Artículos Articulados
La vida y sus momentos
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Juan conoce a Ana María desde el año 1993 cuando él estaba formándose como coach en el primer ACP (Arte del Coaching Profesional) que se realizó en lengua castellana. Ella se había formado ya en el precedente que Julio Olalla y Rafael Echeverria habían iniciado en 1990 en San Francisco, California. Ana María era parte del grupo de tutores de los alumnos chilenos del ACP de Juan.
Cuando, finalizado el programa, Juan decidió irse a vivir a Chile y empezar otra etapa de su vida retomaron contacto profesional a través de un amigo común. Ana María, generosamente, le ofreció formar parte de un proyecto de consultoría que estaba desarrollando en la entonces llamada Telefónica, hoy Movistar.
Desde entonces, han coincidido frecuentemente en las distintas instancias que el coaching provee, como el capítulo chileno de la International Coach Federation (ICF) o los encuentros en Puyehue que Newfield Network generó durante años. Precisamente en Newfield volvieron a encontrarse en la formación de nuevos coaches y en el aporte de conocimientos específicos de quienes ya lo eran.
Ana María escribe en su web: “He aprendido a cocinar a fuego lento”. Juan, por su parte, considera que en este momento del mundo, en que la inmediatez y la aceleración priman, es necesario regresar a la lentitud de vivir con sosiego cada momento. La lentitud del buen amor.
Ambos sintieron también en una misma época la necesidad de trasladar su experiencia a un libro. Juan trabajó con Walter Giulietti y su estupendo equipo en la publicación de Articuladores de lo posible (2019). Ana María le pidió el contacto y publicó poco después con ellos mismos Ampliando la mirada cultural del coaching (2020).
No es raro entonces que Juan haya invitado a Ana María a escribir juntos un artículo articulado que discurra por la libertad de la larga vida, la nueva longevidad activa o las relaciones con las nuevas generaciones que son cada vez más en el mismo espacio de tiempo.
No es raro que la invite a este diálogo virtual en un café imaginario cercano al Palacio de la Moneda recordando al Hotel Carrera, donde Juan terminó su ACP o cercano a la antigua plaza Italia donde también sigue la Telefónica que cambió de nombre. De momento le propone este título: “La vida y sus momentos”.
Juan Vera (J.V):— Querida, Ana María, me alegra mucho que hayas aceptado mi invitación a esta conversación que navegará por las redes en este momento de nuestras historias. Y quiero preguntarte precisamente, ¿qué trasfondo le das al momento de vida, al que alguna vez he oído que te referías?
Ana María Torres (A.M.T):— Déjame que antes traiga “Los momentos” de Eduardo Gatti.
…Nos hablaron cuando niños
cuando la vida se muestra entera,
que el futuro cuando grande,
ahí murieron los momentos,
sembraron ahí su semilla,
y tuvimos miedo, temblamos,
y en eso se nos fue la vida…
Gracias, Juan por una pregunta amplia y por llevarme a Gatti y su canción de los momentos. Cuando nos vamos poniendo viejos nos dicen que volvemos a ser niños. Efectivamente, nos acercamos al desparpajo, a decir lo que pensamos, a soltar los “deber ser”, a bailar y a cantar como nos dé la gana. Y lo más bello es que lo hacemos con una vida vivida. Ya no tenemos que mostrarle nada a nadie y se va cerrando el ciclo y “…la vida se muestra entera”, como dice la canción.
La vida está hecha de momentos, etapas, ciclos, eras. Todas son definiciones que hemos construido en el lenguaje para entender lo que vivimos. Concuerdo con muchos al decir que estamos en una etapa de nuestra humanidad donde la inmediatez es lo que prima, el valor de lo joven, el logro, la utilidad y mucho más, que nos trae esta mirada de los resultados rápidos y en eso se nos puede ir la vida.
