La ausencia necesaria
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Finalmente, las distinciones son sutiles diferencias en las formas de interpretar lo que nos rodea. Tan sutiles y tan importantes a la vez para el parecer de quien las tiene, que pueden sumergirnos en momentos de un vértigo similar al de la página en blanco. En este caso una mente en blanco que se queda suspendida en el instante de abrir la puerta tras la que creemos saber que se oculta algo relevante para conocer la casa entera. ¿Es lo mismo lo que no está que lo que nos falta? Me persigue esta pregunta y me persigue la palabra “ausencia”.
La semana pasada grabé esa persecución con las siguientes palabras: “Hay muchas formas de ver la ausencia. Yo mismo me he aproximado a ella de maneras distintas. Hoy no quiero confundirla con aquello que nos falta, porque lo que nos falta ya presupone la consciencia de una necesidad”.
Y digo ahora que si puedo considerar que me falta es porque de alguna forma está, de alguna forma existe, pero no lo poseo. Sé de ella, sé que forma parte de lo que percibo, pero no está en el lugar desde el que percibo su necesidad o donde se produce su presencia ausente. Me sigue la inquietud, como una sombra que requiere una luz diferente. Por eso, en esa grabación dije también: “El mercado, por ejemplo, se mueve generando ofertas a necesidades existentes o que él mismo se encarga de crear. La ausencia como quiero mostrarla es lo que no está. Puede ser que no la echemos de menos por invisible y, por lo tanto, no hay una consciencia de necesidad”.
Al profundizar lo dicho parece razonable precisar que al referirnos a lo invisible estamos calificando la cualidad de la visibilidad y no la de la existencia. Es invisible para los ojos que lo miran, para la conciencia que no llega a capturar la presencia materializada, que no llega a la profundidad de una nueva conexión. ¿Cuántas cosas nos son invisibles?, ¿cuánto no vemos o no queremos ver? La respuesta tiene que ver con desde dónde miramos, bien sea por elección o porque no hemos llegado aún al ángulo desde el que el inmenso mar de una nueva perspectiva aparece.
Y grabé a continuación: “Lo ausente es aquello que se visibiliza a partir de interacciones nuevas, aquello que, como diría el filósofo francés Francois Julien, surge de lo impensado hasta ahora. Es decir, reconocer esas ausencias requiere de otra forma de pensamiento, de otra manera de concebir las partes y sus relaciones. Implica incursionar en una nueva experiencia. De esas experiencias puede surgir un mundo nuevo. Hablamos de esa ausencia que una vez identificada puede ser palanca de la innovación y su esperanza”.
Considerada de esta forma, la ausencia es aquello que no llegamos a ver porque no hemos llegado al ángulo que lo permite, porque estamos en el camino o porque decidimos dejarlo por andado, evitándonos llegar, deteniendo la vida o nuestro crecimiento. Es ausencia para el observador que somos.
La ausencia como combustible de lo nuevo
Pero, ¿por qué habríamos de creer en lo ausente? Porque somos infinitos, porque la evolución ha sido permanente en el cosmos, porque cada cosa creada, surgida, innovada, abre posibilidades múltiples y estamos vivos. Porque la movilidad forma parte de lo humano, de descubrir y descubrirse, explorar, cruzar fronteras, y estar dispuestos a proseguir para encontrar. Somos motores que siguen un viaje que les precede o que crean un mundo que seguirá su proceso de reinvención constante como parte de su propia esencia.
Si es así, lo ausente es el combustible que llevará a lo impensado que puede modelar un nuevo pensamiento, evitar quedarnos detenidos y permitir que no hagamos verdades de aquello que es solo un paso más de lo inabarcable. La propia palabra “inabarcable” se aleja de la escasez y de sus miserias. Se aleja de la tentación de construir fortalezas de piedra tras las que defendernos de lo que es simplemente incógnito por un momento fugaz.
Llevado al tiempo que vivimos esto nos invita a cuestionarnos la cultura en la que estamos inmersos. ¿Adónde nos lleva?, ¿qué nos impide? Al solidificarse las culturas se hacen obstáculos para la innovación del estadio siguiente, porque no estamos hablando de innovación de productos y tecnología. Empezamos a reconocer la necesidad de innovación en procesos y pensamiento y muy especialmente de una innovación social donde la articulación de conversaciones no tenidas puede ser un factor decisivo en la creación de la inteligencia colectiva.
Dicho así puedo parecer un seguidor del pensamiento mágico, pero como dijo Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es difícilmente diferenciable de la magia”.