Juan Vera

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La historia como narrativa colectiva

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Escucha: La historia como narrativa colectiva

La excusa

Elena Espinal y Óscar Corona me han vuelto a invitar a dar una conferencia a los participantes de la carrera de coaching de la Universidad de Londres de México. Me han pedido un título para lo que quiero contar y le he puesto: “El poder de las historias”, dando un nuevo giro al tema al que sigo dando vueltas con la convicción de que tras él hay todo un universo de claves.

La explicación de la experiencia

No me refiero a las historias como un conjunto de hechos objetivos observables, ni de datos que van construyendo nuestras vidas o el relato de la sociedad en las que esas vidas discurren, sino a las formas diferentes en las que vivimos esos hechos, esas condiciones, esos momentos y sus supuestos datos. 

Me refiero al fascinante mundo interpretativo que se desata a partir de los detalles que nos tocan de una forma diferente. La musicalidad de una palabra, un gesto, la intensidad de la luz, la sensación de soledad o de compañía. Aspectos que no elegimos, que se posan en nosotros de forma casual para convertirse después en causal de lo que queda en nuestro interior, de lo que recordamos, del cajón en el que almacenamos nuestra experiencia.

La placa de esa vivencia en nuestra memoria puede llegar a constituir la posibilidad de conectar con quienes tengan una sensibilidad afín o una sensibilidad complementaria. Y esto ocurre de una manera difícil de explicar porque es difícil de imaginar.

Me siento frente a ti. Te escucho. Te miro mientras hablas y me llegan sensaciones más allá de palabras. Ocurre algo que no tiene que ver con que hablemos la misma lengua ni con que haya códigos que compartimos. Tiene que ver con la experiencia de la autenticidad. Con esa forma en la que la vida es trascendente, única y compartida a la vez. Llegamos a saber lo que no conocemos, sin saber por qué lo sabemos.

Más allá de las condiciones

Sin duda las condiciones en las que discurre nuestro existir pueden determinar la manera en la que esas vivencias queden en nosotros. Y a la vez tenemos constancia de que las condiciones determinan sin ser determinantes. Es decir, la vida es más compleja, más amplia y diversa. Podemos establecer frecuencias estadísticas, pero no establecer que las cosas son así inexorablemente.

Las condiciones nos permiten ampliar el espectro de nuestra compasión, bajar la carga de nuestros juicios, entender que lo que para alguien es violencia injustificable, para otros es la expresión de su rabia o su dolor justificables. Que lo que para una parte de la sociedad es una situación dada, para otros es un privilegio inasible. Que lo que es punto de partida para unos, es inalcanzable punto de llegada para otros.

Necesitamos plazas abiertas al encuentro, necesitamos mesas redondas en las que podamos escuchar que a alguien nunca lo abrazaron, que alguien al despertar escuchaba el canto de los pájaros y podía sentir que despertar era canto. Cuando eso pasa, millones de partículas de comprensión se conectan entre tu voz y mi oído.

Necesitamos saber de los otros para conocernos más, porque sus historias nos traen noticias de nosotros mismos. Cuando eso ocurre, abrimos caminos inexplorados en los que las posibilidades de conexión pueden ser infinitas. Una conexión que se hace cargo de que tenemos vidas distintas, diferentes mapas y recorridos y que en ellos pueden existir emociones comunes y poéticas que se enlacen a través de vínculos que no precisan de una historia común consciente y no se explican desde la racionalidad

La poética de las interpretaciones

Y si esto es así, puede significar que en esa memoria irracional reside algo subjetivo que también es nuestra historia que también nos constituye, incluso más que nuestra biografía y sobre la que apenas tenemos indicios, pero que en algunos momentos se hace visible y nos hace saber lo que no sabemos o dirigir nuestra mirada a aquello que puede parecer que no nos pertenece, aun cuando forma parte de nuestra historia secreta de elecciones que no creemos haber tomado, de emociones que estaban apagadas y que de pronto emergen develándonos momentos de nuestra vida que quedaron como pinceladas no visibles, pero que pueden ser esenciales en su sueño dormido.

Esa puede ser la diferencia de ciertas conversaciones o de los espacios que no pretenden llegar al recuerdo accesible, sino a vivir emociones que nos hicieron dar los lentos giros a una forma de ver la vida o de creer en nosotros o de empezar un camino no planificado que llamamos nuestro presente. 

Visitar nuestra historia, encontrarnos con quienes somos, entender los porqués del para qué que estamos viviendo es una experiencia central. Por eso hemos hablado mucho del poder de las historias, porque nuestra propia historia tiene habitaciones secretas que en algún momento configuraron el futuro que es hoy presente y descubrirlas puede ser una experiencia fascinante. 

Más allá de la complejidad

Es fácil argumentar que la complejidad del mundo en el que vivimos hace necesaria la aparición de una inteligencia colectiva. Si todo es más complejo y hasta una nueva inteligencia artificial compite con la nuestra, mejor aprendamos juntos, colaboremos, sumemos nuestras capacidades. Yo mismo con frecuencia lo planteo así, pero sé que se circunscribe al espacio de la coordinación de acciones ante problemas que hemos decidido enfocar de una determinada manera.

En las grandes interacciones humanas la coordinación parte de un supuesto falso y es que sabemos cuál es el problema y que tenemos el acuerdo de que hay abordarlo de alguna manera o dentro de un rango de maneras.

En los grandes temas de fondo nos enfrentamos, sin embargo, a las múltiples y legítimas miradas que tenemos del mundo y su devenir. Pronto hará 100 años que Werner Heisenberg y Niels Bohr presentaron sus reflexiones sobre la mecánica cuántica, aún no rebatidas. 

“La realidad no existe como algo aparte del acto de observación”, dijeron estos físicos. El observador mismo condiciona lo observado y lo co-construye. Y como somos observadores distintos, hacemos que muchos mundos convivan a la vez. ¿Cuál es entonces “la realidad”?

Queremos tener explicaciones singulares de lo múltiple. Hablamos de la realidad como algo estático cuando vivimos en una marea dinámica de olas que nos dan posibilidades en la medida en que sepamos interactuar con ellas.

La inteligencia colectiva pierde su valor cuando queremos usarla para reducir lo inexplicable a una respuesta que quedará obsoleta en poco tiempo. La auténtica inteligencia colectiva surge de sentarse juntos en la misma mesa desde la conciencia de que nadie tiene la razón, sino un reflejo del ángulo desde el que miro lo que miraba. Surge de la amplitud de entender que no hay respuestas duraderas, que tenemos múltiples aproximaciones a lo indefinible, pero que en esa disposición a convivir podemos tejer humanidad y que lograr ese mundo puede ser el auténtico objetivo: la auténtica inteligencia. 

Quizás se trate de vivir en la concordia de un amor plural de gusanos y mariposas que construyen una mágica narrativa. La de seguir juntos sin querer dominar nada, ni la tierra, ni el pensamiento. Y así lograr que la música sea un entramado firmamento de silencios respetuosos.