Juan Vera

View Original

Artículos Articulados

Vivir la vida

Coautores de este artículo: Carolina Bozzo y Juan Vera

Juan y Carolina se conocen desde hace años. Ninguno de los dos se atreve a asegurar exactamente desde cuándo. Juan escuchó hablar de ella como una psicóloga muy prestigiosa, fundadora de la Consultora Capsis en 1986. Le atrajo saber que habían traído el modelo de Palo Alto a Chile y lo habían adaptado al nuevo entorno.

Cuando Juan dirigía el Módulo de Habilidades del Magister de Gestión Pública de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, Carolina era la directora del Magíster en Psicología aplicada a la consultoría y al desarrollo gerencial en la Escuela de Psicología de la misma casas de estudios. Angélica Jiménez, la pareja de Juan, fue alumna de ese Magíster y por ella supo más acerca de Carolina.

Seguramente se conocieron cuando Angélica, en el 2008, colaboró en Capsis. Desde ahí se encontraron en congresos y diversos foros y fueron entrelazando miradas hasta que Carolina invitó a Juan a participar en el diseño de un Diplomado de Coaching Integrativo realizado desde Capsis con una certificación del grupo de Palo Alto. 

El tiempo del diseño fue sumamente creativo y lleno de reuniones. Fue el primer intento de reunir a distintas escuelas y metodologías de coaching bajo una mirada integral. Juan fue profesor del mismo durante varios años y Carolina lo dirige hasta hoy después de algunas transformaciones.

Desde entonces se han llamado para participar en sus respectivas iniciativas: En congresos de coaching que Carolina ha desarrollado en diversas universidades o en colaboración con asociaciones profesionales como el Coaching-Up; y en los programas que dirige Juan hasta el recién iniciado Biolibros de Humanidad del que ella participa. 

La lista es larga y continuará. Próximamente, Juan tendrá una intervención en el Diplomado de Coaching Social diseñado por Carolina y Maru López Brun. Este artículo articulado es el resultado de la invitación de Juan para seguir conversando con Carolina, porque sobre todo, se respetan y son amigos.

Como de costumbre, Juan toma la palabra y lanza la primera pregunta:

Juan Vera (J.V.):— Querida Carolina, aquí estamos de nuevo y el tema elegido es el vivir, el valor de estar vivos, porque, como tal vez nos cuentes, estuviste en un momento entre la vida y la muerte. ¿Qué es vivir para ti?, ¿qué significa la vida?

Carolina Bozzo (C.B.):— Juan, querido. Somos dos personas que hemos coincidido, en tramos, de nuestro camino terrenal y por qué no decirlo, en la espiritualidad de “Ser” y en su concreción en el “Quehacer”.

Esa experiencia que señalas, de muerte y vida, marcó mi historia y devenir. Un trayecto de vivencias poderosas enfrentada a la enfermedad y la muerte, a su vez, una historia de fuerza divina y humana que facilitó el rediseño de mi vida y el caminar en esta tierra: nuevas priorizaciones y reinvenciones profundas en mi persona, las que han impactado en mi escala de valores y el quehacer de mi vida.

Sí, pasé por esa vivencia extrema, en la que tuve la oportunidad de volver a la vida después de traspasar el “túnel” que nos conecta con ambas dimensiones: la vida y la muerte. El privilegio de visualizar y participar de ese mundo incandescente y maravilloso de Luz y el que se me invitara a volver a la tierra con mi hija, mi hijo recién nacido y mi esposo, me ha enriquecido. Ello me ha facilitado un camino continuo de aprendizajes, posibilidades y descubrimientos.

Vivir, para mí, hoy es estar presente cada minuto de mi vida. Disfrutar de lo que tengo, valorar lo que descubro en otros y en mí misma. Agradecer la entrega de otros para conmigo. Descubrir que los años cronológicos pueden afectar tu cuerpo, a la vez, de enriquecer tu Ser, ese Yo tan propio que nos da el sello único como persona y que necesitamos cuidar, acariciar, valorar para continuar en caminos con otro/as significativos en este transitar.

