Juan Vera

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La articulación: arte, habilidad, base de un nuevo liderazgo (3)

El Propósito

Antes de entrar en el objetivo central de esta tercera entrega de la serie de articulación (aquí puedes leer la primera, el requisito, y la segunda, el rol del articulador) quiero referirme a olores y sabores que pueden precederle. Parece irrefutable que necesitamos un propósito para accionar y para vivir (no simplemente sobrevivir), sin embargo, la idea de propósito frecuentemente queda bajo una capa de conductas automáticas que conviene develar. Necesitamos recuperarla por el camino más adecuado para cada persona. Será la forma de que el propósito tome su auténtica relevancia movilizadora.

Indicios para hablar del propósito

Me alejaré para poder acercarme después. Al día siguiente de fallecer el filósofo chileno Humberto Giannini (en noviembre 2014), leí un artículo en el diario “La Segunda” en el que el comentarista escribía: «En un seminario sobre "Política y estética de la memoria" Giannini declaró: "Si la memoria, alma del alma, fuera una función intelectual pura, la vida individual o social se reduciría a un acopio de datos (...) la memoria es la tarea siempre pendiente de ser; el acto de recoger (eso es el logos griego) la dispersión que producen el tiempo y el olvido".»

Me quedé con el tiempo y el olvido y esa sensación de que las cosas pasan y se borran. En el pasar, las cosas se marchitan, se pierden, se diluyen. Necesitamos fijarlas. Con esa idea me quedé: con la necesidad de recuperar la palabra, de acercar para generar vínculos, de hacer perdurable y posible lo difuso, lo que apenas es un boceto. Detrás de las obras de arte hay bocetos, líneas que pueden parecer torpes o simples insinuaciones. Siempre hay un primer trazo, siempre hay un movimiento imperceptible, que, a pesar de su levedad, es suficiente para saber que tiene la semilla de lo posible.

Han pasado años sin escuchar de Giannini y en esta época de pandemia ha vuelto a estar en la boca de distintos comentaristas chilenos, especialmente su frase “La conversación es una de las formas más altas de la hospitalidad humana”. La traigo aquí porque el indicio más simple para responder al título de esta entrega es: recuperar la conversación, recuperar la hospitalidad humana, regresar al momento en que es posible sentarnos y usar las palabras y el tono que abran las puertas para el encuentro.

Conversación, etimológicamente, viene de conversatio: una composición del prefijo latino “con” (reunión), del verbo “versare” (girar, dar vueltas) y del sufijo “tio” (acción). La conversación sería la acción de reunirnos a girar sobre las cosas, a darles vueltas para comprenderlas, para aportar interpretaciones, para que esa reunión logre, en su giro, encontrar la suma de nuestras posibles miradas distintas y, por tanto, nos hiciera copartícipes de su resultado.

No hablamos de monólogos, ni diálogos, sino de conversaciones entre múltiples partes, a ser posible todas aquellas que en el cruce de sus puntos de vista puedan generar una realidad más amplia, más humana, más inclusiva y más generosa.

Toda articulación tiene un propósito

Ciertamente, para llevar a cabo toda articulación debemos preguntarnos previamente para qué la hacemos. No es distinto a esa conversación del coaching en el ámbito del poder que comienza por la gran pregunta ¿Para qué el Poder? De hecho, a lo largo de la historia, su respuesta ha permitido distinguir entre aquellos poderes que pretendían el bien común, incluido el de las minorías, el poder para ciertos grupos o castas o el poder para el propio beneficio de quien lo ejerce.

¿Para qué queremos articular? La respuesta es la brújula que señala el norte y que permitirá identificar a quiénes articular y cuáles serían los caminos. En general, ese “para” al que respondemos implica un valor colectivo y un cómo, implica el tipo de relación que perseguimos y aquello que debemos cuidar. Esa respuesta es el propósito.

Y cuando hablamos de articulación sin mayores adjetivos o sin concretar cuál, el propósito general abarca intenciones como:

  • Ampliar capacidades.

  • Producir alineamiento.

  • Eliminar barreras que la no colaboración genera.

  • Llegar más allá en el análisis de los problemas y las situaciones.

  • Mejorar la calidad del vivir juntos.

Podemos hoy añadir que la convicción de que formamos parte de un sistema sólo puede llevarnos a pensar en la necesidad de respuestas sistémicas. Eso significa tener conversaciones y que en el “darle vueltas” que la conversación es, estén presentes todos los componentes del sistema con sus diferentes niveles de poder.

Por ello y como dijimos en la primera entrega de esta serie, articular es un requerimiento general de este momento del mundo en todos los ámbitos. Pongo el ejemplo del mundo universitario, en el que la especialización y el enclaustramiento en su saber se convierten hoy en un arma de doble filo. Ya el sociólogo alemán Niklas Luhmann, quien formuló la teoría general de los sistemas sociales, decía en 1996: “La dinámica de las disciplinas científicas ha conducido a su creciente especialización y, paradójicamente, a su alejamiento respecto de un mundo de la vida común, contribuyendo a su desprestigio social”.

Visto de esta forma, el propósito general de una articulación es también la valoración social de iniciativas que tratan de mejorar las propuestas y los proyectos que se plantean, haciéndolos así más viables y conectados con la propia sociedad a los que van dirigidos.

