Mi frente, mi corazón distinto

Con agradecimiento al movimiento 3xi, a Balloon Latam y a todos quienes han hecho posible que ocurriera lo que voy a narrar.

“Lo querían matar los iguales porque era distinto”. Así empieza el poema Distinto del gran poeta onubense Juan Ramón Jiménez. Porque era distinto, porque no cabía en el cajón cerrado de los juicios de los iguales, porque era un improbable, porque no tenía los mismos gustos, las mismas costumbres, la misma forma de saludar, la misma vida, la misma historia detrás, ni imaginarse el mismo futuro adelante.

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Estoy en Melipeuco, en la Araucanía (Chile), frente al volcán Llaima. Formo parte de un círculo de distintos y estoy facilitando, por ello, una conversación improbable dentro del Encuentro Nacional de Vinculación Social (ENVIS 2023). Miro sus rostros que han ido cambiando a lo largo de esta primera hora de estar juntos. Sus nombres son Emilia, Luciano, Pamela, Alberto, Llacolén, José Luis, Alejandro, Sonia, Andrés, Daniel, Fernando, Sebastián y Bernardo. 

“Yo me llamo como todos ellos”, decía el monje budista Thich Nhat Hahn y como un mantra me lo he repetido al sentarme en el círculo y recorrerles con la mirada en silencio. “Llámame por mis verdaderos nombres para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas, para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa”.

Han quedado resonando palabras cuando cada una y cada uno ha dicho quién es, sin referirse a títulos, profesiones o roles, cuando han hablado de la Araucanía o Wallmapu. Palabras como: origen, cultura, ancestros, raíces, belleza, amor, territorio, dolor, desencuentro, multiculturalidad, apego, articular, maravilla, juntos, incertidumbre, miedo, encuentro, ríos, conversaciones faltantes, retraso, pertenencia, tierra bendecida, vínculos, esperanza, tierra, tierra, tierra, noches con estrellas. Yo voy anotando todo. Renglones, hilos de palabras que llegan a mi corazón tejidas.

 
 

Palabras, gestos, aparecen las sonrisas. Palabras, diálogo, diálogo. Orígenes, verde, árbol, esperanza. Alguien pone su mano en el hombro de otro. No le interrumpe, le toca. Se miran. Las voces surgen de muy adentro: “No somos violentos”, “no te quiero hacer daño”, “no sé cómo hemos llegado a esto”, “tengo un dolor profundo que quiero poner en el centro de este círculo”, “tienen que escucharlo”, “ustedes ayudaron a mis abuelos alemanes cuando cruzaron en una carreta trescientos kilómetros sin nada”. “por eso ahora”, “todo el planeta está en esta tierra de montañas, lagos, cantos alegres y tristeza”, y “ustedes nos han hecho invisibles”.

Reparto papeles de colores para que escriban la nueva mirada después de integrar la perspectiva de los otros y los cuelgan en las cuerdas –”pitas” les llaman– que unen los toldos bajo los que nos protegemos de este sol que ha querido estar presente para mostrar su acuerdo. El horizonte se llena de palabras, de intenciones, de esperanzas compartidas. ¿Quiénes son los distintos?, ¿qué iguales quieren matar al distinto?, ¿dónde quedó el odio?

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Estoy en la casa de mi infancia. Miro el reloj de pared parisino de 1875 que compraron mis abuelos, su péndulo sigue sonando a tiempo. Ese péndulo que va de un lado a otro, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda hasta el límite de la caja de madera. ¿De quién es el tiempo sino de la vida misma? El tiempo encerrado en una caja. Todo ocurre en un espacio contenido. ¿Podría romperse esa caja por los golpes del metal que se mueve? ¿Podemos romper la caja en la que está encerrado el pensamiento que mira discurrir este tiempo?. “¿Qué puede abrir esa caja para que ese tiempo encerrado se libere?”, piensa el niño que fui. ¿El valor creativo de lo distinto? ¿La poética del ir y venir constante, del permanente movimiento? ¡Qué bello sería eso!

