Juan Vera

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Artículos Articulados

La sociedad desgobernada

Coautores de este artículo: Alberto Hernández y Juan Vera

Juan y Alberto se conocieron en diciembre del 2016 en la sala de clases de Newfield Network en Santiago de Chile. Allí Juan dictó su primer programa de Coaching en la Política y el Poder (así se llamaba entonces) en su nueva alianza con Newfield Network. Antes hubo varias versiones más en las que el concepto de “poder” tuvo menos relevancia. Alberto se inscribió como alumno y viajó desde Argentina. Fueron 4 días de un trabajo intenso.

En los primeros módulos Alberto fue un participante callado, circunspecto. No cesaba de tomar notas, a pesar de la advertencia de que contarían con las láminas que Juan comentaba. Ese fue un buen inicio para Juan, que admira a las personas que toman notas de lo que ven, de lo que escuchan y de lo que piensan. Es conocida su veneración por la palabra escrita.

Pronto se inició la conversación entre ellos y quedó claro que era un ámbito conocido para Alberto, quien había sido viceministro de Determinantes Sociales de la Salud de la Nación y presidente del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires con rango de ministro.

Al terminar el programa, Alberto envió a Juan las treinta y muchas páginas en las que había recogido conceptos, sentires y sus propias opiniones con coincidencias y divergencias. En el documento, que Juan aún conserva, Alberto escribió: “Juan deberá leer todo lo que está en negro como dicho por él y todo lo que está en azulino como dicho por mí”. Conforme lo fue leyendo Juan fue incluyendo sus comentarios sobre los comentarios de Alberto, por lo que también advirtió: “Y este color ¿naranja?¿o era ocre? Será el que yo use para responder a tus reflexiones”. Con eso el documento llegó a las 42 páginas y algunos de sus párrafos dieron origen a tres largas entradas en el blog de Juan, a las que aún se puede acceder desde su página web.

Tal vez ese momento marca el precedente de los Artículos articulados que Juan empezó a escribir años más tarde.

Alberto y Juan han mantenido desde entonces una comunicación constante. Alberto fue uno de los entrevistados en el libro Articuladores de lo posible (2020) escrito por Juan. Hoy participa del programa Biolibros de Humanidad. Suelen enviarse artículos sobre política. Se piden opinión. Se tienen cariño.

En este momento, ambos están preocupados por la deriva del mundo político, por el reconocimiento de que no siempre pueden defender a quienes defendieron y por la complejidad a la que se enfrenta la democracia.

Juan lanza la primera pregunta, esta vez con la letra negra de las tintas de otros tiempos.

Juan Vera (J.V.):— Querido Alberto, aquí estamos de nuevo. He llamado a este artículo La sociedad desgobernada. ¿Sientes tú ese desgobierno?, ¿es posible gobernar con las reglas que conocemos un mundo tan incierto, tan acelerado y complejo?

Alberto Hernández (A.H.):— Juan, me preguntas si me siento desgobernado y me haces hurguetear en mi propia subjetividad. Me quedo así: autoobservándome. La primera respuesta es que sí y que no al mismo tiempo. Veamos si me hago entender. Por un lado, considero tener una vida individual en la que me he hecho cargo de mis ganas, he identificado mis necesidades más profundas y he tratado de satisfacerlas sin alejarme de mis dones naturales. Logro protagonizar mi vida y creo haber alcanzado plenitud en muchos pasajes de mi propio devenir.

En el orden social en el que ha transcurrido mi existencia y, en el actual, he encontrado oportunidades de desarrollo personal, que he aprovechado y, además, contribuyeron en los espacios en los que intervengo, a que los demás también puedan desarrollarse mejor. No podría decirte, Juan, que el desgobierno, que por momentos experimento, me ha impedido vivir, desarrollarme e incluso disfrutar. Ahora me pregunto: ¿sirve mi vida personal como un acontecimiento representativo de época? Por supuesto que no, porque mi punto de partida social ha sido muy diferente al de la gran mayoría de las personas. La actual sociedad desgobernada presenta una complejidad que mi vida personal no logra expresar cabalmente.

