Juan Vera

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La gestión del cambio cuando todo cambia (2)

En el primer escrito de esta serie propuse que empecemos a dejar de mirar el cambio desde una perspectiva predecible (pasar de un estado a otro, de un nivel a otro). Lo que podemos predecir, aún cuando parezca muy distinto, está dentro de aquel paradigma desde el que miramos y nos permite prepararnos, hacer un plan, anticipar medidas. Las ideas centrales que desarrollé se refirieron a los siguientes tres aspectos:

  • El propio concepto de cambiar se ve alterado, porque hablamos de cambios en un contexto que sigue cambiando y al que afectan variables desconocidas. Nos enfrentamos, por ello, a profundas transformaciones.

  • Esto hace que por encima de la idea de modificar prácticas, contextos o enfoques aparezca la de cambiar nuestro propio mindset, es decir nuestra forma de mirar y nuestra actitud. Ello nos lleva a plantearnos: ¿Estamos dispuestos a transformarnos? ¿Qué deberíamos soltar?

  • Lo más relevante será la generación de un espacio en el que sea posible otra manera de conversar, en el que podamos aparecer despojados de nuestros hábitos protectores y caminar sin las muletas de siempre.

En esta columna quiero referirme a la transformación de las organizaciones. Ello supone profundizar en la segunda de esas ideas centrales, proponiendo como condición necesaria que la incertidumbre no sea percibida como un escenario desolador o adverso. Y esto no es sólo por la inevitabilidad de esa incertidumbre, sino por el freno y las implicancias que las certezas tienen en nuestra vida.

¿Qué implica tener certezas? Sin duda, considerar que hay una manera de hacer las cosas y, previamente a ello, que esas cosas son de una forma determinada y correcta. La certeza nos deja prisioneros de su verdad.

Al hablar de transformación postulamos lo contrario: lo más interesante por hacer está en lo no pensado, en las conversaciones no tenidas; bien sea porque fueron temas que no llegamos a considerar posibles o porque fueron el resultado de los mismos conversadores de siempre y no de los que ahora consideramos que podemos sentar en la misma mesa ampliando el número de contertulios, o porque el tono de esas conversaciones, su estructura y los sentimientos que había detrás de ellos eran diferentes a los que hoy nos parecen necesarios y posibles. Y en este punto es central regresar a ese “desde dónde” hablamos que facilita o dificulta la posibilidad de un auténtico diálogo.

Puede ser iluminador distinguir entre certeza y claridad

La distinción entre estos dos conceptos puede ser clarificadora:

  • Lo cierto nos viene de una declaración realizada mirando al pasado, de comprobaciones que se hicieron a partir de convenciones o de escenarios que fueron y que hoy pueden no estar siendo. 

  • La claridad viene de la convicción de un camino a seguir, aun cuando no sepamos si estará asfaltado y si llevará adonde nos proponemos.

Entonces, la claridad nos conecta con el propósito, el avance y el mañana. La certeza, con la fantasía de la verdad, lo seguro, lo probado alguna vez en el ayer. Y con esto no quiero decir que no haya afirmaciones que podemos sostener. Cuando hablo de certeza pongo el énfasis en la idea que encierra que lo que pudo ser cierto seguirá siempre siéndolo. Los hechos ocurren siempre en un contexto que no podemos asegurar que permanecerá en el tiempo.

El cambio no se origina en ese ayer, porque aunque regresemos será para vivir un tiempo que ya no existe, para entrar en un mar sacudido por olas diferentes. La nostalgia puede llevarnos “a los viejos sitios donde amó la vida”, como dice la letra del poeta argentino Armando Tejada, que Chavela Vargas cantó con música de bolero; pero también puede encontrarse con lugares, situaciones o contextos que ya no están, como ilustra la letra que escribió Joaquín Ramón Sabina antes de 1992: “en lugar de tu bar encontré una sucursal del Banco Hispano Americano”, por cierto un banco que ya no existe.

Desde la claridad es posible que las personas nos situemos en un estado de ánimo propicio para volar con compromiso. Ese será otro requerimiento de un proceso de transformación: la existencia de una red de propagadores de esa claridad, profundamente alineados con la determinación de construirla. No olvidemos que los pájaros son los principales causantes de la propagación del incendio de los bosques.

¿En qué invertir entonces?

Creo que hay que poner foco en la capacidad de contagio, y para ello necesitamos a quienes contagien y no a contaminadores. La transformación ocurre cuando se instala ese momento de silencio en el que desaparecen los ruidos de lo que hay que dejar atrás, cuando se disuelve la contaminación acústica de los defensores de las viejas ideas. En ese momento podremos apartar las ramas que nos impiden ver que hay un bosque de posibilidades, más allá de la mera aspiración a la certeza, y ponernos a buscar las raíces. No encuentro mejor oportunidad para parafrasear así al poeta Sufi Rumi cuando dice “Tal vez estés buscando en las ramas aquello que solo se puede encontrar en las raíces”.

Articular esa red de propagadores significa entonces invertir en claridad, en el contagio de un ánimo sereno y, especialmente, en ambientes de confianza. Cuando lo logremos será posible inaugurar conversaciones en las que abramos el espacio a lo nuevo, a lo que desconocemos, pero que aceptaremos vivir, porque el miedo a soltar será menor que la posibilidad que supone avanzar.

Y avanzar hacia la transformación significará tener organizaciones que:

  • Tengan la conciencia de formar parte de un sistema y de un contexto del que no son independientes. Reconocer que no agregarán valor fuera de las relaciones que establezcan y de las que, aún sin proponérselo, formen parte.

  • Más allá de la ya vieja frase del cliente o del ciudadano al centro, amplíen su mirada y asuman que la comunidad a la que sirven y, por lo tanto de la que forman parte, también estará al centro.

  • Tengan la prioridad de convertirse en espacios abiertos de aprendizaje y de nuevas sinapsis de conocimientos para que la creatividad sea una herramienta cotidiana. Atraer lo impensado y entregar y cuidar los vínculos.

La invitación, hecha para todos y que queda sobre la mesa, es a apartarnos de la acción preconcebida y a atrevernos a probar. Hemos avanzado hasta aquí por el coraje y la audacia, por acercarnos a las fronteras y tener la valentía de cruzarlas.