Por su parte, la cultura, el sentido común de lo que es llegar a ser viejos y viejas, nos lleva a conectarnos con lo que no tenemos más, con las pérdidas, con la escasez, con los dolores del alma y del cuerpo. Esos llegan, así, como llegan las cosechas, las ganancias, a menudo como el eco de algo que nos toca, o nos duele. Tenemos la opción de retozarnos en “lo que no fue”, en el dolor del alma reflejado en dolores del cuerpo en cada articulación que no lubrica como nos gustaría, o en darle vida, energía vital a aquellos regalos que nos dio la vida, que muchas veces vienen envueltos en papel de diario y atrevernos a abrirlos.
Estoy en un momento del ciclo vital, en la séptima década, donde nunca había estado tan conectada con mi energía vital. En un “del hacer para nada”, lo que no es lo mismo que no hacer nada, una frase que me regala el filósofo surcoreano Byung Chul Han. Estoy pudiendo escuchar y aprender nuevas cosas, como el susurro del silencio, la belleza de los múltiples cantos de los pájaros, el palpar el verde de los bosques, el sobrevolar las copas de esos “coigües”… el maravillarme con un escrito, así como seguir aprendiendo de mí y de estos seres misteriosos que somos.
El tiempo, el momento, han cobrado un nuevo significado en mi vida. Desde hace algunos años, he perdido la capacidad de proyectarme en un futuro. Y cuando he intentado entrar en esa dimensión, la vida se encarga de traerme imprevistos que me hacen cambiar de rumbo, de ritmo, de paso. Eso me ha permitido desarrollar el don de la plasticidad que me permite modelar mi presente.
Entonces mi querido Juan, tú que has estado en las reflexiones sobre el mundo y el poder, eres hombre, ¿cómo ves y cómo te estás viviendo estos momentos de cambios hacia una cosmovisión más inclusiva de las diferencias, hacia aceptación de la diversidad, hacia una sociedad más colaborativa y, a su vez, con un mundo que envejece sin generación de recambio?
J.V:— La primera palabra que me llega es “intensamente” y enseguida me doy cuenta de que también la estoy viviendo de una forma dispar y sin la sensación de que vaya terminando la tarde. Me pregunto si será inmadurez, insensatez o irrealidad. No suscribo las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, porque no es mi parecer que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Cuando digo que vivo de una forma dispar es porque valoro esa cosmovisión más inclusiva, a la que te refieres, de géneros, orígenes y preferencias diversas, con el cuidado de que el respeto por las minorías, que responde a la democracia en la que creo no se convierta en la imposición de una nueva forma de desigualdad. Valoro la diversidad tanto como me desagrada la inmediatez.
Tengo la sensación de que nuestra séptima década transcurre en un momento histórico del mundo en el que vivimos. Eso es fascinante y, junto a ello, una alerta aparece de vez en cuando preguntándome por mi propio momento. Tal vez digo esto porque mis palabras surgen desde el silencio de los Pirineos, en España, en un lugar al que mi hijo se ha venido a vivir lejos del sistema y sus ataduras. Aquí el ritmo es distinto y se parece más al de los ríos y al de la luz del invierno.
Me preguntas también por el poder y eso me lleva a distinguir entre este poder nuestro, que tú tan poéticamente has descrito al hablar de la energía vital que te/nos lleva a elegir el canto de los pájaros o el verde de los bosques, frente a ese otro poder social que siento en crisis en una sociedad que empieza a preferir el poder de la fuerza, que opta por la vigilancia y el cerco a las ideas. Ayer para un reel escribía sobre la inteligencia artificial y el riesgo de que configure un nuevo espacio de analfabetismo, irrelevancia y desigualdad.
Si la emergencia de nuevas formas colaborativas, como tú sugieres en tu pregunta y con la que estoy plenamente de acuerdo, se produce, la diversidad será una fuente de progreso convivencial. Si no es así, la diversidad puede ser ingobernable. Creo que en este tránsito aún tenemos mucho que hacer estos viejos que no hemos envejecido y que queremos seguir viviendo intensamente el regalo de vivir con salud.
