Artículos Articulados
Las fronteras del coaching
Ángel y Juan son españoles y coaches, aunque de diferentes generaciones, lo cual puede ser un interesante punto de partida. Ambos han incursionado en el mundo de la programación neurolingüística y comparten el interés por lo que podrían llamar un crecimiento significativo en las vidas y en las sociedades.
Coincidieron hace unos años en los Desafíos Coaching 30 días y sabían de la existencia del otro como suele ocurrir en nichos profesionales relativamente pequeños.
En octubre del 2020, Ángel se dirigió a Juan para invitarle al congreso internacional de la Global Coaching Federation (GCF), de la que Ángel es presidente y efectivamente llegaron a un acuerdo para una experiencia que fue muy satisfactoria.
Este año, Ángel, tras otro congreso de la GCF, invitó nuevamente a Juan para hacerle una entrevista en vivo en su programa en Instagram llamado “Liderando en valores”. Fue un diálogo grato que los dejó conectados y ahora Juan ha invitado a Ángel a escribir un Artículo articulado para pensar juntos sobre una temática recurrente en el ámbito profesional que ambos comparten.
Como es su costumbre, Juan lanza la primera pregunta.
Juan Vera (J.V.):— Gracias, Ángel, por aceptar mi invitación. Quiero referirme a un tema que siempre ronda a nuestra profesión, ¿cuáles consideras que son los límites de nuestro acompañamiento?, ¿en qué momento deja de ser coaching y debería ser terapia?
Ángel López (A.L.):— Estimado Juan, hoy no es diferente a los demás encuentros que he tenido el gusto de compartir contigo. Agradecido me siento de tener esta conversación. Seguro que nos va a ayudar a profundizar sobre un tema tan recurrente en nuestra profesión. Pues, como ya conoces mi estilo, iré directo al grano con tus preguntas.
Partamos del hecho de que la frontera entre el coaching y las terapias puede ser sutil, pero se fundamenta en sus objetivos y enfoques. Mientras que el coaching se centra en el desarrollo personal y profesional, ayudando a las personas a alcanzar metas específicas y maximizar su potencial, las terapias están diseñadas para abordar aspectos más profundos y resolver problemas psicológicos, emocionales o traumas.
En la práctica, el coaching tiende a ser orientado al presente y futuro, empleando estrategias y acciones concretas para impulsar el cambio. Las terapias, por otro lado, a menudo exploran el pasado para entender patrones de comportamiento y trabajar en la sanación emocional.
Ambos comparten habilidades de escucha activa y empatía, pero el coaching busca potenciar fortalezas, mientras que las terapias se enfocan en superar obstáculos emocionales. Es esencial reconocer que, aunque las líneas pueden difuminarse, cada disciplina tiene su propósito único en el apoyo a individuos en su crecimiento y bienestar.
Para responderte a tu pregunta de forma menos practica, te diría que si bien el coaching no es una terapia en sí misma, es cierto que tiene unos “efectos secundarios terapéuticos”. Sobre todo, cuando es enfocado en que el cliente alcance metas que estén alineadas con su propósito de vida.
Esto es debido a que la coherencia que emerge de hacer lo que uno es y está diseñado para hacer disuelve cualquier tipo de contradicción interna, que a mi entender es origen de nuestras patologías. Entendiendo estas como la pérdida del equilibrio dinámico en que como seres humanos nos movemos, o lo que se conoce como “homeostasis” en medicina.
Por lo tanto, ¿podríamos decir que el coaching y la terapia son conjuntos disjuntos o que uno engloba al otro?, ¿qué opinas, querido Juan? Me encantará leer tus siempre lúcidas reflexiones que tanto pensar me ofrecen.
J.V.:— Estoy de acuerdo contigo, Ángel. Esa división entre la mirada al pasado o al futuro es central. Es cierto que en ambos casos estamos hablando de una actividad basada en el acompañamiento de otros, pero la línea divisoria de la orientación a un tiempo u otro cambia el propósito. El coaching no tiene el propósito de sanar, aunque en ocasiones resulte sanador, sino la de ampliar las miradas del coachee, algo que ocurre cuando toma conciencia de la observación que tiene de la realidad como una diferenciación de la realidad misma.
La orientación al diseño del futuro a partir de una reinterpretación del presente y de la maximización de las potencialidades del coachee es el principal objetivo. Eso no impide que en determinados momentos no sea preciso volver la cabeza al pasado en función de aportar a una propuesta de ese diseño.
