Pan y canto
Artículos Articulados
Coautores de este artículo: Marisa Barral y Juan Vera
Marisa y Juan no se ponen de acuerdo sobre cuándo se conocieron. Marisa está convencida que fue en Santiago de Chile en un viaje que hizo con su pareja de entonces, Francesc Beltri, que en aquella época colaboraba con Juan en algunos proyectos interesantes y, además, a quien Juan tenía y tiene un gran cariño. Juan, sin embargo, cree que se la presentó Luis Carchak antes de comenzar su primer programa de Coaching y Política en la Escuela Europea de Coaching.
Lo cierto es que se cayeron muy bien y aprovechando un viaje de Juan con su familia a la isla de Mallorca, Marisa los invitó a su casa-palacio de Tolleric, donde pasaron unos días estupendos. Eso fue en el 2011.
De vez en cuando Marisa, conociendo por Facebook la afición de Juan por la fotografía, le enviaba algunas fotos de su participación en el proyecto Mangola en África. Juan recuerda la serie “Niño arena”. Y así sigue ocurriendo. Las fotografías que Marisa comparte en las redes son realmente bellas y muy inspiradoras.
La amistad ha seguido por años y en alguno de los viajes de Juan a Madrid han coincidido y quedado para tomarse un café o un chocolate con churros, que tanto les gusta, y para ponerse al día de intereses y aficiones: el arte, la música, la lectura, el teatro y sobre la oferta cultural de Madrid, que siempre está llena de bellas sorpresas.
Desde entonces intercambian noticias, artículos, autores y así, casi a la vez, descubrieron que estaban leyendo Humano, más humano (2021) de Josep María Esquirol y que a ambos les había generado una gran atracción el comienzo del libro: “Se necesita poco para vivir. Pan y canto”.
Por eso, Juan la ha invitado a escribir un Artículo articulado con ese título: “Pan y canto”. Y como de costumbre plantea la primera pregunta.
Juan Vera (J.V.):— Querida Marisa, ambos somos coaches, lectores impenitentes, amantes del arte, de la poesía, la música, el teatro y me atrevería a decir que especialmente sensibles a la estética. ¿Qué importancia tiene la estética en tu vida personal y profesional y cómo la relacionas con ese “pan y canto” al que se refiere Esquirol?
Marisa Barral (M.B.):— Hola, querido Juan, que sorpresa que me propongas colaborar contigo en un artículo de la serie Artículos articulados, que sigo desde hace tiempo con mucho interés. Siento mucha alegría y agradecimiento y el tema que sugieres me encanta, me emociona desde que lo leí en Humano más humano. Me impactó por todo lo que conecta con mi vida, con mi trabajo. Pan y canto, belleza, estética, lo esencial, lo sencillo, lo compartido, el cuidado, palabras claras que alimentan el alma. Gracias de nuevo por invitarme. Me gusta el formato, donde conversaremos amasando palabras y entonando bajito para no desentonar canciones de nuestros recuerdos. Ahí ya aparece un acto estético: el acto del querer hacerlo, del cuidado y del compartir.
Pero antes de responder a tu pregunta me gustaría volver a recordarte cuando nos conocimos. Por alguna extraña razón este hecho te confunde. Yo, por el contrario, lo tengo clarísimo y sí, fue en Santiago, en tu casa y fuimos a cenar. Nos presentaste a tu familia, te habían operado hacia poco del corazón. Incluso recuerdo que cenamos comida japonesa. Fíjate de todo lo que me acuerdo… Jajá. Fue en agosto del 2010. El curso de coaching político y el viaje a Mallorca vinieron después. De todas formas, ¿qué importa el cuándo si la música sigue entonando una bella amistad?
Y así reconecto con tu pregunta.
En mi vida, tanto personal como profesional, busco el bienestar, el equilibrio entre los distintos planos interdependientes del ser humano: racional, emocional, relacional. No es tarea fácil, por lo que es importante conocernos para mejorar e incorporar una serie de valores como el optimismo, la empatía, la gratitud, la generosidad, el perdón y la amabilidad en nuestras interrelaciones, tanto a nivel personal como con el entorno. Todos ellos son buenos ingredientes para lograr una vida más sana y feliz.