Es por eso último que, al mismo tiempo, siento, vivencio y observo el desgobierno de la sociedad y ese sentir impacta directamente en mi ánimo y en mi vida social, por el solo hecho de sentirme parte de una comunidad.

Me produce un sabor agrio vivenciar que hemos construido un mundo de completas desigualdades. Créeme, Juan, que nunca pensé que iba a habitar una época caracterizada por ser la más desigual de la historia de la humanidad. Nunca ha habido tanta distancia entre los pobres y los ricos de nuestro mundo. En el actual momento de mi vida no tengo dudas de que el único sistema imperante para organizar nuestros países es el capitalismo. Sin embargo, por momentos creo que la economía de mercado está transformándose en pura codicia. ¿Será que el actual capitalismo termine reducido a codicia? No lo sé. Hernán Díaz nos desafía con su imponente novela Fortuna (2023). La sociedad desgobernada termina siendo consecuencia y causa de los niveles de desigualdad imperantes en la actualidad.

Tu segunda pregunta acerca de si las actuales reglas sirven para gobernar la actual sociedad desgobernada me abre la reflexión en dos direcciones. La primera es sobre la expresión “sociedad desgobernada” que titula nuestro artículo. Sabes, Juan, que esas palabras me generan un estado de cierta zozobra, ya que mi primera reacción a ese enunciado me lleva a suponer que el gobierno está fuera y por encima de la sociedad. Y entonces me pregunto, ¿por qué reacciono y razono así?

Me siento hijo de una época en la que el Estado ocupaba el punto superior de una pirámide. No refiero a Estados malos o buenos, solo digo que el sentido común en el que crecí y con el que me formé tenía al Estado en el centro. Por eso el título, “Sociedad desgobernada” me lleva a pensar que el que la desgobierna es el Estado. ¿Me hago entender? El mío es un razonamiento de época, Juan.

Pero cuando salgo de esa primera impresión que me genera el título que escogiste trato de observar qué veo y se me ocurren algunas otras cosas. El Estado ya no está en el centro y mucho menos por encima. Quienes habitan el Estado son personas que se agrupan alrededor de ideas y oportunidades para llegar al Estado a través de un mecanismo competitivo (al menos en las democracias) y gobernar. Pero el común denominador que observo en la actualidad es la incomprensión de cómo funciona la sociedad actual, el mercado de hoy en día y, sobre todo, qué tipo de individuo es el que prima actualmente.

La política no sabe cómo es la sociedad y quién es el individuo al que intenta gobernar. Y ya no tiene plena soberanía sobre el mercado actual. Un coctel peligroso.

Esta incomprensión de la política para saber qué está pasando y para actuar en consecuencia ha sido la que produjo la enorme desigualdad que vivimos en nuestros países. Desigualdad que parece ir en aumento. Entonces, regresando a tu pregunta, no es solo que no se puede gobernar con las reglas actuales, sino que hay un problema quizás más profundo e incierto: no hay pujas de reglas, no hay debate de qué hacer frente al fenómeno actual y, además, la desconfianza popular acerca de la política nunca ha estado tan alta como en la actualidad. No solo eso, sino que también esa desconfianza y ese descreimiento en los últimos años ha dado paso a un ánimo social que no se había visto en el pasado que es un desinterés extendido en la mayoría de las poblaciones de nuestros países. Pareciera haber una voz de los individuos de a pie que le dice a la política que habita el Estado lo siguiente: “No me importa lo que hacen. Solo pido que me dejen seguir con mis cosas”. El desinterés es peor que la rabia.