Es curioso descubrir, en la experiencia de muerte y vida, la certeza de que hay vida después de la vida y que la muerte no es más que una posibilidad de continuar con nueva vida. Lo asocio a una ruptura y quiebre matrimonial y una nueva posibilidad de felicidad o algo tan mundano como la quiebra, la muerte de tu empresa y el renacer potenciado para un nuevo emprendimiento. En el sino de los emprendedores esta posibilidad siempre está presente y no debería asustarnos, sino que más bien valorar los aprendizajes para un nuevo emprendimiento muy potenciado. Es algo en lo que no había reflexionado y que recién descubro gracias a tu pregunta, Juan. 

Vivir, para mí, Juan, es un camino de innovación y cocreación con valoración, aprecio y respeto de los otros/as que, por diferentes motivos y en momentos diversos, son parte de mi trayecto de vida.

Mi pregunta para ti es, ¿de dónde piensas que surge y se mantiene esa energía de vida que da sentido a tu vivir?

J.V.:— Me quedo hondamente sorprendido por tu pregunta, Carolina. Pronto verás por qué. La palabra que te dejo antes de responder es: sincronicidad. Y paso a contarte una historia.

En el año 2010 me operaron a corazón abierto. Fue algo muy inesperado. Vinieron de España mi hermana y mis dos hijos. Me alegré de su llegada, pero a la vez me trajeron la inquietud de que pensaran que podía morir. Esa fue una idea que no dejé que se apoderara de mí. La operación y el tiempo posterior constituyeron una experiencia realmente poderosa que guardo como uno de los momentos de oro de mi vida, aunque resulte paradójico. 

Ya en posoperatorio y aún en la clínica en una de las visitas de mi médico tratante mis hijos intentaron que me hiciera ver que no podía seguir llevando el ritmo de trabajo y de viajes que acostumbraba, que teniendo la vida bastante resuelta me prescribiera bajar el ritmo, ponerme más contemplativo. Y eso que en esa época no habíamos leído al filósofo surcoreano Byung-Chul Han.

Yo había tenido la posibilidad de hablar largamente con el médico en todo el tiempo de preparación. Curiosamente, se interesó por saber qué era eso del coaching y por las cosas que yo hacía. Y lo que quiero traer fue la respuesta que él les dio ante la insistencia de que bajará el ritmo de trabajo: “Su padre no trabaja, tiene una causa”. Yo le miré con un agradecimiento infinito. Y la palabra “causa” se quedó grabada en mí de una forma muy especial. No dijo “propósito”, “visión” o “destino”. Lo nombró como causa. Pasé mucho tiempo dándole vueltas a esa palabra.

Poco después, en uno de mis encuentros con mi amigo Raúl Herrera, del que he hablado muchas veces, yo con mis bypasses a cuestas y él peleando con un cáncer al que consiguió ganarle tres años de vida, me recomendó que leyera Sincronicidad, el camino interior hacia el liderazgo (1999) de Joseph Jaworsky.  Empecé a leerlo en un vuelo a Madrid en diciembre del 2010. Después de los años transcurridos, en este momento en el que tú me haces esta pregunta, estamos trabajando ese libro en el Círculo Avanzado de Lectura que dirijo. Y otra vez me ha devuelto a las claridades que en su día que me trajo.

Esa energía me surge de lo que Jaworsky llama el fondo del ser, de la intuición de tener una causa que está más allá de los objetivos que nos vamos poniendo cada día. Tiene que ver con sentirse parte de un flujo de significados que va más allá de nosotros. En un primer momento, me preocupó que fuera una cierta arrogancia mesiánica, pero al revés, más que un protagonista me he empezado a sentir un medio, un acompañante. Y vuelvo a recordar a mi cardiólogo. Sentirnos al servicio de una causa que nadie nos pone, pero que vivenciamos llena de sentido, que emerge como la justificación de nuestro paso por el mundo. De ahí sale, Carolina, y de una inmensa gratitud por el mero hecho de ser y estar, y por el amor que siento hacia los que me rodean, sin los cuales no soy.

Podemos seguir hablando de esto, pero quiero hacerte una segunda pregunta. A pesar del cerco en el que mantengo a mi racionalidad no puedo sostener que hay vida después de la vida y sobre eso quiero preguntarte: ¿Qué te lleva a ti a plantearlo como una certeza? Quiero escucharte atentamente.

