La mujer: articuladora social de la Historia
Empiezo a escribir estas líneas un 8 de diciembre. Cuando yo era niño, en esa fecha se celebraba en España el Día de la Madre, tal vez para que todos pensáramos que la nuestra era también inmaculada.
Para mí, era el día en el que Juanita Gil, mi madre, congregaba a toda la familia para empezar el turrón. Al principio eran solo tabletas del turrón blando de almendra de Jijona o el turrón duro de Alicante. Luego vinieron los de chocolate, yema, fresa, avellana y café, pero lo realmente importante era su arte para reunirnos a todos alrededor de esa dulzura. Hasta hoy, toda una vida después, ya sin su presencia, lo seguimos haciendo.
Un liderazgo sutil
Como ella, muchas otras mujeres han sabido articular encuentros desde un lugar distinto al que habitualmente los hombres han usado para ejercer su hegemonía. Articular es una forma de ejercer el liderazgo sutilmente. Tiene que ver con una inteligencia emocional más social y amorosa, que pretende el encuentro y la cercanía.
La filóloga y escritora Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco (2020), y también española, plantea el papel fundamental de las mujeres en la educación y en la transmisión de conocimientos, a pesar de todos los obstáculos sociales que han debido enfrentar en una sociedad dominada por lo masculino, en la fuerza sobre la razón, en la competencia sobre la solidaridad. A pesar de quedarse relegadas al cuidado de las casas y los hijos y estar más lejanas de la escritura durante siglos, han sido las narradoras de historias orales que han traspasado las paredes de su encierro.
Irene Vallejo dice: “Quizás las primeras narradoras de historias, las más antiguas, fueron las mujeres mientras cosían. Me llama la atención que haya tantos términos en común entre los textos y los textiles. Que hablemos constantemente del nudo de una historia, del desenlace de la narración, del hilo del relato, de bordar un discurso, de urdir una trama y así son infinitos los términos en los que relacionamos coser y narrar”.
Y concluye que ellas eran las narradoras por antonomasia. Una conclusión que comparto y añado que también las mujeres han sido las que han mantenido las tradiciones y los rituales, es decir, logrando convocar alrededor de lo que nos une, generando el espacio para salir del enfrentamiento y honrar lo común, aquello a lo que pertenecemos y no a lo que nos separa.
Volver al hogar
Hoy asistimos a la sensación de que el mundo ha dejado de ser el hogar habitable que quisimos. Hablamos de polarización y desencuentro, y cuando vemos los nombres de quienes gobiernan los países y las grandes corporaciones, los de mujeres siguen siendo escasos.
Falta, además, un segundo infinitivo que, junto a "articular", constituye un binomio necesario. Me refiero a "cuidar", porque cuidar concita la atención no solo en aquellos a quienes queremos cuidar, sino en el entorno que los rodea y al entorno de ese entorno. Convoca la mirada atenta a una conexión infinita de espacios que requieren ser observados y tenidos en cuenta.
Requiere de ese hilo que una el pasado, el presente y el futuro; lo que queremos conservar, lo que es relevante que hagamos hoy, de lo que nos hagamos cargo y lo que necesitamos que ocurra para que el futuro nos reciba con los brazos abiertos, porque habrá sido construido con un cuidado inclusivo.
No es indiferente que cada vez sean más las mujeres que eligen el camino del coaching y de las distintas formas de acompañamiento. Acompañar debe estar escrito en sus genes. Cuando la tecnología vaya ocupando más espacios y haciéndose cargo de la dimensión de la lógica racional, una vez que las máquinas dejaron a un lado el poder de las musculaturas, seguirá requiriéndose la gentileza de una humanidad que nos acompañe, la inteligencia emocional que va más allá de lo previsible, la capacidad de escuchar más allá de lo que se oye, intuir lo que se está configurando en un futuro cuyo hilo es de una gama de colores de una policromía que muchos hombres somos incapaces de reconocer, perdidos entre el fucsia, el rosa, el magenta, el burdeos, el rosado persa y tantos otros matices como hay en los quiebres del ser humano.
Josep María Esquirol, un filósofo tierno, habla de la filosofía de la proximidad, del requerimiento de habitar el mundo de una forma distinta, de la necesaria atención que requerimos en un universo que produce una permanente ubicuidad sin atención. Regresar a la casa no significa retroceder, sino encontrar el camino para encontrarnos con ese hogar en el que entendimos el valor de las cosas. Si eso está adelante, en el horizonte al que queremos llegar y para ello necesitamos de muchas y muchos, mi propuesta es que sean las mujeres las que se encarguen de invitarnos al camino e ir dejando piedras como señales en el suelo para que las próximas generaciones entiendan el mensaje. Podemos ser tribus distintas, pero una sola humanidad. Caminemos juntos.
La diversidad como un derecho
Podemos hacernos la pregunta: ¿Cuántas diferencias debemos aceptar para poder vivir juntos? Sin duda reconoceremos que son muchas porque el mundo valora cada vez más la diversidad como un derecho. Ello significa pensar en un hogar de más espacios y más flexibles y articular muchas miradas. Entonces deberíamos confiar en la experiencia de quienes han sido en la historia las grandes articuladoras de la convivencia: las mujeres, que nos dieron la vida y que pueden enseñarnos a vivirla cuando más que técnicas requeriremos sensibilidades.
En ellas pongo mi mirada.
Publicado en la edición de marzo de la revista Mujer Global.