El bienvivir del que nos habla Rafael

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En el último tiempo he tenido el enorme agrado de ser invitado a escribir algunos prólogos y epílogos de valiosos libros escritos por colegas. Quiero comenzar a compartirlos contigo en mi blog, a medida que estos libros sean publicados, como una invitación de entrada a esas preciadas piezas y a los conceptos que exponen.

Comenzaré aquí con el epílogo del libro “Desafiando tus límites” de Rafael Calbet, coach español afincado en México y buen amigo. Su lectura me ha dejado una sonrisa en el alma. Es por ello que deseo invitarles a incursionar en ese “bienvivir” del que nos habla Rafael.

En “Desafiando tus límites” no hay ninguna pretensión de generar una nueva teoría de la mente humana. Sí hay una exquisita honestidad y la invitación a ser tú mismo. Una invitación tan sencilla y entrañable como profunda y emocionante.

Sin más adelantos, aquí transcribo el epílogo que escribí. Espero que lo disfrutes.

Epílogo para “Desafiando tus límites”

Termino de leer estas cápsulas con una sonrisa en el alma, tal vez esté representada también en mi rostro, aunque es algo que suele costarme. He llegado a pensar que es una insuficiencia muscular. Una sonrisa por esa forma suave, sin grandilocuencias en el lenguaje ni circunloquios abstractos con los que Rafael Calbet nos despliega el concepto del “bienvivir”. 

Rafael y yo somos madrileños ambos y ambos optamos por vivir en Latinoamérica, él en México y yo en Chile. Ninguno de los dos ha perdido su acento, ni olvidado sus orígenes. Estamos descubriendo que nos gustan los mismos poetas y que vivimos en una etapa de nuestra vida en dos calles adyacentes muy cerca del parque del Buen Retiro. Por eso a la mitad del libro, mi lectura se trasladó imaginariamente a un quiosco del parque, por ejemplo, el que está junto a la fuente egipcia frente al estanque, en el paseo de Venezuela, sentados frente a dos jarras heladas de cerveza Mahou cinco estrellas, la tapa de patatas fritas, como sólo las ponen en Madrid y una ración de jamón ibérico de bellota.

Y esto porque el libro que Rafael ha tenido la sabiduría de escribir es como una conversación en una tarde de primavera, de esas que terminan en un profundo abrazo, agradecidos del encuentro. No hay ninguna pretensión de generar una nueva teoría de la mente humana. Sí hay una exquisita honestidad y la invitación a ser tú mismo. Una invitación tan sencilla y entrañable como profunda y emocionante. Le agradezco el lenguaje comprensible y directo y la profusión de distinciones que va desgranando con oportunidad, referidas a la vida real que cada día vivimos. 

“Los animales sobreviven, pero nosotros necesitamos vivir”. Ciertamente, el ser humano es el único ser vivo que necesita encontrar el sentido de su vida. Rafael nos plantea que vivir supone tener sueños y para ello hay que soñarlos y transitar por ellos. Todos tenemos sueños y deseos, sólo algunos toman la decisión de construirlos viviendo. Nos confundimos cuando convertimos nuestros sueños en expectativas. Rafael Calbet los plantea como impulso y dirección. 

Es probable que en alguna librería lo clasifiquen como libro de autoayuda y eso será un error, porque no hay ninguna promesa de éxito y felicidad sólo por proponérselos. Sus cápsulas son para abrir la conciencia del esfuerzo, de la liviandad y la aceptación de fluir en la vida con sus límites. “Somos seres muy poderosos” dice, como señala también Luis Gaviria en su prólogo, y añade, “pero no somos omnipotentes”. Y más adelante: “Somos creadores de posibilidades, pero no de certezas”. 

Me imagino observándome mientras habla y yo doy un nuevo sorbo a la cerveza. Le escucho decirme: “Juan, hay que disfrutar el camino y poner toda nuestra inteligencia en ser consistente con ese disfrute. La prisa nos impide disfrutar la vida”. Yo le escucho mientras miro las barcas en el estanque que se deslizan lentas en la tarde y me quedo con su mención de la prisa del alma. Y coincido con él en que el momento es oro. En la barca que está frente a nosotros unos novios se besan haciendo que el mundo se detenga para ellos. Rafael continúa: “No hay amor en la prisa, así como no hay prisa en el amor”. Más bien queremos que el tiempo se detenga, pienso yo, que el instante sea eterno, que al Cronos se le diluyan sus pilas en silencios.

Pedimos dos jarras más para que la conversación siga y el momento se alargue, todo lo que podemos hacer es aprovechar esta presencia que nos estamos regalando. Rafael, como el poeta romano Horacio que introduce en sus odas el carpe diem, nos dice que el bienvivir no puede ser consecuencia de los logros que obtengamos, sino de la forma en que tengamos conciencia de que caminamos honestamente poniendo lo mejor de nosotros en cada paso. El reconocimiento externo es un regalo, la resolución a dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento es el tesoro que configura la experiencia del bienvivir. 

Seguramente en algún momento nos podremos machadianos y acudiremos al caminante para recordarle que no hay caminos, ni estrategias infalibles. Se hace camino al andar. Se hace camino al vivir sin miedo, al perdonar y perdonarnos, al aprender de los malos momentos y mirar la noche con esperanza. En esa línea clara y certera Rafael Calbet advierte contra el victimismo. 

En la forma en que plantea la “ganancia del victimismo” recordé a Daniele Giglioli, y su “Crítica de la víctima”, donde dice: “La víctima no tiene necesidad de justificarse y ese es el sueño del poder, una posición estratégica. De hecho, establecer quién es más víctima es el pretexto de todas las guerras, y la idea de la que parten los movimientos populistas.” 

Me quedo con esa valentía de proponer que no podemos vivir con temor a vivir, ni quedarnos en el resentimiento ,“cuando hemos perdonado de corazón, no hace falta olvidar”, dice Rafael. No es necesario contarse cuentos sobre la imposibilidad de hacer o no hacer, lo que procede es tomar la decisión de ser autores de nuestra vida, sin la pretensión de que nos den la “Concha de Oro” (como españoles preferimos los premios del festival de cine de San Sebastián a los de Hollywood). 

Rescato muchas cosas de “Desafiando tus límites”  pero muy especialmente el mensaje de aprender a vivir con nuestras imperfecciones, la importancia de aceptarse, de reconocerse como seres que viven en permanente construcción, en un viaje sin término, exploradores de la vida hasta la muerte. Para esa construcción, el diálogo que Rafael mantiene con sus lectores a través de su libro es uno de esos aportes, que de vez en cuando es bueno recordar. 

Quienes han llegado hasta aquí ya lo han leído, ya saben que no acaba, que es circular e incluso pueden imaginar lo que yo ya sé y es que Rafael Calbet es una de esas personas que son un privilegio tener como amigos y sentarse con él en este quiosco del Retiro, hoy lejano, a terminar nuestra segunda Mahou helada y el jamón ibérico de bellota.

Sé que esta imagen le permitirá distinguir entre el bien vivir y el buen vivir. Esto – me dice tomando con sus dedos una viruta de jamón- es buen vivir. Dejar que llegue el atardecer de nuestras vidas sin haber perdido las ganas de levantarse, sentir la respiración, la luz, las miradas de quienes nos aman, cuidarnos y cuidar, tararear los dos a Paco Ibáñez sintiendo el fluir tibio de nuestra sangre y el presente latir en nuestras venas, es el bienvivir.



Juan VeraComentario