C.B.:— Juan, la pregunta que me haces me contacta con un maestro muy importante en mi vida, desde mis primeros años de estudiante de Psicología donde tuve el privilegio de tenerlo como profesor en la escuela de Medicina de la Universidad de Chile: nuestro querido doctor Humberto Maturana Romesin, quién se enojaba mucho si alguien no lo consideraba con su segundo apellido por la importancia que tuvo la madre en su vida. En el trayecto de mi camino profesional hicimos amistad y tuve la oportunidad de mantener largas conversaciones acerca de sus pensamientos y teoría del conocer. 

Más allá de lo teórico, mi primera experiencia encarnada acerca del observador y de la “objetividad en paréntesis” fue a los cuarenta años, cuando muy joven, aún, para una operación de cataratas, mi vida cambió en 180 grados: pasé de ser de una persona miope en extremo, a “ver”… Al destapar mis ojos el médico no podía creer lo que veía, todo con otras formas y coloridos. Fue un encandilarme y disfrutar de mi nueva realidad. De inmediato, me pregunté cuál era mi nueva realidad, ¿la de antes o la actual? En un segundo vino a mi mente nuestro Humberto Maturana R. y la respuesta: “Ambas, ya que con nuevos ojos mi lente de observadora es también nuevo.” Tuve la oportunidad de compartirlo con nuestro maestro, quién me explicó que estaba en lo correcto, ya que se había producido un cambio, en tanto, ser biológico y en consecuencia, el de mi perspectiva de la nueva realidad.

Frente a tu pregunta, Juan, entonces, puedo responderte que tu realidad es válida, también la mía, porque, acorde a nuestras experiencias de vida, nuestros respectivos observadores validan “verdades” para nosotros.

Mi experiencia límite me dio el privilegio de contactarme con esa divinidad, un recurso interno para otros, que es parte de cada uno/a, en tanto, seres humanos y volver a continuar con mis misiones, todas aquellas que me movilizan hasta hoy en esta tierra.

Es esa divinidad que descubro y redescubro de manera cotidiana con mis consultantes cuando buscan resolver un problema y les surge, entre sus recursos, esa Luz interior, incandescente, maravillosa, localizada en diferentes partes de su corporalidad, en general, en el centro de su pecho y, que les colabora con resolver problemas físicos, de su mente o emocionalidad. Es esa mente que conecta nuestro pasado, presente y futuro en cuanto variable temporal, activada por las emociones que tienen el poder de hacer fluir las conexiones temporales en la experiencia de cada persona, a la vez de la mente, con su aporte calibrador. 

He descubierto que las personas más sencillas acceden a su Luz sanadora con más rapidez que aquellas más intelectuales que ponen barreras a través de la razón. Sin embargo, en el poder que tiene el lenguaje con estas personas hablo de mente creativa, aquella que utilizamos para innovar y, de inmediato, acceden a ese espacio lleno de recursos internos que les colabora con su búsqueda para resolver los problemas que les llevan a consultar.

Es la Luz que algunos la definen como “Alma”, “Roca del Ser” o “Casa Interna”, entre otras. Si tu casa está construida sobre rocas sin duda tu Luz ilumina y se proyecta con fuerza a la distancia. 

Quiero decir con esto que esa vivencia de enfermedad al límite de la vida me dio el privilegio de darme cuenta de esa trascendencia y de poder decir, Juan, con tanta fuerza: “Sí, para mí hay vida después de la vida”. Quizás, más allá de lo que pienso y siento ahora, después de escribirlo, es que, nuestra vida nunca muere. Lo que ocurre es que nuestro cuerpo se abandona una vez que ha desarrollado todo lo que fue posible en esta vida, no así tu energía de vida y misión, en tanto ser único, la que continúa en otras etapas y dimensiones.

No puedo dejar de señalar al doctor David Calvo, español, médico, coach del cáncer crónico y terminal, a quién conocí gracias a ti, Juan. Hoy, es mi amigo, quién me invitó a escribir acerca de mi experiencia límite. En el presente, mantenemos conversaciones y estudios que ya los podremos expresar en algún escrito sobre las experiencias de “la vida después de la vida”. 