Y la estética, la búsqueda de la belleza como el hilo conductor de todo, porque pone el foco en el cuidado. En “el cuidar y cuidarse con atención”, como dice nuestro querido Josep Mª Esquirol. La estética que está en todas partes. Solo hay que buscarla y cuidarla como en los actos del pan y de canto.
Y me preguntas por la relación entre ellas y me emociono, porque sabes, en alguna conversación salió, que canto en un coro y para mí es una experiencia muy feliz. Es un acto grupal bello y estético lleno de respeto, disciplina, compromiso y disfrute máximo en el propio acto de cantar.
Esto puede aclarar mi relación con el canto que me preguntas, pero y con el pan, ¿de dónde viene? Viene después de haber leído Humano más humano y, en concreto, el capítulo titulado “Pan y Canto”, que me cautivó y releí varias veces hasta que sucedió el milagro o lo que tenía que suceder. Nos propusieron cantar en un concierto solidario acompañados por tres panaderos, una especie de performance donde el canto acompañaba a los panaderos mientras en una larga mesa extendían los ingredientes y con sus diestras manos amasaban el pan mientras cantábamos la Sibila y canciones de Navidad.
Se intercalaron lectura de poemas y el capítulo de “Pan y canto”, acabando el acto repartiendo pan entre los asistentes. Acto bello para el cuerpo y el alma. De ahí mi canto en sol mayor sobre la importancia de lo sencillo, lo hecho con amor, el cuidado de la palabra, el placer de compartir y de disfrutar de ese canto y de ese rico trozo de pan, que liga todas las salsas. Es verdad que yo soy más de canto, pero ambos me emocionan porque me reconectan con la vida.
¿Y tú, Juan, de qué eres más? ¿De pan o de canto?
J.V.:— Hola, Marisa, esta es, sin duda, una pregunta que nunca me han hecho y que tampoco me he hecho yo y lo primero que me evoca es mi infancia. Relaciono a mi padre con el pan, aunque no fuera el principal proveedor del pan de la casa.
Todo lo comía con pan. Les echaba pan a las sopas, le echaba pan al café y decía frases relacionadas con el pan. “Pan con pan, comida de tontos”, “dame pan y dime tonto”, “con pan y vino se hace el camino”. Y algunos familiares, cuando bromeaban, le llamaban “Marcelino, pan y vino”, como la película española que protagonizó el niño prodigio Pablito Calvo.
Para mí, su pan era una manera de resistencia al franquismo, un símbolo de la pobreza y del Jesucristo revolucionario al que él aludía desde su ateísmo cristiano. Sí, ahora que lo pienso, respeto el pan.
El canto era mi madre, su alegría limpiadora mientras cantaba coplas como si fueran himnos a las ganas de vivir y superarse. Aunque las letras no siempre eran alegres. Mi madre me hacía cantar en las fiestas de cumpleaños para que vieran que el niño serio y buenecito entonaba los gallos de las rancheras mexicanas.
Pan y canto estuvieron presentes en mi infancia en acepciones menos filosóficas que las que hoy usaría. Soy una mezcla de ambos porque el canto superador de mi madre me ha llevado siempre a no olvidarme de la importancia de la materialidad de las cosas y los momentos. Me traje puesto sobre mis trajes la concreción de “al pan, pan y al vino, vino”. La importancia de lo concreto y de que existan bases para poder avanzar. La construcción de un sólido cimiento de pan para construir el edificio de mis cantos.
Y el pan de ese padre detenido en el tiempo me llevó a convertir en canto mis aspiraciones y a buscar la lírica que hay detrás de las cosas y en el horizonte de mis utopías. En el libro Humano, más humano, una antropología de la herida infinita tengo escrito de puño y letra: “¿El canto es aquello que me duele detrás de mis palabras o es la letra de un himno inspirador?, ¿es el mensaje que escucho en el futuro o la fuerza que empuja a lo que digo?, ¿es el desde dónde hablo o es el eco que queda en mi interior y pone música a mi intención explícita o secreta?”.