Juan, estas reflexiones que has motivado con tus preguntas me disparan algunos interrogantes para hacerte. El primero, acaso más íntimo y personal, es que quiero conocer: ¿Qué impacto produce en tu subjetividad la desigualdad de nuestros países? Y, por otro lado, dos preguntas eslabonadas: ¿Qué de acuerdo con sus necesidades y ritmos actuales? ¿Y si crees que la posibilidad de mejora de nuestras sociedades son primero un camino individual o hay que empezar por algo colectivo?

Por cierto, te he respondido escuchando el disco Una Mattina de Ludovico Einaudi. ¿Vos estás escuchando algo?

J.V.:— Pensaba tener como música de fondo a Silvia Pérez Cruz, pero me paso a Ludovico y su álbum Underwater para buscar la sintonía contigo. Empieza con Luminous y la imagen de un mar de medusas. Su calma ondulante tiene, además, un halo de peligro, la angustia posible de una caricia mortal. Algo así me ocurre con esta sociedad llena de emoticones con sonrisas detrás de los cuales hay gritos desgarradores.

Pero, antes de proseguir este introito a tu primera pregunta, déjame Alberto agradecer tu aceptación a este experimento de escribir así y la sorpresa de que empieces respondiéndome, hablando del desgobierno en tu vida. Eso pone un tono más íntimo y real. ¿Qué es la sociedad sino el conjunto de todos nosotros?

Hoy conviene distinguir entre diferente y desigual. Quiero decir que la aceptación de que somos diferentes no me conduce a aceptar la desigualdad creciente de nuestras sociedades. La visibilidad de esa desigualdad me resulta decepcionante. No es el mundo que creí que vendría. En mi juventud estuve convencido de que las democracias traían sobre sus alas sociedades más justas e inclusivas y pocas veces ha sido así. De forma que el impacto que me produce esa es tu pregunta es de decepción, pero no de desesperanza. No espero grandes resultados en el corto plazo, pero sigo convencido de que debo hacer lo que considero correcto. Por eso leo la definición de “esperanza” de político y escritor checo Václav Havel cada cierto tiempo.

Me preguntas también por los espacios que veo a la política para encauzar esta sensación de desgobierno que cruza al mundo. Claro que añades la palabra “voluntad”. El espacio es siempre el de las conversaciones a través del diálogo. ¿Veo voluntad política en quienes nos gobiernan? Pocas veces y menos aún en los partidos políticos. La sociedad despolarizada, esa que ocupa grandes desiertos no escuchados, clama para que eso ocurra. Hace falta conversación pública. Por eso, estoy metido en lo que estoy: articular conversaciones en todas las veredas por las que los humanos nos cruzamos, en todas las plazas en las que nos reunimos.

Recuperar la conversación pública menos intermediada y más facilitada resume mi punto de vista de este momento. Fortalecer los contrapesos, regular el énfasis en los sesgos, aceptando que existen y que son legítimos. No hacer del desacuerdo una estrategia para enmarcar identidades que convierten a la política en un mercado y no en una ciudad de convivencia. En una entrevista reciente al pensador Yuval Noah Harari refiriéndose al crecimiento de la Inteligencia Artificial (IA) dijo: “Esto es especialmente una amenaza para las democracias más que para los regímenes autoritarios, porque las democracias dependen de la conversación pública. La democracia es básicamente conversación”. Lo contrario puede llevarnos a democracias artificiales. De la inteligencia artificial a la democracia artificial. Del fracaso del parlamentarismo al regreso a las autocracias.

Finalmente, me preguntas si un camino de mejora debería empezar por los individuos o por la colectividad. Si estuviésemos sentados frente a frente en el café La Biela de Buenos Aires, apoyaría mi barbilla en el dorso de mi mano como un seguidor de Rodin, porque es un tema muy complejo.

La respuesta más manida es que no hay cambio social sin cambio personal, que el cambio empieza por nosotros y eso nos lleva a la educación y otra vez a la desigualdad y a evitar la irrelevancia que puede llevar a la violencia política y a una sociedad psicológicamente insana. Creo que requerimos un mayor desarrollo de conciencia individual de lo que implica vivir en una sociedad cada vez más compleja, pero a la vez pienso que ese cambio se facilita cuando lo hacemos en comunidad.

