El ocaso de la confianza social
En el mes de Julio de este año 2025, Alfredo Zamudio escribió un artículo al que tituló “Infraestructura crítica”. En su introducción declaraba: "La confianza es la infraestructura crítica que permite la colaboración entre las instituciones y las personas". Algo así como decir, que hace posible la convivencia social.
Efectivamente, sin ella no es posible el diálogo ni la coordinación de acciones. No nos sentimos seguros, la sociedad se resquebraja y el individualismo del "sálvese quien pueda" aparece. Sin confianza no hay acuerdos ni cercanías. El desacuerdo se convierte en fundamento de la identidad política y la lejanía, la posición coherente con el miedo a los demás, a esos otros a quienes despreciamos.
¿Qué está pasando? Sin duda son múltiples causas. En este artículo quiero poner el énfasis en una juventud que mira al futuro con escepticismo y, en muchos casos, con angustia porque no ve futuro y parece normal que entonces se alejen de lo que las generaciones anteriores consideramos lo razonable y las mejores formas de gobierno. Si esas mejores formas de gobierno nos han traído hasta aquí, mejor giremos en sentido contrario.
Esos jóvenes, que antaño se consideraban revolucionarios sociales, hoy denuestan ámbitos como la inmigración ilegal y la invasión cultural, la falta de salidas profesionales, la imposibilidad de tener vivienda propia, la falta de valor de ser universitarios para después no encontrar empleo. Demasiados debes y pocos haberes.
la información al servicio de la desconfianza
En un reciente estudio (septiembre 2025) del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en España, un joven catalán planteaba con ironía que pronto los catalanes serán una reserva indígena, y muchos otros consideraban que el radicalismo de derechas es el refugio para recuperar la esencia de lo perdido.
Todo ello ocurre en un ambiente de desinformación intencionada que aumenta la desconfianza y desde la desconfianza prevalece el poder de los más fuertes para imponer sus ideas y la violencia en sus distintas formas.
En este sentido, son clarividentes las palabras que el filósofo Byung-Chul Han pronunció en su discurso de agradecimiento al recoger el premio "Princesa de Asturias", que le fue entregado hace unas semanas:
"La democracia se fundamenta en lo que en francés se llama moeurs, es decir, la moral y las virtudes de los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto. No hay lazo social más fuerte que el respeto. Sin moeurs, la democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato. Incluso las elecciones degeneran en un ritual vacío cuando faltan estas virtudes. La política se reduce entonces a luchas por el poder. Los parlamentos se convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos. (...) El miedo a hundirse socialmente afecta ya a la clase media. Precisamente estos temores son los que lanzan a la gente hacia los brazos de autócratas y populistas."
También es cierto que este no es un fenómeno que esté pasando por primera vez en la humanidad, el filósofo e historiador griego Polibio, 150 años antes de Cristo, describió en su teoría política la sucesión cíclica de las distintas formas de Gobierno en lo que llamó la anaciclosis, anticipando que todas las formas de gobierno se degeneran o se corrompen y dan paso a la siguiente.
La tribu elige al caudillo más apto o más fuerte, lo que da origen a la monarquía o la monocracia. Con el tiempo, el monarca se convierte en tirano y eso hace que surja un movimiento en contra de la tiranía para que se instale la aristocracia, el gobierno de los mejores, el gobierno de varios, que pueden dar respuestas más amplias. Con el tiempo la aristocracia pierde su sentido de servicio y se convierte en una oligarquía.
La rebelión contra la oligarquía genera la democracia, el gobierno de todos a través de sistemas de representación, pero también las democracias se degeneran cuando se convierten en partitocracias o en oclocracias (el gobierno de las turbas), que traen inseguridad y violencia o de los populismos de cualquier signo que se convierten en autócratas respaldados por elecciones viciadas.
En algún momento, pensamos que esas degeneraciones se hacían más suaves, que la humanidad iba acumulando avances y derechos. Hoy ese juicio parece palidecer cuando los elegidos quieren terminar con las instituciones, los tratados multilaterales y todo aquello que suponga un freno a su poder. ¿Pasaremos directos a la tiranía?
Solo nos queda la esperanza de que la sociedad abra los ojos y se haga cargo de buscar nuevos caminos, de crear nuevos actores sociales que abran las puertas al diálogo y la confianza.
Tras el ocaso, llega la noche; y tras la noche el alba. Será el momento de poner sillas en la plaza para volver a conversar sin discursos, para reconocer que el principal escollo somos nosotros mismos: los que elegimos.
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