Es también relevante plantear, cuando estamos en un mundo tan incierto, que el propósito de la articulación no es eliminar la incertidumbre, sino generar mayor libertad de acción al existir mayor respaldo. Aunque sea paradójico, la auténtica libertad se experimenta en la capacidad de elegir la acción colectiva cuando no hay normas que nos la impongan; hablando de normas en el sentido más amplio de la palabra, es decir, incluso aquellas que surgen de nuestro interior por nuestra propia concepción de lo que “debe” hacerse.

Finalmente, podemos considerar en este momento que la caída de las instituciones en la percepción de los ciudadanos del mundo y la situación de anomia que esto produce, generan una necesidad que se convierte en propósito de las articulaciones. Podríamos expresarlo como: generar espacios confiables de vinculación, a partir de propuestas con respaldo transversal y lenguaje común.

El propósito de articulaciones de lo posible

Vamos a llamar así, “articulaciones de lo posible”, a las que inspiran la escritura de esta serie. Y como se deduce de lo que hemos dicho hasta ahora, cuando vivimos en un escenario mundial de problemas globales, requerimos respuestas que también lo sean, respuestas multidisciplinares, en las que concurran los diversos géneros y generaciones, los distintos estratos sociales y culturas, las diferentes concepciones políticas y religiosas y, desde luego, todos los roles que contribuyan en el abordaje del problema o el desafío.

En definitiva, se trata de responder al sistema sin excluir a ninguna de sus partes, como decíamos al principio, con un propósito de valor moral: asegurar la experiencia humana de la diversidad en convivencia.

Si antes hablábamos de las especializaciones, la más peligrosa es la de ser “especialistas” de nuestra propia forma de pensar y de nuestros conceptos de las adecuadas formas de saber y de lo que constituye conocimiento, porque terminaremos siendo prisioneros de nuestro pensamiento y de esa “especialidad” que expresa nuestro paradigma. El tiempo que estamos viviendo, con una pandemia que nos atraviesa y afecta mundialmente, es el mejor ejemplo de interpelación a lo que considerábamos normalidad, vida normal, relaciones normales y usos normales.

Por ello, el propósito de los “articuladores de lo posible” no es la homogeneización de una forma de pensar, sino todo lo contrario. Su propósito implica el desafío de observar cómo estamos pensando y la interpelación de la creencia de que si somos diferentes no podemos vivir, pensar o actuar juntos.

Desafiar nuestra forma de pensar implica reconocer los automatismos que la mantienen, reconocer el cansancio que evita continuar nuestra búsqueda de nuevas posibilidades; implica la disposición a auto-descubrirnos y descubrir qué oportunidades existen fuera de nuestra forma de mirar.

Desafiar nuestra forma de pensar abre la posibilidad de aceptar cosas que hasta ahora no elegiríamos. Así, en alguna medida, ese mismo acto de aceptación se convertiría también en una elección. Podría, con la intención de clarificar lo que pretendo mostrar, establecer una declaración que representa esta idea: “Elijo aceptar lo que no elijo para mí como algo posible en el mundo en el que voluntariamente habito, porque acepto que otros seres con los que convivo lo elijan”.

Hemos hablado de la importancia del propósito como un norte y a la vez hemos aceptado la incertidumbre como una característica del futuro, que no perseguimos eliminar. ¿Hay alguna contradicción entre estas dos declaraciones? Quienes estamos en el ejercicio de articular lo posible pensamos que no. 

En vez de predecirlo, el propósito es  construir el futuro aceptando sus dificultades y nuestro desconocimiento. Pretende también generar las energías y capacidades para explorar los caminos que nos lleven a cumplirlo con independencia de la incertidumbre que le rodee.

Lo importante es crear las condiciones para que las conversaciones generativas prevalezcan, sin que nuestro esfuerzo esté condicionado a la seguridad de un resultado. Quienes son articulados no tienen seguridades, sino desafíos. Requieren, entonces, ser capaces de apoyarse en supuestos que pueden ser poco demostrables, sobre todo porque exploramos terrenos incógnitos. Se requieren amor por la vida y esperanza.

Por lo demás, lo que suele llamarse normal en la vida no es la certidumbre, pensemos, si no, en cuántas cosas hoy tenemos ciertas. Y si ello es así, ¿por qué aferrarnos a un supuesto falso para tratar de mantener la búsqueda de lo que llamamos certeza?

La jerarquía de los propósitos

Finalmente hay propósitos subyacentes que acompañan al principal:

  • Tener conversaciones reales y auténticas, que surjan de la profundidad del ser de quienes conversan, de sus experiencias reales y de sus condiciones de vida, y no de escenarios elaborados por bots programados y fake news viralizadas por las redes sociales.

  • Que se produzca la atención, la presencia plena de quienes conversan, la claridad de los encuadres y la conexión humana que permite ampliar nuestra aceptación del otro y nuestra compasión.

Pensamos que en la colisión de valores que el desarrollo social nos ha planteado hasta ahora, el perdedor ha sido la fraternidad. Convocar a la fraternidad a sentarse a la mesa puede llevarnos a ese nivel de conciencia diferente del que hemos hablado, en el que los resultados sean una mayor humanidad y cambiar el convencer por comprender. Desde la comprensión, el horizonte incierto se vislumbra con más luz y los días más azules.


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