La obligación intelectual de cambiar de opinión
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De la misma forma en que el saber nos transforma, las nuevas experiencias del vivir nos dejan ver otras realidades, nos traen otras vivencias y lo que consideramos revolucionario alguna vez hoy es reaccionario, y lo progresista deviene en estático. Entonces, si tuve razón ayer es muy probable que no la tenga hoy cuando trato de mantener la misma posición. Es decir, cuando queremos tener razón en un mundo distinto con el mismo argumento de ayer pareciera ser que lo que realmente nos importa es tener la razón y no cuán real sea el argumento dentro del contexto en el que nos encontramos.
Ya he manifestado alguna vez lo ilógico que me resulta que cambie el mundo, la condiciones y las prioridades, que aparezcan nuevas variables, nuevas posibilidades y nuevos riesgos y podamos seguir considerando como un valor no cambiar nuestro punto de vista.
En algún momento llegué a sentirme mal al darme cuenta de que había cambiado mis juicios. “¿Me he hecho más conservador?”, me dije. “¿Me he hecho más progresista?”, me dije. “¿He traicionado algo?”, se dijeron ambos. Siempre llegué a la conclusión de que, efectivamente, había cambiado porque junto a mí el mundo había cambiado.
Por eso y porque la semana pasada murió Hans Magnus Enzensberger, un intelectual poético al que admiré desde que leí su Poema sobre el futuro cuando tenía 15 años. Hoy he despertado pensando en cuántos de mis pensamientos ya no comparto, en todo aquello en lo que podría llevarme la contraria si tuviese la oportunidad de encontrarme conmigo subiendo yo, el de ahora, y bajando yo, el de antes, por una escalera en espiral.
También es cierto que me daría un abrazo. También es cierto que me caería bien el de antes. Ni siquiera le regañaría, simplemente le diría: “Y no tuviste que creer que era eterno”. Aprendamos a vivir la fugacidad de las ideas.
Las consecuencias de cultivar posiciones fijas
Hans Magnus–ya el nombre me impresionaba– fue un alemán divertido cuando yo pensaba que los alemanes no eran divertidos. Fue irónico, como si fuera inglés y carcajeante, como si fuera español o italiano. Desafió las verdades que la época consideró inalterables porque no quería ser un árbol.
“No cultivo el gusto por posiciones fijas, suelo decir que no soy un árbol; los árboles sí tienen posiciones fijas, son inamovibles, crecen donde están, pero nosotros somos seres móviles”.
Hans Magnus Enzensberger
Somos seres móviles, seres diversos, seres cambiantes, podemos cultivar múltiples amores.
El centralismo,
el nacionalismo,
el monoteísmo,
el monocultivo, quiero decir la cultura única,
desde la lógica del movimiento y la transformación solo pueden estar equivocados,
o todos a la vez y al mismo tiempo llevar razón.
Y si todos llevásemos razón,
¿por qué no darnos un abrazo?
Los abrazos no surgen de la razón,
no tienen lógica, pero tienen derechos
y entre ellos el derecho a cambiar de opinión.
Por ejemplo, ¿por qué un artículo debe seguir la lógica de la prosa, si en el fondo de sus palabras tienen la poesía de lo que siempre está naciendo?
Por esas ciertas locuras de pensamiento que me han acompañado desde los 15 años hago un guiño en mi presente serio a Hans Magnus Enzensberger y a su cara de niño de pelo blanco, desafiando el poder de quienes quieren que seamos iguales y robóticos, de quienes llaman traidores a quienes no les siguen. Porque no quiero ser un árbol por mucho que los árboles me gusten en su vegetal naturaleza.