podría, en su sinceridad, abrir el espacio de la curiosidad del distinto, dado que no significa que quiera imponerlo.

Es diferente que expresemos desde donde vemos el mundo, a que queramos convencer de que esa sea la forma correcta de mirarlo o de que ese es realmente el único mundo posible. Lo que trato de decir es que la declaración de no neutralidad no implica declaración de confrontación y, por lo tanto, el poder puede quedar indemne.

Si sigo la línea que planteas sobre nuestro eneatipo 3, salvo que estemos en su versión más tóxica, las personas tipo 3 necesitamos ser vistas, no adoradas ni admiradas. Adoptar una posición de no neutralidad puede darnos incluso más visibilidad que permanecer como simples seguidores de quien tenemos enfrente.

Hablas de "hacer esa declaración de intereses de forma radical y honesta". Ya he dicho que los intereses pueden ser expresados sin confrontación, quiero centrarme en la palabra radical, porque en este ambiente de polarización, efectivamente, lo radical parece expresar una cierta posición dogmática o extrema, pero la primera acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra "radical" como el adjetivo que significa esencial o fundamental. Por lo tanto, como comunicadores no violentos, pero sí radicales deberíamos hacer el esfuerzo de contextualizar nuestras intenciones cuando decimos lo que decimos.

El riesgo, entonces, sólo lo tendríamos ante aquellos que vieran nuestra apertura como vulnerabilidad, pero nosotros aceptamos que, como humanos, somos vulnerables, pero no débiles. Creo que ese es un riesgo que merece la pena correr porque para muchos otros será un gesto apreciable de sinceridad y apertura y sigo recitando entonces a Gabriel Celaya: "Maldigo la poesía de quien no toma partido...".

Y te hago, Kiko, mi segunda pregunta. Hablaste de las agendas. Me preocupan especialmente las agendas ideológicas y de poder. ¿Cuáles son las principales narrativas que se están instalando en el mundo que conocemos?

K.G.:— Lo primero, estoy disfrutando esto. Al igual que tú, antes de entrar a contestar tu pregunta me gustaría una reflexión de tu reflexión. Muy incisivo, al obligarnos a mirar al observador y distinguir el riesgo de la pérdida de poder. Es relevante reconocer que la declaración de no neutralidad, si es honesta y esencial (radical), no nos quita poder, sino que nos visibiliza en lo que somos (seres vulnerables). Como 3 del eneagrama, buscamos ser vistos, y por lo tanto está ese riesgo que si vale la pena correr.

Y precisamente esto me conecta con tu cita de Celaya: "Maldigo la poesía de quien no toma partido...". Aquí, permíteme sumar otra cita que me ha movilizado por tres décadas: “Conozco tu conducta: ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, y ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.” (Apocalipsis 3, 15-16, Biblia de Jerusalén)

Vomitaré a los tibios, su fuerza narrativa me invita permanentemente a tomar partido y salir de la tibieza.

Entremos ahora a algunas de las narrativas que abordan las agendas ideológicas y de poder de manera más incisiva, considerando el contexto establecido en nuestra conversación entre la vulnerabilidad del comunicador, la renuncia a la neutralidad y la conciencia de las agendas ideológicas y de poder. Te propongo aquí cuatro narrativas dominantes del mundo contemporáneo donde yo claramente si tengo posición:

1.- El miedo como herramienta política. El miedo ha reemplazado al argumento. Gobiernos, partidos y líderes lo utilizan para movilizar, disciplinar o dividir. La extrema derecha lo explota con relatos sobre invasión migrante, inseguridad, pérdida de identidad o corrupción moral; mientras que sectores progresistas lo invocan para advertir sobre el colapso ambiental o el autoritarismo. La emoción reemplaza al dato, y la adhesión primitiva se impone sobre el discernimiento. El miedo no informa: recluta.

2.- El retorno de la Guerra Fría: Occidente vs. el eje del mal. Varios líderes populistas reeditan la vieja narrativa de la Guerra Fría, ahora bajo la forma de un combate moral entre patriotas y globalistas. Se reactiva la épica del enemigo exterior y se simplifica la complejidad global a un conflicto binario. Esta narrativa reaviva identidades nacionalistas heridas y ofrece certezas en un mundo totalmente incierto. 

3.- La narrativa de la inclusión y sus resistencias. El discurso sobre género, diversidad y derechos civiles ha ganado espacio, pero también ha generado una contra narrativa gigante que acusa de “dictadura woke” o “ideología de género”. Ambas versiones tienden al exceso. Lo que está en disputa es el poder cultural: quién define lo normal, lo visible y lo valioso. El diálogo y la aceptación se reemplazan por etiquetas.