Creo que su experiencia como médico de la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) le ha dado el privilegio de participar con diversos enfermos terminales o en situaciones como las que yo viví y poder reflexionar y considerar que sí hay certezas de “la vida después de la vida”, a través de múltiples casos que ha podido acompañar.

Sin duda, Juan, para el común de las personas podemos aparecer como “seres extraños”, ya que nuestra sociedad occidental, en general, aún opera con esa realidad cartesiana, donde prima la racionalidad por sobre los sentidos.

Descubro en este trayecto de respuesta a tu pregunta, Juan, que hoy puedo disfrutar de mi persona cuando me contacto con “mi casa interna”, cuando está llena de esa Luz que irradia que puede abrazar y acoger a quienes son mis significativos y, en términos más amplios, la posibilidad de colaborar con aportes para un mundo mejor de manera amorosa en el sentido de Maturana:“Respetar al otro como un legítimo otro, acompañado de conversaciones y actuaciones apreciativas en el hacer con otros/as. Considero que en esto tengo todo un camino por avanzar. Me percibo en similitud con “tu causa”, Juan, relacionada con el acompañamiento a personas y comunidades en diferentes espacios del mundo.

Mi segunda pregunta para ti, Juan, después de agradecer la anterior en la que descubrí nuevas cosas en mí, es: ¿en qué aporta a tu vida el “cerco que pones a tu racionalidad”?, ¿y en tu camino como un “medio y acompañante”?, ¿en qué aporta a tu causa?

J.V.:— Ese cerco o freno, Carolina, tiene que ver con apertura, con no negarme a aquello de lo que no hay evidencia. El pensamiento racional busca justificación de los pensamientos con hechos y teorías basadas en ellos, pero solo hay evidencia de aquello que se ha podido demostrar a partir del desarrollo de conocimientos aceptados dentro de un paradigma. ¿Qué es antes el huevo o la gallina? Me explico.

Para los racionalistas del siglo XIX era magia lo que hoy es ciencia. Y en muchos momentos pienso que aun para los racionalistas más progresistas de este siglo, el paradigma de la única validez de lo demostrable cierra la puerta para lo que se manifiesta como sensación, intuición o, como me decía recientemente un muy querido amigo ingeniero: psicomagia.

Si hablamos hoy del descubrimiento constante de las innumerables capacidades de percepción de nuestra mente y de las inteligencias que nuestras células tienen, no sólo en el cerebro, la falta de explicación no desdice la existencia del fenómeno. Como hemos repetido muchas veces en el mundo del coaching, una cosa es el fenómeno y otra su explicación. La explicación nos pertenece o pertenece a la cultura social de la que formamos parte.

El cerco a mi racionalidad es la decisión creciente de permitirme no negar lo que aún no puedo suscribir desde un paradigma que soy consciente que es transitorio. Por eso, mi anterior pregunta a ti. 

Entre algo, lo que consideramos racional y lo contrario, lo que consideramos irracional hay un mundo posible de lo distinto. Lo uno (el algo) y su opuesto forman parte del bien y el mal, de la izquierda y la derecha, lo alto y lo bajo, lo blanco y lo negro del mismo paradigma explicativo. Quiero decir que forman parte de la racionalidad lineal. Pero lo distinto configura un escenario ignoto al que le faltan palabras para ser expresado. Espero hacerme entender, porque, por el mismo motivo, a mí me faltan palabras, aunque no por ello dejo de intentarlo.

De ahí que tu historia me interese tanto, con independencia de que pueda entenderla desde una no-experiencia en ese sentido. Esa divinidad interna a la que te refieres me ha sonado a la sensación infinita de comprensión de lo no expresable. Ese rayo de luz en medio del bosque tupido al que se refería Rafael Echeverría para claro.

Y cuando me preguntas en qué aporta a mi causa, aporta la posibilidad de una autenticidad espontánea, de una cercanía, sin saber por qué, pero que puede producir vínculos. Sin duda esa es otra experiencia que todos hemos tenido: encontrarnos con una persona desconocida con quien de inmediato percibimos que hay una conexión especial, aun cuando no hayamos tenido una historia común conocida. ¿Es su olor?, ¿es la forma de mirar?, ¿qué es?. Algo que desdice que la confianza es el resultado de una construcción consciente que se produce en el tiempo.

