Juan Vera

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Artículos Articulados

Enamorarse del problema

Coautores de este artículo: Gilles Galté y Juan Vera

Gilles y Juan se conocieron en el salón de té y restaurante “Le Flaubert” instalado en una bella casa de estilo francés en la calle Orrego Luco de Santiago, que Juan frecuentaba desde su llegada a Chile. Era un lugar de conversaciones de un mundo progresista que algunos llamaban “la izquierda caviar”. Juan se acercó a una mesa cercana a saludar a su amigo Raúl Herrera (una vez más aparece su nombre en estos Artículos articulados) y él le presentó a Gilles. Para Juan, esa era una buena carta de presentación.

En dos o tres ocasiones más volvieron a coincidir. Gilles era cliente de Raúl. Se volvieron a ver, tiempo después, en su funeral en enero del 2013. Gilles agradeció las palabras que Juan dedicó a Raúl por petición de sus hijos y porque no hubiera podido evitarlo en cualquier caso. 

En marzo de ese año, hace ya 11 años, Gilles llamó a Juan para que se hiciera cargo del Taller de desarrollo de habilidades relacionales y proyectos que dirigía Raúl en su empresa. Juan desconocía lo que estaban haciendo, pero Raúl, en palabras de Gilles, le había consignado como el coach que debería continuar lo que estaban haciendo.

El 27 de marzo del 2013 Juan llegó a la planta de la localidad de Quilicura y con el grupo con el que había trabajado Raúl hicieron un encuentro de recuento de lo aprendido y de homenaje a su memoria, que duró más de 3 horas. Desde entonces Juan sigue apoyando a Gilles en el desarrollo del talento de su equipo. Han mantenido conversaciones periódicas permanentes y trenzado una hermosa amistad, pasando del Flaubert a Tavelli, otra famosa cafetería de Santiago.

Más recientemente, Gilles se incorporó a uno de los Círculos de Lectura y Pensamiento que facilita Juan, por lo que el ancho de sus conversaciones siguió aumentando: empresa, política, sociedad, inteligencia artificial y siempre, como telón de fondo, el manejo de la complejidad y sus problemas.

Juan, una vez más, lanza la primera pregunta para iniciar la conversación.

Juan Vera (J.V.):— Querido Gilles, no tuve dudas de que aceptarías esta invitación, porque siempre que hemos conversado han aparecido posibilidades y distinciones. Yo te considero un experto en la reformulación de problemas. Ya Einstein decía que un problema no puede resolverse desde la misma mente que lo concibió como tal. Te pregunto por ello, ¿cuál es la clave para la reformulación de un problema?

Gilles Galté (G.G.):—  Como sabes, mi día a día laboral transcurre en el área de gestión, es decir, una mezcla entre planificar, dirigir, organizar, coordinar, evaluar y rediseñar. Desde ese espacio te puedo hablar y comentar mi experiencia.

En el sugerente título con que abres esta conversación —“Enamorarse del problema”— lo primero que se me viene a la cabeza es por cierto definir con la mayor precisión posible cuál es el problema. Ello requiere de hacer un esfuerzo, muchas veces no menor con uno mismo, de cuestionar si en la forma en que lo estamos “formulando” nos lleva a hacernos cargo de aquello que definimos como “el problema”. Preguntas tan sencillas como son: ¿por qué?, o ¿por qué no?, son agudas compañeras en este proceso.

Veo con frecuencia que existe un conflicto entre cómo estamos verbalizando aquello que nos tiene incómodos e insatisfechos, debido a que el tamiz de nuestros deseos, prejuicios, temores y preocupaciones terminan por esconder o desvirtuar qué es aquello que declaramos como problema.

Hace varios años, leí un libro de negociación del antropólogo estadounidense William Ury, donde uno de sus ejes estaba en no confundir posiciones con intereses y daba como ejemplo las negociaciones entre Israel y Egipto en torno a la Península del Sinaí, donde ambos exigían tener la soberanía y declaraban como inadmisible cualquier otra solución. Finalmente, después de grandes negociaciones, ambos lograron establecer que el interés de las partes era la paz y ello abrió espacio a la solución, que fue la devolución a Egipto de estos territorios a cambio de la desmilitarización de la península.

Este ejemplo que está en el ámbito de los procesos de negociación me ha sido de gran ayuda para tener presente que “el problema” y su verbalización esconden posiciones, que usualmente se alejan de la raíz. En este caso, las posiciones apuntaban a temas de soberanía hasta que lograron establecer que el problema o, dicho de otra forma, el propósito era como lograr la paz entre ambos países.