Más que una dicotomía te respondería que es un camino que tiene el doble objetivo de que se produzca una transformación personal en la interacción con otros. El yo que es parte del nosotros, el yo que para serlo nutre y se nutre de otros. La colaboración como el espacio de inter-reconocimiento personal y crecimiento social.

Y vuelvo a preguntarte, Alberto, has dejado una frase lacerante, que lamentablemente comparto: “La política no sabe cómo es la sociedad y quién es el individuo al que intenta gobernar”. ¿Cuáles son las causas a tu juicio de este desencuentro? Siempre ha habido codicia, desigualdad, injusticia ¿es sólo una cuestión de volumen?

A.H.:— Juan, así reacciono a tu pregunta: no tengo ninguna certeza acerca de cuáles son las causas que generan ese desencuentro evidente entre política, sociedad, individuo y mercado. No lo sé. Lo próximo que leerás solo son aproximaciones conjeturales. Por otro lado, referiré a factores influyentes en vez de a causas. No me siento cómodo refiriendo a los procesos sociales en términos de causa-efecto.

Hay un factor influyente muy mencionado que es el avance tecnológico dado por los procesos computacionales, internet, redes sociales y otros varios de la misma especie. Todos vivenciamos a diario, hábitos y formas que no teníamos hace pocos años. Estos procesos han achicado el mundo y lo hacen todo más veloz. Eso facilita que los individuos hayan comenzado un proceso de autonomización de las sociedades de origen que, me animo a decir, son inéditos en la historia de la humanidad. Todos nosotros hemos pertenecido a una sociedad inicial con sus costumbres y tradiciones, que nos han sido dadas y que han tenido un territorio demarcado. Hoy en día esa pertenencia está en franca crisis. El individuo de hoy se fabrica modos de pertenencias y socialización que no son los que le han sido dados y que no tienen una territorialización determinada. Creo que no exagero, Juan, al suponer que un habitante vegano de Australia se siente más cercano de un joven vegano de Ecuador que de su propio vecino, a quien conoce de toda la vida, pero que es propietario de una carnicería.

Hoy las personas se constituyen más a sí mismas, en tanto individuos, con sus cosas y sus relaciones elegidas que con su sociedad de origen. Es obvio que las pertenencias de origen siguen teniendo su importancia, pero ya no son predominantes y entiendo que están en declive, por lo menos en occidente.

Otro factor influyente, que a la vez actúa en consonancia con el avance tecnológico, es el consumismo en el que todos estamos inmersos. El consumismo además de generar estados de subjetividad muy particulares se ha vuelto un (el) verdadero soporte del capitalismo. Es decir: si no hay consumo, no hay economía, por lo que tampoco las personas pueden tener trabajo. Es una rueda que no puede detenerse y que en las últimas décadas comenzó a girar cada vez más rápido hasta transformar el consumo en un verdadero consumismo. Ahora no sabemos cómo bajarnos y dudo si queremos.

Un tercer factor influyente es el mercado traspasando las fronteras territoriales de los Estados. Siempre hubo empresas trasnacionales, pero nunca como ahora empresas que operan sobre las subjetividades de las personas. Facebook, Instagram y otras redes sociales moldean más a un ciudadano que las propias sociedades dónde esos ciudadanos han nacido. Y además, esas redes han tenido la gran virtud (para ellas) de parecer que solo son redes de comunicación interpersonal y que no son empresas que persiguen ganancias a través de la subjetividad, intimidad y control de las personas.