Aporta a la posibilidad de una apertura que no es la consecuencia de los pasos de un plan o de una fórmula, sino de la creación de un espacio que pudiera animar a acercarnos a otro modelo de pensamiento, de aproximación a la vida y a sus fenómenos. Superponiendo las sensibilidades a las explicaciones. Y aquí diría que no es sólo cuestión de voluntad. Creo que tiene que ver con una disposición al asombro y a lo que la filosofía más pura ha pretendido desde el comienzo de los tiempos: preguntarle a un vacío, preguntarle a una ausencia y esperar que la vida nos conteste.

Y vuelvo, querida amiga a la Vida, y para ello tomo tus últimas palabras cuando te refieres a conversaciones y actuaciones apreciativas que pueden darle sentido a vivir. Me gustaría escucharte más, ¿cómo serían esas conversaciones apreciativas?, ¿cuál es su fondo?, ¿qué buscan para los otros y para ti? 

C.B.:— Juan, querido, desde que tuve la oportunidad de conocer el enfoque apreciativo allá por el 2002 lo he profundizado y tratado de internalizar de manera que ha llegado a ser parte de mi vida y por qué no decir, de mis valores y actuaciones, acordes a esto. 

No ha sido fácil, porque vivimos en una cultura occidental que, más bien, se centra en lo que falta, en la crítica y, tantas veces, en el uso de un lenguaje descalificador en su interacción con los otros/as. Ejemplos de esto en el mundo político y con impactos masivos, lo vemos en los enfrentamientos, ya que no es posible considerarlos como diálogos, de los candidatos/as presidenciales en el trato que observamos en nuestro país entre senadores/as y diputados/as, en el Congreso y así en tantos otros contextos diversos de interacción.

Significa que no es sencillo estar en permanente atención conmigo misma para responder, por ejemplo, a un trato poco adecuado o que me llegue como agresivo y darme el tiempo para respirar, contactarme conmigo y devolver una respuesta adecuada y por qué no decir, amorosa, en lo posible. Con todo esto quiero decir, Juan, que me ha significado un camino esforzado, sobre todo, durante los primeros años en los que he implementado acciones como invitar a este lenguaje a los alumnos participantes de nuestros programas en la organización que dirijo, con mis clientes y, por qué no decirlo, conmigo misma. 

Recuerdo cómo me extrañó que en un máster de innovación que cursé en la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile mis compañeros/as me consideraron como la persona más apreciativa del curso, lo que en esa época me hizo sonrojarme. Yo me felicitaría por todo el trabajo que he hecho conmigo misma.

Así, también, he tratado de invitar a este lenguaje en mis interacciones internacionales, en tanto participante de programas con foco social, político, así como en mis actuaciones como parte de equipos docentes de programas en España y en seminarios en Francia.

Constato, con entusiasmo y esperanza, la aparición cada vez más frecuente de nuevas conversaciones a nivel global que invitan a miradas y acciones diferentes con preguntas relacionadas con liderazgos con sentido y a las nuevas actuaciones en el ámbito de corporaciones, empresas, fundaciones, países, y mundos regionales y globales.

Interesante constatar acciones como el Festival de la Consciencia durante el 2022 en Barcelona o los escritos de autores, entre otros, como Borja Villaseca con sus libros  Cómo fomentar el despertar masivo de la consciencia o La biología de la gentileza, entre tantos otros escritores/as en la misma línea.

Se suma todo lo relacionado con la filosofía de la compasión aplicada al mundo de la educación, organizaciones e investigaciones, entre otras, las de la Universidad de Stanford, sobre los efectos del cultivo de la compasión en personas, compañías, instituciones educativas, de salud, gubernamentales, ONG, entre otras.

Entonces, Juan querido, si me contacto con tu pregunta diría que me da esperanzas que nuestro mundo piense en cómo generar acciones donde la base esté en lo apreciativo y, en el fondo, en el amor a través nuevos mensajes y relatos que invitan a cambios en el pensamiento y a nuevas actuaciones globales.

