La articulación del futuro
Thomas Szasz, conocido como el padre de la anti-psiquiatría, mantuvo, entre otras, la siguiente teoría: «A menudo las personas dicen que aún no se han encontrado a sí mismas. Pero el sí mismo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea.»
Crear es un compromiso con la vida, abrir nuevos caminos, descubrirnos y descubrir, por eso en los procesos de aprendizaje cuando pasamos de la repetición y la memorización a la creación, se abren momentos iluminados en los que el creador se crea a sí mismo.
¿Se crea también el futuro? ¿El futuro es un destino predeterminado? ¿Caminamos ciegos a un futuro que nos espera o nos movemos con los ojos y la escucha bien abiertos para crear el nuestro propio y el futuro del mundo?
Mantener el propósito ante la incertidumbre
La postura individual que tomemos ante estas preguntas determina nuestra vida, así como la respuesta colectiva que demos puede establecer el futuro que será posible.
Peter Drucker declara en una frase que he repetido muchas veces en mis charlas y talleres que «la mejor forma de predecir el futuro es creándolo». Esa parece ser una gran tarea a la que cada generación se enfrenta, aunque con frecuencia sin demasiada consciencia de ello.
Crear el futuro supone una vez más tener un propósito y el coraje de mantenerlo. Supone esfuerzo y la capacidad de convocar a otros, porque el futuro es un edificio demasiado grande. Crear supone también la capacidad de gestionar la incertidumbre en un escenario como el que vivimos, en el que junto a las dificultades propias de toda construcción contaremos con intenciones adversas a las nuestras, no siempre integrables en un mismo proyecto.
Hace poco leí en el comienzo de una columna de la psicóloga española Pilar Jericó en el diario El País, la siguiente frase:
«Nuestro cerebro se lleva muy mal con la incertidumbre. Estamos programados para la supervivencia, pero no sabemos movernos bien en entornos donde no está claro qué va a suceder. Para reducir la sensación incómoda que genera la falta de certeza creamos expectativas».
¿Podemos considerar al futuro que queremos como una expectativa de que algo pase? En el lenguaje común podría pasarnos desapercibida esta diferencia y con ello correr un grave riesgo. Suele suceder con todo aquello que al principio parece inofensivo y por ello lo dejamos estar en nuestra mente, aún pudiendo ser opuesto a lo que pretendemos. Al hacerlo, permitimos que lentamente nos confunda, porque propósito y expectativa son dos términos muy diferentes. Convertir lo que queremos en una expectativa nos saca del terreno de juego, de un juego que se llama Futuro.
Quiero precisar la diferencia. La expectativa nos sitúa ante lo que esperamos que llegue porque otros lo harán. El propósito nos muestra lo que nosotros debemos construir. El propósito nos hace responsables de la acción, mientras que la expectativa nos lleva a sentir el derecho a que ocurra.
Las expectativas nos relacionan con aquello frente a lo que no tenemos poder si es que los otros no responden a nuestras peticiones o nuestros deseos y en consecuencia es más fácil que la frustración nos inunde cuando no ocurre lo que esperamos que ocurra.
El poder de la esperanza
Hay un esperar de expectativa y un esperar de esperanza. En el primero el poder está fuera de nosotros, en el segundo está dentro y se convierte en la energía para hacerse cargo. Esa esperanza es compañera de viaje del propósito y hace aparecer la decisión de actuar.
Hasta aquí hemos abierto distinciones, aspectos que se cruzan, interpretaciones que pueden ser distintas pero que apuntan a una necesidad cada vez más visible, la del diálogo que construya sociedad
¿Entonces, cómo podemos actuar en esa incertidumbre con la que nuestro cerebro se lleva mal?
Me surge la pregunta y me respondo que construyendo capital social y comunidad con la energía de lo colectivo -que permite que afloren nuestros dones-; articulando talentos; aceptando, incluso, lo que intuimos como una posibilidad que merece ser explorada, haciendo caso a las emociones que la creatividad convoca.
No siempre el camino viene trazado en el mapa. Tras el follaje podemos encontrar vías alternativas y expeditas. Me gusta el concepto que el psicoanalista Christopher Bollas llama “lo no pensado conocido”.
Aquello que hemos percibido y aún no está adecuado a la lógica del pensar que hemos aceptado hasta ahora. Aquello que no nos visita como un pensamiento, sino como una sensación que reclama su validez.
Dicho de otra manera, lo que está fuera de nuestra conciencia no es inexistente, más bien reclama que expandamos esa conciencia con la que hay que enfrentarse a lo desconocido, a lo complejo, a un futuro que nos muestra escenarios posibles nunca imaginados. Al expandir nuestra conciencia, lo que estaba fuera y parecía mágico se convierte en una nueva posibilidad que puede ser incluso mejor, más inclusiva, más convocante y más bella.
Y cuando eso ocurra, incluso de forma individual, será mucho más lo que podremos lograr en la transformación de lo que nos rodea, comenzando por considerar la incertidumbre como esa página en blanco en la que podemos ser autores de la historia narrada.
Articular es el mejor camino que hoy considero para crear el espacio de lo posible, de la confianza necesaria para avanzar, de la poética para hacer surgir una intención, aunque solo sea la de que todos por igual disfrutemos del aroma de una flor.
Hay un silencio rumoroso que nos hace una demanda. Seamos articuladores del futuro.