Estos factores configuran una postal de época que es que la política se ha convertido en una actividad conservadora de nuestras sociedades. La política no tiene suficiente velocidad ni plasticidad para amoldar su quehacer de todos los días a estas nuevas realidades. Entonces, la política propone y actúa sobre aspectos que no están en los niveles de preferencias de los ciudadanos. La política no sabe cómo escuchar estas nuevas realidades que expresan no una simple crisis, sino un profundo cambio de época: el Estado ya no está al centro y la política está siendo diezmada en su capacidad de gobernar el destino de las sociedades por sí misma. La política generó un sistema con herramientas que fueron eficaces por décadas, pero hoy lo son solo para reproducir poder interno y, entonces, están moldeando un individuo social cada vez más espectador del hecho político que un ciudadano protagonista de la construcción de lo común.

La política como sistema actúa en automático y su esfuerzo, que por décadas fue representar a las sociedades en el Estado, ahora es representar a la política ante los individuos/ciudadanos. Mientras que esto sea así el desencuentro persistirá y la desigualdad no se achicará.

Juan, ahora quiero preguntarte, mientras recuerdo a nuestra amiga mexicana Maru López Brun, a quien le gusta repetir aquello que alguna vez he dicho que “el desafío es explorar nuevas formas desde el poder y la política para que lo común adquiera una preponderancia equivalente a lo individual”. ¿Tienes idea de cómo contribuir a la construcción de lo común en esta sociedad con un proceso de individuación cada vez más asentado? Y, por otro lado, ¿crees que la sociedad va a recuperar la gesta de lo común o eso solo podrá ser visto por el espejo retrovisor del automóvil que marcha hacia el futuro? Una curiosidad: ¿Qué le sugerirías a jóvenes que empiezan a participar en política?

J.V.:— Saboreo tu respuesta, Alberto, profunda y reveladora de algo que en términos de gestión de la transformación nos llevaría a tener que reconocer que en el mapa de las crisis a las que el mundo se enfrenta (política, económica, ambiental, de salud, de formas de producción y servicio, de liderazgo, convivencial) deberíamos agregar otra crisis sutil que es la cultural o, dicho de otra manera, de lo que han sido fuentes de generación de culturas. Me refiero a las formas de consumo como una fuente poderosa de generación de pertenencia cultural. Esa es una gran victoria del mercado sobre la política de ideas. Real, aunque algunos podamos mirarla con recelo.

Voy a tus preguntas ahora y empiezo por el final. A esos jóvenes que empiezan a participar en política les diría: “No os dejéis llevar por vuestras ideas, dejad vuestras convicciones en el cajón de la cómoda (¿se seguirán llamando así?), que lo único que os mueva sea vuestra voluntad de servir a la sociedad y daros permiso para experimentar las vidas de otros. Vivid las distintas condiciones en las que esos otros están viviendo. Sumergiros en realidades culturales distintas y dejad que la empatía, no como una actitud intelectual, os lleve a sentir”.

Les propondría empezar a cambiar la política de las ideas, que suelen basarse en supuestas verdades y valores morales, por la política de los sentires. Y con ello me estaría acercando a una posible respuesta a tu primera pregunta. Lo individual cuando se plantea como opuesto a lo colectivo ya comienza a configurar lo que podemos llamar el problema. ¿Quién quiere ser masa hoy? La experiencia de ser considerado como parte informe de un proyecto que finalmente es dirigido por otras élites es también deshumanizante, aunque supuestamente pretenda paternalistamente nuestro bien.

Si esos jóvenes que quieren ser políticos regresaran del terreno después de vivenciar la vida de otros, ya traerían las bases de lo común. Si conociesen los dolores, las aspiraciones, los puntos de partida, tendríamos los elementos para un diálogo construido por una colectividad de individuos que se reconocen como tales, a la vez que reconocen el espacio de lo común. Ese acercamiento entre lo común y lo individual que como me dices repite nuestra amiga Maru López Brun.

