La más ciega de las cegueras

El ser humano acude a las ideologías para ordenar y transformar el mundo empujado por un deseo de estabilidad. Y si bien tenemos derecho a descansar en una conclusión, convertirla en el único destino nos vuelve ajenos a lo que sucede. Esta constituye una ceguera mucho más compleja que la de no ver: la ceguera cognitiva, un padecimiento en ascenso en distintas partes del mundo.

¿Cómo percibir la inasible realidad?

Cuando cierro la puerta me encierro, sobre todo si por esa puerta entran las opiniones y los pareceres de los otros. Fuera queda un mundo que dejo de ver. Cuando me encierro es posible que me encuentre conmigo, mis juicios y mis conclusiones, es decir, puede y suele ser que no me quede en la nada y su silencio.

Entonces, encerrado, nada de lo que está surgiendo, por muy importantes que sean las transformaciones que se generan, podrá cambiar mis interpretaciones. Es posible que en ese encuentro esté dispuesto a revisar supuestos, pero mientras mantenga cerradas las puertas será una revisión que hago desde lo que fue, desde lo que he percibido y eso siempre me refiere a un antes, a otro momento de esa realidad, a un ayer que no puede ser considerado eterno.

Todo lo cerrado deja de ser actual, deja de percibir la de por sí inasible realidad en su compleja conformación de causas, orígenes, efectos y dimensiones. No es posible conocer lo que llamamos realidad desde una sola posición. Ese es el gran lastre de las ideologías en estos momentos cambiantes de la historia. Toda ideología concluye qué es lo bueno y lo correcto. Afuera queda un universo excluido.

El paisaje de las ideologías

Es cierto que las ideologías surgen por la necesidad humana de tener una interpretación de las dinámicas de la sociedad de la que formamos parte y de sus relaciones con el mundo en el que se mueven. Es cierto que nos ayudan a asomarnos a mirar el paisaje desde un elevado recodo del camino y que desde él podemos ver valles y ríos. Ese resulta ser el mundo: valles y ríos. Podemos desde esa mirada imaginar una vida dedicada a la agricultura y sus cultivos, a domingos tranquilos y parecidos.

Quién mire desde un recodo distinto de la siguiente vuelta del camino puede encontrarse con el mar e imaginar un mundo en continuo movimiento. La necesidad de los viajes y el comercio. Días agitados y distintos.

Y si siguiésemos descubriríamos pronto que todas nuestras percepciones son incompletas, aunque válidas. Las fotos reflejan un instante que no podemos confundir con la vida. 

Transitando desde un recodo a otro podemos comprender la diversidad constante y la imposibilidad de tener una sola imagen completa de lo que vemos y, sobre todo, del gran error humano que es pretender tenerla y, más aún, imponerla al resto. 

El filósofo alemán Peter Sloterdijk sostiene que ver las cosas desde la verdad tiene un efecto cegador. El resto no tiene la razón o es falso o incorrecto. No debiera existir, por lo tanto. 

Es cierto que tenemos derecho a descansar en una conclusión, pero no a detenernos y a convertirla en un destino. El destino pone final al viaje. Nada fuera de él tiene sentido cuando hemos llegado. Desde ese momento el mundo queda reconfigurado desde un centro alrededor del cual el resto gira y debe seguir girando.

 
 

Mapas, ideologías y elites

Al escribirlo así me resuena la sorpresa de mi amigo Rodrigo Collado al descubrir en su viaje a Tasmania, Australia, que los mapas de allí son diferentes a los nuestros. Australia queda en el centro, los demás continentes son periféricos. No podemos decir que es un planeta distinto, pero el lugar desde el que lo vemos lo transforma.

Puede ser que siempre haya sido así, pero hoy con toda la información que poseemos resulta difícil comprender que podamos mantener opiniones consideradas como la verdad. La ciencia plantea que nuestro cerebro apenas puede percibir el 5% de aquello que nos rodea y que de ese pequeño porcentaje, una gran parte queda en nuestro inconsciente. Resulta arrogante, desde esta limitada capacidad, erigirnos en poseedores de la interpretación correcta.

En la historia reciente quienes en su mapa han puesto el continente de la libertad en el centro como único foco solo han logrado posibilidades de una igualdad digna para las élites económicas que pueden comprar el silencio y la dignidad de quienes no tienen recursos. 

Del otro lado, quienes han puesto el continente de la igualdad en el centro del mapa, han impedido la libertad de pensamiento y expresión a todos quienes no coincidieran con las élites políticas que determinan lo que es verdad desde una supuesta superioridad moral

En lo único en que ambos mapas coinciden es que una élite, desde su cerrada interpretación ideológica, establece las reglas que el resto debe acatar para vivir sin ser excluidos. 

Pandemia a la vista

En su novela Ensayo sobre la ceguera (1995), el escritor portugués José Saramago narra la aparición de una epidemia de ceguera blanca que sume a la sociedad en una profunda crisis de miedo y desconfianza. Todos se ven como enemigos. Aparece el egoísmo y el enfoque único de sobrevivir. El sistema social se descompone. 

Pues bien, si hay una ceguera superior a aquella en la que los ojos pierden su visión es la ceguera cognitiva que impide ver los legítimos colores de interpretaciones distintas a las nuestras. Los titulares del mundo van diciéndonos que esta puede ser la próxima pandemia.

 

Juan Vera

Construir la cultura del encuentro

Juan VeraComentario