Y vuelvo a preguntarte, haciéndome cargo de que hay un punto en tu pregunta, ese en el que opinas que no hay una generación de recambio sobre el que volveré más tarde, pero antes me interesa mucho saber cómo ves este momento en el que la longevidad se impone en una sociedad que puede no estar preparada para ello: empleo, salud, pensiones, nuevos saberes… ¿Qué piensas, amiga?
A.M.T:— Estamos en un momento, una etapa, quizás una era, en que la longevidad va siendo cada vez mayor y “estamos trabajando para usted” para que sea en bienestar y productiva.
Estos viejos y viejas que somos muy diversos, pues no es lo mismo tener 60 que 70, o 70 que 80, 80 que 90, tenemos mucho que aportar. La mayoría somos de la generación baby boomer, una generación que aprendió a romper esquemas, a soñar, a querer construir un mundo nuevo, diverso y en paz. “Hagamos el amor y no la guerra”, era uno de nuestros lemas.
Somos una generación apasionada y comprometida con los cambios. Lo pongo en presente, pues la mayoría de los que pertenecemos a ese grupo tenemos esa energía vital que nos mueve a seguir aportando como actores y no como testigos inactivos y sin voz. Las ganas de crear, de aportar, de seguir siendo protagonistas del movimiento del mundo están presentes en la mayoría de nosotros. A veces nuestro cuerpo físico no nos acompaña, de la misma forma en que creencias como la de que pasar los 60 es situarse en la obsolescencia. En ambos casos solo queda irse a la mecedora a esperar que llegue el fin.
En tu pregunta planteas la duda de si estamos preparados para este cambio de paradigma. Creo que nos está costando dar vuelta la sopa del caldero hacia el otro sentido. Es un tema físico y cultural. Hay resistencias, cegueras y rechazos a lo inevitable presentes en una cultura donde aun lo joven prevalece como un valor superior. Yo y tú somos parte de esa cultura, por eso compro cremas faciales que mágicamente creo que me harán desaparecer las bolsas debajo de los ojos.
Me aparecen dos conceptos: la nueva longevidad y las relaciones intergeneracionales, el yin y yang de lo que estamos comenzando a vivenciar de a poco. Precisamos ampliar la mirada de lo que es envejecer y eso necesitamos aprenderlo junto a los jóvenes y ellos junto a nosotros. Abrirnos a aprender los unos de los otros.
Mis experiencias en diálogos intergeneracionales han sido momentos de mayor asombro y gratitud, por lo que en cada nueva acción en la que participo o promuevo, lo hago con esa mirada, de integrar generaciones para aportar con un granito de arena en este cambio tan necesario e inminente. Pertenezco a organizaciones y participo activamente en encuentros que están promoviendo este cambio de cultura del envejecer con sentido, activos, propositivos e integrados, proponiendo acciones para políticas públicas.
Y se me viene a la mente preguntarte, mi querido Juan, ¿cuál ha sido tu experiencia de dirigir por algunos años diálogos entre actores improbables, la iniciativa del 3xi?, ¿será ese un camino para la integración y colaboración para los nuevos tiempos? , ¿qué ves como parte de lo que esta generación baby boomer necesita desarrollar como sociedad para apurar un poco el paso?
J.V:— Lo que me ha demostrado la experiencia de esos diálogos entre actores improbables es que, en verdad, todos somos actores probables y necesarios, que lo importante es el espacio en el que se produzca ese encuentro y la disposición a encontrarnos en los otros.
Precisamente, con respecto a nuestro tema, el pasado año se realizó un evento que llevó por título “La revolución de los mayores” y que invitó a que las distintas generaciones se sentarán en la misma mesa y junto a ellas, tanto las organizaciones que se encargan del cuidado de los mayores, como aquellos quienes, a través de sus micro-viejismos, los etiquetan como ancianos encorvados, como cargas o ciudadanos en retirada y sin capacidad para tener tarjetas de crédito, seguros o a decidir qué quieren seguir haciendo autónomamente. Los diálogos abiertos fueron muy positivos.
