¿Debemos gestionar nuevas emociones?

Artículos Articulados

Juan Vera - Artículo articulado - ¿Debemos gestionar nuevas emociones? - Silvia Guarnieri

Coautores de este artículo: Juan Vera y Silvia Guarnieri

 

“Luis y Juan se conocen hace más de 16 años”. Así empezaba el Artículo articulado que Juan escribió con Luis Carchak, marido de Silvia. En esta ocasión tendrían que corregir la cifra y empezar diciendo: “Silvia y Juan se conocen hace más de 18 años”. La fecha exacta sigue siendo imprecisa, pero hay cosas que se repiten en las dos historias. Coincidieron como coaches en congresos celebrados en Argentina. Se cayeron bien. A Juan le gustaba esa suavidad firme que caracteriza a Silvia, una argentina residente en España, y a Silvia le agrada la profundidad de Juan, un español residente en Chile. Es decir, dos expatriados, en el caso de que sigan creyendo a día de hoy en el concepto de patria.

Como se contó en aquel artículo escrito con Luis, siendo él el presidente de la International Coaching Federation (ICF), capítulo de España, invitó a Juan, que era el vicepresidente del capítulo chileno, a participar en las VI Jornadas Profesionales de Coaching que se celebraron en Barcelona en noviembre del 2009. Y Juan habló por primera vez en público sobre su experiencia de coach en el mundo de la política, un espacio transitado poco por los coaches en ese momento. Y ese fue el comienzo de una relación fructífera que terminó siendo duradera. Juan intervino con la ponencia “Coaching y política: un matrimonio de muchos intereses”. Todo salió bien. Juan recuerda siempre con gratitud esa invitación, porque le obligó a reflexionar y sistematizar su trabajo de varios años.

Después Silvia invitó a Juan a que diese una charla en la Escuela Europea de Coaching (EEC) que ella dirigía y dirige junto a Eva López Acevedo. Ocurrió el 17 de mayo del 2010 y con ello empezó una bella relación que originó al diseño del Programa “Coaching, liderazgo y gestión de organizaciones de naturaleza política” (para los amigos: “Coaching y política”). El programa tuvo varias versiones en los siguientes años en España, México y Argentina. 

Tras eso, han seguido conversando, viéndose, compartiendo ideas. Juan invitó a Silvia y Luis a un diálogo en su programa en el canal TV de Coaching global que crearon los hermanos Saenz Ford. Posteriormente, Silvia invitó a Juan a realizar un diplomado virtual en la EEC en los tiempos de pandemia y a que su libro Articuladores de lo posible (2019) estuviese en la librería virtual de la escuela.

Silvia ha sido también una fecunda escritora. Juan leyó sus libros No es lo mismo (2010) escrito con Miriam Ortiz, Distinciones de coaching (2020) escrito con su equipo de la ECC y Emociones y vínculos (2022), que lleva el interesante subtítulo: “De la ceguera al bienestar emocional”.

Por eso, Juan ha invitado a Silvia a su acostumbrado café virtual para hablar sobre un tema que a ambos les preocupa, los vínculos y las disposiciones que nos llevan a ellos en este momento tan especial del mundo.

Juan, como acostumbra, lanza la primera pregunta.

Juan Vera (J.V.):— Querida Silvia, gracias por aceptar mi invitación. Quiero empezar refiriéndome a que en buena parte de las conversaciones en las que me muevo está instalada la idea de estar empezando una nueva era acelerada por la tecnología y la concurrencia de generaciones que no solamente tienen opiniones distintas, sino también estados de ánimo muy diferentes. Por ello quiero preguntarte como estudiosa del tema, ¿tú crees que debemos estar preparados para gestionar nuevas emociones y estados de ánimo?, ¿cuáles? 

Silvia Guarnieri (S.G.):— La gestión de las emociones es un tema que se confunde muchas veces con el control de las mismas. El control lleva implícito la represión de la emoción. Es un intento de ocultarla. Al igual que cuando intentamos ocultar un estornudo, todos saben que lo hemos disminuido o reprimido. Sin embargo, el hecho está allí. Hemos estornudado. 

También al intentar negar la emoción es como aplastar algo que existe. Corporalmente se nos ve. Incluso en este intento de control de las emociones nos encontramos a nosotros mismos diciendo: “No debería sentir lo que siento”. Esto produce una doble ceguera: sentimos algo y como juzgamos que no está bien, disfrazamos esa emoción y le ponemos otro nombre. Y así actuamos como si esa emoción no existiera. El peligro es que sí existe y determina nuestras acciones, las emociones siempre están detrás de nuestras acciones. Nos predisponen para algunas acciones y no para otras.

