Juan Vera

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Artículos Articulados

Somos historias que cuentan historias

Coautores de este artículo Liliana Bernal y Juan Vera

Liliana (desde ahora Lili) y Juan se conocen desde hace 15 años como profesionales del mundo del coaching. Colombiana ella, español él, ambos residentes en este alargado y cordillerano Chile. 

Lili dirige el Programa de Mujeres Líderes y Juan el Diplomado de Coaching para transformar el Poder y la Política en la Escuela Newfield Network. Los dos aman el arte del relato y creen en el poder de contar historias. 

Finalmente, las civilizaciones que las mujeres y los hombres hemos ido construyendo son el resultado de las conversaciones que tenemos y de los relatos que nos hemos ido contando, tejiendo interpretaciones a lo largo de los siglos.

Juan sigue con curiosidad placentera a los arquetipos de las doñas que Lili escribe. Una serie fantástica de la que sin duda hablarán. Lili sigue la investigación de Juan sobre el poder de la articulación y el rol de los coaches como articuladores de conversaciones sociales.

Han acordado escribir este diálogo para hablar de lo que más aman: la palabra. Por eso comienzan recitando el maravilloso poema de Blas de Otero “Me queda la palabra”:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.


Juan lanza la primera pregunta.

Juan Vera (J.V): — ¿Lili, cuán cierto crees que es el título de este artículo? ¿Somos historias que cuentan historias?



Lili Bernal (L.B): — Juan, que gusto estar aquí dejándonos encantar por esta conversación que abrimos juntos. Comenzando a entrar en la materia evocadora de sentido de la que están hechas las palabras, creo que es una bella metáfora la de que somos historias que cuentan historias. Estamos inmersos en el tiempo y el espacio de una deriva histórica que nos hace ser quienes somos y eso nos convierte en una historia, y puesto que los humanos recorremos experiencias mientras vivimos y damos cuenta de ellas a través del relato con el que capturamos la esencia y los detalles de lo vivido, contamos historias.

Creo también que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de ser un tejedor o una tejedora de palabras. Las experiencias andantes de nuestras vidas van siendo tejidas en las historias con las que nos contamos a nosotros mismos. Hilamos una a una las palabras para construir un relato que ojalá nos deje contentos al contarlo. Por eso, hay que elegir la manera de contar, el estado de ánimo que le imprimimos, el protagonismo que nos otorgamos, el orden de los episodios y las temporadas, y saber que nuestras vivencias determinan la forma de la historia, pero también nos dan forma a nosotros.  

Cuando nombramos lo que nos pasa, y eso es lo que hacemos con las palabras, nos damos permiso para sentir lo qué somos, para tocar lo que somos o lo que vamos siendo. Nos vamos articulando y vamos creando nuestra identidad. Y nuestra identidad, Juan, es lo que se afecta con nuestros relatos. Si me cuento bonito, me vuelvo bonita. Me convierto en lo que escucho de mi misma. 

Entonces, si nos tomamos en serio esto de vivir una buena, linda, provechosa, valorada vida; si lo tomamos como un proyecto magnífico, como una gran obra de la que somos creadores, el arte de contarnos sería una de las técnicas primordiales y dejarnos tocar por las palabras sería cotidiano. Somos la gran obra maestra de los cuentos que nos contamos a nosotros mismos.

Juan, mi pregunta para ti es: ¿Cuándo fue la primera vez que te dejaste tocar por las palabras?

J.V: — No es fácil responderte, Lili. ¡Me llevas a un viaje por el espacio de la memoria tantas veces antojadizo! Tengo una primera imagen infantil. Estaba enfermo y me regalaron un abecedario de letras de plástico azul para que aprendiera a leer. La primera tarde estaba jugando a combinar las vocales y las consonantes encima de una mesa camilla. Vocales y consonantes fue la primera distinción que tuve: que la “p” con la “a” era la sílaba “pa”. De pronto mi padre se acercó y me dijo: ¿Te das cuenta que has escrito una palabra? Yo había juntado las letras para que sonara c-i-e-l-o. Ya sabía escribir palabras. Ya era un niño con palabras. Podía inventarlas también. Tuve una sensación de poder o ahora me doy cuenta de que ese niño se sintió con poder creador. Me endiosé con las palabras.

Cuando décadas después escuché la frase “el lenguaje genera realidad” me vino el recuerdo del abecedario azul. Azul como aquella primera palabra, como los jerséis que más me gustaban, como los ojos de la primera niña que hizo latir mi corazón de una forma distinta. ¿Fue ese el primer momento en que me dejé tocar por la palabra? No lo sé. Pudo haber sido antes porque en la familia predominaban los juanes y los pedros y generalmente nosotros, los hijos éramos “los niños” o nos nombraban por un diminutivo.