Enamorarse del problema pasa necesariamente por este esfuerzo. De lo contrario, cualquier solución será al menos incompleta y estará atendiendo a un propósito distinto.

Y paso a preguntarte, Juan, en esta conversación en torno a “enamorarse del problema” ¿ves alguna diferencia o relación entre “el problema” y el “propósito”?, ¿cuáles son las barreras que tenemos y surgen habitualmente al intentar identificar el propósito o el problema?

J.V.:— Antes de responderte déjame decirte que en los estantes de mi oficina estuvo durante años ¡Sí, de acuerdo! Cómo negociar sin ceder (1993) el libro que William Ury escribió con Roger Fisher y Bruce Patton. Ahí tenemos otro antecedente común. Y ahora sí, voy a tu pregunta.

Hoy, cuando hablamos de propósito, vamos más allá de pensar en un objetivo o una meta, solemos referirnos efectivamente a lo que queremos conseguir, pero muy especialmente a su sentido, aquello que hay detrás, el impacto que podemos lograr. Ese “añadido” es crucial en esta conversación que estamos teniendo.

Cuando me preguntas si hay alguna diferencia entre problema y propósito puedo seguir dos caminos. El primero es el evitar que establezcamos que son sinónimos, porque eso supondría darle al problema el carácter de un fin, sin considerar el contexto en el que ese problema se convierte en tal. Por eso en mi teoría de la articulación planteo que hablemos de ausencia, aquello que no está presente y que podría ser de gran valor si estuviera, aceptando que, a veces, no somos conscientes de lo ausente.

El segundo camino, que puede ser secuencial, es el de observar el problema como algo que se interpone o complica la consecución del propósito. Desde esta mirada están relacionados. Puede ser la montaña que se interpone en mi camino cuando tengo el propósito de llegar al mar. Lograr superar ese obstáculo puede convertir la experiencia en un viaje mucho más valioso, cuando lo hemos conseguido. En resumen, yendo a tu ejemplo de la negociación árabe-israelí, podríamos decir que la paz es un propósito y para lograrla debemos ser capaces de superar diversos problemas.

Y agrego, entonces, otra distinción que nos ayudaría, trayendo otra palabra que también tú citas: conflicto. 

Los problemas tienen que ver más con la complejidad o la complicación de ciertos aspectos que debemos resolver. Eso se manifiesta en el ámbito mental de la lógica, las ciencias o en el de las destrezas manuales y sus técnicas. Abordarlos puede ser difícil, pero desde las competencias y las destrezas y con un buen planteamiento del problema, el ser humano puede superarlos. 

El conflicto involucra además el terreno de nuestros sentimientos y emociones y suele convertirse en un desafío de una mayor complejidad y utilizo esta palabra, complejidad, no como sinónima de difícil, porque incluye dimensiones no lógicas. 

Paso entonces a devolverte la palabra, ¿consideras que enamorarse del problema incluye identificar los conflictos que pueden estar anexos a él, que desvían la atención o derechamente impiden que se tengan las conversaciones que permitirían despejar el espacio de interés común? Hago el alcance de que en ocasiones el conflicto podemos tenerlo con nosotros mismos.

G.G.:— Mis comentarios iban por el segundo camino propuesto, es decir, considerar al problema como algo que se interpone o complica el logro del propósito. Desde ahí más que enamorarse del problema, quizás debemos proponer “enamorarnos del propósito” y cómo buscar remover los obstáculos que interfieren en su logro.

Mantener claridad en el propósito ayuda como un faro tanto en la dirección de aquello que debemos resolver y, asimismo, ponderar la importancia de aquello que establecemos como un problema. 

Ello me hace recordar aquella simple, pero útil matriz donde en un eje está la urgencia y en el otro la importancia. Es una conceptualización que ayuda a establecer con claridad que tareas o problemas son importantes y urgentes para centrarme en ellos, así como planificar aquellas que son importantes, pero no urgentes y evitar distraerse en lo no significativo.

En mi experiencia, las soluciones planteadas suelen pasar por alto el “para qué” o “cuál es el sentido” de aquello que deseamos resolver y terminamos proponiendo soluciones a otros problemas distintos al que enfrentamos. De ahí que, aunque suena de una tremenda obviedad, mantener viva la pregunta del propósito es crucial. Así como, plantear adecuadamente el problema y cómo este impacta en el propósito mayor es indispensable para avanzar.

