Juan Vera

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La solidez de lo intangible

En mi libro “Articuladores de lo posible” planteo que cuando estamos viviendo en un mundo en el que no hay certezas, en el que un ritmo trepidante lleva a la obsolescencia de aquello que apenas ha madurado, cuando todo es líquido, como definió Zygmunt Bauman, la única opción de no hundirnos en ese mar cambiante es ser sólidos.

Lo líquido se pierde en los océanos. Lo sólido puede flotar y desplazarse sobre lo líquido. ¿Y qué puede significar ser sólidos cuando no hay certezas? La profunda conexión con nosotros mismos y con la escucha cuidadosa y sin juicios del mundo en el que estamos. Significa conectarnos con nosotros y con los otros. Contribuir a que otros se conecten entre sí en la búsqueda de formas de actuar que permitan que nos mantengamos con capacidades emergentes para lograr que los mejores propósitos nos lleven a ese puerto que es la convivencia humana y no la mera cohabitación.

Para ello, los rituales vuelven a aparecer como una forma de conexión con lo esencial. La repetición consciente de pasos, palabras, espacios y símbolos, nos permiten conectarnos con la profundidad en la que podemos escuchar el camino que nuestra intuición nos abre. Los rituales suponen una forma de permanencia en lo impermanente, o dicho de otra manera permiten que lo realmente importante se sobreponga a lo contingente.

Byung Chul Han en su reciente libro “La desaparición de los rituales” plantea que los ritos transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada a una comunidad. Generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad”. Necesitamos el espíritu comunitario para enfrentar lo impreciso y complejo. Cuando escribo esto en el momento más álgido de la pandemia del Covid 19 en el país en el que vivo (Chile) es más evidente que nunca que requerimos de conductas comunitarias para no sucumbir.

Cuando tenía 21 años y había abandonado mis creencias religiosas, decepcionado de las iglesias y sus interpretaciones despóticas de un dios a su medida, viví unos meses en León (España) como profesor de Informática. Entre mis clases de la mañana y las de las primeras horas de la tarde no quedaba tiempo suficiente para volver a la casa en la que estaba viviendo momentáneamente. Me iba, entonces, a la bellísima catedral gótica de esa ciudad. Podía parecer una contradicción para un agnóstico novel, pero en aquel espacio lleno de belleza y de silencio, oliendo el incienso y escuchando la música sacra, me encontraba conmigo, una inmensa paz se adueñaba de mi y con ella la claridad de mi fragilidad y también la de mis posibilidades. Esa fuerza cambió los pasos de mi vida.

El ritual de cada día fue una forma de encontrar el espacio interior en el que pensar el futuro. Los rituales no nos vuelven al pasado, sino a la secuencia de lo que permanece para proyectarlo a un futuro desconocido, pero en el que podía intervenir y avanzar sin miedo.

Imagino así el coaching del futuro, aquel que se plantee la conexión de cada uno con su presencia más profunda, para de esa forma poder convocar la presencia de todos. Imagino el ritual que permita el encuentro para que se enlacen voluntades y se validen distintas opciones que en vez de confrontarse se articulen en la búsqueda de lo común; es decir identifico el requerimiento de un espacio sólido en el que podamos navegar para diseñar el futuro.

Siempre estará el riesgo de repeticiones y palabras vacías, pero junto a ello, también se abrirá ante nosotros lo posible y la disposición que nos facultará para dar nuevas respuestas a lo que desconocemos.

Creo que la tarea más relevante del acompañamiento (sea a través del coaching o de otras formas de realizarlo) se abre al desarrollo de una nueva conciencia social que observe los quiebres que hay antes y más allá de los que vivimos como individuos. Para lograrla los requisitos serán una presencia plena, esa que logramos cuando estamos y permanecemos en espacios significativos, y la articulación de una comunidad abierta, diversa e inspirada. Una vez más, la solidez de lo intangible.