100 duros golpes a la libertad

Juan Vera - Artículo - 100 duros golpes a la libertad

Se han cumplido 100 días de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. No puedo escribir “se celebran”, porque celebrar según la Real Academia de la Lengua Española (RAE) significa: “Ensalzar públicamente a un ser sagrado o un hecho solemne, religioso o profano, dedicando uno o más días a su recuerdo”. 

No puedo escribirlo porque en el lenguaje coloquial “celebrar” es sinónimo de “festejar”. Y si algo quisiera es que el tiempo retrocediera para que el pueblo norteamericano, que se consideró símbolo de la libertad, reconsiderara su decisión, advirtiendo que podrían estar a punto de perderla y con ella su reputación mundial.

Se han cumplido 100 días desde que Donald Trump llegó al poder para ejercerlo de una forma absolutista, sin dudar en romper alianzas, compromisos y, mucho más allá, las reglas básicas de la democracia, como son la independencia de poderes y la libertad de expresión.

Puedo reconocerme un sesgo antitrumpista desde la primera vez que escuché hace años al por entonces candidato para su primera presidencia, tanto por el fondo de sus mensajes, como por la forma. Por eso, acudiré a otras fuentes para fundamentar mi opinión.

Juan Vera - Artículo - 100 duros golpes a la libertad

Tres principios políticos que tensionan la nueva era Trump

La primera es que la libertad interior e individual, a la que todo ser humano tiene derecho, desde el momento en que vivimos en sociedad, tiene el límite de no sobrepasar el derecho a la libertad de los otros. En consecuencia, no basta con analizar los términos y variables de nuestra elección desde el propio punto de vista. Debemos tener en cuenta el impacto en esas otras circunstancias y derechos que determinan lo que podemos llamar las condiciones sociales e históricas, cuando hablamos de política.

El eslogan “Make America Great Again”, bajo la promesa de progreso, invoca a un nuevo orden que subordina a quienes no participen de ese mensaje o directamente sean ciudadanos de otro país. Invoca al repudio, al cambio social, al multiculturalismo, a la igualdad de género, a la diversidad en suma, que es lo mismo que decir al avance de los derechos. 

Se trata, entonces, de una libertad selectiva, para aquellos que piensen lo que el autócrata absolutista piensa o incluso puede pretender y lograr la renuncia a la libertad por parte de sus seguidores a cambio de recuperar un control ante los imaginarios enemigos, sean estos inmigrantes latinoamericanos, musulmanes o de cualquier país al que se etiquete como hostil o bien sean adversarios ideológicos, liberales, feministas, activistas climáticos, académicos con pensamiento propio, periodistas críticos o científicos que estén dispuestos a transparentar aspectos que contradicen las supuestas verdades del poderoso.

La segunda fuente, entrando en la filosofía política, ha sido expuesta por muchos filósofos, especialmente en la tradición liberal, como John Stuart Mill o el propio Rousseau, y es que el miedo es el principal obstáculo para la libertad. Miedo al castigo, al rechazo, a la exclusión, a la violencia. Por eso, en la psicología política se reconoce al miedo como un instrumento de dominación. Se trata de inhibir la libertad por diseño, como una tecnología del poder. 

En esta línea se han manifestado Michel Foucault y más recientemente Byung-Chul Han. Se destruye la libertad porque se destruye el espacio público para centrarse en un solo discurso que se apropia de la verdad. Una verdad, por cierto, que puede ser mentira, erosionando así el concepto de verdad en la sociedad. Cuando esto ocurre, sumado al quiebre del sentido comunitario, se pierden las bases de la libre deliberación.

El miedo afecta a la convivencia feliz y a la paz, entendiendo que la paz no es solo la ausencia de guerra. Walter Benjamín escribió que la felicidad solo es posible en el vivir sin miedo, sin temor. Podemos incluso ser felices en la incerteza porque no nos impide mantener la esperanza, al revés puede ser un desafío siempre que podamos actuar en el mundo, pero el miedo paraliza ese actuar.

La tercera fuente en la que quiero basarme es precisamente la de la posibilidad de actuar en el mundo, es decir, lo que la filósofa Hannah Arendt llamó libertad política

Cuando Arendt habla de actuar se refiere a actuar con otros y entre otros, en el espacio público y en la pluralidad. Es una libertad relacional y emergente que surge cuando los seres humanos se reúnen y se comprometen en discursos y acciones comunes. Los totalitarismos de cualquier signo impiden a toda costa que esa libertad política se manifieste en sus “imperios”. Para ello, el miedo sigue siendo la principal herramienta porque produce disgregación de las comunidades, aislamiento y desarraigo. 

En la teoría de Hannah Arendt el miedo en su forma más corrosiva destruye todas las condiciones que permiten la libertad, es decir, la manifestación pública, la presencia de lo diverso, la existencia de instituciones independientes y confiables que sirvan de contrapeso y la capacidad creativa para abrirse a lo nuevo.

Detrás de la performance, los sentidos perdidos

En estos cien días, Donald Trump ha logrado atemorizar a buena parte del mundo, dentro y fuera de los Estados Unidos. Ha usado además, como le gusta, las redes sociales, que en realidad no son sustitutas del ágora pública porque no hay diálogo real, sino reacciones y, en este caso, un espacio para la gran característica de Trump, que es la escenificación de espectáculos en los que la deliberación no tiene cabida. Son decretos firmados venalmente.

El disenso razonado, que es el alma de la política para Arendt, está siendo sustituido por la performance identitaria y el odio viralizado. Sin duda, la democracia está en peligro en el mundo. No solamente en los Estados Unidos, porque las nuevas generaciones están siendo espectadoras de una versión corrupta de lo que las anteriores consideramos la mejor forma de gobierno. En este caso, el silencio es un peligroso aliado de las autocracias.

 
 

Hacia la creación de una ciudadanía consciente.

 
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De la innovación a la originalidad