Un ejemplo: si lo que estoy sintiendo es envidia porque a alguien le han dado un trabajo que creía que me iba a corresponder a mí y pienso que no soy una persona envidiosa o que esa emoción no es posible para mí, me voy a convencer de que lo que estoy sintiendo es rabia, porque el trabajo habría que hacerlo de una forma u otra y actuaré poniendo trabas al que realiza la tarea. 

Lo cierto es que mi entorno se dará cuenta de la emoción que siento antes que yo misma y, por otro lado, mis acciones desde la rabia tendrán un sentido extraño para los demás y me convertiré en alguien poco confiable con mis acciones cargadas de rabia. Si, en cambio, me reconozco en la envidia, puedo trabajar conmigo misma y obtener lo que quiero la próxima vez. 

La gestión de las emociones lleva como primer paso el reconocimiento de la misma, no mentirnos, ser conscientes de que todas las emociones me son posibles: las culturalmente aceptables y las que no. Yo no elijo mis emociones. En cierta forma soy inocente de lo que siento. Simplemente ocurren. Lo que sí puedo elegir es cómo las gestiono.

Parece que no, pero llego a tu pregunta. ¡Voy!

Las emociones nos atraviesan el cuerpo. Nuestro cuerpo vibra cuando sentimos algo y luego, como seres lingüísticos que somos, le ponemos nombre a eso que sentimos.

Como seres sintientes cada día somos más sensibles a lo que nos pasa y más conscientes de ello. También somos más sensibles a lo que les pasa a los demás. Esa mayor sensibilidad nos da consciencia, pero también nos inhibe o nos traba a la hora de desafiarnos. Sería algo así como: “Si siento esto, entonces mi compromiso cambia”. Esto es muy importante porque una mayor consciencia de lo que siento no debería quebrar mi compromiso. 

Un ejemplo: me doy cuenta de que me dan miedo los exámenes. Entonces evito todo tipo de exámenes y ni siquiera me saco el carnet de conducir. 

La consciencia y la gestión deberían ir de la mano, en el sentido que no deberían nublar o anular el compromiso. 

A tu pregunta, entonces: la mayor consciencia trae mayor sensibilidad y esta no debería volvernos hipersensibles de forma tal que dejamos de vivir, de crear o de tomar riesgo. 

Juan Vera - Artículo articulado - ¿Debemos gestionar nuevas emociones? - Silvia Guarnieri
 
 

¿Y cómo vives tú este tema en los ámbitos en los que te mueves?

J.V.:— Me gusta ese cambio sutil que haces al pasar de las emociones a las sensibilidades. Entre medias permanecen intactos los estados de ánimo. Intactos en su profundidad. 

Lo que yo observo, especialmente en las nuevas generaciones, es una hipersensibilidad a las amenazas de un futuro amenazante, al propio espacio de intimidad y a su derecho a una privacidad que, a la vez, vulneran y vulneramos permanentemente a través del uso y la dependencia (según los casos) del espacio vigilante de la tecnología.

Observo algo así como una hipocondría no solo física, sino de las intenciones del ambiente social. Muchas veces el mundo se nos ha presentado como un escenario difícil. Pienso, por ejemplo, en mis padres, en las generaciones de la guerra civil española o de la Segunda Guerra Mundial, por hablarte de mis orígenes. Escenarios que, sin embargo, convocaron un espíritu de esfuerzo y superación. Hoy lo que veo es que más que dificultades o adversidades se percibe hostilidad. 

Y la hostilidad atribuye intencionalidad al mundo que nos rodea y esa distinción puede ser clave para entender el aumento preocupante de las enfermedades mentales y de esa emoción compleja que es la angustia. Y hablo de complejidad por la dificultad de identificar estímulos amenazantes concretos. Más bien es una sensación general de desagrado ante una atmósfera que ahoga. Son las situaciones mismas y su condición. 

La angustia es una emoción opuesta a la esperanza. Desaparece el sentido del para qué. Si el mundo (y doy a esta palabra el sentido de sociedad) es hostil, lo que quiero es salvarme yo, e incluso aparece la pregunta de para qué vivir. Algo como lo que describe el escritor japonés Osamu Dazai en su famosa novela Indigno de ser humano (1948), un tratado sobre la desvalorización de lo humano. Leí el libro porque mi nieta me pidió que se lo comprara. Antes de entregárselo me metí en sus páginas y tuve la sensación de que era una oda al pesimismo y a la falta de sentido de la vida. Y esa es una literatura que llena hoy los estantes de las librerías y las preferencias de la generación Z.