Tengo otro día perdido en la memoria. Pudo haber sido antes o después de lo que te acabo de contar, pero si me sumerjo en ese pasillo de la memoria escucho la voz de una tía mía que me llamó Juan Pedro para distinguirme de su propio hijo que se llamaba Juan Jesús. Sé que me sentí nombrado. Desde entonces aprendí lo importante que es nombrar a las cosas y a las personas. Era Juan Pedro y la miré con mucho agradecimiento. 

Las palabras tocan el alma o la arañan. Por eso, cómo señala el poema, “si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra”. Si mis brazos se paralizan y no pueden abrazar o defenderme, me queda la palabra. Con ella podemos acariciar o herir. Con ella podemos abrazar el alma. Te agradezco mucho esta pregunta, Lili.

Déjame que lleve nuestra conversación a otra dimensión, Lili ¿Crees que uno de los problemas que aquejan a este tiempo difícil que vivimos es la falta de relato? ¿Es posible hoy un relato que hilvane relatos diversos? Te lo pregunto también en tu calidad de tejedora.



L.B:— Antes de contestarte déjame disfrutar la belleza de tu respuesta, la belleza de la palabra c-i-e-l-o, de los niños creadores y de las voces que nombran y nos hacen sentir que existimos ¡Bello! Y ahora con tu pregunta, respiro y me dejo tocar por ella. 

Yo creo, Juan, que estamos llenos de relatos de “baja calidad” que nos llenan de ansiedad, desamor y nos desempoderan. Estamos faltos de relatos bonitos. Para mí, los relatos bonitos son aquellos que elevan el alma, elevan la conciencia y nos permiten el gozo de ser plenamente quienes somos. Hoy abundan los relatos de la comparación, la competencia, la arrogancia y la separación; esos son los que escuchamos en las noticias, en las redes sociales, en los programas de opinión. Lo que más me asusta es que son los que escuchan nuestros niños y jóvenes. En estos relatos se refuerza la idea de la escasez y de la distancia entre nosotros. Eso va quedando en nuestra psique, va calando de una manera sutil el alma. Es la razón por la que urgen relatos que cuiden de nuestra alma, que cuiden nuestro mundo interior y nuestro mundo colectivo. Relatos que nos ayuden a abrir la mente y el corazón.

¿Y sabes? La creación de relatos nuevos está más cercana de lo que podemos pensar. Creemos que el relato poderoso tiene que ser innovador, místico o superlativo, pero no. Los relatos bonitos están también en lo simple y lo cotidiano. 

Te cuento algo. A raíz de un duelo que estamos viviendo conversamos con mi hija acerca de los que ya no forman parte de nuestra vida, aquellos que se van. El relato que traíamos estaba cargado de tristeza e injusticia. Se basaba en el dolor que sentíamos. Fuimos al jardín a conversar y observamos algunas de las cosas invisibles que pasan allí: las rosas marchitas y los nuevos brotes; la azalea seca y la buganvilia en flor; los limones que se caen de maduros y los que caen por la mordida mortal de un pájaro; los surcos arados que deja nuestro perro al correr sobre el pasto. Observando y hablando pudimos armar un nuevo relato de nuestro duelo, uno que incluía los procesos naturales de la vida, la importancia de dejar partir, la necesidad de despedir con gratitud lo que tiene que morir y la conciencia de los nuevos brotes. Todo este cuento nuevo nos dejó mejor paradas para lidiar con el dolor. La naturaleza nos regalaba el relato que estaba allí disponible para nosotras si prestábamos atención.

Soy una convencida de que el relato que contiene símbolos y metáforas vivas nos alimenta el alma. Necesitamos más poesías, mitos que nos guíen y prosas nutritivas.

Entonces, mi querido Juan, los relatos bonitos son relatos tejidos con inclusión del todo cotidiano, de la diversidad, de los ciclos de la vida. Son amorosos, nos conectan, nos dan esperanza y nos ayudan a creer en nosotros mismos. Son relatos llenos de respeto por nosotros y por la tierra que habitamos. Gracias por la pregunta. Y ahora te pregunto ¿Cuáles son esos relatos que consideras esenciales para vivir plenos?