A partir de este punto de acuerdo, creo también que en el momento actual el coaching tiene más oportunidades y, a la vez, más riesgos que nunca. Es cierto que el escenario actual del mundo, la complejidad creciente y la velocidad de los cambios abre muchos espacios de necesidad de acompañamiento, pero también junto a ello nuestra reputación está siendo cuestionada al ser una actividad poco regulada. Luces y sombras que suelen estar profundamente unidas.
De hecho, el propio nombre de coaching, a mi juicio, es un posible riesgo. ¿Somos acaso entrenadores?, ¿para qué entrenamos? El entrenador adiestra a otros y eso nos lleva a pensar que quien entrena tiene esa destreza y la transfiere al entrenado. El coaching, sin embargo, no pretende dirigir al otro en un sentido determinado, sino desafiar sus interpretaciones sin dar por sentado qué es lo correcto o lo incorrecto.
Seguramente si estuviésemos en una reunión de colegas ya ante este planteamiento tendríamos diferencias y eso nos debería conducir a una definición más precisa de en qué consiste la actividad/ profesión de coaching. Desde esta creencia, empiezo a abrir la siguiente pregunta, sabiendo que como presidente de la Global Coaching Federation (GCF) puedes tener opinión. ¿Hasta qué punto consideras que es urgente una mayor regulación del coaching como profesión?, ¿qué riesgos ves en estos momentos?, ¿cómo podemos asegurar la buena reputación profesional del coaching?
A.L.:— Coincido contigo, Juan, en que ya la traducción de “coach” al castellano suscita controversia y da para dedicarle unos buenos párrafos, pero para ser breve, te diré que prefiero irnos etimológicamente al inicio de la palabra coach, que allá por el 1500 los ingleses tomaron de los franceses. Estos la tomaron de la palabra húngara “Kocsi” y que venía a significar “carruaje” por ser fabricados en una pequeña localidad junto al Danubio llamada Kocs. Esos vehículos eran jalados por tres caballos. Y me gusta este significado por ser un vehículo que te llevaba más rápido a tu destino y de forma más eficiente que yendo a pie. Para mí, eso sigue siendo el coaching, pues no es un el guía o entrenador que te dice dónde ir, sino el vehículo que te acompaña allá donde el coachee decide ir.
En cuanto a tus preguntas y representando una federación internacional de coaching, considero urgente una mayor regulación del coaching como profesión. La falta de regulación presenta riesgos, ya que la ausencia de estándares claros deja la puerta abierta a prácticas inconsistentes, creando un terreno donde la ética y la calidad del coaching fluctúan. Estos vaivenes pueden desencadenar prácticas inadecuadas y, en casos extremos, causar daño a aquellos que buscan en el coaching sus respuestas.
Para asegurar la buena reputación profesional del coaching, desde la Global Coaching Federation (GCF) proponemos:
Desarrollar y promover normas éticas y de práctica sólidas y robustas que guíen a los coaches en su trabajo, fomentando la integridad y la responsabilidad.
Impulsar programas de certificación rigurosos que evalúen las habilidades y competencias de los coaches, proporcionando una indicación clara de la calidad y la formación del profesional. Un sello de calidad debería ser el faro que guía a los profesionales y asegura a los clientes un acompañamiento confiable
Establecer requisitos para la supervisión continua y el desarrollo profesional para garantizar que los coaches mantengan altos estándares a lo largo de sus carreras. Digamos que supervisión continua y desarrollo profesional se convierten en hilos invisibles que fortalecen el tejido de nuestra práctica a lo largo del tiempo.
Fomentar la transparencia en las prácticas y la responsabilidad en casos de conducta inapropiada, garantizando la confianza tanto de los clientes como del público en general. Estas debieran ser las dos joyas que adornan nuestro compromiso con la integridad.
Trabajar en estrecha colaboración con organismos reguladores y organizaciones relevantes para desarrollar estándares reconocidos a nivel internacional. Este ha de ser es el eco de nuestra determinación.
En esta danza, entre las oportunidades y riesgos, la regulación se presenta como un paso esencial para elevar al coaching a nuevas alturas, donde la confianza del cliente y el respeto del público se entrelazan con la ética y la maestría de quienes asumen el noble papel de acompañar a otros en su viaje hacia el desarrollo y el descubrimiento personal.
