Juan Vera

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Artículos Articulados

Y siempre la poesía

Coautores de este artículo: Andrea Brandes y Juan Vera

Andrea y Juan han coincidido en varios espacios en los últimos años, pero no han tenido una conversación profunda frente a frente hasta ahora. Han formado parte de la Fundación Desafío de Humanidad, sin ser del mismo grupo de encuentro. Se escucharon en los llamados “Encuentros en lo Alto” y en las veces en las que se organizaban sesiones más amplias en Santiago de Chile.

Hoy ambos están en el comité directivo del Movimiento 3xi que busca generar una cultura del encuentro y juntar a pares improbables. Saben por todo ello que comparten inquietudes comunes, pero hay algo que es muy distintivo en ambos y es su amor por el arte y la poesía y la vocación por escribir.

Juan, al poco de entrar a Desafío, escuchó que Andrea tenía un taller de poesía en la cárcel de alta seguridad de Santiago de Chile y comenzó a preguntar a quienes sabían más sobre ella y su iniciativa. En algún momento tuvieron como invitado en su grupo de encuentro a un exconvicto, quien contó su experiencia rehabilitadora en el taller y leyó sus poemas. Fue una experiencia emocionante.

En plena pandemia y ya dentro del movimiento 3xi, Juan supo del lanzamiento del concurso “Canta tu sueño” abierto masivamente para que cualquier artista amante de la música la pusiera al servicio de su más hondo mensaje. Detrás de la iniciativa estaba también Andrea Brandes y su extraordinaria sensibilidad. Más de dos mil personas concursaron y en este año 2023 se ha puesto en marcha la segunda edición.

Por todo ello, Juan ha invitado a Andrea a la experiencia de los Artículos articulados, para conversar sobre la poesía y su capacidad transformadora de la realidad. Y como de costumbre, lanza la primera pregunta.

Juan Vera (J.V.):— Querida Andrea, gracias por aceptar mi propuesta, me siento profundamente honrado y quiero que me cuentes y a todos quienes nos van a leer, qué te hizo acercarte a los presidiarios para invitarles a pasar de la triste realidad del encarcelamiento a la libertad de la poesía.

Andrea Brandes (A.B.):— ¡Gracias Juan por esta invitación tan vital! Haré memoria …

Llegué a la cárcel como “quien llega de nada”, como canta Maria Bethânia.

Un par de días antes me había contactado Pedro Arellano. No nos conocíamos, pero él había leído algo escrito por mí y le pareció que yo podría escribir la historia de un amigo suyo encarcelado en la cárcel de alta seguridad. Quedamos en que me recogería en una esquina determinada. Cuando subí a su auto, estaba a años luz de imaginar la aventura que me esperaba.

De partida, ese día no solo conocí a Pedro, sino también a Denis Gallet, quien junto a un grupo de franceses había ido a la cárcel por la donación de implementos para un taller de carpintería. ¡Qué pena no recordar con precisión esa fecha mágica en la que conocí a dos personas que pasaron a ser importantes en mi vida y donde una intuición me hizo pensar que los privados de libertad podrían tener un vínculo especial con la poesía! Fue una especie de azar virtuoso, como algo soplado al oído.

Ahí conocí al amigo de Pedro —ahora también mi amigo— y me di cuenta de que, si bien él no quería contar su historia, podía escribir otras.

Un par de semanas más tarde logré una audiencia con el alcaide, le presenté el proyecto de un taller de literatura para los internos y por alguna razón incomprensible, me dijo que sí. Él dejó a la semana siguiente la cárcel de alta seguridad, al mismo tiempo que llegaba yo para quedarme ocho años.

Cuando partí no sabía aún que el vehículo sería la poesía. Ella fue llegando sola.

¿Has tenido una experiencia parecida? ¿Algo inesperado, que a su vez moviliza algo en ti que termina cambiando el rumbo de tu vida?

J.V.:— Me haces pensar, querida Andrea, y desde luego que sí. Y me doy cuenta de que hubo una conversación, aparentemente funcional, que fue central y sigue siéndolo en mi vida.