4.- La guerra como narrativa permanente. Más allá de los conflictos armados reales, la guerra se ha convertido en un lenguaje político. Declaramos la guerra a las drogas, al terrorismo, a la corrupción, a los delincuentes, a los enemigos internos. Este encuadre militariza el discurso, legitima la excepcionalidad y convierte al adversario en amenaza existencial. En esta lógica, el consenso se debilita y la búsqueda de acuerdos pierde sentido. Se utiliza la fuerza como una forma de orden.

Podría seguir con muchas otras como por ejemplo el cambio climático, la tecno-salvación, el hambre y la brutalidad de comida que se bota, el libre mercado capitalista, la educación, la salud pública y privada, las religiones, la supremacía racial, aunque algo toqué el tema de la migración en el miedo. Uffff.

Basándonos en que la buena comunicación exige tomar partido para evitar la tibieza, y considerando que las narrativas descritas son diseños de realidad que buscan modelar comportamientos para agendas particulares, Juan, si la comunicación se ha convertido en una batalla de encuadres y agendas, y donde "tomar partido" es vital, ¿cuál es la línea roja ética que nunca debiera cruzar un comunicador o articulador honesto para no caer en las prácticas tóxicas que criticamos? En otras palabras, ¿cuál es el límite innegociable entre la declaración apasionada de la propia agenda y la manipulación deliberada del otro?

J.V.:— Gracias Kiko, me quedo con el "Ufff". El primer requerimiento de innegociabilidad tiene que ver, para mí, con la intención. Que mi genuina intención sea mostrar con la mayor claridad posible aquello en lo que verdaderamente creo y lo que soy capaz de ver desde mi sesgo y no la de perjudicar la posición contraria o mostrar la debilidad de su argumento. 

Tenemos el ejemplo de los actuales debates en las elecciones chilenas, en las que los candidatos y algunos de los medios, más que defender la consistencia de sus propuestas se dedican a destruir las de los opositores y, más allá aún, cuando prevalece la intención de atacar su imagen personal.

Ese ataque puede incluir varios aspectos no éticos posibles:

  • El asesinato de la imagen del otro al atacar su reputación por encima de los argumentos que están en el debate

  • Usar información descontextualizada adjudicándole una posición que no corresponde a la intención del opositor. Lo que supone una forma de falsedad disfrazada

  • Provocar la emocionalidad del otro para sacarle del equilibrio de su discurso

  • Establecer correlaciones que no se ajustan a la realidad, porque pueden existir hechos reales que no se rigen por ninguna relación de causa - efecto como se intente presentar

  • Tergiversar los hechos a partir de datos incompletos

  • Insultar 

En todo ello hay malicia, falta de respeto, premeditación, deshonestidad y manipulación. Si lo vemos así, existen límites innegociables para un comunicador ético como son los de la honestidad y el respeto al otro como una virtud moral.

La ética como parte de la filosofía normativa establece entre sus normas el reconocimiento al valor intrínseco de todos los seres humanos. Cuando no se respeta este valor de alguna forma se establece una inequidad que afecta al derecho a ser tratados dignamente.

En la etimología de la comunicación se encuentran los significados de común acción y comunidad. Entonces, un comunicador honesto, como planteas en tu pregunta, no puede ser aquel que transgrede los principales fundamentos de la comunicación: compartir y generar posibilidades para el entendimiento e informar y no desinformar.

No es ético lo que intenta hacer daño. No es ético lo que no busca la verdad sino ganar a cualquier costo. La línea roja es aquella en que afectamos a la verdad, a la dignidad y el respeto: La línea roja, recordando a Maturana, es no considerar al otro como un legítimo otro.

Juan Vera - La comunicación en el mundo de la desinformación
 
 

Y voy a mi última pregunta, querido Kiko, siguiendo las preocupaciones que manifiestas al preguntarme y buscando un final positivo, ¿qué estrategias éticas y efectivas consideras más importantes para mantener la credibilidad de un mensaje político y fomentar un diálogo constructivo con audiencias diversas?

K.G.:— Gracias, Juan, por llevar esta conversación hacia su horizonte más esperanzador: ¿cómo comunicar con ética y sentido en un mundo fragmentado?

Creo que la brújula sigue siendo el bien común, pero no como un concepto abstracto o retórico, sino como un criterio vivo de decisión y, por qué no, de discernimiento profundo. El desafío está en reconocer cuándo lo que decimos o hacemos realmente promueve el bien común y cuándo, en cambio, solo lo invocamos para justificar intereses particulares. El bien común exige diálogo, empatía y una mirada capaz de integrar, no de excluir. No es el triunfo de una parte, sino la construcción de comunidad, de un nosotros posible.