La angustia se vive en el presente y mira hacia atrás con una melancolía por lo que nunca existió con el riesgo de convertirse en existencial y producir una sensación de parálisis, dado que no hay nada que hacer, porque nada tiene sentido. Por otro lado, veo la ansiedad como otra manera de vivir el presente ante ese temor al futuro, que en un grado manejable puede ser una respuesta adaptativa, pero que también puede convertirse en una reacción enfermiza.

La dificultad para encontrar empleo, la idea de que no podrán vivir igual que sus padres (mejor de ninguna manera) lleva a una posición difícil. 

En el Círculo de Lectura y Pensamiento que dirijo empezaremos a leer reflexivamente La generación ansiosa (2024) de Jonathan Haidt. Tal vez su lectura me aclare cosas, querida Silvia, y te las contaré. Lo que trato es poner énfasis en lo que me preocupa para contártelo hoy.

Y vuelvo a preguntarte: quienes no confundimos control con gestión, ¿podemos hacer algo para disminuir esa brecha que se amplía en la sociedad y que nos lleva a emociones polarizantes?, ¿es ese un camino individual o social? Y aprovecho para agradecerte que me hayas puesto en la pista de la filósofa alemana Svenja Flasspöhler.

S.G.:— Tratando de seguir el hilo de tu respuesta reflexiono. Cuando dices “hipersensibilidad a las amenazas de un futuro amenazante” es interesante ver cómo todo lo que nos pasa hoy día puede convertirse en un trauma. Como tú bien dices de tus padres que vivieron la guerra civil, ellos encontraron desde la fortaleza y la resiliencia un camino para tener una vida bien vivida a pesar de lo que habían pasado.

Cada vez más, un tema nimio puede causarnos un trauma. Desde esa hipersensibilidad ya solo cabe la ansiedad y la angustia. No hablo de las personas que realmente son víctimas (Guerras, despidos, accidentes, etc.), sino de la tendencia a culpar a los demás del dolor que consideramos insoportable y pedimos a la sociedad que nos proteja.

Es un umbral muy bajo de lo que somos capaces de soportar. Generamos entonces sociedades en donde abusamos de la medicación o judicializamos todo y las personas nos volvemos incapaces de hacer frente a nuestros conflictos. 

Es por ello que cuando dices “hablo de la complejidad por la dificultad de identificar estímulos amenazantes concretos” se hace visible que ante la falta de una amenaza real inventamos amenazas ficticias para sentir el dolor que de otra forma no sería posible. No es que seamos adictos al dolor, sino que, cuando en lo social buscamos evitar a toda costa el dolor, la única forma de sentirlo para hacernos fuertes, es buscar un pequeño evento que lo transformamos interiormente en un trauma. Lo hacemos para, en el mejor de los casos, sentir que tenemos recursos para superar el evento. 

¿Qué podríamos hacer diferente para que las próximas generaciones no teman por cada cosa insignificante que les ocurra en la vida y puedan hacer frente a la incertidumbre, ya que, después de todo, no es una excepción sino una constante?

La ansiedad de la que hablas puede estar relacionada con esa hipersensibilidad, ya que por miedo a sentir algo que creo que no podré tolerar, me vuelvo controlador de todo lo posible.

Ese intento de control de todo, como es humanamente imposible, desemboca en ansiedad. Finalmente, es el control el que me controla. Las variables que tengo que controlar aumentan con el tiempo, no disminuyen y es allí donde aparece la angustia y la falta de sentido. 

Pongamos un ejemplo: si me propongo comer sano busco lo mejor que haya en el súper, luego miro por internet o por alguna aplicación y me doy cuenta de que algunos productos son de categoría C o D. Entonces los elimino. Pero cuando traigo a casa los de categoría A hago una búsqueda y resulta que alguno de sus componentes son cancerígenos. Entonces descarto el producto y busco lo ecológico y cuando miro la etiqueta resulta que viene de otro país y temo que en transporte haya habido alguna contaminación indeseada, etc., etc. Busco el control sin parar de lo que como hasta que finalmente me pongo mi propia huerta y aun así sigo desconfiando e intentando controlar lo incontrolable. 

Tomo tu pregunta: ¿podemos hacer algo para disminuir esa brecha que se amplía en la sociedad y que nos lleva a emociones polarizantes?

El control es para mí, lo opuesto al amor y el amor es el amigo íntimo de la confianza. Es por ello que, cuando amamos tenemos la certeza de que existe una red invisible que nos protege y podemos ser nosotros mismos sin máscaras.

Cuando rompemos la confianza social queda un agujero por donde se cuelan las emociones más primitivas y el amor al prójimo desaparece. Por lo que empezamos a controlar a los demás y cuando no podemos, desconfiamos y nos llenamos de rabia y de incapacidad para mirarnos a los ojos. 