Corrían los primeros años 90. Yo dirigía en Madrid la escuela de negocios ESDEN. Estaba interesado en crear un Magister de Gestión de Personas y estuve teniendo conversaciones con expertos y consultores que tuvieran contacto con ideas innovadoras sobre lo que aún se denominaba habitualmente como “recursos humanos”. Alguien que no recuerdo me derivó a un consultor, un doctor en economía y relaciones internacionales, llamado Carlos del Ama.

Puedo verme en el café en que nos encontramos, ambos muy trajeados y encorbatados. En la conversación apareció la palabra “coaching” y desde ella me habló de la embajada de Chile en Madrid. “La escuela de coaching más avanzada es de origen chileno”, me dijo y agregó:“Puedo ponerte en contacto con el consejero comercial de la embajada. Él es un experto”.

No perdía nada con decir que sí. Días después me presentó a Sergio Spoerer. Congeniamos enseguida y él me animó a que entrase en ese mundo. Un día me anunció que empezaba en Segovia el primer programa en lengua española del Arte del Coaching Profesional (ACP). Me gustó que apareciera la palabra “arte”. Entré de prueba para saber qué era. El programa me llevó después a Querétaro y terminó en marzo de 1994 en Santiago de Chile.

Para mí Chile era un país de poetas y de acontecimientos políticos que había seguido con interés y preocupación durante años. Y aunque sea una frivolidad, era también el lugar donde se hacía el festival de Viña del Mar. No sabía mucho más. ¿Cómo imaginar que se iba a transformar mi vida meses después?, ¿cómo suponer que lo que yo consideraba una vida profesional que ya había alcanzado su cenit, me permitiera vivir experiencias tan fascinantes aquí como las que sigo viviendo? Menos aún pensaba que los poemas de amor de Pablo Neruda se harían realidad en una tierra larga y estrecha entre cordillera y mar.

En mi maletín de mano traje los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) y el Altazor (1931) de Vicente Huidobro, jugando con la idea de que necesitara paracaídas. Antes de aterrizar susurré:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Que importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Como ves fue un auténtico cambio de rumbo y de océano, pero cuéntame ¿en qué forma la poesía se convirtió en vehículo de tu experiencia en la cárcel?, ¿cómo se incorporaron los reclusos?, ¿guardas los poemas de esa época? Soy todo curiosidad.

A.B.:— ¡¡Qué precioso!!! ¿Así es que llegaste por el Coaching a Chile y te quedaste, y, además, te enamoraste? Gran acto poético.

En el taller de la cárcel, la poesía se fue dando. Cada poema es una unidad en sí misma, y eso era práctico con un universo de alumnos donde un porcentaje podía no aparecer a la clase siguiente. Los castigos, comparecencia a tribunales por causas judiciales abiertas, incluso traslados sin aviso a otro penal, hacían difícil “pasar materia” en forma lineal.

Las condenas en la cárcel de alta seguridad suelen ser largas, con muchos internos condenados a cadena perpetua, lo que podría sugerir que se trataba de personas alienadas por su entorno, pero no fue así. Fui descubriendo que esos hombres tenían una capacidad de abstracción y una imaginación muy a la mano, porque pasaban sus días —como el Hombre Imaginario de Nicanor Parra— imaginando situaciones imaginarias.

Por otra parte, en el lenguaje o “coa” de la cárcel, las palabras siempre significan otra cosa, son una forma simbólica y concentrada de decir, y ese es justamente el terreno de la poesía. Nunca costó explicar una metáfora.

Y como en el aula había personas analfabetas junto a otras con estudios superiores, había que encontrar un lenguaje común, donde aquello que no podía hermanar el conocimiento, lo hermanara la emoción.

Fue bellísimo porque nos dejábamos conmover por los poemas, pero también nos dedicábamos a tratar de descifrarlos, de ponerlos en contexto y de encontrar un vínculo con la propia vida.