En relación con tu reflexión en torno al conflicto, me da la impresión de que existe una relación con el carácter negativo del problema. Es como si un problema siempre fuese algo negativo, cuando muchas veces la situación la podemos reformular como un desafío.

Aunque nuestras creencias, intereses y emociones siempre estarán presentes en la forma en que percibimos la realidad, el hacer un esfuerzo por formular la situación como un desafío y no como un problema ayuda a mantener viva la tensión necesaria. El estado de ánimo es absolutamente distinto. Son muchos más los que están dispuestos a gastar energía en resolver desafíos que aquellos que están dispuestos a poner energía en resolver problemas.

De seguro, no todo puede ser planteado como un desafío, pero la gran mayoría de las personas se “enamorará” de algo que lo atrae como puede ser un desafío a diferencia de algo tan poco seductor como es un “problema”.

En este sentido, y de acuerdo con tu experiencia de tantos años de coach, ¿crees que es posible entrenar al “observador” que somos y cambiar los automatismos que ayuden a ver el mundo como un espacio de posibilidades más que problemas a superar? De ser así, ¿qué se necesita para que este cambio de interpretación ocurra en cada uno de nosotros?

J.V.:— Estimado Gilles, parte de la pregunta que me haces está respondida en tu respuesta anterior. Perdona el juego de palabras. También es una forma de decirte que coincido con los puntos que planteas. Especialmente, en la relevancia de quitarle el sesgo negativo a lo que solemos llamar “problema”.

Como coach, precisamente lo que he tratado es llevar al coachee a que considere el problema como un desafío, como una posibilidad de superación, como una experiencia estimulante. Que esa experiencia de subir la montaña a la que me refería antes, que nos permitirá ver el mar y después llegar a él, se constituya en un esfuerzo con sentido, que aumenta la apreciación del proceso. 

Lo fácil es cómodo, pero no añade valor a nuestra autoestima y eso es relevante para tomar contacto con nuestro poder personal.

Axel Honneth, filósofo de la Escuela de Frankfurt, relaciona el poder personal con la autoestima, la autoconfianza y el autorreconocimiento. Este último se estimula con el valor que asignamos a lo que hacemos, pero también con el reconocimiento social que obtengamos y para ello nuestras capacidades para la solución de problemas diversos son una fuente de oportunidades. Desde esta mirada, el problema es una posibilidad para que obtengamos ese reconocimiento.

Siguiendo este hilo, sería válido nuestro título de “Enamorarse del problema” en la medida en que puede ser una oportunidad para el desarrollo del poder personal, además de resolver la cuestión que lo constituye en tal. Del propósito es fácil enamorarse si es que no estamos enamorados ya.

En este sentido, y tomando la literalidad de tu pregunta, “entrenar” al observador que somos implica ponerlo en contacto con su propósito para que esté dispuesto a salir de la comodidad y para que se abra a la autoobservación de las creencias que le llevan a estar descansando en ella. Esa es la mejor forma de que surja la disposición a abandonarlas de una forma sostenida.

Lograda esa actitud, resulta relativamente sencillo que se sumerja en la reflexión de hasta qué punto sus emociones y las disposiciones que surgen de ellas nos acercan o nos alejan del propósito. Su respuesta puede despejar un gran número de conflictos generados por esa emocionalidad.

Quiero también aclarar que cuando planteas: “En relación con tu reflexión en torno al conflicto, me da la impresión de que existe una relación con el carácter negativo del problema”. Yo, que no considero que los problemas sean negativos, prefiero diferenciar entre el problema, con la complicación que suponga, y los conflictos que puede llevar asociados y que requieren de otra forma de ser tratados. 

El primer paso es identificarlos y separarlos. Es como cuando en las empresas familiares se mezclan las dificultades de la gestión con las que emanan de los equilibrios del sistema familiar. En algún momento parecen formar parte de lo mismo, pero, a mi juicio, la mejor forma de manejarlos es tratar de separar el rol y las responsabilidades que le corresponden, del padre, el hijo o el hermano que, a la vez, somos.

Pero no quiero que nos alejemos de nuestro título. ¿Qué ámbitos y tipos de problemas avizoras en las organizaciones en este mundo complejo en el que vivimos?

