Juan Vera

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Conversando con Covid-19 - Sesión 2

Segundo encuentro

“Esta es una conversación que sólo empieza”, terminé diciéndole a otro virus de tu familia hace unos días. Por cierto ¿Sois una familia, una tribu, una manada, un cardumen, una jauría, una colonia transhumante? No quiero desviarme de mi intención, tantas palabras son cortinas que a veces entretienen la atención. Y es que intención y atención pueden confundirse y perderse en sus propósitos ¿Cuál es el mío? Sentarme frente a ti desde el punto de vista desde el que miro al mundo. No podría ser de otra forma, sentarme frente a ti y dejar que mis inquietudes tengan voz.

De vuelta a esa conversación primera me llegaron preguntas que han vuelto a poner sobre la mesa la constatación de que somos, estando en un tiempo y un espacio y en determinadas condiciones de vida. Sin tenerlos en cuenta podemos estar simplificando los problemas. 

Hablando con Covid-19

¿Qué es más importante para ti: la vida o la democracia? Me sugiere este espejo que también me habla. ¿La vida o la economía? Son preguntas que surgen del rebote en el muro de tu silencio, otras en forma de correos y mensajes. Nada hay más importante que la vida, respondo. Y necesito matizar enseguida desde otras preguntas diferentes y previas. ¿Es la vida lo mismo que la supervivencia? ¿La vida es un derecho, una elección, una situación en la que somos? ¿Es la vida la mera respiración de unos pulmones? 

Hablo conmigo porque antes que nada necesito saber desde dónde te observo, Covid, desde qué lugar de mi asombro. Y, desde luego, contesto que tenemos que proteger la vida, pero el confinamiento sin claridad de tiempo, la cuarentena, como la llaman en muchos lugares del planeta, protege fundamentalmente a las clases más acomodadas, que pueden permitirse la espera y que tienen a otros no confinados que resuelven sus necesidades básicas ¿Por qué no quedan en cuarentena los recogedores de las basuras?

La pregunta sobre proteger la vida o la economía es capciosa. No hay economía, ni democracia sin vida, pero aquellos que están más desprotegidos tienen que trabajar cada día. ¿Cuántos estados pueden garantizar el salario de sus ciudadanos más vulnerables? ¿Cuántas empresas pequeñas y medianas? ¿A quiénes protegemos deteniendo al mundo?

En un video que se viralizó, un hombre se dirigía al primer ministro de Italia, Giuseppe Conte: “Señor Conte, mi hija está comiendo un pedazo de pan con Nutella. Si en unos días mi hija no puede comer este pedazo de pan, haremos la revolución. Debe decirnos claramente cuándo llegarán las ayudas y el dinero de los despidos. A esta altura ya ni siquiera me importa si me arrestan. Han pasado 20 días y el dinero se terminó”.

Es cierto que el confinamiento protege del contagio, pero proteger la vida exige mucho más que eso, necesitamos medidas no sólo sanitarias, garantizar la cadena de abastecimientos básicos y estratégicos, la capacidad de que quienes no tienen la posibilidad de comprar el pan de sus hijos sobrevivan, y eso no se resuelve sólo quedándose en casa. Podríamos encontrarnos, al abrirlas, sus cadáveres de muerte por inanición, que desde luego no engrosarían tus estadísticas, Covid.

Las preguntas no son inocentes, las preguntas pueden llevarnos a abrir ventanas o a callejones sin salida ¿En qué otras preguntas vas a hacernos habitar, Covid-19? ¿Dejarás que el miedo nos impida pensar en otra cosa que no sea protegernos del contagio? ¿Vas a darles la razón a quienes opten por el control de movimientos como ya ha hecho el gobierno al que voté en mi propio país?

La vida es más importante que la democracia, pero la democracia es el mejor gobierno que hemos conocido y en el que, reinventada, muchos quisiéramos vivir después de la pandemia. Cuidar que no se contagie de prácticas que vulneran sus principios es también una parte de la ecuación. Ya lo sé, Covid, son muchos ángulos, pero tenemos que ver la situación con todos sus matices. Es fácil hacer preguntas simples, reducir las decisiones a una dicotomía.

Hemos estado de acuerdo en que has creado un problema planetario, que has demostrado que en la modernidad tecnologizada no tienes que invadirnos al trote de un caballo, aunque fuese alazán. Viajas en jets. Has demostrado que en días puedes crear una crisis mundial que podría llevarnos a buscar respuestas planetarias, pero ni aún así hemos iniciado esas conversaciones mundiales que nos podrían haber llevado a soluciones basadas en la colaboración y en el compartir solidario. Estamos llenos de conductas individuales generosas, mezcladas con las de individuos egoístas que no se hacen cargo de que pueden ser tus vehículos para la destrucción y la muerte.

Presenciamos cómo las naciones cierran sus fronteras y esperamos una vacuna que debería ser un bien público, pero que sin haber articulado los acuerdos necesarios puede convertirse en el gran negocio de las primeras décadas del siglo.

Al menos nos has traído un dilema que habla a gritos: ¿Solidaridad o la incierta esperanza de ser supervivientes de una concepción del mundo que ha mostrado su obsolescencia? ¿Seguiremos jugando a sacar partido de nuestras ventajas o apostaremos por convivir? 

Hablo conmigo y cada mañana vuelvo a escribir a quienes creen que somos parte de la solución para que pongan sobre sus mesas los jazmines que queden de la noche y desde su aroma inviten a articular una conversación que no tenga miedo a todas las preguntas, que no te tema, que no te sacralice, que sólo tome el desafío de producir un gran encuentro.