La poesía les facilitó a mis alumnos el hablar de emociones, incluso les enseñó a ponerle nombre a ciertas emociones que por falta de vocabulario se confundían siempre con el enojo o la rabia. En la cárcel, la angustia es la emoción más frecuente y menos comprendida como estado interior. Se la confunde, ya sea porque no se conoce la palabra, o porque se interpreta como signo de fragilidad.

Pienso que transitar ese camino interior en un espacio contenido como era nuestro taller, sobriamente y con respeto, significó un alivio para mis alumnos, que pudieron comprobar  que no solo compartían con sus compañeros de cautiverio esas emociones negadas desde siempre, sino también con los más grandes poetas de la humanidad. Y se convirtieron ellos mismos en poetas, escribiendo en sus celdas cientos de poemas que conservo.

Cada clase yo leía uno a uno los poemas que había recibido la semana anterior, revisado y comentado por escrito en mi casa. Se los devolvía a sus autores impresos y con una imagen alusiva al poema, siempre un cuadro de algún pintor consagrado, con lo que, además, aprendíamos algo de historia del arte. De a poco, ese taller se fue convirtiendo en algo especial, bellísimo, en medio de un lugar cargado de energías terribles.

Gracias a las palabras de poetas de todos los siglos, que a su vez inspiraron los poemas de esos hombres cautivos, se dio en ellos (y también en mí) una metamorfosis en distintos planos. ¿Existe algún poema que te haya producido una epifanía, o un estado especial de consciencia?

J.V.:— Gracias, Andrea. Es fantástico saber que esos hombres cautivos fueron pasando a cautivados por la belleza de la poesía. Yo también he quedado cautivado por este relato y sus imágenes.

Entro a tu pregunta. Yo fui lector temprano de poesía. La rima, que luego fui abandonando, me sumergía en un ritmo de pensamiento distinto. Entonces, no hubiera podido hablar de estado de consciencia. Empecé a escribir poemitas a los 9 o 10 años. A los 15 me concentré en los poetas españoles de la generación del 27. Especialmente, fui seguidor del granadino Federico García Lorca y de Miguel Hernández, el famoso poeta de Orihuela (Alicante). Sobre esa generación hice un trabajo por el que me dieron la matrícula de honor de literatura en mi preuniversitario en Madrid y me llevó a pensar que mi vocación era la de ser profesor de Literatura.

Sin embargo, ese momento especial de epifanía, como tú mencionas, tiene que ver con los poemas del libro La casa encendida (1913) del poeta, también nacido en Granada, Luis Rosales. Fue amigo de García Lorca, aunque era 12 años menor. De hecho, Federico se refugió en su casa para librarse de la persecución de las fuerzas franquistas, dado que los Rosales eran una familia conservadora y falangista, pero no le sirvió de mucho y lo asesinaron pocos días después de iniciado el llamado “Alzamiento Nacional” en el barranco de Víznar. Luis Rosales, de una mirada política distinta en ese momento, se quebró con la muerte de su amigo. Con los años comprendí que la Poesía está por encima de la Política.

Compré el libro en 1969, lo abrí y empecé a leer:

PORQUE TODO ES IGUAL Y TÚ LO SABES,

has llegado a tu casa y has cerrado la puerta

con aquel mismo gesto con el que se tira un día,

con la que se quita la hoja atrasada al calendario

cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,

y, al entrar,

has sentido la extrañeza de tus pasos

que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,

y encendiste la luz, para volver a comprobar

que todas las cosas están exactamente colocadas,

como estarán dentro de un año,

y después,

te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,

y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas

y te has sentido solo,

humanamente solo,

definitivamente solo, porque todo es igual y tú lo sabes.

HAS LLEGADO A TU CASA

Me quedé atónito, en un silencio interior profundo, reconociendo que ese era mi ritmo. Y seguí leyendo hasta el final del libro.