Nos volvemos seres que perdemos la consciencia de la globalidad: que todos estamos en el mismo barco, que la Tierra es un lugar en donde estamos de paso, que todos los hombres son mis hermanos y que la naturaleza no es mi enemiga. Y por supuesto, siempre hay quienes se benefician de ello. No seamos inocentes, porque además promueven y provocan esa rivalidad y esa polarización en su beneficio.

Lo que más miedo me da es cuando las personas hablamos de los otros como si no estuviéramos hablando de nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza. 

La naturaleza humana es imperfecta y cualquiera de nosotros puede ser abducido por una ideología radical de derechas o de izquierdas que niega al otro como diferente. 

¿Cómo ves tú la confianza social hoy día?, ¿cómo te llevas con las personas que están seguras de que tienen la razón y se permiten la crueldad como camino?


J.V.:— Entonces, querida Silvia, si te entiendo bien, tu respuesta apunta a que nos enfrentamos a un desafío colectivo. No basta con que individualmente tratemos de mejorar nuestras relaciones, sin perjuicio de que sea una conducta personal encomiable.

Yo tengo una percepción similar y por eso buena parte de lo que hago trata de trascender del acompañamiento individual al acompañamiento colectivo y a crear espacios para que el espíritu social comunitario se desarrolle y se experiencie.

Quiero referirme a algunos datos concretos que hemos analizado en el directorio del movimiento 3xi, al que pertenezco y que sin pretender globalizar hablan de tendencias internacionales. En el 2024, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) volvió a hacer un estudio profundo en Chile sobre variables críticas como la confianza. Por distintas razones no se había hecho ese estudio desde el 2015, cuando Chile figuraba en el nivel más alto de Latinoamérica y el Caribe. 

En el 2015, el 35% de las personas manifestaban sentir confianza interpersonal en sus relaciones, con sus vecinos o con los que se cruzaban por la calle. En el 2024 solo el 15% lo manifiesta. Se ha producido una baja del 20%, situándose en el rango de baja confianza. Solo el 20% manifiesta tener relación con alguna asociación o comunidad de cualquier tipo, deportiva, cultural, religiosa o política, y, por el contrario, cada vez más personas manifiestan no tener redes de apoyo, es decir, se sienten solas más allá de su familia más directa y el trabajo que realizan. Y muchos sin ni siquiera eso.

No es de extrañar que cuando identifican las emociones sociales preponderantes, mientras que la rabia se mantiene, el miedo se convierta en la emoción social preponderante, triplicando su nivel de hace 9 años. Y junto a él, el desencanto y el desamparo.

La caída de la confianza en las instituciones es igualmente un fenómeno mundial y especialmente en los partidos políticos, diputados y senadores. En las iglesias y hasta las asociaciones deportivas. Cuando la ciudadanía deja de creer en sus instituciones, el espacio público queda contaminado por una subjetividad que vive en alarma.

Entonces, solo puedo decirte que veo con alta preocupación la confianza social hoy y sin ella podríamos decir que tenemos menos sociedad en este momento que cuando terminamos el siglo XX con la idea de haber sido capaces de levantar al mundo y acercarnos a un siglo XXI promisorio.

Y me gusta cuando hablas del amor. Me gusta cuando en el mundo intelectual y en la filosofía vuelve a hablarse del amor, superando el temor a ser etiquetados de románticos o cursis. El amor sigue existiendo en la condición humana y es necesario que forme parte de los mensajes que lancemos al mundo, para lograr que lo humano sea más humano, parafraseando a Josep María Esquirol.

En consecuencia, puedo ser muy breve en responder a tu segunda pregunta. ¿Cómo te llevas con las personas que están seguras de que tienen la razón y se permiten la crueldad como camino?

Me duelen, Silvia, me duelen, más que llevarme bien o mal. Esa es la reacción de mi corazón. Cuento hasta 10 (bueno, a veces hasta más) y mi mente me dice que tengo que llevarme bien, que no puedo caer en el error de sacarlos de mi vida, que solo transformamos aquello que aceptamos, aunque nuestra posición sea distinta. Ahí aparecen las conversaciones para posibles conversaciones y mi acercamiento a las teorías de John Paul Lederach sobre el diálogo y la cultura del encuentro.

 
 

Y voy a mi última pregunta de este aromático y amargo café. ¿Qué crees que deberíamos hacer si nos pusiéramos una inyección doble de valentía?

