Coaching: es fácil confundir la paja con el heno

Juan Vera - Artículo - Coaching: es fácil confundir la paja con el heno

En la España en la que nací era un dicho popular decir: “No hay que confundir la paja con el heno”. Los campesinos lo sabían bien. El heno es nutritivo y desarrolla adecuadamente a los herbívoros que se alimentan de él. La paja no. 

Con mucha frecuencia, cuando no se conocen con profundidad las cosas y los conceptos, podemos confundir lo sutil con lo impreciso, lo sutil con algo que no es sólido, con humo. Podemos llamar “vendedores de humo” a aquellas personas que precisamente actúan sobre aspectos sutiles que son esenciales para que haya resultados reales y tangibles

Porque lo intangible es un elemento necesario para lo tangible, como el espíritu lo es para el ser humano, más allá de la biología de su cuerpo. 

Y, sin embargo, ¿qué es el espíritu?, ¿cuáles son sus medidas?

Cito muchas veces al filósofo especializado en administración, Peter Drucker y su gloriosa frase: “La cultura se come a la estrategia en el desayuno”. Muchos directivos, y parece ser que muchos periodistas, consideran que gestionar es desarrollar estrategias y procesos y que la cultura es eso vago e impreciso. Creencias intangibles, narrativas que no se pueden medir, por lo tanto, no son nada. Drucker, el principal referente del management del siglo XX y comienzos del XXI —porque falleció en 2005— no pensaba lo mismo. 

En este momento del mundo lo que parece que no estamos dispuestos es a no opinar, aunque se trate de ámbitos que desconocemos. Lo importante es el rating y el espectáculo. El ejemplo de Donald Trump arrasa por su eficacia para confundir. Y así parece que muchos, aunque le ataquen, también lo imitan.

Recuerdo que un profesor de periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, allá por los años 70, citaba al empezar su asignatura la frase: “No dejes que la verdad te arruine una buena noticia”. Esta cita había sido recogida de la película La pícara soltera (1964) del director Richard Quine, que contaba con un reparto excepcional de esa época. Por cierto, el profesor citaba la frase con la intención de que sus alumnos no siguieran esa consigna.

Así se está hablando hoy del coaching: sin saber a qué se refiere. 

Reconozco que la palabra “coaching” nunca me ha gustado porque lleva a pensar en un entrenador, en alguien que se sitúa en un eje vertical de conocimiento. Los coaches acompañamos desde la horizontalidad, dejando que los asesores establezcan sus recomendaciones. Esto es algo que en Chile deberían saber, porque no en vano ha sido en este país, en el que vivo desde hace 30 años, en el que se creó la escuela ontológica de coaching.

Bastaría que se metieran en el ChatGPT para entender las diferencias.

Tabla de Roles
ROL ENTREGA SOLUCIONES FACILITA REFLEXIÓN COMPARTE EXPERIENCIA RELACIÓN
Coach Ontológico Horizontal
Asesor Vertical
Mentor ✅ (indirectamente) Cercana
 

Lo que permite el coaching

Para saber que es el coaching ontológico sin improvisar regreso a mi libro Articuladores de lo posible. El arte del coaching en el Poder y la política (2019) en el que escribí:

“La propuesta ontológica establece que los seres humanos siempre estamos cambiando, pero ese cambio, frecuentemente no intencionado, se produce dentro del mundo de posibilidades que somos capaces de ver siendo quienes estamos siendo. ¿Son esas todas las posibilidades existentes? 

Es en la apertura a esa pregunta en la que puede aparecer un acompañamiento externo, siempre que estemos abiertos a un cambio que va más allá del hacer y que involucra a nuestro ser. De ahí el apellido «ontológico», por el ontos en griego, que significa: el ser. El desafío en aceptar un proceso de aprendizaje que permita cuestionar no sólo las acciones, sino los paradigmas desde los que actuamos. Y ese desafío fue el que me interpeló.

El coaching ontológico, en consecuencia, implica un proceso de transformación por el que optamos y en el cual aceptamos observar, cuestionar y cambiar el o los principios de coherencia que constituye nuestra persona. Es en este sentido que dijimos inicialmente que el coaching ontológico deriva de las limitaciones de la persona en cuanto tal.” 

Muchos años más tarde, en una conversación con Julio Olalla, estábamos de acuerdo en que fundamentalmente el coaching no es el resultado de un conjunto de técnicas o metodologías aunque las haya, sino de la creación de un espacio en el que el coachee encuentre el vínculo que le permita abrirse a lo desconocido. Ahora mismo, al escribir esta frase, me imagino una red imaginaria, que el trapecista intuye debajo de su salto. Y para que eso ocurra lo central es desde donde actúa el coach. Un concepto sutil que seguiremos amasando en este y los siguientes capítulos.