No sabría decirte que estaba pensando cuando lo escribí. Sé que fue en un viaje del 2023 entre México y Panamá, regresando de un congreso, pero me lleva a responderte que hoy soy más canto, aunque ya no cante en alta voz en ninguna fiesta. Ahora entono susurrante y trato de que en lo que hago haya música. El mundo no puede quedarse en silencio ante esa herida infinita a la que se refiere Esquirol. Podrá acompañar a la letra de un himno o el espacio para bailar abrazados, pero requerimos música.
Y vuelvo a preguntarte: ¿qué letras mueven tu canto en este momento de tu vida y en el contexto en el que vives?
M.B.:— Qué suerte, Juan. Pan y canto acompañaron tu infancia y, sobre todo, el canto alegre de tu madre, como relatas. En mi caso mis padres eran más de pan los dos y mi madre más de bailar que de cantar. A sus 95 años sigue recordando esos bailes de verano en los pueblos, en el casino, así como no deja de reclamar el pan en su mesa todos los días y “que no nos falte nunca”. “Son cosas antiguas de otra época”, me dice. Yo le sonrió y, por supuesto, nunca me olvido del pan. Y con el pan en la mesa vamos a tu pregunta sobre las letras que mueven mi vida.
Puedo responder de dos maneras: escribiendo o cantando. ¿Te parece que pruebe de ambas como si lo escrito fuera una canción?
Habrá letras del pasado que siguen presentes y nuevas que van apareciendo. Todas palabras sencillas y bellas, que celebran la vida, que cuidan y amparan, que resisten y lloran, que sonríen a la esperanza, que luchan y abrazan con un mensaje universal. Cantar es la poética del espíritu. Correctas o incorrectas, dulces o amargas, lo importante es lo que generan, cómo mueven tripas y calan huesos, cómo hacen que la risa o el llanto sean las notas dominantes y que no puedas parar de moverte cuando las cantes: “La la la la la la la…”. Algo sucede cuando se da la magia del canto que mantiene el cerebro activo, estimulando cognitivamente la memoria para aprender letras y melodías y reduciendo el estrés con el aumento de la producción de endorfinas y oxitocina. Beneficios del canto, no hay duda, la neurociencia lo confirma.
Y volviendo a las letras que me preguntas, voy a empezar con una que siempre me ha gustado y me conecta con las ganas, con la paciencia, el no desesperar y, sobre todo, con la actitud positiva ante la vida. “Hoy puede ser un gran día y mañana también”, cantaba Joan Manuel Serrat. “Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien, hoy puede ser un gran día y mañana también”, completaba en su canción.
“El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara sobre la importancia del apoyo entre las personas. “Palabras para Julia” de Paco Ibáñez o “Para vivir” de Pablo Milanés, una celebración de la vida y el amor. “Déjame vivir con alegría” de mis adoradas Vainica Doble, un himno a la liberación femenina. O “Yo no soy esa” de Mari Trini. ¡Temazos femeninos llenos de verdad! Sí, me conmueven las letras “guerreras”, los himnos de resistencia y protesta como “Bella Ciao”, “Al vent”, “No nos moverán” o “La estaca”, entre otros. Todas con ese efecto mágico del canto de muchos, donde el mensaje se amplifica, se extiende, se transforma.
La palabra trasforma. Me trae a un cantante, compositor, poeta al que admiro y del que me gusta cantar sus canciones, porque sus letras son pura poesía, cuidadas, rítmicas, bellas por dentro y por fuera: Jorge Drexler. Con él disfruto porque me hace bien, me trasforma y saca mi pasión y deseo cuando interpreta “Tocarte” en colaboración con C. Tangana.
En otro registro mi canto se encoje cuando canto “Piensa en mí” de Luz Casal, pero me gusta cantarla. Quizás para sanar el dolor que trasmite.
