El poder: a veces confianza, horror en otras

Juan Vera - Artículo - El poder: a veces confianza, horror en otras

Solemos hablar del poder de un propósito, del poder del diálogo, del poder del amor y detrás de ello hay siempre una mirada positiva del poder, porque nos lleva a conversaciones para la acción, para lograr lo que queremos, para superarnos y traspasar barreras.

Nos referimos a un poder para influir en la realidad y transformar las adversidades en oportunidades de progreso y avance. Quienes acompañamos a otros, tratamos de que se pongan en contacto con esa fuerza interior que permite que lo que no parecía probable sea posible.

Detrás del poder siempre hay intenciones y, al decirlo así, aparece la primera sombra, porque sabemos que los seres humanos tenemos buenas y malas intenciones. El poder es neutro, entonces, depende de la intención de quien lo construye y lo usa.

Por otra parte, el poder se relaciona con la política, cuando la manada empieza a enfrentarse a las dificultades para vivir juntos y en paz. Entonces aparece la necesidad de un orden, de reglas que lo definan, de unas leyes que permitan defender ese orden y de un poder que lo administre y lo conserve. Seguimos hablando de un poder que viabiliza la convivencia sin, teóricamente, buscar supremacías.

A lo largo de la historia este poder social fue evolucionando en la medida en que la sociedad fue madurando y con ella la consciencia de derechos y deberes. Y así llegamos a las democracias, a la importancia del gobierno de las mayorías, respetando a las minorías, al derecho a elegir representantes que fueran respetuosos de las reglas y cumplieran sus compromisos dentro y fuera de la sociedad en la que eran elegidos.

¿En qué momento esos avances se han detenido?, ¿en qué momento el progreso se convirtió en amenaza y violencia?, ¿qué llevó a los representantes elegidos al endiosamiento?, ¿dónde ha estado el error?, ¿podemos hablar de causas?

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El atropello del poder

Este artículo no pretende establecer una teoría del poder, ni siquiera repasar sucesos que podemos considerar representativos de lo que ha ido pasando. Es más bien un grito, la expresión de la emoción que se va apoderando de aquellos con quienes me relaciono y conmigo mismo en este domingo de marzo del 2025, cuando filósofos, politólogos y comentaristas de los medios de comunicación aprietan botones de alarma. Cuando las personas con las que hablamos en la calle, hablan del fin de las democracias, al menos como las hemos conocido hasta hoy, de que no podemos seguir como estamos. Una sensación de creciente inseguridad nos perturba y la palabra “guerra” ha dejado de referirse al pasado o a situaciones que ocurren en otras partes. Incluso cuando ha vuelto a hablarse de guerra mundial.

Lo que sucede no tiene que ver con un clivaje de izquierdas y derechas. Tiene más que ver con democracia y antidemocracia, con poderosos y oprimidos, con imperialismos y vasallajes. Aparece entonces la amenaza, imposición, el atropello y el poder de la fuerza.

La más sencilla explicación es que el mal existe, que el mal tiene un lugar entre nuestras pasiones. Recordemos que en la leyenda, Lucifer, antes que demonio, fue un ángel que, deslumbrado por el poder, quiso ser un dios oscuro. Un ángel que en algún momento tuvo sus alas transparentes y blancas y revoloteó alrededor de los conceptos del dios bueno, hasta que empezó a pretender su propia gloria, sin importarle otra cosa, ni siquiera el dolor de los otros, ni su destrucción. Un ángel sangriento y mentiroso.

¿Es ese mal el que se apodera de zares, emperadores, reyes, presidentes o generales, haciéndoles considerar que todo vale, que toda creación implica destrucción, que el fin justifica cualquier medio, se llame guerra, conquista, exclusión o subordinación y que la vida de los propios requiere la muerte de los impropios?

¿Es sólo el delirio de una eternidad, de la autoconciencia de ser sobrenaturales, únicos, especiales?, ¿o bien, sin quitarle valor a esa maldad, proviene de errores de quienes tuvieron la oportunidad de hacerlo de otra manera cuando ostentaron el poder con anterioridad?

Me pongo a dibujar ese círculo de emociones, que parten en algún momento de la confianza, de la emoción de vivir la posibilidad y cuando no se produce de caer en la decepción y cuando se repite sentir la desesperanza y cuando se prolonga hervir con la rabia y convertirla en sed de venganza y la violencia que esta conlleva. Una violencia que nos trae inseguridad y la inseguridad, miedo, y el miedo naturalizado, pánico, y ante el pánico, la propensión a darle paso a cualquiera que nos ofrezca salir del círculo perverso y nos abra otra ventana de esperanza y con ella de nuevo la confianza para volver a repetir un ciclo nuevo que volverá a caminar los mismos pasos, con distintos niveles de intensidad y de dolor.

Si fuera así podríamos poner nuestro foco en la decepción. ¿Qué nos llevó a ella?, ¿cómo  anticipar los efectos de esa decepción para paliarla?

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Construir encuentro y salir del ciclo del poder

Pudo ser que elegimos a quienes no tenían las competencias y se ofrecieron a representarnos. Bien por osadía o por ignorancia. La resultante fue que se produjo la percepción de engaño o de incapacidad. Se empezaron a descomponer las relaciones, empezó a oler a putrefacto y quedo abierto el espacio de los salvadores de siempre. Si fuera así, tendríamos que establecer condiciones, perfiles y formación para gobernar, de las mismas que se requieren para otras ocupaciones de menor impacto.

Pudo ser que la realidad cambió y quienes elegimos para ejercer el poder siguieron utilizando los discursos y las soluciones de un mundo que ya no es y que tiene nuevos requerimientos, haciendo que emerja la idea de que necesitamos algo distinto y nuevo. Si fuera así, debería existir un organismo independiente que identifique los cambios sociales, tecnológicos, ambientales e incluya esos nuevos requerimientos que no estaban en los programas que llevaron a ser elegidos

O, efectivamente, puede ser ese síndrome de hybris o hubris, que conduce a la desmesura, que lleva a sentir que lo que pensamos es la realidad verdadera; que nuestros deseos son los deseos de todos; que las normas no son para nosotros porque estamos por encima de lo que representan y que si no nos favorecen las cambiamos; que si las fronteras son demasiado estrechas también las cambiamos y suspendemos los acuerdos; que si es necesario cambiamos las narrativas y la historia, porque eso es lo que la gente realmente quiere, aunque no se den cuenta de que lo quieren. Los poderosos desde la nueva arrogancia lo saben desde la ceguera que producen las certezas y el ensimismamiento.

Y en este último caso ¿estamos condicionados a un ciclo que se repite y se repite a lo largo de los tiempos?, ¿tenemos que aceptar que la noche que nos oscurece no es la consecuencia de los errores del día transcurrido, sino el simple rodar que mueve la conducta humana y que estamos condenados a repetir?

¿No hay nada que podamos hacer mientras tanto? Muchos pensamos que, al menos, podemos acelerar los ciclos y hay que articular la existencia de mesas, riberas, espacios de calma y de mesura en los que empezar a construir emociones distintas, que no sean simplemente reactivas. Buscar motivos en el futuro, porque sabemos que la venganza da paso a un horror más fuerte que el miedo y que la decepción y la rabia que la causaron.

 
 

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