Cuando lo común es el resultado de quienes vivimos experiencias diferentes sin mezclarnos, habitaremos un mundo de comunes enfrentados, una comunidad frente a otra comunidad. La respuesta que puedo ofrecerte como contribución, tal y como tú me pides, es el diálogo como práctica de comunicación sin buscar el acuerdo en primera instancia, sino la experiencia de mostrarnos, conocernos, reconocernos y aceptarnos. ¿Se puede provocar esto desde una política pública de empatía y de intercambios? Tal vez sea muy difícil y haya que recurrir a laboratorios de jóvenes voluntarios. Jóvenes en quienes la memoria histórica no sea un pesado lastre y quieran ejercer su derecho a tener un futuro distinto. Ese derecho al futuro implica sobrepasar las ataduras a ideologías que pudieron ser útiles en otro momento de la humanidad.

Tu segunda pregunta es igualmente compleja. Algo de retrovisor tendremos, porque la velocidad con la que se están promoviendo nuevas prácticas, nuevas formas de comunicarnos y nuevas maneras de percibir lo que nos rodea generará consecuencias negativas, como siempre se han producido. No estoy diciendo que todas ellas no tengan positividades elogiables. Sólo me refiero a que los habituales usos negativos y sus impactos sociales a la velocidad con la que se producen, ya hoy impide que el ser humano inteligente que fue capaz de impulsar estos procesos o la inteligencia artificial, que tras la inteligencia humana los aceleró y complejizó, pueda establecer regulaciones y controles ex ante. De ahí esa percepción de ingobernabilidad.

Aceptado esto, dado que parece imposible el acuerdo de ralentizar el progreso, una sociedad que haya sido capaz de desarrollar una cultura en la que lo incierto sea aceptado, en la que la creatividad no se considere el resultado del genio individual, sino de esa inteligencia colectiva de los dialogantes a los que me he referido antes, podría recuperar la posibilidad de empezar nuevas páginas en blanco con planteamientos no polarizados, sin exabruptos y con ideas para un futuro que no sean la simple continuación de un desencanto remendado.

Y llego a mi tercera y última pregunta para ti. Hoy estuviste en la entrevista que le hice Moisés Naím en el Círculo de Lectura y Pensamiento en el que se leyó su obra La revancha de los poderosos (2022). Naím considera que la forma de volver a concienciar a una ciudadanía de su rol de protagonistas políticos nos llevará de nuevo a una refundación de los partidos. ¿Estás de acuerdo?, ¿cómo serían esos partidos? Y si no lo estás ¿cómo te imaginas tú que se puede lograr el protagonismo ciudadano para que no sean también responsables del desgobierno?

A.H.:— Juan, me da ganas de compartir opiniones que me generan tus respuestas, ya que algunas de ellas me han llegado e impactado, pero no hay espacio para todo. Daré prioridad a tus preguntas. Tengo argumentos para pensar que los partidos persistirán y otros que preanuncian un declive permanente.

Por un lado, creo que los partidos políticos seguirán con vida. Entiendo que esa continuidad está dada por el diseño institucional de nuestros países democráticos. El modo de acceder al poder ejecutivo y legislativo es a través de los partidos. Entonces, la política puede estar muy desencontrada con las sociedades, pero llegada las elecciones, la ciudadanía —con o sin rechazo- tiene que votar a la oferta política que proviene de los partidos. Y si alguien quiere desafiar el orden imperante tiene que… fundar un partido político.

Por otro lado, veo condiciones para que los partidos queden para siempre moribundos, ya que no ofrecen mucho más, a los ciudadanos, que reproducir el orden institucional imperante. Los partidos por décadas generaban las ideas, las difundían y así buscaban seguidores. Pero eso era en un mundo donde la sofisticación y complejidad del ciudadano de a pie eran mucho menores. Hoy el individuo y la sociedad rebalsan a la política en inquietudes, intereses, necesidades y preferencias. La política quedó reducida frente al individuo y ya casi no lo representa. En conversación familiar, entre amigos o en encuentros sociales cada vez se habla menos de política. El mundo, el mercado y la vida cotidiana ofrecen muchas y cada vez más variadas cosas para ocupar la atención de las personas, mientras que la política se ha quedado hablando y mirándose al espejo.