G.G.:—Creo que estamos enfrentando un cambio enorme del cual recién estamos tomando consciencia. Me refiero al desarrollo de la inteligencia artificial y la potencialidad que tiene de cambiar profundamente nuestra forma de vida, incluyendo las organizaciones.

Aprovecho el título de un libro que leí hace poco La ola que viene (2023) de uno de los padres de la IA, Mustafa Suleyman, creador de Deep Mind y director de IA aplicada en Google. Allí sostiene que estamos en uno de esos momentos de la historia de la humanidad, donde un cambio tecnológico tendrá impacto en prácticamente todas las áreas del quehacer humano, entre ellas, la política, el trabajo, las organizaciones y la distribución del ingreso. En definitiva, en nuestra forma de relacionarnos. Esta ola nos abre un espacio de reconfiguración con enormes desafíos, problemas y potenciales conflictos que de seguro enfrentaremos pronto.

Serán cambios tan profundos como aquellos producidos por la Revolución Agrícola hace unos 7 mil años y que nos permitió pasar de ser cazadores-recolectores a vivir en grandes asentamientos que, entre otros, generó el desarrollo de la escritura, los números y la propia política para administrar a miles y miles de personas. Vino después la Revolución Industrial que se inicia hace algo más de doscientos años y que nos llevó a expandir nuestra capacidad productiva y de progreso de manera gigantesca. Siguió la Sociedad de la Información que se inicia en la segunda mitad del siglo XX y que transformó nuestra conectividad con ganancias en eficiencias sin precedentes. Y, ahora, la Revolución de la Inteligencia Artificial que, al igual que las olas anteriores, reformulará prácticamente todos los aspectos de nuestra vida.

Es muy probable que seamos expulsados de los trabajos donde la Inteligencia Artificial se muestra día a día capaz de superar a los humanos en algo hasta hoy tan propio nuestro como es el dominio de lo cognitivo. La IA es mucho mejor que nosotros en reconocer patrones, analizar datos, automatizar tareas repetitivas y en la conducción autónoma. A modo de ejemplo, hoy ningún humano es capaz de ganarle a la IA en ajedrez o Go y todo esto está avanzando a gran velocidad. Recordemos que el ChatGPT fue lanzado al público en noviembre del 2022.

Ello abre gigantescas oportunidades en ganancia de productividad y desarrollo, pero a la vez, abre enormes desafíos con relación a qué tipo de trabajo desarrollaremos los seres humanos y cómo podemos evitar caer en la irrelevancia laboral, además de rediseñar el tipo de empresas y organizaciones que existen hasta hoy.

Algunas preguntas que me surgen son: ¿en qué seguiremos siendo mejores que las máquinas y la IA?, ¿cuál es el dominio propio de lo humano si ya en lo cognitivo estamos siendo superados?, ¿cómo haremos para generar algo tan propio de nosotros como es la vida en comunidad?, ¿qué tipo de empresas existirán en los próximos años?, y sin duda muchas otras preguntas relacionadas con temas éticos como es la protección de nuestros datos para evitar abusos.

Así como ha sucedido con los otros grandes cambios que hemos enfrentado, los conflictos serán parte del proceso y esta vez no tiene por qué ser distinto, pero está revolución nos pilla en un momento en que el mundo está pasando por una gran polarización que le aporta una dificultad adicional a cómo enfrentar estos profundos cambios.

En mi opinión, lo primero que debemos hacer es tomarnos en serio la irrupción de la inteligencia artificial. Aunque existe mucha literatura al respecto, de lo que yo he leído sugiero, además de La ola que viene (2023) de Mustafa Suleyman, Artificial (2023) de Mariano Sigman y Santiago Bilinkis. Ambos libros y, de seguro, muchos otros más ayudan a construir distinciones que son indispensables, si queremos ser parte de los desafíos que estamos enfrentando. Sin buenas distinciones limitamos nuestra capacidad de actuar efectivamente.

Cobra mucho sentido el título de este artículo “enamorarse del problema” y agrego también “enamorarse del desafío”, porque enamorarse de soluciones frente a cambios tan profundos donde no sabemos bien cómo se expresarán ni cuando, terminará haciendo realidad aquella máxima de que estaremos equipados con hermosas respuestas para un mundo que ya no existe.

En ese sentido, no quiero dejar pasar la oportunidad de preguntarte, dada tu experiencia, ¿qué habilidades debemos cultivar para ser protagonistas de esta nueva realidad para así no caer en la resignación de ser irrelevantes en el mundo?

