Juan Vera

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La gestión del cambio cuando todo cambia (1)

Que el mundo está en permanente cambio es una obviedad que todos conocemos. Que todo cambia y nada permanece, ya lo decía Heráclito de Efeso: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Pero hoy es la misma noción de cambio la que está cambiando. 

¿Qué significa cambiar cuando todo es cambio y no puede diferenciarse de lo detenido? ¿En qué forma debiera este nuevo escenario modificar los paradigmas desde los que lo observamos?

La gestión del cambio se ha movido en escenarios que quedaban rancios, inmóviles o sin avance suficiente y donde era necesario movilizar para descubrir nuevas oportunidades. Hoy las múltiples oportunidades que se generan no nos descubren a nosotros. Ese parece estar siendo el gran drama.

Dicho de otro modo: la quietud, el confort y la comodidad nos atrapaban y los más audaces, los emprendedores, atisbaban la necesidad de un cambio. Hoy, por el contrario, son las oportunidades surgidas por la dinámica transformacional las que aparecen sin que muchas veces tengamos tiempo de capturarlas. ¿Cuáles son esas dinámicas? La disrupción tecnológica, la ciencia, la neurociencia, la biogenética, y el impacto cruzado que todas ellas ha producido en la naturaleza, en la conciencia humana y en nuestros hábitos.

No es sólo un problema de aceleración desproporcionada sino, fundamentalmente, de las distintas velocidades que la tecnología, la dinámica social y nuestros modelos mentales llevan.

Cada una de estas categorías sigue un ritmo diferente. Cuando hablamos de cambio en la concepción más clásica de pasar de un estado que declaramos insuficiente a otro deseado, no siempre tenemos en cuenta que esto ocurre en un profundo desajuste entre los escenarios y quienes observamos esos escenarios.

¿Cómo nos enfrentamos a la nueva gestión del cambio?

Es difícil hablar de herramientas y técnicas en este ambiente, porque probablemente corresponderían a un tiempo anterior. ¿Entonces cómo actuar?

Mi punto de vista es que estamos abocados a nuestra propia transformación y a provocar, a partir de ella, la transformación de las interpretaciones en las que vive nuestra idea del cambio y su gestión.

No pretendo, por lo tanto, plantear otra teoría del cambio, lo que supondría estar alineado con una determinada forma de pensar.  Lo que considero es que el cambio consiste en aceptar la interpelación y el desafío permanente de nuestro pensamiento y en articular las instancias en las que esa interpelación pueda producirse en un ambiente de respeto y legitimación. La legitimación, como la dignidad, es previa a la manifestación de lo que pensamos y lo que somos. No somos dignos por lo que hacemos, somos dignos por el mero hecho de ser humanos. Y ello supone no partir de una metafísica determinante.

Hacia el liderazgo de una vida consciente

Desde esta interpretación del mundo en el que ya estamos viviendo, sólo cabe pensar que hablar de la gestión del cambio implica generar las condiciones para que puedan producirse aquellas conversaciones que busquen como objetivos generar fuertes vínculos con el propósito que nos guía y entre los grupos que deben lograrlo.

Vínculos más profundos y relaciones más éticas y humanas serán requisito y resultado, a la vez, de la habilidad fundamental para el liderazgo de lo que probablemente ya no llamemos cambio, sino vida consciente. Me refiero a la habilidad de articular identidades, voluntades e intereses para que las organizaciones se conviertan en comunidades de aprendizaje transformacional, un aprendizaje para perdurar en un ambiente como el que describo.

En resumen y regresando al título de esta columna, el desafío principal no serán los cambios en medio de los cuales vivimos, sino nuestra forma de relacionarnos con ellos, nuestra necesidad de cambiar nuestras interpretaciones y la decisión de constituirnos en humildes aprendices de un conocimiento que dejará de ser estático y tangible.