Cuando el coaching es su propio enemigo
En el número 18 de la revista virtual “Conversaciones de Coaching” se publicó este artículo, que hoy subo al blog, porque, además, su contenido fue recogido parcialmente en mi libro “Articuladores de lo posible” y porque esos enemigos nos acechan permanentemente a quienes tenemos esta profesión. Esta es la versión literal.
“En el reciente lanzamiento de la convocatoria de “Desafío Coaching 30 días” que tendrá lugar en septiembre de este año 2019, fui invitado a participar en un panel que tuvo el título que ahora ocupo en este artículo. ¿Y por qué este título?
Cuando estamos inmersos en una transformación profunda en prácticamente todos los espacios del mundo en que vivimos, parece lógico pensar que el coaching también será afectado y para entender hacia dónde dirigir la proa de su posible nuevo enfoque, he venido haciéndome diversas preguntas:
· ¿Qué nuevos quiebres traerá ese mundo en los múltiples ámbitos en los que pueden producirse?
· ¿Seguiremos entendiendo el coaching como una relación de acompañamiento más personalizada que colectiva?
· ¿Cuál será la relación con la tecnología?
· ¿Tendrá sentido que se refugie en una interpretación única de lo que el coaching es?, es decir ¿Tiene sentido la ortodoxia en un espacio de múltiples interpretaciones que se cruzan y se recrean?
Recientemente, impulsado por mi trabajo en el mundo de la política, en el que mi principal convicción es que el gran riesgo que hoy acecha a la democracia, como sistema de gobierno, proviene de su interior, me hice esta pregunta ¿Cuándo el propio coaching es el principal enemigo del coaching? ¿Cuándo los coaches podemos ser los destructores de un rol que, sin embargo, aparece como un requerimiento central del nuevo tiempo?
Antes de responderla tal vez debería fundar el juicio de que el coaching (o el acompañamiento, como prefiero llamarlo) será un requerimiento central. Ya no dudamos que la vida digital en todas sus esferas tendrá resuelta la lógica de las decisiones, sin embargo, más allá de la lógica están las emociones y aquellas interacciones que se producen en el encuentro entre la mente, el cuerpo y la emoción. Los expertos digitales coinciden en valorar el acompañamiento de otros, y todo lo analógico, como una actividad muy requerida y no sólo porque los desafíos serán más relacionales que de resolución de problemas técnicos (que estarán ya resueltos), sino porque la irrelevancia en la que irá sumergiéndose buena parte de la sociedad, al ser sustituida por algoritmos y perfiles, tendrá una incremental necesidad de compañía.
De la misma forma que en el ámbito del poder, al que concurro con frecuencia, la soledad empieza pronto a manifestarse, pareciera que en la vida de las generaciones que estarán al servicio de una comunicación institucional intermediada y en la que ellos mismos se comunicarán con menos contacto físico, menos emociones y menos miradas a los ojos, el acompañamiento como necesidad emergerá de una forma central.
En este sentido el coaching puede proveer un arsenal de distinciones para manejar el supuesto caos, aceptar la incertidumbre y no requerir de instrucciones claras para avanzar en la ambigüedad. Empezando por abandonar el juicio de caos. Últimamente cito mucho a Byung-Chul Han cuando dice: “El movimiento y el cambio no generan desorden sino un orden nuevo”.
Y volviendo al tema de fondo de este artículo, el coaching efectivamente puede ser su propio enemigo, en el sentido de perder su reputación y de generar dudas sobre el valor que aporta, por causas diversas. Señalaré algunas:
· La falta de profesionalismo y el uso indiscriminado del concepto coaching para cualquier tipo de entrenamiento liviano. Desde luego alguien podría decir que to coach es entrenar y que cualquier entrenamiento es un coaching y no le faltaría razón. Se abre entonces la necesidad de precisar con mayor claridad los alcances de lo que hacemos ¿Cuál es la promesa del coaching que ofrecemos? ¿Cuál es su apellido? ¿Cuáles sus estándares?
