La articulación: arte, habilidad, base de un nuevo liderazgo (1)
El requerimiento
El liderazgo del futuro —o al menos aquel liderazgo que aspire a la construcción de un mundo integrado y sustentable y a una convivencia planetaria— tendrá que ver con las conversaciones de articulación en todo su proceso. Requerirá articular, entrelazar actores, no sólo porque la complejidad de los temas y su multidisciplinariedad lo exigirá, sino porque cada vez más todo está relacionado con todo.
Y si es así, ¿cómo podemos avanzar en un mundo tan fragmentado? Requerimos de espacios de encuentro. Desarrollar la cultura y la emoción de un encuentro que subyace, más allá de nuestras percepciones. Cuando nos encontramos, más que diluirnos somos más nosotros. Emerge un yo social más grande y poderoso. La habilidad de articular permite hablar de un liderazgo del encuentro.
Los dos párrafos anteriores son la adaptación que hoy haría de un fragmento de mi libro "Articuladores de lo Posible", el génesis de la idea de articuladores. Y aunque en aquel momento me haya referido al coaching del futuro, en este momento de cambios vertiginosos en el mundo lo reinterpreto y lo extiendo.
Esa extensión me lleva a responder a la pregunta: ¿A qué me refiero al hablar de articular?
Cuando vamos al diccionario RAE lo primero que encontramos es:
Unir dos o más piezas de modo que mantengan entre sí alguna libertad de movimiento
Construir algo, combinando adecuadamente sus elementos
El primer verbo, unir, nos lleva a una acción significativa y a otros sinónimos como juntar, engranar, enlazar o acoplar. Nos trae la idea de algo más fuerte y sólido, de mayor potencia y capacidad, sin que por ello se pierda la identidad de cada una de las partes unidas. Sugiere que somos más cuando estamos juntos.
El cuerpo humano es un ejemplo de articulación magnífica. Pensemos en nuestras rodillas, en las que intervienen el fémur, la tibia y la rótula. Los huesos en sí mismos siguen siendo ellos, diferentes y particulares, y es su articulación la que permite el movimiento, la marcha y el salto. La que nos permite caminar de pie. Si pudiera hablarse de liderazgo en el mundo de los huesos, no sería líder el más largo o el más flexible, es más, ni siquiera sería uno de ellos. El mérito más importante sería para los cartílagos, esos tejidos flexibles que en su rol articulador hacen posible que nos movilicemos, que nos sostengamos en pie y seamos caminantes que hacen camino.
Movilizar es uno de los roles destacados en las concepciones modernas del liderazgo, por encima de otros que fuimos dejando en el camino: guiar, dirigir, acaudillar, capitanear, encabezar, mostrar desde el ejemplo o abrir nuevas sendas. Verbos que en definitiva ponen el acento en el líder y sus cualidades. Dicho de otro modo, el liderazgo se ha atribuido generalmente a la persona singular que lo ejercía.
Desde luego, movilizar transfiere mayor responsabilidad a los movilizados, porque éstos, en su movilización, podrán lograr objetivos que no estaban disponibles desde su estar estático. Desde la mirada de la articulación, movilizar aún puede dar paso a un liderazgo de todas las partes, a un liderazgo social, distinto y distante del de las muchedumbres o las masas.
Articular presupone más humildad y considera que el gran aporte es juntar a aquellos que en su propio encuentro generarán el movimiento que buscan. Claro es que deberá haber diseño para lograrlo. De ello hablaremos en las próximas entregas de esta serie, lo relevante aquí es que el liderazgo se desplaza al encuentro y al espacio colectivo en el que se produce. Articulamos para un propósito, pero sin prefigurar el resultado, sin trazar el camino, confiando en el poder que los seres humanos despliegan cuando descubren el vínculo esencial que les une.
En la segunda acepción de la RAE aparece el verbo construir y con él la idea de que articular está alineado con la creación y no con la destrucción, de que esa construcción requiere voluntad, propósito y maestría. Articulamos para un algo que antes no existía, que genera un bien superior para los articulados y tiene su mundo propio de posibilidades.
A qué nos referimos con articular
Articular, en el sentido en que vamos a definirlo es una acción que supera los déficits de un escenario de interacciones insuficientes. No es sólo poner en contacto para que algo pase, ni la hiperconexión digital vacía que simplemente nos deje en una red sin contenido, en la que no hay compromiso ni vínculos, en la que somos sustituibles y un like no significa realmente que tengamos algo en común que pueda abrirnos posibilidades conjuntas de futuro.
Hablamos de una articulación que supone garantizar las condiciones para que el encuentro con los otros se produzca, para que surjan las personas sobre los roles y con ello la posibilidad de la comprensión de las diferencias legítimas, de las condiciones diversas que permiten interpretaciones distintas y que, fundamentalmente surja ese espacio de lo humano que, a pesar de todas nuestras posibles diferencias, compartimos.
