Juan Vera

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El malestar que nos embarga

Son tiempos de indignación donde debemos encontrar el origen del dolor de quienes levantan sus voces en descontento. Cuando una sociedad normaliza la exclusión, la invisibilización y discrimina, vulnera la dignidad del ser humano que busca manifestar su identidad. Entonces se hace presente el malestar. En este artículo desarrollaré cómo este fenómeno está vinculado con el nivel de conciencia histórico y social de una época. 

Un futuro incierto

El lunes pasado inicié un nuevo encuentro del grupo que coordino en la Corporación Desafío de Humanidad, institución en la que postulamos la importancia del encuentro de quienes viniendo de mundos distintos creemos en la importancia de humanizar a la sociedad. Al hacer el check-in de cómo llegábamos nos dimos cuenta de que por primera vez en muchos años primaba una sensación generalizada de malestar, de inquietud y de temor a un futuro ante el que nos sentimos con poco poder o sin información suficiente para incidir en lo que nos rodea.

Al hacer nuestras declaraciones, partimos de causas diferentes, pero coincidimos en la decepcionante observación de la política en este Chile en el que todos los presentes en la reunión vivimos. En esa observación estamos de acuerdo y nos preguntamos: ¿Qué está pasando? ¿Qué no estamos viendo? ¿Qué hace que afuera no perciban el dolor que se genera adentro? ¿Cuál es el origen de lo que sentimos?

Zygmunt Bauman en Estado de crisis, libro del que es coautor junto a Carlo Bordoni, plantea una explicación a partir de una cita del expresidente de Francia, Francois Hollande cuando dijo: “La política no es magia, no es una chistera llena de trucos, sino voluntad, estrategia y coherencia”. Y tenemos la sensación de que en este momento del mundo que conocemos faltan esas tres cosas: la voluntad política, la estrategia y la coherencia personal.

No es diferente a lo que observamos en otros países ¿Vivimos en una sociedad del malestar? Hace casi 100 años Freud escribió su obra El malestar en la cultura refiriéndose a la brecha existente entre las aspiraciones de los ciudadanos individuales y las restricciones vividas y expresadas en la forma habitual de hacer las cosas en sociedades sordas a las transformaciones. Son transformaciones que abren espacios a nuevas aspiraciones y búsquedas que la política y el poder no recogen.

Malestar, como es fácil deducir, viene de mal estar, de sentirnos mal, de considerarnos no tenidos en cuenta, no pertenecientes a una forma de pensar que se impone en el día a día de nuestro vivir social. Ante ello surgen posibilidades distintas de reacción:

  • Declarar que vivimos en el momento o el lugar inadecuados. 

  • Pensar en marcharnos aunque no sepamos adónde. Salirnos del sistema y desentendernos para reducirnos a nuestra individualidad incomprendida o formar parte de un colectivo afín. Vivir en un terreno confuso al que colectivamente podemos llamar antisistémico, pero que interiormente puede conducir a la culpa o a la indignidad.

  • Buscar nuevos cauces para que nuestras formas de ver el mundo se expresen sin ser manipuladas o aprovechadas por representantes que no nos representan realmente.

  • Recurrir a la violencia para tener el poder que no sentimos detentar por la vía que esa misma cultura establece siguiendo sus propios esquemas. 

Ojalá que la decisión que se tome no sea la de recurrir a una violencia que en aras de la justicia normalice el sentimiento de la venganza. Para ello una de las conversaciones relevantes hoy gira alrededor de la dignidad. 

Un valor de importancia creciente

En un reel de Instagram reciente me referí precisamente a la dignidad y dije que en la actualidad hablamos mucho sobre ella. Declaramos, por ejemplo, que estos son tiempos de indignación. Estamos de acuerdo con que nada es peor que sentirse indigno y a la vez el concepto de dignidad es intangible, se nos escapa entre los dedos ¿Cómo podemos definirla?

Sabemos que los derechos humanos se basan en la existencia de la dignidad de todas las personas. Kant distinguió entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad. Tienen precio aquellas cosas que pueden ser sustituidas por algo equivalente. Las que trascienden todo precio y no admiten equivalencia tienen dignidad. Podemos considerar entonces que el concepto está ligado al valor que damos a las personas.

El filósofo español Javier Gomá dice: “Sólo el ser humano posee con pleno derecho, incondicionalmente, esa cualidad de incanjeable. Es fin en sí mismo y nunca medio. Yo hace tiempo que opto por considerar la dignidad como mi derecho a ser, precisamente porque la dignidad no es una cuestión de merecimientos. Se posee con independencia de nuestra cuna y de nuestro comportamiento. El mayor asesino de la historia es un ser digno al que no podemos escupir o tirarle a la cara un plato de desprecio”. 

Por eso, si creemos en la dignidad, no podemos sostener ningún comportamiento que lleve a la exclusión. Nadie es inferior aunque su rol pueda tener menor jerarquía dentro de una escala funcional y esto es porque la dignidad no se define en el ámbito relacional aunque puedan manifestarse en él conductas que produzcan indignidad.

La dignidad se vulnera cuando no permitimos que cada ser humano pueda definir su propia identidad ni manifestar lo que su conciencia considera. Se vulnera cuando cerramos las fronteras, cuando expulsamos a quienes no piensan como aquellos que ostentan el poder, cuando no les damos acceso al circuito de oportunidades que una sociedad va logrando en su desarrollo, o cuando al aplicar la justicia y privar de libertad a alguien le privamos también de su dignidad.


Conciencia de la dignidad

Abro así un capítulo de reflexión que requerirá volver a ser visitado para distinguir conceptos que se entrelazan, pero que son distintos. El mensaje de este artículo apunta, por ahora, a declarar que cuando una sociedad normaliza el abuso, excluye, invisibiliza, cierra las puertas y discrimina, contribuye a la generación de malestar.

No importa que todo ello fuera aceptado en otro momento de la historia. La dignidad como valor percibido está relacionada con el nivel de conciencia de una sociedad en cada momento. Piensen en qué requieren hoy las relaciones entre padres e hijos, profesores y alumnos, mujeres y hombres, ciudadanos y élites, y cómo lo que una cultura antes aceptaba sin sentir indignidad hoy resultaría intolerable. 

La conciencia de los derechos humanos y la creación de una ciudadanía consciente de sus derechos abren escenarios nuevos que si el poder y la política no escuchan seguirán elevando el termómetro de esa fiebre que llamamos malestar. La frase de Mahatma Gandhi puede ser un aviso para el momento que vivimos: 

“En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad humana ninguna tiranía puede dominarle”.

Gandhi

Hablo de aviso porque Gandhi es el ejemplo histórico del pacifismo, pero pregunto: ¿Dónde están hoy los pacifistas?