En un ejercicio de repaso de estas décadas dedicadas al coaching me doy cuenta de que en mis comienzos al hablar de coaching había que explicar qué era. En estos tiempos requerimos de explicar qué no es coaching, aunque así se le nombre. De igual modo, considero que lo que fue una moda pasajera en la que muchas profesiones se subieron al “carruaje” del coaching para cambiar su nombre, pero no su praxis, esta misma moda está haciendo que estos mismos profesionales bajen en las próximas estaciones para continuar con sus antiguos vehículos, o quizá, nuevos que están en boga. El coaching continúa su travesía más afianzado, más maduro, habiendo pasado su niñez, en la que como disciplina decía sí a todo y que le dotó de flexibilidad y enriquecimiento y habiendo pasado su adolescencia también en la que necesitó decir “no” a lo que aceptó sin cuestionar en su niñez para abrirse a esta madurez donde los que seguimos subidos en este honorable carruaje disfrutamos de estar y sin menospreciar ninguna otra, en la profesión con mayor salario espiritual, que no es otro más que crecer y ser testigo del crecimiento de tus semejantes en esta travesía llamada vida.
Desde aquí, estimado Juan, me nace preguntarte, partiendo de que lo único que sabemos del futuro es que es incierto, ¿cómo aventuras el futuro del coaching, ahora que la Inteligencia Artificial está reemplazando la parte más técnica de los oficios e incluso artes?, ¿cómo afectará esto a esta noble profesión?, ¿hacia dónde evolucionará el protagonista de esta historia?
J.V.:— Difícil pregunta, querido Ángel, cuando los avances de la tecnología nos sorprenden diariamente con opciones que superan muchas de nuestras expectativas. Ahora bien, parto de una creencia: cada uno de los avances que la tecnología ha producido en nuestra forma de vivir a lo largo de la historia, ha producido también sustituciones en las formas de trabajo y han dejado de ser relevantes ciertas prácticas de las personas, pero, a la vez, han aparecido nuevos espacios de agregación de valor. Ese debiera ser el centro de nuestra atención como profesionales.
Es cierto que el principal problema no son los cambios, sino la velocidad con la que se producen, porque eso genera una dificultad añadida de reacción y, además, hace que las regulaciones lleguen con mucho retraso. Otra segunda consideración es que hasta ahora los avances implicaban sustitución de las tareas o de las formas de hacer. Esta vez hay una amenaza a nuestra forma de pensar. Hablamos, por eso, de otra inteligencia que competirá con la nuestra. Por eso, la pregunta es muy procedente, incluso diría que urgente.
No estoy entre quienes dentro de nuestra profesión ven la llegada de la IA como una bendición para llevarnos a la adopción de todas sus capacidades y hacernos cybercoaches. No lo estoy, aun apreciando sus aportes, porque la principal amenaza está en el hackeo que puede producirse a nuestro pensamiento. Es decir, la forma en que podemos ser convertidos en observadores redirigidos a la confirmación de las creencias de nuestra burbuja, no como coaches, sino como observadores de una realidad compleja. Creo que el desarrollo de la IA sin regulaciones éticas es una amenaza para la democracia y para la libertad de pensamiento.
Y, al mismo tiempo, tampoco estoy entre quienes quieren dar la espalda a esas nuevas tecnologías, porque pienso que son imparables y que eso nos obliga a vislumbrar aquellos espacios del acompañamiento que no son los de la aplicación de una lógica lingüística. No son los que pasan por la capacidad de preguntas certeras. Todo eso podrá hacerse con el apoyo de información seleccionada por la IA o por los propios chats inteligentes que cada vez serán más personalizados y especializados en sectores concretos. Por lo tanto, nos llevará al relevamiento de aquello mucho más sutil que lleva a sentirse acompañados y comprendidos, a la atención a las emociones y las experiencias de espacios para la comprensión y la empatía.
Pienso, también, que en algún momento saldremos del endiosamiento de lo tecnológico, reconociendo que su magia se basa en la inaudita capacidad de correlacionar informaciones disponibles, pero por eso mismo no estará libre, como se ha visto en la tendencia manipuladora de la posverdad, de que se propaguen informaciones falsas que la IA no tendrá manera de distinguir y que puede ser una alerta para los seguidores acríticos de esas tecnologías.
Por eso, desde mi pensamiento político, tengo claro que siempre hay que estar cerca de nuestros rivales, que esa es la mejor forma de descubrir los espacios para nuestras fortalezas y que el principal gran error es darle la espalda a los avances que se están produciendo. De la misma forma en que la pandemia nos convenció de que un coaching por Zoom puede tener el mismo impacto que realizado presencialmente (contra lo que muchos opinaban) podremos ser usuarios de plataformas de apoyo para comprender mejor al coachee y ofrecerle aspectos complementarios.