Por todo ello para mí el coaching tiene que ver con las preguntas realizadas en un tono de voz determinado, con los espejos, con los reflejos, con el diseño de los espacios para una con-versación, con los silencios, la serenidad, la legitimación de la inquietud, la posibilidad de ser claros y oscuros, de escucharnos ante quien no nos juzga.

El coaching tiene que ver con la presencia. La presencia que no se refiere a la idea generalizada del liderazgo del que hemos hablado en el capítulo del poder. La presencia tiene que ver más con una conexión plena que permite traer a los ausentes que traemos (o llegan) a nuestro presente. Desde este punto de vista, la presencia es algo más que el presente, aunque se manifieste en él. La presencia del coach y del coachee.

«¿Qué es el coaching entonces?», me repito. El coaching es fundamentalmente un proceso de acompañamiento de un otro u otros. ¿Un acompañamiento por qué y para qué? Un acompañamiento porque ese otro se enfrenta a situaciones en los que siente que necesita nuevos aprendizajes, porque su responsabilidad requiere de un cuidado especial, por los estándares relacionales que requiere, la complejidad del entorno, las dimensiones de su desempeño, el ciclo de vida en que se encuentra, la identidad pública que requiere, porque aparece lo que en el coaching ontológico llaman un quiebre, una ruptura en el automatismo del vivir. Y todo ello pone a la persona ante el juicio humilde de su vulnerabilidad, de que debe ampliar su mirada, sus análisis, su propia integración y desarrollar la emocionalidad que lo permita. (…)

Juan Vera - Artículo - Coaching: es fácil confundir la paja con el heno

El coaching recoge la máxima de Ortega y Gasset: «Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo». Y esto hace alusión a esa forma de presencia en el que el acompañado toma conciencia de su intención, de su rol, de su capacidad de generar realidades, de las emociones que le impulsen y, como plantea Otto Scharmer, de aquello que la vida le está pidiendo que haga. Sin duda esta petición, en forma de pregunta, será un lugar al que tendremos que regresar en estas páginas.

Antes de proseguir aportando algunas otras de las definiciones que responden a distintas escuelas de coaching, debo decir que aunque aparezca el nombre de coaching para referirse al proceso de coach para quien se convierte en el acompañador y de coachee para quien es acompañado. El término me parece desafortunado y en su uso sirve para contener actividades muy diversas, porque entrenamientos se pueden hacer hasta de elefantes para dar masajes. Corre un vídeo por las redes sociales que lo demuestra. No nos dirigimos a los entrenadores de elefantes, pero usaremos este nombre todavía para conectar con la terminología usual y no abrir una puerta ahora innecesaria.

En algunas de las notas que he ido escribiendo en la preparación de este libro me he referido a «acompañamiento sentido», jugando con la idea de que debe proveer de ese sentido y que para que aporte su mayor valor debe lograr que el acompañado se sienta viviendo intensamente, que por encima del quiebre, problema o inquietud que haya puesto sobre la mesa del acompañamiento, es necesario que logre la confianza y la conexión con su propósito que emerge del propio vivir. Para ello, el acompañamiento debe lograr que el acompañado que llega a él con una búsqueda, se encuentre fundamentalmente a sí mismo en su intención. Hay así una dimensión de encuentro con el encuentro que confiere al coaching una dimensión virtuosa.

Josep María Esquirol dice en su libro La penúltima bondad: Ensayo sobre la vida humana (2018): «Es incuestionable que toda teoría emerge del seno de la vida; es porque me siento vivo que puedo cursar estudios de biología o de matemáticas. Veremos cómo, en el mejor de los casos, el sí mismo que se siente vivir no se explica, sino que se acompaña y se cultiva”. En ese cultivo del sí mismo en esta era de lo emergente, uno de sus principales dilemas es que muchas de las respuestas y de los grandes logros de la vida humana, se han quedado caducos y los acuerdos que los sustituyan, las nuevas ficciones, que diría Yuval Noah Harari, aún no llegan o sólo asoman una aureola de posibilidades inconcretas. Requerimos ser acompañados en una espera que no puede llevarnos a la desesperanza, sino al ajuste de nuestras expectativas”.

Recogidos estos conceptos de las páginas que un día escribí, me queda el gozo del verbo “acompañar”, que implica estar al lado de otro sin sustituirle, sin decirle lo que tiene que hacer, sin tomar otras decisiones que no sean las del cuidado, las de conseguir que se haga todas las preguntas posibles, sin hacerse esclavo de ninguna respuesta

“Acompañar” es un verbo amoroso. “Asesorar” supone tener sólidos fundamentos y actuar desde una verticalidad conceptual sobre un tema. En este momento de mi vida no tengo duda de que el mejor acompañamiento es el que está movido por el amor.


 
 

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