· Un segundo aspecto y más profundo, si cabe, es la decepción que pueden provocar los comportamientos de aquellos a quienes hemos conferido autoridad en el sector y en general de los coaches, que al acompañar generamos la expectativa de una coherencia en nuestra forma de actuar con lo que sostenemos.
Muchas de las escuelas de coaching que buscan y ofrecen ampliar el espacio de lo más humano en nosotros, de la capacidad de crear y sostener relaciones de calidad humana; quienes son profesionales de la comprensión de las personas y sus roles y que, por tanto, hacen hincapié en el cumplimento de compromisos, en la importancia de hacer declaraciones válidas y en la identidad pública como base de la confianza, no responden de la misma forma en su actividad cotidiana.
“Nadie puede pedirle a un odontólogo que no tenga caries”, es una frase que he escuchado varias veces en Chile y que sin duda es graciosa, pero de la misma forma que pediríamos un comportamiento más ímprobo a un representante religioso que a cualquier otra persona, cuando se trata de moralidad, debido a lo que representa por su discurso moral público, la expectativa sobre la consistencia de los coaches y las escuelas de coaching es superior a la que podríamos tener sobre otras personas e instituciones.
No es necesario una promesa explícita para que esto ocurra. El requerimiento de consistencia es una de las bases de la confianza, en la medida en que forma parte del compromiso implícito que existe desde el momento que ejercemos un rol. Que se lo pregunten a los políticos y su impopularidad, poniendo en riesgo un sistema de gobernabilidad completo. Que se lo pregunten al sistema económico. Que se lo pregunten a la ciudadanía y su comportamientos con respecto a la sustentabilidad.
¿Qué compromisos implícitos tiene el coaching y los coaches con el mundo en el que actúan? ¿Qué expectativas de respeto, interlegitimación, cumplimiento, excelencia y cuidado generan? Respondernos a esto con seriedad es muy relevante.
· En tercer lugar la necesidad de una lectura avanzada del entorno en el que discurren las vidas de nuestros acompañados y las nuestras. Y eso supone la apertura a una gran curiosidad.
Necesitamos una mirada vigente que interprete a la sociedad moderna, su política, su educación, los cambios que emergen de la tecnología, la neurociencia, la biogenética, la inteligencia artificial, la evolución del empleo y del ocio.
· Todo ello supone el trabajo sobre los propios enemigos del aprendizaje. En la medida en que éstos no nos permitan ampliarnos estaremos perdiendo vigencia y nuestra oferta será también mas irrelevante. Quienes acompañamos a los otros en el proceso de ampliar su conciencia no podemos estrecharnos a nosotros mismos. Y esto supone abrirnos a otras formas de aprender y a la legitimación de los diferentes.
No me cabe duda de que todo esto se encuentra en nuestro discurso, pero no siempre en nuestra acción. Hablamos de lo humano, del pensamiento y las conductas; pero lo humano no está por encima de cualquier condición de vida y esas condiciones pueden ser muy cambiantes de la realidad en la que debamos actuar
Cuando digo que el coaching puede ser el principal enemigo del coaching me refiero, por tanto, al impacto que puede producir por no ser conscientes de que no estamos separados de nuestra identidad y cómo el desencanto que ha llegado a otros espacios puede también generar un alejamiento del coaching, si es que no miramos atentamente a este futuro que ya emerge y del que no podemos ser espectadores.
Como lo he manifestado en muchas ocasiones no creo en el coaching como espectáculo, porque con él creamos espectadores, no creo en los salvadores ni en los gurús. Sin duda los espectáculos convocan público pero ese es uno de los males de este tiempo de indignados sin propuesta, de ofertas sin consistencia y observadores que se miran en el espejo.
Mientras el coaching se conciba como una mera metodología de producir cambios estaremos sujetos a la vigencia temporal de la moda metodológica y seguiremos necesitando encontrar el desde dónde el coaching y la vida se encuentran en un diálogo de profunda presencia y conversan con la voz íntima de la curiosidad y del encuentro. El día que nos sintamos seguros de cómo intervenir se habrá acabado nuestro tiempo.