Hay un sistema político cerrado que (solo) parece abierto. Digo que parece abierto porque la práctica de la ciudadanía frente al hecho electoral funciona más o menos así: o no se asiste a las elecciones o se vota, pero se desentiende de lo elegido a los pocos días de haberlo hecho. Y esto dibuja la postal del presente: la política ajena a la vida cotidiana de los ciudadanos.

No puedo imaginar un mundo sin partidos políticos, a pesar de que veo tantos síntomas que presagian su extinción. Los partidos ya no parecen poder alcanzar la complejidad del individuo, por lo que quizás estemos frente a un escenario de declive sostenido y permanente de los partidos.

Juan, paso ahora de los partidos a los dirigentes políticos. Ambos tenemos un recorrido en que podemos exhibir un conocimiento de los estados de subjetividad de nuestros dirigentes. No sé si compartís lo siguiente: me he encontrado con mayoría de dirigentes, tomados uno a uno en sus espacios de intimidad, que son personas genuinamente preocupadas por construir un orden político más cercano a las sociedades y a los individuos. No he encontrado allí a negadores. Sin embargo, la mayoría de ellos puestos a jugar el juego de la política obtienen un resultado parecido al que ya hemos descrito con nuestras palabras. Y además sé que -vos y yo- no somos portadores de una visión naif de la actividad política, por lo que reconocemos la naturaleza del conflicto de intereses sobre los que se edifican nuestras sociedades. Eso no es opcional: si quieres nadar tendrás que mojarte. Si quieres hacer política tendrás convivir y gestionar el conflicto de intereses.

Entonces quiero regresar a la inquietud ya expresada acerca del espacio que puede, o no, tener la voluntad. Me explico. Por momentos observo que el desencuentro ya es independiente de lo que la voluntad política proponga, noto que es un desencuentro con todo lo que de allí provenga. No es por falta de iniciativas, ni por falta de voluntad, es que la gente ya no quiere habitar la casa de la política. Y al escribir esto me digo a mí mismo: “Ojalá no tenga razón”.

Juan, imagina un escenario como el siguiente: llega un dirigente o varios con voluntad de promover lo que tú dices: la conversación pública menos intermediada y más facilitada. ¿Hay recepción en las sociedades para que ese dirigente promueva esa voluntad? No pregunto si los dirigentes tienen o no tienen la voluntad, sino, ¿qué espacio ves para que esa voluntad tenga anclaje tangible en el comportamiento social? Me refiero a posibilidades de transformación social a cierta escala, más allá de experiencias particulares.

Un párrafo más para complejizar mi inquietud interrogativa: si tú crees que hay espacio en la sociedad para recibir nuevas propuestas de la política, entonces pregunto: ¿Cuáles son los factores que identificas que están impidiendo que la política recorra ese camino? Ahora si tu respuesta es negativa, mi pregunta es, ¿cómo puede entonces un dirigente político con (sana) ambición sostenerse dentro del juego político a la vez que generar conversaciones menos intermediadas?

J.V.:— Voy a contestar que sí, Alberto, y tal vez tengamos que darle vueltas a la palabra “espacio”. Hay posibilidad de espacio siempre que hay vacíos. Hay espacios cuando hay insatisfacciones o cuando, como decimos en el Programa Articular, hay ausencias. Ambos hemos dicho con distintas palabras, que hay desconfianza, malestar, desencanto, que hay desesperanza. Ahora bien, es cierto que hay incredulidad a las propuestas que provengan de esa política que ha sido incapaz de entender y dar respuesta al vacío. En términos interrogativos, mi sí se refiere al espacio relacionado con un dónde temático o a un qué. La dificultad la veo en el pronombre (también interrogativo) quién.

