Entrevista a José Joaquín Brunner
Diversas miradas sobre el poder
Escribí mi libro cuando el contexto era otro. No había pandemia, pero se estaban produciendo otras tantas crisis y otros tipos de cambios, que hoy subsisten y subyacen —reacomodándose y adaptándose— a las formas que este nuevo mundo convulso les ofrece. Aun así, creo que cada una de las palabras escritas cobran hoy más sentido y fuerza que cuando las escribí.
Enriquecí las páginas de Articuladores de lo posible con las voces de destacados profesionales que aportaron sus reflexiones respecto del poder y la política. Sus experiencias, ya sea por las posiciones de poder que ocuparon o por haberse centrado en actividades relacionadas con el acompañamiento, hicieron que se modificaran sus formas de mirar al poder. Son esas valiosas miradas las que aportaron al libro, y que hoy, a pesar de los cambios que estamos viviendo, continúan completamente vigentes.
Uno de estos testimonios fue el de José Joaquín Brunner, quien fuera Ministro Secretario General de Gobierno de Chile, Presidente del Consejo Nacional de Televisión, Presidente de la Comisión Nacional de Acreditación de Programas de Pregrado, Vicepresidente del Consejo Superior de Educación, y una larga lista de cargos y de actividades académicas en diversas universidades.
Aquí les comparto un extenso fragmento de la entrevista que le realicé. Podrán apreciar algunas de las certeras palabras de José Joaquín acerca de la crisis de los modelos de democracia y de sus representaciones existentes en el siglo XXI, de los escenarios de cambio y las rupturas que plantean, de la educación ante estos nuevos escenarios, y de su aproximación —desde el borde— con el coaching durante su ejercicio de cargos políticos, entre otros temas.
Entrevista a José Joaquín Brunner que forma parte de mi libro
- En este momento, ¿qué ves en el mundo de la política y el poder?
Un mundo amplio pero que, de alguna forma, a mí al menos me lleva a ver una democracia diferente a la que yo había vivido en mi juventud, y un sentido distinto de lo que es la representatividad.
Me preguntas en un momento en el que tengo una mirada pesimista del mundo, en general, y de la esfera política e intelectual, en particular. Percibo un gran descalce entre la magnitud de las complejidades, la velocidad de los cambios y las novedades que se están viviendo en múltiples dimensiones con las capacidades existentes en los políticos, que genera un riesgo de desgobierno muy peligroso. ¿Qué es lo que moviliza este diagnóstico? Lo que está pasando en los gobiernos, particularmente en el mundo occidental, y sus experiencias democráticas y cómo se encuentran sobrepasadas por causas muy diferentes que coinciden: profunda descoordinación, impacto de los fenómenos tecnológicos, las nuevas formas de comunicación de la gente, una creciente crispación que lleva a climas turbulentos que luego no logran ser procesados en la esfera política. De esta forma se produce el caldo de cultivo para populismos de derechas o izquierdas, que terminan apoderándose de la institucionalidad democrática para ponerla al servicio de liderazgos que llamaré «carismáticos» o directamente de soluciones estatales autoritarias. Todo ello sobre la base del capitalismo, que, por supuesto no está siendo superado de ninguna manera. Me parece que el capitalismo es fuente muy importante de todos estos fenómenos que estamos viviendo.
Una de las líneas a destacar ha sido el estado autoritario tipo China o Vietnam que son regímenes burocráticos, autoritarios, de liderazgos muy fuertes, con partido único, y que ordenan el desorden interno y el riesgo de los desórdenes externos, de arriba hacia abajo, por medio de un aparato más weberiano, regulado como burocracia. En otros casos, son formas de regulación mucho más dependientes de las características del líder, de su locura propia, de su carisma. Del manejo totalmente personalizado a partir de una sobre estimación de sus características personales.
Esa percepción se junta con unos políticos que siguen siendo siglo XX cuando la realidad es siglo XXI. Vienen de un modelo distinto, que hoy ya no es. Se refleja lo dramático de una generación que manejó la segunda parte del siglo XX, a la que luego le desaparecieron esas condiciones. Entonces hay un problema completamente nuevo, y fenómenos emergentes, como la revolución tecnológica propiamente, la revolución tecnológica industrial a nivel mundial, cambios de forma de vivir, de enseñar, de todo. Y le toca buena parte de la responsabilidad de su manejo a esta generación que ya no tiene ni la sensibilidad ni los códigos para poder entender todo esto. La deriva que esto lleva, me parece, tiende a la desintegración del orden existente sin que todavía esté claro si hay un orden emergente que ya se pueda identificar de alguna manera.