Y sí, hay que apurar el paso. El crecimiento de la esperanza de vida, las transformaciones en la naturaleza del empleo y la disrupción tecnológica en casi todos los ámbitos preconfiguran una forma distinta de entender las funciones sociales. Esta es una interesante conversación a la que debemos abrirnos los mayores. ¿Qué aporte somos a una sociedad que requiere de mayor compañía, de más reflexión, de más humanidad? Por eso, escucho con mucho interés tu dedicación a integrar generaciones. Yo suelo emplear el verbo “articular” y referirme a que no se trata de una sociedad caritativa que tiene que hacerse cargo de estos seres que no se mueren cuando las estadísticas decían que debían morirse, sino de una sociedad que se mira a sí misma para darse cuenta de que ya no es la que era.
Varios estudios científicos que miden la vida funcional de los órganos humanos llegan hoy a considerar que en el siglo XXI podríamos alcanzar los 150 años, aumentando en 10 los que se consideraban hasta no hace mucho como horizonte. Pero eso se apoya en una medicina basada en la sustitución de órganos por fabricaciones de alta duración. Si nos falla el corazón podrían cambiárnoslo por otro impreso en 4D que no tuviese los problemas de funcionamiento del retirado.
Por último, Anita María, me gustaría que recordásemos que “jubilar” y “jubilación” viene del latín “iubilare”, que significa gritar de alegría. Jubilarse era retirarse de ese castigo bíblico que era trabajar. Pero cuando el trabajo se resignifica y ya no tiene que ver con tareas físicas o repetitivas, cuando se constituye en aportes a una sociedad mejor que sepa disfrutar de su humanidad, ¿qué será jubilarse?, ¿qué implicará ser mayor?
A tu pregunta yo respondería que estos baby boomer y generaciones sucesivas tienen que estar dispuestos a no ponerse etiquetas y plazos, a darse el derecho a disfrutar y a vivir con independencia de la franja en la que se encuentren. Esa reivindicación debemos hacerla y creérnosla nosotros, primero.
Por eso, mi última pregunta de este café virtual que nos tomamos hoy, utilizando tecnologías que no existían cuando nos conocimos hace casi treinta años es: ¿Anita María, en cuántas cosas sigues siendo joven, revolucionaria, sorprendente?, ¿a cuántas cosas no te resignas? Y desde esa juventud de muchos años, ¿qué mensajes quisieras dejar a quienes nos lean?
A.M.T:— Me deleito leyéndote. Me abres caminos con tus palabras y reflexiones. Invocaste también a dos tremendas mujeres que han venido a visitarme hoy con sus palabras. Dos viejas maestras, ancianas sabias.
Primero, la psiquiatra estadounidense Jean Shinoda Bolen, que en alguno de sus escritos describe este momento de vida adulta como la “juicy prone age”, la edad del “fruto jugoso y maduro”. Una acepción muy femenina que me inspira, me conecta con lo sabroso, lo deleitable, con el placer y el disfrute de lo que nos trae la vida que se va endulzando con el tiempo.
Otra voz que me susurró al oído con esto de la “juventud de muchos años” que me traes con tu pregunta, Juan, fueron las palabras de la psicoanalista Clarissa Pinkola Estés, con el juego de palabras seductoras que ella invita, de ser “una anciana joven y una joven anciana”. Hay tantas cargas asociadas a la juventud eterna que han puesto en la puerta trasera las bondades del paso del tiempo. Especialmente, de nosotras las mujeres.
Hoy me siento interpretada con la curiosidad de la niña, el frescor de la juventud y con la experiencia regalada con los años, ¿y por qué no decirlo? Con la sabiduría y la intuición atesorada en cada paso dado. La frescura de lo nuevo y la lucidez de lo ya vivido, un matrimonio bien avenido, en esta etapa de mi vida. De vivir la vida al máximo, cada día en su plenitud.