Es verdad que la gente no quiere hablar de política en la medida en que la política es asimilada con quienes ejercen el poder y especialmente con los partidos políticos como acaparadores de ese poder. Pero la gente sí desea hablar de los problemas y de las situaciones que afectan a su vida. Sí quiere una vida mejor, una sociedad más justa y a poco que se abran conversaciones humanas, las personas sienten el deseo de comunidad. Claro que a eso no quieren llamarlo política porque la palabra misma se ha empobrecido, se ha ensuciado. Por eso, la política no puede recorrer ese camino, usando tu frase, porque ha perdido su autoridad. Y eso supone un profundo daño a uno de los pilares de las democracias como las hemos entendido hasta ahora y es el requerimiento de representatividad.

Ahora bien, una cosa es la semiología y otra la semántica. Una cosa es la palabra política como envoltorio y otra es su contenido, y estaremos de acuerdo en que cuando una sociedad tiene quiebres más profundos y complejos se hace más necesaria la política, entendida como una conversación que se haga cargo de resolverlos.

Eso sí, hoy, tras el fracaso de las ideologías, el ciudadano común no busca una forma de imponer una interpretación cerrada de cómo deben ser las cosas. Saben que las ideologías no admiten la conversación abierta y dinámica que la sociedad requiere.

Por otra parte, ambos sabemos que la multitud no se autogobierna, pero es necesario pensar en términos distintos, en nuevas formas de que la conversación pública surja. Esa preocupación está detrás de lo que algunos empezamos a llamar coaching social, formas de promover una articulación horizontal de la que no surjan ventajas, pero sí una conciencia colectiva. Convocar esas conversaciones no debiera ser el propósito de alguien que quiere ser representante de ese vacío o malestar, porque estaríamos regresando a lo que fue el inicio de los partidos.

Hablaremos, tal vez, de movimientos, de sociocracia y su trasfondo de auto-organización sistémica. Los más jóvenes pueden pensar en plataformas, desde un pensamiento más tecnocrático y de valoración de lo científico. Coincido contigo en que el corto plazo es difícil salir del concepto de partido, pero el mundo nos va demostrando que su velocidad supera todos nuestros pronósticos.

Y al llegar acá debo reconocer que no he querido tomar de tu pregunta la palabra “dirigente”, porque eso me hubiera llevado a alargarme mucho más y nos regañarían los editores de este Artículo articulado. Sin embargo, puedes inferir que al crear estos espacios de los que hablamos, un cuidado especial es el de no sacar provecho personal de ellos. Por eso, hablé de mi dificultad con el quién. No creo que sean dirigentes los que pueden lograr una convocatoria suficientemente transversal.

Déjame que termine citando a mi admirado Daniel Innerarity. En el Círculo de Lectura y Pensamiento avanzado estamos leyendo su último libro La sociedad del desconocimiento (2022). En el capítulo titulado “Intelectuales, expertos y tertulianos” termina diciendo: “Unos y otros son voces —muy dignas de tener en consideración, pero no únicas— a la hora de realizar decisiones colectivas. Junto a ellas, la figura del tertuliano nos recuerda que la democracia es una discusión entre personas que opinan, con distinto grado de cualificación, por supuesto, y no un lugar donde el común de los mortales obedece a unos clarividentes o asiste al debate entre unos pocos declarados competentes”.

Gracias, Alberto, por el tiempo que me has dedicado. Si estuviésemos en el café La Biela, nos despediríamos ahora de las esculturas de Borges y Bioy Casares para mostrar que somos capaces de admirar su incomparable altura literaria, aunque difiramos de sus posiciones políticas, sabiendo que ellas -las esculturas- no van a llevarnos la contraria.

***

Alberto y Juan se dan un abrazo imaginario y se marchan sabiendo que esto sólo ha empezado, que pueden llegar, de uno o de otro, 30 páginas de observaciones al artículo y la petición de aclarar tal o cual concepto.

Saben que entre ellos existe una ternura masculina que les permite disentir o estar de acuerdo sin que cambie en nada la sonrisa y la curiosidad de seguir mirando cómo se manifiesta esa relación por la política, sus ángeles y sus demonios.