- ¿Cómo definirías esta deriva, esta especie de quiebre que mencionas? ¿Cómo ves las salidas que hoy se están planteando frente a ello?
Vivimos una sensación de fin de una época, que podemos llamar por comodidad lingüística de «la modernidad», con una idea de racionalidad, crecimiento y progreso. Conceptos que hoy ya no se sostienen y que se suman a la sensación de fin de mundo relacionada con el fenómeno del cambio climático y la destrucción paulatina de la naturaleza. La gente vive bombardeada por un entorno que le dice, mire, efectivamente esto se está terminando, se está acabando la naturaleza, el agua, y esto es producto de una civilización industrial creada bajo la razón moderna.
La única solución de aquellos que son todavía afirmativos y optimistas es confiar en una etapa de tecnología racional, radicalizada a través de la inteligencia artificial, de intervenciones neurobiológicas y de interfaces cívico-cibernéticas. Es decir, en confiar que una radicalización de lo mismo que nos destruye sería la posible salvación. A mí me produce una gran duda y desasosiego.
- ¿Ves alguna esperanza ante este panorama?
Estoy muy interesado y muy apasionado por lo que está pasando, pero con una sensación de que tenemos que estar preparados para cosas, que para quienes nacimos en torno al final de la segunda guerra pensábamos que se acabaron con ella. El mundo ahora es un mundo extremadamente inestable, extremadamente explosivo. Te cuento como anécdota lo que ocurrió con las instalaciones petroleras de Arabia Saudita, y que todo indica que fue hecho con una capacidad militar, desde el punto de vista tecnológico, avanzada pero baratísima. Se puso en marcha una operación altamente destructiva con unos misiles que probablemente se pueden construir con información disponible en internet.
Quiero decir que la velocidad de la tecnología supera infinitamente la capacidad intelectual y de uso de la gente. Y de pronto te encuentras que un individuo o un grupo pequeño de individuos que se apoderan de un conocimiento, pueden cambiar drásticamente las cosas. Depende entonces de que quieran el bien o quieran el mal.
Los cambios más brutales están ocurriendo en el lado blando de la sociedad, de los servicios, en las ideas, en la capacidad infinita de producir conocimiento que ya nadie puede realmente acumular en algún lugar. Podemos convenir que esto tendría que seguir así, y entre otras cosas porque cada día hay más científicos preparándose en universidades en distintas partes del mundo. Tal vez en esa posibilidad podamos albergar alguna confianza.
- ¿Qué futuro ves para la democracia cuando la representatividad se pone en duda y, a la vez, la asimetría de información puede llevarnos a falsas expectativas de igualdad ante las decisiones?
La democracia estaba organizada para procesar una serie de cambios y procesos limitados y hoy va quedando claro que no tiene la capacidad para hacerlo ante los nuevos desafíos. Requerir dos años para aprobar una ley, por ejemplo, es hoy ineficiente y falto de oportunidad. Si llegar a acuerdos, ante la complejidad de los problemas que tenemos, requiere ese tiempo, podemos estar necesitando de un sistema político y social distintos. Por eso, éste es uno de los desafíos más difíciles de pensar si no logramos armar un régimen político que logre traer las maravillas que nos aportó la democracia: una cierta convivencia pacífica y una capacidad de resolver problemas a través de la discusión pública, de respetar los derechos declarados, entre otros.
Hoy la gente demanda un grado de seguridad y de orden en aumento. Siempre el temor a no tenerlos ha sido alto, pero hoy no se percibe que la democracia pueda responder a esa demanda. Esto se une al nivel de conciencia de una individualidad que requiere de seguridad para la realización de las tareas cotidianas. Las encuestas hechas a los jóvenes latinoamericanos dicen que más del 50% no se decantan por una opción democrática frente a algún nivel de régimen autoritario que garantice esas seguridades requeridas.
Puede surgir entonces la nostalgia de una democracia con un cierto nivel de autoritarismo que permita garantizar ese orden, justo lo que ha constituido la acusación de los sectores más radicales a veinte años de la Concertación. Doy por hecho que ya no tienen sentido los partidos como los conocemos, ni el Parlamento como lo conocemos, ni los gobiernos llenos de ministerios como existen actualmente. Eso ya se terminó. ¿Hay alguna forma de lograr esas demandas, de autogobernarse y de crecer sin que el sistema de gobierno se convierta en una forma de despotismo ilustrado?
- ¿Qué cosas estás viendo hoy en cualquier ámbito, no solo el social, que para ti no hace tanto eran impensadas?