Creo además que dados los quiebres sociales que son cada vez más evidentes, ese coaching con apoyo de la tecnología puede aportar recursos para articular conversaciones colectivas, para crear espacios de encuentro que de otra forma no serían posibles. La pregunta que debemos hacernos con más profundidad se refiere, a mi juicio, a cuál es la esencia del acompañamiento, a qué produce en nosotros la percepción de ser comprendido o desafiado desde la cercanía de alguien que nos mira con los ojos muy abiertos. ¿Es la cercanía de algo esencialmente físico? Si fuera así, yo no habría podido mantener un noviazgo epistolar con la mujer con quien después me casé y tuve a mis hijos. El amor y la cercanía se mantuvieron vivos a través de la escritura, ¿cómo seremos profundamente cercanos en este momento de la historia?
Por eso, Ángel, termino volviendo al título de este artículo. ¿Cuáles son para ti los muros que pueden restringir esta profesión estimulante? Al principio te pregunté por las fronteras que no debemos traspasar y ahora por las que nos pueden limitar.
A.L.:— Nuevamente coincido contigo en que no son los cambios tecnológicos los que generan mayores trastornos, sino la velocidad, al parecer exponencial, a la que se producen. Profundizando, me atrevería a decir que la flexibilidad, como herramienta ante la tremebunda velocidad, requiere que activemos en nuestro interior, unido a la necesidad de renunciar a resistirnos ante el cambio y fluir en el medio. Eso, y una cintura hábil, haría de nosotros no solo observadores del cambio, sino también partícipes del mismo. Dejando de sufrir para disfrutar, pasando de víctimas a protagonistas de la evolución.
De igual modo, considero que la IA nos brinda una oportunidad nunca antes vista hasta la fecha: dedicarnos a lo que nos diferencia de cualquier otra creación, nuestra condición de ser humanos. La oportunidad de atender lo que nos existe, el amor que nos define, y dejar para las máquinas lo que a ellas pertenece.
Recuerdo una frase del visionario Peter Drucker que decía décadas atrás: “La empresa del futuro tendrá un hombre, una máquina y un perro; la máquina para que haga todo y el perro para vigilar que el hombre no toque la máquina”. Y así debería ser, bajo mi entender, para centrarnos tanto en nuestra adorada profesión como en nuestras vidas, aprender a ser felices por nosotros mismos, conservar nuestra paz y armonía indistintamente de lo que pase a nuestro alrededor y, como consecuencia de estas dos, servir desde lo mejor de nosotros mismos. Como ves, estimado Juan, en esto puedo resultar, sin compartir las formas, un poco hippie en el fondo: paz, amor y felicidad.
Hasta donde yo sé, a riesgo de equivocarme y si me lo permites, para responder a tu retadora pregunta, me atrevo a decirte que los muros que pueden limitarnos son todos de piel para adentro y serían, en primer lugar, la falta de claridad mental que nos impida diferenciar las informaciones falsas de las de mayor veracidad. Pues, a mi entender, ese es el propósito principal a nivel cognitivo del ser humano: transmutar información de ignorancia en información de sabiduría a través de la verificación individual. Dicho de otra manera, cambiar creencias limitantes por aquellas que nos expandan. “La verdad te hará libre”, decía el hijo de un carpintero hace más de 2000 años en Palestina. Y es que aún confundimos ética con estética, pensando que lo que nos gusta es bueno, y seguimos sin atrevernos a ver aquello que percibimos como neutro y necesario, y que está puesto a nuestro servicio para expandir nuestra conciencia y darnos la oportunidad de salir de nuestra ignorancia, que además no es nuestra, sino heredada sin cuestionar de nuestros ancestros.
El segundo muro no será mental, será emocional, y no es otro más que el miedo en sus distintos nombres: miedo a sentir emociones que consideramos que no podemos manejar ni sostener, miedo a adentrarnos en lo desconocido, miedo a identificarnos con lo eterno, lo infinito, lo esencial y dejar atrás la idea que tenemos acerca de nosotros mismos por nuestro neurótico miedo a desapegarnos de nuestro personaje.
Y el tercer y último muro, y como resultado de los dos anteriores, es la falta de constancia en el ejercicio de nosotros mismos en lugar de lo que se espera y esperamos de nosotros, quizá alimentado por preferir sobrevivir antes que vivir plenamente. Aquí nuestro enemigo es un reptilote implacable que salta ante cualquier posible amenaza, la mayor parte de las veces imaginaria. En ese preciso momento, dejamos de patrocinar a nuestra corteza cerebral, que nos hace humanos, para convertirnos en meros reptiles, preservando la vida, reaccionando y resistiéndonos en lugar de permanecer presentes y entregados al instante presente.