Y, junto a ello, debemos recuperar una mirada de largo plazo, casi ausente en la política y la comunicación actual. La inmediatez nos roba profundidad: todo se mide por el impacto del día siguiente, por el KPI corto, no por el legado para la década siguiente. Una comunicación al servicio del bien común debería pensarse como política de Estado, no de campaña. Debería preguntarse, con humildad y perspectiva: ¿qué dejamos a quienes vienen después? ¿Cuál es la herencia cultural, de bienestar y de esperanza que transmitimos?

En ese sentido, pienso en Bután, un país pequeño que decidió medir su progreso no en PIB, sino en felicidad nacional bruta. Su ejemplo nos recuerda que el bienestar subjetivo —la sensación de propósito, comunidad y alegría— es también una tarea política y cultural. Comunicar con alegría, no como evasión sino como acto de voluntad, es una forma de resistencia frente a la desconfianza y el miedo.

La alegría de vivir, entendida como decisión consciente, es profundamente transformadora: cuando la felicidad se alcanza como consecuencia de un estado de bienestar colectivo, deja de ser una emoción privada y se convierte en un proyecto público.

Si la comunicación tiene poder, debería usarlo para tejer vínculos, no para romperlos; para ser motor de esperanza, no de división. Cada palabra puede ser un puente o una grieta, y los comunicadores tenemos la responsabilidad de elegir con qué materiales queremos construir el futuro.

Y cierro, como una invitación personal y colectiva, con la provocación que aprendí e integré en un taller con Patch Adams (el verdadero) en 1998: “Yo elegí ser alegre… ¿y tú?”

Para cerrar te dejo mi última pregunta: ¿Qué pasaría si, en lugar de competir por tener razón, comunicáramos para entendernos mejor? ¿Cómo podemos transformar nuestras palabras en gestos que reparen, en vez de que dividan?

J.V.:— Sería el inicio de un camino para una convivencia armoniosa y, aunque pueda parecer un adjetivo calificativo inadecuado, productiva. Y esto lo digo porque son las diferencias las que nos complementan, las que amplían y no redundan.

Entendernos no significa estar de acuerdo, pero produce una comprensión en la que se acepta el derecho a pensar de otra manera y eso, sin duda, permite la convivencia y la existencia de espacios de colaboración en aquello en lo que podemos ser compañeros de viaje.

Cuando, en la Fundación Desafío en la que ambos participamos hablamos de cultura del encuentro, hablamos de eso. Somos distintos, pero formamos parte de un grupo en el que podemos abrir nuestra intimidad a personas que no nos harán daño, aunque no piensen como nosotros, porque, como repito hasta la saciedad, distinto no significa distante. 

En los procesos de coaching que realizo cuando me presentan el quiebre de estar en una relación difícil con alguien, suelo hacer una pregunta ¿podrías hacer algo por esa persona que para ella sea positivo y a ti no te perjudique? Siempre puede encontrarse ese algo. Entonces, si no lo hacemos es porque consideramos que estamos en conflicto, pero cuando damos el paso, solemos llevarnos una sorpresa. Eso forma parte de la política de gestos. Los gestos amables producen eso: amabilidad.

Transformar nuestras palabras, como propones en tu pregunta, Kiko, es muy relevante, porque no se trata simplemente del tono o de un cierto vocabulario. El lenguaje nos lleva a trampas en el pensamiento, a antagonismos que en realidad son partes que se constituyen, porque no hay muerte sin vida, ni vida sin muerte. No hay belleza sin fealdad, ni bien sin mal. Como señala el filósofo francés François Jullien "haber constituido las antinomias del lenguaje en antinomias del pensamiento destrozan la existencia". 

Comprender lo distinto, más allá de la posición personal, nos acerca, la distancia deja de ser lejanía, para ser simplemente otros que pueden encontrarse y todo encuentro incorpora reparación y consuelo, en la medida en que constituye una relación en la que la legitimación forma parte de una manera de entender el mundo. Un mundo abierto a la humanidad.

Tal vez todo consista en elegir la abundancia en vez de la escasez, de la misma forma que tú eliges ser alegre y yo elijo la esperanza. ¿Será por eso que escribimos juntos este artículo? 

Gracias de nuevo, querido Kiko.

***

Enrique y Juan se ponen de pie y caminan sonriendo. La experiencia les permite pensar en que podrían... y podrían..., en que seguramente... y seguramente..., en que tienen la suerte de vivir y de morir, de ser perecederos y eternos.

Juan, entonces, le pregunta por esos maravillosos destilados de gin que hace Enrique y Enrique le propone que, mejor que darle explicaciones, los prueben. Sale de la habitación y regresa con botellas y copas. Deben oler y probar, paladear suavemente y sentir. La sonrisa aparece en sus rostros y no es cierto que la risa abunde en la boca del necio como se escribió en el Eclesiastés, o al menos eso dicen. Ellos prefieren pensar como Bob Marley: "Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa".

 
 

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