Ese espacio es el que puede permitir nuestra convivencia, llevarnos a colaborar en causas que produzcan valor y bien común y construir ese futuro en el que sigamos deseando vivir juntos.
Epicteto, el filósofo griego que durante muchos años fue esclavo de los romanos en la época de su imperio, decía, según lo que sus discípulos escribieron (él no dejó obra escrita), que no son los hechos los que nos separan y nos producen sufrimiento sino lo que nos contamos sobre ellos. En el lenguaje actual se estaría refiriendo al relato que construye nuestro paradigma interpretativo y que nos lleva a una determinada forma de vivir esos hechos.
La articulación que proponemos toma el desafío de sentar en la misma mesa a esos distintos paradigmas para abrir conversaciones en las que podamos reconocernos en el otro, para que podamos escuchar los diferentes relatos y comprender sus orígenes y sus fundamentos y también, por qué no, para diferir sin excluir.
La pregunta que cabe hacernos en este momento es: ¿requerimos realmente articular en este mundo que está emergiendo? ¿Es tan necesario como para considerarlo el concepto clave de un nuevo liderazgo?
Mi respuesta taxativa es que sí y mi SÍ se escribe con mayúscula en la medida en que estemos de acuerdo en que vivimos en un mundo con la más alta complejidad conocida, con la mayor incertidumbre de la historia y la consiguiente imposibilidad de tener una prospectiva del futuro.
Son múltiples las variables a conjugar, los factores que intervienen, los intereses que concurren y las experiencias que vivimos y, a la vez, son limitadas las capacidades individuales para abarcarlos.
Si admitimos estas tres características debemos admitir también que las soluciones tienen que ser colectivas. La colaboración es un requisito que no debería incluir la coincidencia total, sino el acuerdo en un propósito.
Es cierto que la humanidad ha vivido etapas de graves conflictos, guerras, caídas de imperios y modelos y que de todas ellas aprendió. O tal vez lleve razón George Bernard Shaw y lo único que aprendemos de la experiencia es que no aprendemos de la experiencia, pero ciertamente después de las grandes crisis, si no cambiaron los niveles de conciencia de quienes las vivieron, sí surgieron cambios profundos que determinaron la forma de seguir viviendo.
Podemos aseverar también que si hemos llegado a un momento de grandes dificultades y desentendimientos ha sido porque no hemos sido capaces de tener las conversaciones y los vínculos que hayan permitido una construcción de una sociedad más generosa, justa e inclusiva. Articular nuevas conversaciones que den cabida a quienes no han estado representados, a quienes no se han considerado contertulios posibles, ya sea por deslegitimación o por invisibilidad, abre la esperanza de horizontes y logros diferentes.
Podemos estar igualmente de acuerdo en que el ser humano se constituye en la relación con los otros, esa otredad determina nuestra propia vida. Acercarnos al otro deviene en una actitud de supervivencia de lo humano. Surge así la pregunta individual ¿Cómo me relaciono con el otro? Y junto a ella el articulador, aquel que logra la consciencia de que estamos obligados a entendernos, de que nadie ganará desde la mirada de enfoque único, puede preguntarse ¿Cómo podemos lograr que los otros se relacionen entre sí? ¿Cómo podemos ser el cartílago que produzca el vínculo para que surja el movimiento hacia la cercanía?
Articular supone transitar el camino que lleva del valioso acto de compartir lo que sabemos a ponernos a construir lo que queremos, aquello de lo que somos capaces. Supone el desafío de que siendo diferentes podamos colaborar juntos. Ese requerimiento puede llevarnos al vínculo del que surja la acción.
La principal ventaja de esta crisis planetaria no es que tengamos experiencias comunes que permitan acercar nuestra comprensión sobre el mundo que hemos construido, porque en la práctica no las estamos teniendo. La profunda desigualdad social lo hace evidente. La principal ventaja, digo, es que otra evidencia, la de nuestra vulnerabilidad nos lleve a considerar cierto el verso de Bob Dylan: “El que no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo”, y que ante el miedo a desaparecer como especie y otros factores que nos siguen mostrando nuestra raíz gregaria surja una voz de alarma para unirnos en defensa de una vida mejor.
Articular es un requerimiento mundial, y por ello necesitamos nuevos articuladores y articuladoras que sepan abrir las puertas para que conversaciones no tenidas aparezcan, conversaciones que permitan encontrar el espacio común que siempre es posible detrás de los intereses particulares. Al final nuestra biología define la esencia humana que nos une, si lo logramos estaremos contribuyendo al liderazgo para un futuro más luminoso.