Esto busco para mí, para mis cercanos significativos y en las posibilidades que tengo de influencia en los ámbitos en que circulo, en lo que escribo contigo, como esta posibilidad que me facilitas y en el impacto que me propongo en acciones relativas a ampliar la mirada a más personas para acciones apreciativas en diversos espacios de mundo.

Gracias especiales por invitarme a conversar en este “cafecito” particular. Mi última pregunta para ti, Juan querido, después de un preámbulo es la siguiente. Conociendo tu preocupación permanente y el reconocimiento que has alcanzado por crear estos nuevos espacios de mundo a los que te refieres para acercarnos a otros modelos de pensamientos que se aproximen a la práctica de nuevas conversaciones posibles, en especial en el ámbito político y del poder, y en consecuencia, a cambios profundos en la sociedad en que transitamos, ¿cómo logras manejar la humildad en tu quehacer para no caer en un “guruísmo” que pudiera ser tentador?

J.V.:— Gracias, Carolina, porque tu pregunta en sí misma es un elogio. Te agradezco que lo pienses, me llevas a centrarme en la palabra humildad. ¿Soy humilde? Sé que esa palabra ronda por mi vida desde mi propio origen humilde. La superación de salir de ese origen económicamente humilde estuvo presente desde mi niñez. Llegar a otra humildad, la de mi paz interior y el respeto a los otros es un objetivo que se ha ido consolidando en el tiempo.

No caer en el guruismo me es más fácil, porque en realidad no soy un gurú siguiendo la acepción del antiguo hinduismo. Si bien hoy en muchas de las lenguas de la India veo que “gurú” significa “pesado”. No me siento un maestro, aunque quiero interesar a las personas que me rodean en las cosas que me interesan y en las que considero necesarias para vivir más humana e inteligentemente.

Algo que me ha sido fácil es huir del show y de la escenificación, simplemente porque siento aversión natural a esa forma de pararse en el mundo. No tengo que manejarlo, como tú me preguntas. Me sale de forma natural. Al revés, a veces tengo que hacer un esfuerzo para respetar a aquellos que sí lo hacen y que tiendo a ver como una máscara para tapar la vacuidad cuando en algunos casos puede ser una habilidad que yo no poseo.

Acabo de terminar el capítulo de un libro colectivo que se publicará en España sobre la relación de la filosofía y el coaching y me descubrí en esta idea que te comparto: Las noches estrelladas de los desiertos del mundo, en especial el desierto de Atacama, permiten que nos demos cuenta de nuestra insignificancia y a la vez de la inmensidad inexplicada, pero no por eso menos real. Ante ello nuestras peleas resultan infantiles.

Añadiría que no sólo nuestras peleas, también nuestras ínfulas. Quiero decir que la mejor forma de pelear contra la arrogancia y la vanidad es abrir bien los ojos y percibir la inmensidad, la complejidad de la naturaleza, el pequeño espacio del saber en el que nos movemos. 

He tenido siempre claro que junto a algunas cosas que me han sido naturalmente fáciles, hay otras en las que soy especialmente torpe. Esa consciencia es permanente en mí y tenerla resulta ser un buen preservante para quienes como yo somos eneatipos 3 en la escala del Eneagrama, es decir, aquellos que tienen tendencia a creer que sólo son queridos porque hacen muchas cosas. 

Sé que en esa carrera del hacer, la vanidad está a la vuelta de la esquina. Y esa es una de mis principales luchas en la vida. Y Termino este café tan aromático agradeciendo que hayas aceptado estos ires y venires de preguntas y respuestas. Y siguiendo con la humildad, agradeciendo también esa forma de seguir siendo discípula de la Vida, siendo alguien con tan alta preparación e inteligencia social. Gracias por ello también.

***

Carolina y Juan se sonríen y callan. Ambos saben que seguirán invitándose a conversaciones y experiencias en las que lo apreciativo abunde y la descalificación y el agravio no existan. Ambos saben igualmente que estos años de conocerse han ido transformando el mutuo interés por el saber del otro y las posibilidades de hacer con ello experimentos, en una ternura humana que les permite esta callada sonrisa.

“¿Azúcar o endulzante?”, les pregunta el camarero imaginario, mientras ellos honran el silencio.