AL DÍA SIGUIENTE

—hoy-

al llegar a mi casa —Altamirano 34— era de noche

y quien te cuida, ¿dime?; no llovía;

el cielo estaba limpio;

«Buenas noches, don Luis» - dijo el sereno,

Y al mirar hacia arriba,

vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,

las ventanas

—sí, todas las ventanas—;

Gracias, Señor, la casa está encendida.

Desde esa lectura empecé a escribir de otra manera, empecé a observar las cosas sencillas, sus ángulos cotidianos y resignificar la intimidad y esa cierta lentitud de mis pasos. Efectivamente, fue una epifanía, una revelación, la magia de las palabras.

Quiero saber más de esos poetas encarcelados que empezaron a liberar su pensamiento, Andrea. ¿Puedes contarnos alguna experiencia concreta?, ¿puedes mostrar alguno de los poemas que escribieron?

A.B.:— Sí, Juan, precisamente estos nombres: García Lorca, Miguel Hernández, Luis Rosales…estuvieron en mi propia experiencia.

¿Sabrían tus poetas de infancia, que sus versos serían leídos en una prisión al final del mundo? De García Lorca fue “Preciosa y el Aire” con su angustiante carga de persecución sexual, el poema que permitió hablar del mundo femenino en la cárcel.

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado

el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,

lleno de lenguas celestes,

mira la niña tocando

una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante

tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos

la rosa azul de tu vientre.

*

Preciosa tira el pandero

y corre sin detenerse.

El viento-hombrón la persigue

con una espada caliente.

Yo sabía que Danilo estaba preso por violación y que la situación era delicada, pero después me enteré de que otro de mis alumnos —un preparador de caballos del club hípico— había matado y luego decapitado a su mujer del mismo modo, decían, como lo hizo su abuelo con la abuelita. Pero el tema era más amplio que el horror de la agresión sexual.

En general, mis alumnos habían crecido en la cultura machista del hampa y el alma femenina era para ellos como un libro de siete sellos. Necesitaban saber cómo conservar el interés de sus mujeres para calmar en algo la ansiedad que les producía el fantasma de su abandono.

Son muchos los casos en que las mujeres, superadas por las circunstancias y sin previo aviso, simplemente no vuelven más. Pude explicarles que la clave estaba en escuchar con valentía, precisamente eso que por sentimiento de culpa no querían escuchar, como eran las dificultades con las que lidiaban sus mujeres. Explicarles, por ejemplo, que si su mujer dice estar cansada el día de la visita, no basta con alcanzarle una silla. Hay todo un universo detrás de ese cansancio. Les sugerí escribirles cartas, hablándoles de un amor basado en el aprecio, gratitud y admiración que sentían por ellas, y cartas van y cartas vienen, termine siendo testigo del matrimonio de tres parejas que se casaron en la cárcel.

El poema Elegía de Miguel Hernández, con su belleza sublime, trágica, desesperada, conmovió profundamente a mis alumnos. La agonía por el amigo muerto, la impotencia transformada en rabia por ese ser que ha sido arrancado de su vida y de la propia, sumado a lo definitivo de esa ausencia, los hacía sentir como si ellos mismos hubieran escrito ese poema. Por fin alguien ponía en palabras lo que muchos de ellos necesitaban decir, porque en el entorno de mis alumnos había decenas de muertos.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas, secas y calientes.

El mundo de la cárcel es un cosmos masculino. Las amistades son entre hombres y suelen ser muy profundas, pero las ronda la muerte. Así, a medida que leíamos el poema, la sala se fue poblando de la memoria de esos amigos jóvenes, impulsivos, muertos en absurdas balaceras, algunos incluso en los brazos de quienes ahora leían el poema. Pero lo más bello de esa Elegía, es el tránsito de la rabia al dolor y del dolor a la nostalgia.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Cuando Luis Rosales dice: “has sentido la extrañeza de tus pasos que estaban ya sonando antes que tú llegaras”, mis alumnos no tuvieron duda que era un poema escrito por alguien que ya estaba muerto, y que volvía a contemplar por última vez la disposición de sus cosas, inertes como él.

