Juan Vera

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Éramos jóvenes y teníamos utopías

Hace unos días grabé un reel inspirado por el encuentro de un cuaderno de notas escrito cuando tenía 17 años. En él encontré narrada mi primera participación en una manifestación estudiantil contra la dictadura de Franco, la que se inició a la salida del concierto del cantante valenciano Raimon en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.

Cientos de jóvenes habíamos coreado la canción Al vent: “Tots, tots plens de nit, buscant la llum, buscant la pau, buscant a déu, al vent del món”. Estábamos llenos de noche y buscábamos la luz. Era un 18 de mayo. Los estudiantes franceses nos habían dado la pauta. 

Sobre esa manifestación, descrita con más acuciosidad de la que recordaba y que terminó con una carga de los grises (la policía militar armada) a caballo, conversé hace pocos años con uno de mis compañeros de aventura. Recordando el momento, dijo que éramos jóvenes y teníamos utopías. Me sorprendió el comentario y le pregunté de maneras diversas: ¿Dejamos de tenerlas alguna vez?. ¿Acaso no deseamos un futuro distinto a sabiendas de que es difícil que podamos lograrlo sin esfuerzo? Gabriel —así se llamaba mi amigo, hoy ya fallecido— me respondió que ya no era posible creer en un mundo en el que no sea el egoísmo el que predomine. No estuve de acuerdo y seguí buscando argumentos y preguntas sin mucho éxito.

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Un cuaderno de utopías y juventud

Las notas de ese cuaderno de tapa verde oscuro están escritas por un joven poético algo más melancólico de lo que recuerdo y desde luego bastante más irónico que la imagen que guardo de mí mismo. La memoria juega con la vida vivida, le pone aditivos, la colorea o la difumina, dependiendo de lo que le interese al que estemos siendo. Allí está lo escrito con una letra que ha ido cambiando con el tiempo, pero que guarda su trazo y su tamaño y en la que me reconozco. Allí está y aparece la esperanza en un futuro que habría de tener más libertad, más igualdad y más fraternidad

En el cuaderno el joven aprendiz de escritor describía su utopía social: construir una sociedad en la que desapareciera la censura, en la que desaparecieran las iglesias y los generales. En la que todos pudiésemos ir a los mismos colegios, sin uniformes diferentes para los de pago y los de enseñanza gratuita. Una sociedad sin guerras civiles, sin presos políticos en la que se fueran suprimiendo los himnos nacionales y cantásemos todos el Himno de la alegría

El Gabriel de esa época quería, además, que se le cambiase el nombre a Extremadura, que no fuera tan extrema, ni tan dura. Podría llamarse Tierra magnolia en homenaje a la Magnolia de los Durán, ese árbol especial de Villanueva de la Sierra.Durán era, además, su segundo apellido. 

Estábamos, desde luego, abiertos a que se votase el nombre en un referéndum democrático. Eran otros tiempos. Es verdad que la edad tiende a hacernos más pragmáticos, lo sé. Nos puede llevar a dolorosos diálogos interiores. 

Corazón y futuro, esa clase de cosas

Yo escribo este artículo un día antes del plebiscito de Chile por el proyecto de nueva Constitución. Cuando se publique sabremos todos un resultado que hoy al escribirlo desconozco. Lo que no desconozco es que mi corazón y mi cabeza están discutiendo desde hace días.

Tengo razones para argumentar a favor y en contra. Mi corazón escucha el futuro de mi nieta Laura.  Mi cabeza piensa en la gobernabilidad y en el financiamiento de reformas de difícil implementación. El mundo siempre es una esfera de capas que se superponen que, como la conciencia, va atesorando tierras de distintos componentes minerales. Y nos hablan de convivencias diferentes. ¿Qué conciencia me despertará mañana?

“Éramos jóvenes y teníamos utopías”, dijo Gabriel. Por suerte, la juventud no es siempre una cuestión de edades. Leo la referencia al escritor sudafricano John Maxwell Coetzee en la revista Babelia de este 3 de septiembre que cita la utopía política que el autor describe en su novela autobiográfica Verano (2009).

“El cierre de las minas. El arrasamiento de los viñedos. La disolución de las fuerzas armadas. La abolición del automóvil. El vegetarianismo universal. La poesía en las calles. Esa clase de cosas”.

John Maxwell Coetzee.

Esa clase de cosas, esas esperanzas que necesitamos para sentirnos vivos, para que el ahora tenga sentido porque puede convertirse en el mañana. Vuelvo a mi cuaderno y añado frases a mi utopía: una sociedad en la que podamos pensar diferente y abrazarnos en la que pueda regalar un ramo de jazmines sin que se sospeche que pretendo otra cosa que decirte: “Existes”. Una sociedad en la que las escuelas enseñen convivencia y la dignidad ya lograda sea una responsabilidad más que un derecho. Una sociedad en la que efectivamente el Himno de la alegría pueda cantarse en todos los hermosos idiomas que la Tierra tiene porque Babel no será una torre, sino una red llena de enlaces, de ires y venires armoniosos, de engarces, de crisálidas de Lorenz que traigan mariposas del encuentro. La poesía en las calles. Esa clase de cosas.