JV:— Creo que hay muchos relatos importantes en la vida, Lili. Los ha habido siempre en la historia de la humanidad. Las religiones, las ideologías, las interpretaciones de la historia. Su importancia no siempre nos ha conducido al mejor vivir y, al revés, con frecuencia nos han llevado al enfrentamiento y a la exclusión, como se desprende de tu propia respuesta anterior.

Cuando tú me preguntas por los esenciales -una profunda palabra- para el vivir pleno, mi respuesta hoy se centra en tres grandes ámbitos: el relato del propio propósito existencial, el relato de la necesidad de la comunidad y el de aquello que debemos cuidar para que la esperanza en el futuro tenga sustento. Te puedes imaginar que si estuviésemos sentados ante dos tazas del rico café de tu país esta pregunta llenaría toda una tarde de conversación. Te resumo lo que quiero decir con esta tríada que propongo.

En el primer relato del propósito existencial sigo coincidiendo contigo. Hay una narrativa que siento tambalearse y es la de las razones para vivir. No en vano muchas sociedades están tomadas por el desencanto. En más de una ocasión en el transcurso de una sesión de coaching he preguntado: ¿Qué razones tienes para vivir? Y tras el silencio inicial, aparece una gran emoción como cuando nos encontramos con alguien que hace mucho tiempo que no vemos.

Tenemos muchas razones para vivir y, como tú conversabas con tu hija, están muy cerca de nosotros. Tan cerca que no las vemos, ocultas detrás de discursos de grandes expectativas y logros. Hablo de un relato que recoge la belleza de lo más simple, aquello que puede ponernos en contacto con la gratitud. Nuevos brotes, escribes tú, de cada primavera, el olor de los nardos, la sonrisa de aquella persona a la que reconoces y se siente vista, o aquello que dejaría de pasar si no estuviéramos en el mundo.

El segundo relato esencial es el de comunidad, aquel que se hace cargo de que somos humanos en la medida en que somos con otros. Humanidad no es la suma de individualidades. El homo sapiens solo no es humano. Y, sin embargo, en las últimas décadas ha prevalecido el relato de la individualidad y la competencia. Un reciente estudio de la Universidad de Wageningen en los Países Bajos junto con la Universidad de Indiana concluye que la racionalidad ha perdido valor con respecto a una interpretación emocional de los hechos desde nuestro propio sesgo. En la investigación sostienen también que lo individual ha prevalecido sobre lo colectivo. 

Desde esa individualidad egocentrista se exacerba lo que nos separa por encima de lo que nos une. Falta el proyecto común. Lo público se desvanece, la estrategia del agravio toma las conversaciones y convivir deja de ser el gran objetivo de estar siendo humanos. 

Volver a casa supone volver a la comunidad. Hoy mismo que escribo estas líneas Javier Cercas escribe en su columna del diario El País y cita a la poetisa y gran narradora Gioconda Belli cuando dijo: “La biología femenina equipada para la maternidad, realizada o no, arma a la mujer de una dotación superlativa de conciencia del otro”.

Comunidad, conciencia del otro, una historia escrita con letra de mujer, con menos cortisol y más oxitocina. Un relato de invitación al encuentro y al abrazo.

El tercer relato esencial es el que establece el cuidado del medio ambiente, de todo lo vivo. El respetuoso cuidado de las relaciones entre los habitantes de esta tierra y este momento histórico. Nada es más revelador que declarar aquello que queremos cuidar para que las sensibilidades emerjan por encima de las técnicas y de los intereses transaccionales.

Me he extendido mucho. Prometo ser más breve. Mi última pregunta, Lili, tiene que ver con ese arte de contar historias que tu prácticas a través de los arquetipos. Soy un admirador de tus doñas, esos arquetipos de mujer que me parecen fascinantes ¿Puedes hablarnos de ellas?



L.B:—
Qué iluminadora manera de responder ¡Has hecho una bella elección de relatos esenciales! Y desde ese encuentro con lo femenino y el aroma del café colombiano te agradezco la invitación a contar sobre “Las doñas de Lili Bernal”.

Como sabes, soy una cuentera, una cuentacuentos, una contadora de historias que acompaña a las personas y los equipos a través de los relatos que otorgan poder de acción. Y así, como hace ya varios años nació Doña Abundia, producto de un insomnio, en sesiones de coaching he escuchado cómo nacen frente a mí unos personajes definidos que entorpecen, alientan, desatan, ayudan y sostienen, entre otras muchas funciones, los designios de lo que les acontece y de lo que es posible para los ejecutivos que acompaño. Yo les he llamado: las doñas. 