Pero si tuviera que elegir alguna letra y música sería la de la película “La vida es bella” de Roberto Benigni, una oda al amor más profundo padre/hijo. Un ejemplo de resiliencia y superación. Es la canción que más me piden. Dicen que trasmito emoción y es que me cautiva, reactiva mi sistema límbico y mis áreas auditivas, porque el canto promueve la conexión social y emocional, así como las conexiones entre cerebro y corazón.
La neurociencia explica que cuando cantamos nuestros neurotransmisores se conectan en nuevas y diferentes formas. Se activa el lóbulo temporal derecho de nuestro cerebro, liberando endorfinas que nos hacen más inteligentes, creativos y felices, y lo más sorprendente es que cuando cantamos con más personas el efecto se amplifica. Menuda potencia sanadora la del canto y la creación musical, las voces, las músicas, ritmos, los coros, mucho por hablar que espero tengamos ocasión en otro momento.
Música en vena para el alma por lo que cierro cantando esta pregunta con una alegre canción que gano Eurovisión en 1969 interpretada con mucho brío por Salomé y que podría expresar una parte de mi vida: “Vivo cantando”.
Y tú, Juan, hombre que practica el buen uso de la palabra, que escribes y relees con meticuloso cuidado. Infatigable trabajador del lenguaje que articula. Háblame por favor de la belleza de la palabra, lo que es para ti y como está instalada en tu vida.
J.V.:— Gracias, querida Marisa por los elogios. Por cierto, que elogio y elegía vienen etimológicamente de la misma raíz latina y lo traigo porque al leer tu pregunta me ha parecido una elegía.
Y así, de esta manera, empiezo a responderte sobre la importancia que tienen las palabras en mi vida y más que eso, la que realmente creo que tienen para el género humano, porque constituyen la base del lenguaje y este la más poderosa fuente de comunicación y coordinación entre las personas.
Las palabras se enriquecen con el tono, pueden formar parte del canto, abrir con él su polisemia, dejar al silencio su espacio. Permiten ser escritas para dejar su huella más allá del momento. Las palabras tienen eco y terminan quedando.
Lo decía nuestro poeta español Blas de Otero:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Cuando me han preguntado que ha sido lo más útil que he aprendido en mi vida, aquello que me ha permitido ser quien soy, siempre he respondido: hablar, pensar, leer y escribir. El contacto más completo e íntimo con la palabra.
Por eso entendí que no hay una entrega más profunda que cuando te doy mi palabra. Que todo sucede cuando nos damos cuenta de que la confianza se escribe en nuestro interior cuando se cumple la palabra, que alcanzamos nuestra identidad cuando nos nombran.
Desde el nombre se genera un vínculo y el nombre es una palabra. Y así te diría que la belleza de los adjetivos, el poder de los verbos o la capacidad articuladora de las conjunciones y las preposiciones, siguen siendo una sinfonía de palabras que nos hacen a la vez comunes y originales, a través de las cuales generamos la experiencia más genuina de la vida.
Por el artículo te determino, por el pronombre te sustituyo, por el adverbio te modifico. Imagínate qué fuerza creativa, qué enorme poder. Por eso, tengo la certeza de que si pierdo la voz en la maleza y no me desvanezco me quedará siempre la palabra y con ella la posibilidad de seguir creando y siendo. Y con ella la ventana del futuro. Ese que se crea cuando las palabras se convierten en promesa.
Soy capaz de pasar largas horas en silencio, pero la palabra sigue viva, respondiendo interiormente las preguntas que no tengo resueltas y algunos días, más revolucionarios, buscando las preguntas que debiera hacerme en este momento de mi vida.
Y paso a hacerte la última pregunta de este café imaginario. Hemos hablado del canto como aquello que se refiere a la inspiración y al horizonte al que aspiramos. Por eso, me gustaría saber cuáles son las causas que te mueven hoy, aquellas que mantendrían tu canto entre el puente y la alameda.
M.B.:— Y con “La flor de la canela” de fondo te contesto a la última pregunta.
Yo soy movimiento, Juan, y me mueven tantas cosas que tengo que esforzarme para parar y encontrar el equilibrio entre la reflexión y la acción.