Otro tema, completamente distinto, que no pensé que pudiera pasar, es que yo me vea, en mi propio campo de la educación, preguntándome qué significa formar a los niños que están naciendo hoy. La nueva realidad me obliga a pensar muy radicalmente en para qué sirve la educación en la que hemos creído, qué son las escuelas, qué es en realidad lo importante que deben aprender, cuáles son las nuevas competencias que consideramos necesarias. Es decir, qué es lo que, al final, hace a una persona.
En el plano educacional las preguntas han sido permanentes a lo largo del tiempo, porque lo que lleva a replantearlas y darles un sentido nuevo es lo que pasa con el mundo y con la sociedad de los que esa educación es parte. Entonces la pregunta que me surge es: ¿Cómo formar hoy día a los niños de una sociedad que piensa que en educación lo más avanzado es decir que todos tenemos que ser felices, que no hay que agobiar a nadie, que no hay que poner tampoco demasiada disciplina, que no hay nada tan duro en juego, cuando sabemos que van a tener que caminar por la cornisa del abismo?
Lo que viene más bien es un invierno de Games of Thrones, y entonces la incertidumbre es cómo se forma en todo esto que hemos dicho, si queremos tener una formación humanista, una amplia comprensión de los fenómenos y desarrollar todas las capacidades para que eso sea cierto. ¿Qué mensaje tenemos que transmitir a los educadores? ¿Es válido el mensaje de que si los nuevos niños aprenden a leer bien y aprenden matemáticas tienen suficiente? Y siento vergüenza de decir que, en realidad, lo que estoy pensando es que deben tener carácter y una resiliencia muy especial.
Me preocupa que formar gente con carácter resulte un término antiguo, un término que hoy día sea políticamente incorrecto, que te miren como a un loco y digan «este señor se volvió conservador, era neoliberal y ahora pasó a ser neoconservador, porque cómo puede estar hablando de disciplina interior». Y, en realidad, lo que más debiéramos formar es en disciplinas interiores, en capacidades de autoconducción al máximo, y de capacidades de autorregulación también al máximo. Luego vendrá cómo desarrollamos una mente abierta para entender todas las inestabilidades y los riesgos, y no vivir aterrados, o no andar todos a la búsqueda de soluciones patéticas, como es la de encontrar un Trump o un Kirchner que nos resuelva todos los problemas, y esa es la deriva negativa en la que podríamos caer. Este momento que describo me interpela muy profundamente.
- ¿Has tenido experiencias con el coaching? ¿Qué papel le ves al coaching?
No he tenido experiencias formales. Pero asumo el acompañamiento como una manera de organizar un cierto tipo de conversaciones en función de actividades relacionadas con el poder y la política. Y claro, he tenido mucho de eso, durante muchos años.
Puede ser que alguna vez hayan hecho coaching conmigo sin que se lo nombrara así, en el sentido de que estábamos conversando sobre los procesos de decisiones que tenía que afrontar, estábamos viendo el riesgo, mirando las redes que se estaban moviendo en torno al problema y que tironeaban en una u otra dirección. Podría haber organizado una parte de eso y haber dicho «esto que estamos haciendo es un ejercicio de coaching», pero no lo llamábamos así. En su período de ministro, Boeninger decidió que iba a juntar una vez a la semana, tres horas, en las tardes, a un grupo de 8 a 10 jóvenes de distintas edades, completamente externos al Gobierno, junto a algunos colaboradores internos para pensar los problemas del ministerio de la presidencia, para conversar sobre las impresiones que cada cual estaba teniendo de la política de ese momento, para saber de qué se estaba hablando, tanto de la universidad como de temas más cercanos a la empresa y cómo se sistematizaban esas conversaciones. Era una forma de escuchar de otra manera. Hoy lo miro como una forma de coaching que él incluyó dentro de sus actividades.
A mí me ha tocado participar en ese tipo de actividades en muchos momentos. No tienen fundamentalmente un sentido de entrenamiento, pero es un proceso de aprendizaje, sin duda.
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Además de las notables opiniones de José Joaquín Brunner, quiero resaltar que la entrevista la tuvimos el 17 de octubre del 2019 y al día siguiente, en la tarde del 18 de octubre, comenzó lo que empezó a llamarse el “estallido social” en Chile. La incapacidad de la política para dar respuesta a los requerimientos que crea, a los que hacía referencia Brunner y el invierno de Games of Thrones que vaticinaba, se convirtieron en profecía.
Tenemos pendiente volver a conversar cuando termine la pandemia que tiene a Santiago en cuarentena. Desde luego le propondré un café diferente y no grabaré nada, debo ensayar formas de que sus opiniones no se cumplan.