Los arquetipos que emergen de mis coachees funcionan como un puente entre esa manera de sentir que a veces puede avergonzar o no gustar y aquello que somos y que tiene belleza solo porque es nuestro. Aparecen en la conversación unas veces Doña Culpabla o doña Asustalia, y otras veces doña Amalia y cuarenta más, dando cuenta de estados y funciones de nuestro ser. Ellas nos permiten conocernos con cariño y liviandad. Creo que el poder que tienen es el de generar cercanía y afinidad porque sus nombres livianos nos hacen sentir seguros, conectados y vistos. Las doñas nos permiten articular miedos, sombras y recurrencias de nuestras formas de ser con tranquilidad.

Juan, conocer a las doñas ha sido un viaje divino a las profundidades de mi ser porque yo he sido la primera en reconocer que son fuente de belleza, reflexión y sobre todo de tranquilidad. Porque cuando siento que las doñas están en mí y en todos las recibo con amor y su presencia me permite integrarlas al repertorio infinito de las formas de ser que soy, algo que me da alivio.

“Las Doñas de Lili Bernal” son unas acompañantes que, tal como las palabras, nos tocan el alma y nos hacen sentir vinculadas con todas nuestras formas de ser sin excepción. Son una serie de arquetipos que revelan fuerzas contenidas en cada uno de nosotros que exploramos para crecer y ejercer nuestra felicidad a través del trabajo de integración amorosa en nuestras vidas. Las pueden encontrar en @lilibernalpardo y me pueden contar lo que sienten al leerlas.

Termino con este bello poema de Francis Thompson que nos recuerda que: 

“Todas las cosas,
próximas o lejanas,
en secreto
están vinculadas unas con otras
y no se puede tocar una flor
sin alterar una estrella”.

¡Gracias infinitas por tu pregunta! Mi última pregunta para ti, Juan, tiene que ver con algo que veo que es un foco permanente de tu trabajo. Cuéntanos de los relatos que sostienen tu gran interés por el poder.



JV:—
Efectivamente lo es. Soy un amante del pensamiento y de la reflexión, pero las cosas no se transforman por el mero deseo. Al menos hasta ahora. Queremos un mejor mundo y eso es positivo porque implica una intención, pero es necesario pasar de la intención a la acción y eso requiere del poder para hacerlo. Quienes se alejan del poder también se alejan de la transformación. Tenemos miedo a que el poder nos enceguezca, pero la falta de él nos hace pusilánimes.

Me interesó el coaching porque vi en él una vía para aumentar el poder personal a partir de abrir la consciencia sobre nuestras potencialidades, sobre nuestra capacidad de aprender lo que no sabemos, y sobre la importancia de influir en lo que nos rodea sin la necesidad de la fuerza. Hoy me intereso por el poder del diálogo en la medida en que lo considero el mejor medio para generar comprensión del otro, de sus requerimientos, de sus dolores, de sus cegueras y también de las nuestras.

Como ves no hablo de un poder entendido como dominación, como el ascenso en una escalera que nos lleve a que más cosas dependan de nosotros, a tener más poder, más territorio, en suma. 

Sostiene mi interés en el poder el relato que lo define como una capacidad transformadora puesta en acción al servicio de una causa. Para que se ejerza nuestra voluntad es decisiva. No es el objetivo acumular poder, sino ejercerlo para que lo que queremos ocurra. Y confío en que la mayor parte de los seres humanos queramos lo mejor para todos. Creo que el bien es más poderoso que el mal. De lo contrario el mundo ya no existiría. Desde esa convicción que me sostiene te hablo, querida Lili.

Lili y Juan terminan su conversación en el enero caluroso del hemisferio sur. Han hablado del arte de narrar, de relatos esenciales, de arquetipos desde los que contamos lo que contamos. Han hablado del poder y de la palabra. Han hablado, sobre todo, de ellos mismos como todos los seres humanos hacemos cuando hablamos desde la idea de estar describiendo una supuesta realidad que solo hace referencia a nuestra forma de mirar lo que vemos.

¿Con qué palabras podrían terminar este artículo? Como esas hojas que vuelan planeando el otoño llega la voz del venezolano Víctor Bravo: 

“La palabra como el átomo contiene en sí al universo y contiene el cielo y el infierno y el esplendor y la miseria (…) con el viaje de la naturaleza a la cultura crea el enrejado de intersecciones de las sociedades en el mismo instante que sueña con la libertad”.

Desde sus distintos acentos Lili y Juan se dan las gracias por este ejercicio y deciden dejarlo volar por las redes invisibles, por las hojas de papel transparente.