S.G.:— La valentía nos sirve para enfrentarnos a desafíos en donde previamente pensamos que no tendríamos recursos, ¿verdad? La destrucción de la confianza social no es un tema baladí en el que podemos quedar fuera, mirando nada más y, en cierto sentido, siendo cómplices de ello. 

La confianza es lo que nos permite relajarnos y sentirnos seguros de que, pase lo pase, sabremos como salir del atolladero. Cuando confiamos podemos destinar nuestra energía a la creatividad, la innovación o la solidaridad. 

En esa inyección doble de valentía desde mi punto de vista, deberíamos promover los espacios sociales del debate que tú comentas y no dejar que la apatía o el desaliento nos puedan. 

Hace poco me acordaba de cuando era pequeña (9 años aproximadamente) y en Argentina estaba de presidente de facto Onganía y por un tiempo las mujeres no podíamos usar pantalones. Recuerdo la rabia y la desazón, pero sobre todo, las diferentes formas originales de rebeldía posible que las mujeres como mi madre hacían: vestirse de una manera por la calle y otra en la intimidad o ponerse la falda pantalón.

Hoy, como siempre, pero tal vez de forma más descarada y sin vergüenza el poder y el dinero se unen para qué…para ¿tener más dinero?

Las emociones que debemos saber gestionar son sin duda el miedo a no saber cómo vamos a resolver los retos a los que nos enfrentamos y la apatía amiga de la nostalgia que nos deja pensando que todo tiempo pasado fue mejor. 

Es por ello, que esa doble inyección de valentía que propones nos debería llevar a muchas rebeldías posibles y que, todas juntas, nos sirvan de STOP a tanto mundo de acumulación de dinero y poder con pérdida del sentido de lo humano.

Y dado que ya nos estamos despidiendo, me gustaría que le pusieras un toque de humor y optimismo. ¿Puede ser?, ¿tú crees que la edad nos pasa factura en cómo miramos las cosas?

J.V.:— Sí, ya nos toca pedir la cuenta en este café virtual. Si siguiera académico, te diría que claro, que el tiempo, la experiencia y los aprendizajes nos van haciendo observadores diferentes. Eso es inapelable. Los datos nos dicen, por otra parte, que las brechas intergeneracionales son las más grandes de toda la historia de las mediciones. Casi sería una grieta argentina.

Ahora bien, fíjate que si nos centramos en nuestras generaciones, te diría que esa factura no es tan costosa como la de aquellos que han perdido la confianza en que podamos lograr un nivel de conciencia distinto. Volviendo a las mediciones, los silver tenemos una mayor sensación de satisfacción, disfrutamos la vida sin angustia. Tal vez sepamos que nos queda menos y que hay que aprovechar el tiempo saboreándolo sin prisa.

Tú hablaste al inicio de sensibilidad y enseguida nos preocupamos por esa hipersensibilidad que enrojece la piel con cualquier sustancia que la roce o con el mero apretón de una mano, pero la sensibilidad en sí misma nos permite también disfrutar los colores, los sonidos, los sabores, los momentos en que somos capaces de convocar a nuestra plena presencia. Nos permite sentir el valor de nuestra historia.

Desde luego creo que no podemos dejar de pensar qué es lo que aún puede darle nuestra edad al mundo (dejando claro que tú y yo no tenemos la misma, aunque seamos ambos baby-boomers, en tu caso serías late harvest). Y como esta conversación la planteamos alrededor de las emociones y los estados de ánimo, me animaría a considerar que podríamos contribuir a fortalecer aquellos que están en la paleta de los colores cálidos: la serenidad, el cuidado, la curiosidad, la esperanza, el sentido del humor o el hogar comunitario.

El ambiente no lo propicia, pero nos siguen quedando las preguntas y junto a ellas esa circularidad de los ciclos que nos permite pensar que llegarán de nuevo aquellos que vuelvan a pensar que la “¡libertad carajo!”, está bien para los lobos, pero difícilmente estarían de acuerdo las ovejas. Así lo expresó con acierto el filósofo e historiador Isaiah Berlin.

Por último, querida Silvia, quiero decirte que yo soy mucho más tendiente al humor hoy que cuando era joven, de manera que también podríamos escribir una historia con el propósito de divertir a nuestros lectores, siempre que empatizáramos con su sentido del humor.

Muchas gracias por aceptar mi invitación.

***

Silvia y Juan salen sonrientes del café, sabiendo que sólo han quitado la primera capa de una gran cebolla y con la idea de cómo diseñar un programa de coaching para la alegría, o la risa, o inventar la ingeniosa irreverencia.

Vuelven la cabeza para mirar si se acerca Luis Carchak con la intención de dar su opinión. Parece que no. Tal vez sea esa sombra que juega al golf en el horizonte.

 
 

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