Sobre «Ruptura: la crisis de la democracia liberal»

Hoy el valor de la acción política y la creencia de que es posible construir nuestro futuro parecen ajenos a gran parte de la ciudadanía. Ambos aspectos son la consecuencia de la crisis que vive la sociedad de la democracia liberal descrita por el sociólogo Manuel Castells. El cambio en el concepto de representación basado en el mero acto de votar, el incumplimiento de los planes de gobierno, y los juicios asumidos como verdades son algunas de las causas más destacadas del fenómeno al que me abocaré en este artículo.

Sigo escribiendo de libros porque próximamente en uno de los círculos de lectura que facilito leeremos el libro de Manuel Castells “Ruptura” que lleva como subtítulo: “La crisis de la democracia liberal”. Se trata de la tercera edición que incorpora un epílogo donde se actualiza el mundo descrito en 2017 con el impacto producido con la pandemia.

Leer a Castells supone aproximarse a la mirada del más importante de los sociólogos españoles, el sexto académico del ámbito de las ciencias sociales más citado del mundo y el erudito en comunicación más citado según el Social Sciences Citation Index 2000-2017.

Su principal trabajo académico y como investigador se ha centrado en la relación de la información y el poder, y la comunicación y la tecnología, llegando a la conclusión de que precisamente el poder de la tecnología abre una nueva era de la humanidad en la que somos en cuanto formamos parte de una red y, a su vez, la realidad se produce en redes. Hoy, por ejemplo, los mercados financieros se materializan en redes electrónicas. Con humor podríamos decir que estamos enredados.

La investigación que realizó con el nombre de “Proyecto internet Catalunya” establece que hoy quienes tienen el control de la información detentan más poder que el que tienen los Estados y los medios de comunicación.

Una reflexión, un llamado a la acción

«Ruptura: la crisis de la democracia liberal» aborda la crisis de legitimidad de los sistemas políticos en el mundo y cómo esa deslegitimación abre posibilidades para nuevas opciones de gobernanza que hasta el momento no imaginábamos o tal vez nos resistíamos a imaginar.

El epílogo escrito en pandemia supone un llamado a la acción para evitar que sigamos refugiándonos en modelos que no han sido capaces de dar respuesta a los problemas que ellos mismos han creado. Con base en esto, el razonamiento de Castells es que no podemos hablar de “reconstrucción” cuando tenemos evidencias de la disfuncionalidad de la sociedad que esos modelos han creado. Nos enfrentamos, por tanto, al dilema entre “reestructuración” o “transformación”.

En estas líneas quiero abogar por la transformación, que es como decir que abogaré por la grandeza. Y partiré por reconocer que nos enfrentamos ciertamente a una crisis de la democracia liberal por muchas razones. Entre otras tantas:

  • La lejanía

  • La incapacidad de cumplir los programas de gobierno

  • Los juicios como verdades.

 
 

Lejanía

Una de las causas de la crisis de la democracia liberal es la lejanía, el error de considerar que “representar” es un título que se valida por el mero hecho de ganar una votación, por obtener los votos de un número de mujeres y hombres que la mayoría de las veces ni siquiera leyeron o conocieron el programa del votado y/o se guiaron por una promesa imprecisa. O que la representación se constituye y puede mantenerse sin necesidad de una escucha profunda y cercana de las realidades de los votantes.

¿Podemos seguir pensando en la democracia indirecta, cuando todo es directo, personalizado, perfilado en ese otro universo que la tecnología ha creado por muy artificial que pueda ser esa creación? ¿Cuánto dura la representación en el mundo de la inmediatez y de lo efímero?

Incapacidad de cumplir con los programas de gobierno

Otra razón de la crisis de la democracia liberal es la incapacidad de cumplir los programas de gobierno, teniendo en cuenta que cumplirlos no sólo no asegura la reelección, sino que no significa satisfacción del ciudadano, porque todo cumplimiento se refiere a una promesa del pasado. Cumplimos con lo que prometimos ayer en un hoy que se ha reconfigurado y en algunos casos de una forma drástica. O dicho de otra forma, el ciudadano es un ente que se encuentra en transformación continua porque vive en un espacio que también lo está.

¿Qué nos sucede al mantener la idea de que el poder confiere saber y no al revés? Eso lleva a considerar que el mero hecho de llegar a ese poder confiere la capacidad de entender lo que no nos hemos dado tiempo de escuchar o tiempo para reflexionar sobre lo escuchado.

Juicios como verdades

Una tercera razón es la que produce la vivencia de los juicios como verdades que describen el mundo ex-ante de vivirlo. Ello produce una asignación automática de atributos que hoy también son leyenda. Ni la derecha es la depositaria de la pragmática, ni la izquierda lo es de la poética. Ni la derecha es la depositaria del desarrollo económico, ni la izquierda el bastión de la moral. Las viejas etiquetas están descodificadas. Requerimos una nueva gestión de la realidad.

Todo ello implica que la cantidad de promesas nos puede llevar a despertar una expectativa, pero que para desarrollarlas, implementarlas, cumplirlas, hace falta un tiempo que no tenemos, unos recursos que no tenemos, unas capacidades que tardaremos en tener si es que no estamos dispuestos a gestionar alianzas en un proyecto que incluya las distintas miradas.

Política, gestión y poética

Frente a las cuentas optimistas de los globalizadores, Castells plantea que el principal problema “no es la rebelión directa, sino la salida del sistema”, el grito de las nuevas generaciones que consideran que el sistema político no las representa y que mantenerlo es destruir la posibilidad de un futuro que les permita encontrar sentido.

Sin ese sentido, mantenerse al margen es una actitud comprensible a pesar de lo que pueda dolernos a quienes tuvimos una idea diferente de la acción política. No podemos ignorar que esa acción política venía emparejada con una sensación de que era posible diseñar nuestro futuro, sensación que hoy parece lejana para una inmensa mayoría de los ciudadanos. 

En estas circunstancias la capacidad transformadora de la política se pierde y con ella la vía de la reestructuración y su deriva populista y autoritaria crece, plantea Castells, quien afortunadamente en un llamado a la esperanza y al protagonismo humano termina su epílogo diciendo:

“Y es que, a corto plazo, tal y como concluye este libro, lo que se vislumbra, a raíz de la crisis de la democracia liberal acentuada por la pandemia, es un mundo en el claroscuro de un caos. Y somos nosotros y nosotras los únicos que podemos decidir si vivir en la luz o en la penumbra”.

Podemos preguntarnos entonces: ¿Podrá ser el caos un lugar en el que fluir con humanidad? Detrás de nosotros tenemos una historia de racionalismo y de ingeniería de caminos. Lo que puede faltar es la poética para emprender juntos el viaje. 

Hemos comprobado que una política sin poética nos lleva a una sociedad individualista y sin sentido. Una poética sin gestión política nos deja en un sueño sin base que puede convertirse en una pesadilla.

 

Formando el pensamiento emergente

Juan VeraComentario