J.V.:— He leído y escuchado varias veces tu respuesta para poder esbozar en pocos párrafos mi punto de vista. Lo primero que debo decir es que el “problema” que planteas es de una dimensión existencial. ¿Qué rol quedará para los seres humanos? Esa pregunta puede llevarnos a otra más filosófica: ¿qué significará ser humanos en el universo de la inteligencia artificial y las tecnologías que le sucedan?

El problema que se configura nos lleva a pensar que el concepto de ser humano, su aporte y su identidad tendrán que ser replanteados a partir del progreso que nosotros mismos hemos generado. Y parece que conforme vamos desarrollando nuestros argumentos nos vamos convenciendo de ese título que pusimos antes de empezar. Conviene que nos enamoremos del problema porque si lo vemos como un ángel exterminador, si nos negamos a enfrentarlo, podemos perder un tiempo y una energía que precisaremos para esa reinvención que vamos a requerir.

En algunos momentos me pongo a pensar en un gran salto de conciencia hacia propósitos impensados aún. En otros siento que hay algo de regreso a un paraíso en el que el ser humano tenía y aspiraba a ser simplemente, porque el hacer estaba resuelto.

Tú desde el principio de esta conversación, y en muchas de las que tenemos, traes el propósito. En este caso es evidente y no hablamos del propósito que nos evite enredarnos en batallas irrelevantes que nos aleje de lo que queremos lograr, sino del propio propósito de nuestra existencia. Probablemente, ya no será trabajar, como lo hemos entendido hasta ahora, sino vivir la vida en un jardín de algoritmos y respuestas. ¿Qué será la vida?

Pongo un punto y aparte para traer la frase de ese gran escritor y filósofo alemán, Johann Wolfgang Goethe, que señaló: “Una vida sin propósito puede ser una muerte prematura”. La dejo flotar un instante antes de seguir conversando.

Y necesito decir todo lo anterior para situar las habilidades que considero deben prevalecer, más allá de los catálogos que aparecen en muchas de las listas y los artículos que aparecen cada día. No porque esté en desacuerdo de su valor, sino porque trato de mirar lo que debería estar detrás de ellas. Por ello, no quiero quedarme en la creatividad, la resolución de problemas complejos, el pensamiento sistémico, la inteligencia emocional y varias más, todas muy necesarias. Te dejo estas cinco:

  • La habilidad de escuchar desde la fuente en la forma en que la describe Otto Scharmer, es decir, desde ese lugar interior en el que podemos conectarnos más allá de lo que es evidente. Desde una sincronía por encima de lo que la razón ha convertido ya en conocimiento.

  • La habilidad de acompañar con todo lo que implica: compasión, horizontalidad, empatía, colaboración, articulación. Un acompañamiento que se haga cargo de los requerimientos que exceden de los que una tecnología de respuestas basadas sobre el multicruzamiento de las informaciones existentes nos dará automáticamente.

  • Manejo de la incertidumbre, partiendo de considerarla como una cualidad de la no-predestinación, de las infinitas posibilidades que circundan la existencia humana

  • La habilidad del asombro. Si ninguna relación es igual, si todo se constituye en el contexto con el que se relaciona, si el cambio es permanente, la capacidad de asombrarse es volver a recuperar la apertura de los niños para estar inaugurando un mundo que florece ante ellos.

  • La habilidad de soltar lo que nos sirvió en el pasado. Si como parece el viaje va a ser muy largo y con muchos vaivenes, será mejor que vayamos ligeros de equipaje y con menos dependencias. Hablo de un soltar que incluye la meditación para salir del rigor de nuestro pensamiento

Eso me surge decirte, querido amigo Gilles, y gracias por esta pregunta que me lleva a pensar en la posibilidad de un artículo completo sobre este tema. 

***

Gilles y Juan se despiden. En el momento en que lo hacen, Gilles está en Estados Unidos, Juan en Chile. No es que se den cuenta de que deben seguir hablando sobre estos temas. Ya tienen en sus agendas la próxima reunión prevista. Volverán como todos los meses a sus conversaciones, sobre el presente, la vida, el futuro. 

Seguramente intercambiarán opiniones sobre la crítica que Byung-Chul Han hace de las teorías de Hanna Arendt, en el libro Vida contemplativa (2023) sobre el que están trabajando en el Círculo de Lectura y Pensamiento en el que ahora están.