La vida tiene muchas voces como en el canto. Lo importante es que cada una encuentre la suya, su tono, el que vibra y contagia cuando es proyectado de manera auténtica. En esas estoy, en ser esa voz que facilita el encuentro, la escucha, el respeto, la aceptación del otro desde sus diferencias, la creatividad, el trabajo compartido, desde la convicción de que se pueden encontrar nuevas formas, nuevas realidades más amables y justas. Una voz clara y poderosa que deja una huella positiva a través de unos valores, acciones y contribuciones, desde un trabajo profundo, constante y transformador, como en el proceso musical del canto cuando se dan estos cinco momentos.
El primero sería el encuentro de mi voz única como propósito personal. El segundo, la afinación como autodescubrimiento y crecimiento. El tercero, la armonía con los otros, con las conexiones en las relaciones. El cuarto, la interpretación y la emoción, que tiene que ver con la pasión y la entrega. Y el quinto, la resonancia, el impacto en los demás, la voz que resuena y permanece en la memoria de quienes la escuchan.
Mis causas van por ahí, desde el cuidar y cuidarme con amor, como mi mantra principal, afinando mi voz y perfeccionándome cada día, creando espacios armónicos y amables con los que me rodean para lograr un impacto resonante en los otros que trasforme ideas, proyectos, en sueños y realidades cumplidas.
Me mueve la vida, que me pidan. Me gusta que me pidan y aunque soy más de dar que de pedir, cuando pido siempre agradezco o con expresiones verbales y/o con acciones, generando en los demás una reciprocidad emocional y validando el agradecimiento como un enorme protector de vida.
O si me llaman para acompañar algún proyecto personal o profesional, o simplemente para conversar sobre algún sueño por cumplir, como el proyecto de “los chicos”, así les llamamos para abrir una librería “libre” donde se pueda leer y escribir, donde el canto y la palabra sean amantes y se abracen en las noches estrelladas, o como salvar un cine, proyecto precioso que gracias a la colaboración ciudadana está más vivo que nunca.
O acompañar al equipo directivo de un teatro o de una galería de arte para acercar esos bellos oficios a más personas. O los proyectos con jóvenes, que me apasionan por todo lo que aprendo con ellos. O las intervenciones en el mundo político, un lugar en el que quiero estar y contribuir. O mis viajes a África, a la Misión de Mangola, todos proyectos reales, vivos que buscan crecer sanos y felices.
Porque vivimos en un mundo de ruido y prisa, donde se precisa el silencio y parar para respirar. Un mundo en el que deambulamos de aquí para allá buscando ¿qué? La perfección, el futuro, olvidándonos de lo más importante: de nosotros y de vivir presentes. Abracemos la vida con música que nació para que el amor viviera eternamente y cambiemos la perfección por plenitud y el futuro por presente, donde el tiempo dominante sea el tiempo para amar, como decía Herman Hesse: “Siempre gana quién sabe amar”.
Y para ir terminando a tempo, me gustaría hacerlo con el resonar de las bellas palabras de Jorge Luis Borges, quien de nuevo pone la nota dominante en el valor del tiempo presente:“Y que no te esfuerces demasiado, que las mejores cosas de la vida suceden cuando menos te lo esperas. No las busques. Ellas te buscan, lo mejor está pasando”.
Así cierro esta conversación porque lo mejor está pasando ahora mientras suena el cuarto movimiento de la novena de Beethoven, convertida en “El himno a la alegría”.
Agradecida con el corazón alegre o contento que cantaba Marisol, me despido esperando que solo sea el preludio allegro de futuros encuentros, porque los dos sabemos que se necesita poco para vivir: pan y canto y ¿quién sabe? Quizás un café a la madrileña también siente bien de vez en cuando.
Y ahora es el turno de hacerte la última pregunta. Hemos hablado de pan y canto, de música, del valor de la palabra, pero me gustaría preguntarte por algo que ha estado flotando en la conversación y que es parte de la creación musical y de la vida, y es sobre el silencio. ¿Qué es el silencio para ti?, ¿cuánto silencio hay en tu vida?, ¿cómo vives la falta de silencio en las sociedades actuales?