Pero, ¿podría romperla la violencia de un odio incontenido?, ¿la pandemia de un odio que quiere que el péndulo marque el tiempo en un solo lado de su movimiento?, ¿la irracionalidad de no reconocernos, de ignorarnos, de considerarnos ilegítimos?, ¿el odio de las certezas?

Ese niño que contempla el reloj pronto sintió miedo a las certezas. Las verdades que nos tiramos como piedras. ¿No será mejor la duda que nos lleva a la pregunta?, ¿la duda que nos impide pisar a quien nos mira enfrente tratando también de averiguar? Cuando dudo puedo tener la breve certeza de que el distinto tampoco tiene la verdad y en ese tiempo fugaz, en la estela de esa estrella que desciende entre nosotros, reconocernos en lo que no somos, en lo que podemos construir juntos en un esfuerzo que requiere de todos y no termina nunca.

El niño entiende que el buen péndulo va de la duda a la certeza y la certeza generosa vuelve a dudar, y en la siguiente vuelta el tiempo es más cálido y compasivo. En ese momento sonríe. Es la misma sonrisa que han cruzado Llacolén y Luciano. La misma de Daniel al encontrarse con la mirada del longko de otro círculo cercano.

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Estoy en Melipeuco, en la Araucanía (Chile) frente al volcán Llaima. Formo parte de un círculo de distintos. Ha llegado la tarde y el calor se ha quedado con nosotros. Hacemos una telaraña con la lana de un ovillo azul. ¿Quién soy? Soy de los que… ¿Qué etiqueta me pongo? Y aparecen Iván, Pilar, Rayén, Lastenia, Manuel, Ximena, Diego, Natalia, Viviana, Luis Roberto, Valeska. Yo siento que me llamo como todos ellos. Y que ellas son Juan cuando la conversación se inicia. 

Las palabras de la mañana se repiten y surgen otras: emprendimiento, ecología, alimentación, turismo, bosques, rebaños, el fuego que no cesa, la lluvia que lo apaga, el ciclo de la naturaleza, nuestra arrogancia, los ritos, las nuevas maestras tejedoras; el dolor de que el odio se haya convertido en estrategia; la valentía y la tierra que la ampara; la tierra con su historia; el pasado del que todos venimos; el futuro que puede ser de todos.

La tarde se llena de verbos: reconocer, reconstruir, reiniciar, renovar, escuchar, compadecer, colaborar, recordar, regresar, volver, perdonar, agradecer, sentir mas que pensar. Yo solo anoto, yo solo escucho. Alguien cita al poeta mapuche Domingo Wenuñanco: “Itró wallmapu rupaiñi rakiduam iñche”. Nos traduce: “Alrededor de toda la tierra gira mi pensamiento”. 

Nos quedamos por un momento en silencio, asintiendo con la cabeza, reconociendo que todos llevamos un hogar interior al que quisiéramos volver, inundados de esa sensación que produce el encuentro, aunque no estuviéramos buscándolo. 

“¿Cómo hacemos para que este día no sea una excepción?”, nos decimos con los ojos brillantes. “Cuando digo que soy chileno, ¿qué es lo que no soy?”, se pregunta Luis Roberto. ¿Y realmente no lo soy? ¿Qué es lo que no-somos? ¿Qué estamos descubriendo? Les recuerdo lo que dijo en la mañana Llacolén: “Si esto durara tres días saldríamos todos abrazados”.

Me dan las gracias por el espacio. Les doy las gracias por el espacio. Les doy las gracias por habitarlo. 

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“Si te descubren los iguales huye a mí, ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto”. Así termina el poema Distinto del premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez. Porque era distinto, porque no cabía en el cajón cerrado de los juicios de los iguales, porque era un improbable debido al estúpido refugio del enfoque único, pero sabía que al abrir el cajón, descubriríamos en cuántas cosas los distintos somos también iguales, cuántos dolores son comunes, cuántos anhelos. Esa apertura ocurrió el 7 de enero del 2023 en Melipeuco frente a las laderas nevadas del volcán Llaima. En su memoria mezclo sus nieves con mis lágrimas.

 

Juan Vera

Hacia una transformación positiva del mundo

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