Varios de ellos habían estado al borde de la muerte, y dos —en su propia versión— habían “muerto y resucitado”, con la sensación de estar “vivos y muertos al mismo tiempo”. Comprendían sin problema ese tránsito entre un ámbito en que podemos influir desde la vida, y ese otro, donde, según leyeron ellos del poema, somos observadores ya sin injerencia. Eso nos llevó a hablar de la muerte, pero más interesante aún, nos puso a hablar de la vida. Querían comprender cuánto de su propia miseria era atribuible a una cuestión destínica, o si, por el contrario, ellos podrían haberle dado otro curso a su vida.

Al argumento de algunos, en el sentido que la miseria y la falta de afecto habrían sido determinantes en su carrera delictual, otros se preguntaban por qué, entonces, existen personas que, viniendo de su mismo medio, no delinquen. Fueron liberadoras esas conversaciones, porque de a poco se fue imponiendo la convicción de cierta autonomía, que despertaba la esperanza de una vida nueva.

Y habiendo leído de Machado:

Dice la esperanza:un día

la verás, si bien esperas.

Dice la desesperanza:

Sólo tu amargura es ella.

Late, corazón…No todo

Se lo ha tragado la tierra,

El tema central pasó a ser la esperanza, hasta que alguien me dijo: “¿pero qué esperanza puedo tener yo si estoy condenado a perpetua efectiva?”. Yo respondí: “Entonces crea en milagros”.

—¿Milagros como cuáles?

—Bueno, imagínese qué hay un terremoto, se cae la cárcel y usted se arranca corriendo. Todos nos reímos. La cárcel de alta seguridad habría que dinamitarla para poder abrir un boquete o arrancarse en helicóptero, como lo hicieron cuatro miembros del Frente Patriótico.

La conversación de los milagros fue en diciembre del 2010. Volví en marzo a mis labores en la prisión y mis alumnos me esperaban expectantes y con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Oiga, profe, se acuerda del Mauri?

—Sí.

—¡Es que al Mauri lo trasladaron en enero a la cárcel de Chillán y no nos va a creer, profe, que con el terremoto (27 febrero 2010) la cárcel se vino abajo, y hasta ahora anda fugao!

¡Hubo un aplauso cerrado!

Juan, podría seguir escribiendo por horas, pero termino aquí con un poema de Alfredo Cabrera, ahora preso en la cárcel de Valdivia. Un poema que tituló: Chile.

Se fue ensanchando la Pampa

con un grave caminar

y nos sucede el caliche

por Chata, Lluta y Chañar.

Se curva victoriosa

el agua del Loa en el salar

y en hilillo de Atacama

nos coarta su roca fundamental.

Desahuciado de verdes muermos

el farellón desafía al mar.

¡Despréndase cuencas montañosas!

¡Transversales cordones de sal!

¡Altísimas vertientes andinas!

¡Encórvense piedras eternas!

¡Que nazca el valle y su ajuar!

La tierra parió a Limarí

al Huasco, Elqui y Choapa.

Se disipa el árido manto

sembrado de huertos y vid.

Se van abrazando entre hermanos

minerales de magma mortal.

El sial mullido de Chile

nos presenta el mineral:

cuprum, hierro, argentum

silicio, oro y radium

hermanos, todos hermanos;

en metales de ruido silente

van mordidos de azul llama

la fragua del sueño y la sal.

La tarde descuelga del cielo

un río rojo y otro de ámbar.

La cadera del valle se extiende

en su colmena y en su lagar.

Y en la costa las caletas

se nutren llenas de la pleamar.

Los pueblos que se avecinan

son acicalados por viento y olas

y una neblina herbácea

nutre su caminar.

Arcángel andino vigías

"al pueblo y cien pueblos su andar"

cascabillos del Aconcagua

vierte vertientes en su galopar,

construye tierra hortelana

ensalza mimbres, moja el parronal

anuda en aguas sus gentes

y ríen y cantan tu cantar…

Anarquía que Dios ha arrojado,

bendito desorden y azar

me rompe la tierra a girones

desarma su cuerpo en el mar.