J.V.:— Sin duda recuerdas que a finales de la década de 1980 Antonio Gala escribía unas bellas columnas en el diario El País a las que llamaba “La soledad sonora”. Con ellas publicó un libro con el mismo nombre en 1991. Ochenta años antes, Juan Ramón Jiménez había publicado un libro también llamado así, combinando versos y prosa en un lenguaje de gran belleza y espiritualidad. No cabe duda que Gala homenajeaba a Juan Ramón con su título.
Y todo esto porque quiero distinguir entre el silencio sonoro y el silencio mudo. Una distinción que quiero establecer sobre la marcha y, por ello, vaya por delante mi agradecimiento por tu pregunta.
El silencio sonoro como expresión es un oxímoron, lo sé. Mi vida está llena de ese silencio sonoro, en el que dejo que las cosas que me rodean aparezcan y se expresen. Momentos de conexión, para escuchar lo que no se oye y, sobre todo, escucharme.
Me gusta ese silencio en el que mi atención se abre, en el que escribo o miro al horizonte. En el que cierro los ojos y me vienen preguntas y algunas respuestas. Respiro hondo siete veces mirando el retrato de mi padre que está a unos metros frente a mí. Cuento lentamente. Cuando llego al cuarto o al quinto, los números se van cayendo. Desaparecen y el tiempo cambia. Muchas veces no sé si he llegado a hacer los siete tiempos o me he pasado.
No hago meditación. Lo he intentado en dos ocasiones en mi vida y me produce paz interior, pero en cuanto tengo los ojos cerrados unos minutos, me duermo. Uno de los instructores que tuve me dijo que entraba de inmediato en estado Alpha. Por eso, el silencio al que me refiero es despierto. Significa parar de lo que estoy haciendo y esperar esa conexión especial. Entonces, mi pensamiento se llena de palabras sin voz.
Pero también hay un silencio mudo que revela solo mi cansancio y me trae una sensación de vacío. El vacío de estar repleto y sin tiempo para mirarme en un metafórico espejo. Dura poco, pero me alerta sobre dónde y en qué estoy.
No sé descansar. Es una tarea pendiente. Darle valor a no hacer nada, a borrar mis pensamientos y sentir sin explicación alguna. Byung-Chul Han habla de la necesidad del aburrimiento como una forma de vaciar el cerebro de su congestión cognitiva. Yo no lo definiría como aburrimiento, pero sin duda es un silencio vacío. La voz está ausente y un letargo me deja sin memoria. Después regreso.
Y ahora, la última parte de tu pregunta. Creo que al mundo le falta silencio. Se ha llenado de gritos e improperios. Todo va deprisa y la aceleración siempre trae ruido de motores. Falta reflexión para que regrese el tiempo de mirarnos y reconocernos, de considerar que sin reflexión no hay aprendizaje y que el silencio es una reserva de energía para que sea más fácil encontrarnos.
Sobre esto podría seguir hablándote horas. En el fondo es a lo que me estoy dedicando desde que la pandemia puso lentitud en mis días, pero veo que van a cerrar nuestro café. Solo me queda darte las gracias, querida Marisa, por esta bella conversación.
***
Juan paga la cuenta. Por suerte a Marisa no le interpela por lo que podría haber sido una reminiscencia machista. Se dan un abrazo mientras siguen aclarando algo de lo que habían querido decir cuando dijeron. Sus conversaciones siempre han tenido tendencia a la recursividad.
Esperan tener la oportunidad de encontrarse en este mismo café Madariz. En él entran y salen sin cesar grupos de personas que vienen a escuchar conciertos en el WiZink Center. “Nada de esperar, decretemos”, dice Marisa. “Decretado está”, responde Juan.
El sol atardece por la calle Narváez. Juan recuerda sus paseos adolescentes. Marisa, los atardeceres de Palma de Mallorca. El crepúsculo es bello en todas las latitudes del planeta.
La aparición de realidad donde prevalezca lo humano