Resumiendo, tres muros: Ceguera cognitiva, cobardía emocional y conformismo conductual. Con tres ventanas para liberarse: Lucidez mental, valentía emocional y compromiso de acción. Cabeza, corazón y manos.
Me encantaría saber tu opinión al respecto y que aportaras tu siempre bienvenida lucidez al respecto. ¿Cuáles son, a tu entender, los muros, el techo y el suelo de tan honorable profesión que compartimos?
J.V.:— Sonrío al leer tu pregunta, estimado Ángel, y desde ya te convoco a un café real de varias horas para conversar sobre todos los ángulos que podría tener tu preguntar. De momento me imagino el dibujo de un niño que representara una habitación con trazos simples delimitando el espacio en el que una parte de su vida discurre.
Para mí, el suelo son las mejores prácticas existentes. Tú señalabas antes las de la federación que presides. Existen otras como la Federación Internacional de Coaching Ontológico Profesional (FICOP) y sus asociaciones y la International Coach Federation (ICF) y sus capítulos. Imaginaría un suelo que surgiese del conjunto intersección de todas ellas. De hecho, esa es para mí una conversación faltante en nuestro sector. No aspiro a un colegio mundial de coaches, pero más allá de los apellidos que suelen confundir, el acompañamiento que hacemos tiene una serie de criterios comunes que diferencian las buenas y las malas prácticas conversacionales. “Ese sería mi piso”, como dirían en Chile.
Coincido con tus muros y añado el de las ortodoxias que nos llevan a darle más valor a las metodologías que a los propósitos. No es que el fin justifique los medios, pero los medios no pueden convertirse en fines. Son muchos los caminos que llegan a Roma y también es verdad que no todos son los adecuados. La combinación de propósito y honestidad nos llevaría a traspasar ese muro.
Un segundo muro es el de creer que manejando el lenguaje y con un conocimiento adecuado del ser humano es suficiente. Es difícil poder dar el mejor servicio a quienes acompañamos sin tener distinciones del sector o el entorno en el que operan. Precisamente porque nos constituimos en la relación con ese entorno y seríamos menos capaces si lo desconocemos.
Y el muro que sabes que más me importa es el que nos imponemos para no entrar en los espacios que pueden ser en sí mismos generadores de nuevas realidades a partir del poder del encuentro. Me refiero a sustraernos de lo que he empezado a llamar coaching social y que apunta a la expansión del observador colectivo que permitiría avanzar más rápidamente a una forma de gobernanza de la diversidad a partir del valor de las relaciones respetuosas entre los diferentes. En definitiva, a mejorar la convivencia.
Te cuento una primicia y es que la pasada semana se presentó en Chile un valiosísimo estudio sobre la polarización que muestra que existe una polarización subjetiva que va más allá de la real. En concreto, cuando preguntamos a personas de tendencias políticas o religiosas diferentes, o de distintas clases sociales, distintos géneros o distintas edades, ciertamente se producen distancias significativas, pero son mucho mayores las distancias que se producen cuando preguntamos sobre lo que pensamos que el otro piensa. Es común que los veamos aún más lejos de lo que están. Algo que se resolvería si nos conociésemos, si nos escucháramos, si conversáramos. La apertura a esas conversaciones suele depararnos interesantes sorpresas.
El techo, sin duda, es la ética, una ética que asegure no traspasar barreras competenciales, es decir, no entrar en los ámbitos en los que no tenemos competencias, que asegure que cumplimos nuestras promesas, que garantizamos la dignidad de las personas y la confidencialidad de nuestras conversaciones. Especialmente, cuando hacemos coaching contratados por una organización y no por los propios acompañados.
Esto te respondería hasta que nos tomemos ese café, ojalá en nuestro país y solo me queda agradecerte por esta experiencia tan gratificante.
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Ángel y Juan se despiden con más preguntas y contra preguntas que respuestas. Dudan si debe ser un café lo que compartan o una botella de buen vino de la Ribera de Duero. Claro que Juan desconoce si Ángel beberá alcohol y Ángel no está seguro de si después de tantos años en Chile Juan preferirá un buen Carmenere.
Claramente, deben hacerse otras preguntas antes y entonces no serán cuatro horas las que requieran. En fin, necesitan conversar más. Ambos lo saben.