La riada se pierde entre hielos

la lluvia se pliega al andar

el monte que Dios ha elevado

se pierde entre el fiordo y olear.

Y te dejo la última pregunta para ti. ¿Cómo hacer para expandir las ganas de leer poemas, de escribir poemas y de acceder a través de esas puertas ocultas a los laberintos de nuestra consciencia?

J.V.:— Gracias, Andrea, por narrarnos tan sencillamente estas experiencias tan profundas. La poesía como conectora de temas esenciales: la mujer, la amistad, la muerte, la esperanza, la posibilidad de ser dueños de nuestro destino por encima de cualquier determinismo. Lo que muestras es el poder de la poesía para abrir espacios de conversación diferentes.

Si a mi me hiciera otra persona la misma pregunta que tú me haces, yo te llevaría a ti. Me sentaría a tu lado y le diría a quien hubiera preguntado: “Mira, el movimiento se demuestra andando”, esa frase atribuida a Diógenes, porque tu mostraste que el lenguaje poético puede generar flexibilidad mental para sacarnos de las cajas que limitan nuestras capacidades de conocer. La poesía libera. Por eso te pediría: “Andrea, cuéntale”.

Y eso es lo que propondría, desanudar esa creencia que asigna a la poesía una naturaleza meramente romántica, casi cursi, limitada a hablar de un mundo irreal. Traer la poesía a las escuelas, no para que los alumnos escriban para el día de la madre, sino para que avizoren el mundo inexplicable desde la razón, que, sin embargo, vivimos cada día.

Algunos líderes lo han hecho. Han llevado la poesía a la política, la poesía a la fábrica. La poesía en la vida cotidiana. Desde hace unos años yo termino mis clases leyendo una poesía. Les digo que ese es mi regalo.

Como te darás cuenta, esos espacios pueden ser más fáciles que lo que tú has hecho, llevarla a la cárcel. Confío plenamente en que el contacto con la poesía, en un espacio diseñado con respeto, con ritualidad y elevación, logra producir una conexión desde la cual las conversaciones se abren a posibilidades distintas.

El poeta vasco Gabriel Celaya, nacido un año después que Luis Rosales, escribió un poema que he citado muchas veces: “La poesía es un arma cargada de futuro”, al que puso música Paco Ibáñez. Yo hoy sólo le cambiaría una letra consonante, una “r” por una “l”, para que fuese: “La poesía es un alma cargada de futuro”. Un alma con más alas y menos cadenas que nos dé el coraje de enfrentarnos a nuestros sentimientos y nuestras limitaciones. A nuestros sueños y nuestra fragilidad.

Y para convencer a quienes tuvieran que tomar las decisiones de difundir la poesía, de incorporar la poesía, de llevar lo poético a todos los rincones, usaría tu experiencia para demostrar el efecto de la poesía en nuestra identidad, porque lo que hiciste fue conectar a los presos a otra interpretación de su propia identidad. Creo que ese es un gran argumento.

Finalmente, me quedo pensando que no es casualidad que hayamos coincidido en espacios como la Fundación Desafío de Humanidad y el movimiento 3xi. García Lorca dijo: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Hoy nos dedicamos al encuentro de pares improbables. Al salir de esos encuentros las personas hablan de magia y de misterio, pero ambos sabemos que voló la poesía por los círculos.

Muchas gracias por haber aceptado mi invitación.

***

Andrea y Juan se despiden después de un intercambio que, sin duda, les ha llevado a revalorizar lo que siempre han considerado valioso.

Juan empieza imaginarse cómo sería un encuentro de poesía y política, sus dos pasiones. Andrea le ha enviado un mensaje agradeciéndole por haberle recordado a sus queridos alumnos cautivos. Tal vez se queden con la idea de que tenemos que hablar de muchas cosas, mientras Miguel Hernández sigue recitando su elegía y Joan Manuel Serrat le pone música.