Podría concluir que estas voces, la de Shenoda, la de Pinkola y la mía, que invocaste de entrada, podrían ser un canto a tres voces, pero más me suena a un coro que afina y que invita. Me invita a ser una mujer que se moldea cada día, donde todos y todas caben y en cada encuentro diga: “Te veo”.
Y no me resigno a que no sea con barítonos y tenores creando juntos un diálogo donde nos veamos, nos articulemos, como dices tú, desde nuestras diferencias.
Ya estamos concluyendo esta sinfonía a dos manos seducida por su fluidez y entonación, me gustaría preguntarte, dado lo que ha salido en esta conversación al calorcito de este aroma de café, lo siguiente: la longevidad, la diversidad de géneros, sexo y generaciones vinieron para quedarse. ¿Qué les dirías como hombre y coach a nuestros lectores y lectoras, dónde poner el foco de aprender o desaprender en estos momentos de esta nueva era?
J.V:— Sí, ha sido un deleite esta ida y vuelta de preguntas y reflexiones. Te agradezco profundamente que te hayas entregado a esta danza.
Intentaré centrarme en cuatro ideas, aunque me surgen inmediatamente muchos caminos. Lo primero es que honremos nuestro pasado, aceptando que ya es pasado y el momento de la vida es ahora. Abandonemos la melancolía de lo que fue, sentada en un banco frente al crepúsculo. Aprendamos a nacer cada día, aprendamos del sol, de los ciclos de la naturaleza y de lo que nuestro corazón nos dice, más que lo que nuestros huesos revelan.
Lo segundo se lo digo muchas veces a la versión más ordenada de mí mismo: “No tengas miedo al caos, Juan”. Avanzar en la complejidad implica aceptar una dosis de caos, de incertidumbre o como queramos llamarlo. Del caos surgió la luz y puede seguir surgiendo y, por otra parte, algunos órdenes nos han llenado de rigideces y de espacios cerrados a la vida.
Mi invitación a las generaciones mayores es a que estemos abiertos a la tecnología. Más allá de las amenazas que puede concretar su exacerbada velocidad, es aún peor si dejamos ese espacio, porque nos haremos irrelevantes. Si queremos una sociedad más humana no podemos darle la espalda a todo aquello que puede deshumanizarla. Al revés, en vez de quedarnos en la obsolescencia seamos pioneros de nuevos usos que nos lleven a aplicar la tecnología para el bien.
Y diría a todas y todos, a ti y a mí, que aprendamos a participar con las nuevas reglas de este tiempo también nuevo. El futuro no es un escenario predeterminado que esté en algún punto del horizonte. El futuro es una construcción colectiva. Una decisión, que como dice Otto Scharmer, es bastante personal. Tomémosla.
Yo de momento me he abierto una cuenta en chat.openai.com, para incluirme en el nuevo fenómeno ChatGPT y acabo de preguntarle, ¿cómo despedirme de una dama para finalizar una estupenda conversación en un café imaginario?
Me ha respondido:
“Si estás buscando una manera educada y respetuosa de despedirte de una dama al final de una conversación en un café imaginario, aquí te dejo algunas opciones:
1. Ha sido un placer conversar contigo. Espero que tengas un buen día.
2. Gracias por compartir tu tiempo conmigo hoy. Espero que tengamos la oportunidad de conversar de nuevo pronto.
3. Realmente he disfrutado esta conversación. Gracias por hacerla tan amena. Espero que tengas un buen resto de día.
Recuerda siempre ser educado y cortés, y asegurarte de que la persona se sienta valorada y respetada al final de la conversación”.
La respuesta me deja esperanzado. Escoge la que prefieras.
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Ana María y Juan no se lo dicen directamente, pero ambos se quedan pensando que cuando se encuentren en Santiago no pueden dejar de tomarse un café real y recordar los viejos tiempos en los que se conocieron. Tal vez el ChatGPT puede sugerirles dónde para evitar que les guíe la nostalgia.