Juan Vera

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Política y anti-política

Política y anti-política son dos conceptos opuestos que conviven frecuentemente bajo las mismas vestiduras, como parte de un mismo concierto. Podemos pasar de una a otra en el mismo discurso, como cuando cruzamos de vereda en una calle. Y es que los seres humanos podemos ser muy contradictorios, pensar algo y hacer lo contrario, defender una causa y ponerla en riesgo, amar y hacer daño.

Charles Dickens en su Historia de dos ciudades (1859), enmarcada en los tiempos de la revolución francesa, decía: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura”. Podría haberlo escrito hoy, 163 años después. Por eso lo traigo, porque una de las pocas coincidencias que se escuchan en los discursos actuales es que estamos en tiempos de polarizaciones democráticas.

La frase queda así, cayendo como una piedra al vacío. Yo me hago algunas preguntas:  ¿pueden polarizarse las democracias?, ¿pueden seguir siendo democracias si quienes están en el juego político están polarizados?

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Diferencias entre la política y la anti-política

Hace unas semanas escribí: “Si la política es el arte de la convivencia, la anti-política es la habilidad para la polarización”. Las personas con posturas que surgen de considerarse poseedoras de la verdad, de la solución o de la supremacía moral, así como los medios de comunicación que buscan rating aprovechando el sesgo negativo de nuestro cerebro, no hacen política ni contribuyen a ella. Buscan imponer sus reglas y su visión. Negociar es cosa de cobardes; llegar a acuerdos, de pusilánimes. En realidad no les importa el Estado como un concepto plural. El Estado son ellos, para seguir con alusiones francesas.

Sabemos que en las dictaduras no es muy necesaria la política. Tal vez, si no son suficientemente autónomas, requerirán alguna acción política exterior. 

La política cobra su esencia en la intención de vivir juntos, de ser capaces de encontrar caminos para vivir en la misma casa. Las dictaduras deciden lo que hay que hacer en la casa y lo imponen por la fuerza de las armas, por la fuerza del capital o por la adjudicación de la representación cuasi divina del pueblo como poder de las multitudes. 

Las dictaduras determinan el criterio de la verdad y quienes piensen de otro modo sobran y son desechables. Están mejor en las cárceles, en las tumbas o en los exilios.

La política es diálogo, concesiones –que distingo de cesiones–, sentido de lo común y de lo público. Es alternancia en el poder, respeto por las reglas y por los distintos. Es ética y es ternura ciudadana.

Desde estas definiciones no siempre los llamados políticos hacen política y no siempre los ciudadanos elegimos a quienes quieren sostener la democracia y ejercer el poder políticamente o escribir una Constitución para todos. Es decir, no es responsabilidad solo de los políticos.

La acción de despolitizar una sociedad

Hace unos años el politólogo español Fernando Vallespín, coautor de los seis tomos de la Historia de la teoría política escribió: “No hay nada más político y democrático que la divergencia, el cuestionamiento y la contestación”. 

Cuando imponemos estamos ejerciendo el poder de una verdad e interrumpiendo el flujo de la política que se construye en la convivencia y a pesar de las diferencias.

La anti-política es entonces el ejercicio de despolitizar la sociedad. Son los interesados en que la casa de todos, esa a la podemos llamar Estado, no funcione mediante la búsqueda de acuerdos. Los acuerdos retrasan, limitan el enfoque único, sea este el de obtener las mayores ganancias económicas, el de establecer un modelo de gobierno sin contrapesos, o el de centrarse en un orden militar para impedir todo aquello que afecte a sus propósitos.

La anti-política la practican también todos aquellos que hacen promesas imposibles porque en realidad lo que pretenden es llegar al poder. Ejercerlo para todos o entregarlo después es harina de otro costal.

Muchos creemos que quienes actúan en el marco de la política saben que están de paso y que su continuación dependerá de cuánto escuchen a la sociedad en la que actúan. Eso supone prometer lo que realmente pueden comprometerse a lograr o impulsar y que a la vez permite evitar la ruptura de los cimientos de la casa común.

Quienes llegan para quedarse no respetan la democracia ni la pluralidad. Las elecciones democráticas son solo un camino para instalarse y desmantelar la política. Son el auténtico riesgo para la democracia: sustituir la política por tecnocracia, representatividad desinformada y vigilancia. Son los expertos en anti-política.

Confundir política y anti-política permite que hoy en todas partes del mundo se escuche esa frase terrible de que todos son iguales. Y si todos son iguales, mejor votar a quien se haga cargo de mis intereses particulares. Y así el bello sueño de una sociedad plural en la que los intereses personales y colectivos se equilibren da paso al individualismo

El ciudadano se convierte en un consumidor de política y la convivencia de los distintos llamada democracia, en vociferantes asambleas de malos vecinos que lo que en realidad quieren es que el inquilino de al lado se busque una casa en el campo más lejano posible.

Ya dije al comenzar que los seres humanos podemos ser muy contradictorios, lo que sin duda es una declaración repetida hasta la saciedad. 

En mi niñez las radios de España transmitían las coplas de Rafael de León. Mi madre las cantaba mientras hacía de comer. Mi preferida era “Y, sin embargo, te quiero”. Una de sus estrofas que doña Concha Piquer interpretaba con especial dramatismo decía: “Eres mi vida y mi muerte/ te lo juro, compañero/ no debía de quererte/ no debía de quererte/ y, sin embargo, te quiero”. 

Y así termino… Y, sin embargo, tengo esperanza.