El humano llanto de las tardes
A lo largo del año he propuesto una acción en mis redes sociales en la que planteo interrogantes con el fin de abrir nuevas conversaciones que permitan seguir construyendo una comunidad en la que las múltiples y diversas miradas puedan convivir a pesar de las diferencias.
Para mi alegría, muchos de ustedes han aceptado participar de este espacio reflexivo, de entendimiento y construcción mutua. En este relato, recojo entonces, algunas de las respuestas que he recibido a partir de la última pregunta:
¿Cuál es la maravilla de llorar? ¿Qué libera?
Sé que mi pregunta ya contiene un juicio, pregunto por la maravilla de llorar y no por la desgracia de llorar. Pido disculpas por ello, por no ser neutral, aún cuando inmediatamente me surge la pregunta ¿y quién lo es? Pero podría haber preguntado ¿por qué lloramos? ¿qué significa llorar?, o ¿qué lleva a que el dolor y la alegría, dos causas tan distantes, puedan terminar en lágrimas?
Leo las respuestas que me regalaron en las redes:
@blancafercal dice: “No sé hasta qué punto llorar “sana” o no, pero, tengo claro una cosa: Si tienes ganas de llorar y no lo haces… eso termina hiriendo y mucho. Que no llorar endurece el alma. Que lo que no has llorado antes lo llorarás después.”
Me gusta ese tono resuelto, “Tengo claro una cosa”, dice, y me doy cuenta de que las personas sin emociones me resultan inasequibles y lejanas.
Debo confesar que me siento cerca de @adriapedrini. “El llorar para mí es liberador y siempre aviso que si lloro me dejen y no se preocupen, porque es algo necesario para mí, porque cuando termino estoy más liviana para pensar y tomar decisiones.”, comenta.
Cuando me permití llorar, siendo ya muy adulto, tuve la sensación de cielo despejado después de la lluvia. De esa luz, que hace que las gotas que penden de los tejados y los salientes parezcan estrellas y que sea normal que surja una sonrisa que, sin palabras, dice ya pasó. Y nos dice más cosas: eres humano, siente; eres vulnerable, afortunadamente.
Respira, la vida te espera.
Sí, coincido con las Adrianas y sus respuestas. Adriana Terán cuenta: “Libera el alma”, y Adriana Rollan agrega: “Llorar sirve para liberar todo lo que la persona viene guardando. Se desahoga”. Porque desahogarse es pisar la tierra de nuevo, volver al camino con menos angustia y más entereza. Lo afirman, también, @inevocos, Claudia Ramírez y Sandra Herradora.
Llorar sigue siendo misterioso, dicen los oftalmólogos, pero sabemos que permite expresar nuestros sentimientos. Es, por lo tanto, una forma no violenta de comunicarnos y de mostrar quiénes somos. Aprendemos el llanto para vivir en sociedad. Nacemos con lo que llaman lágrimas basales, aquellas que permiten mantener limpios los ojos, para que nuestra vista pueda ser más precisa y certera. Enseguida aprendemos a entender las lágrimas reflejas como respuesta a componentes y estímulos externos.
Más tarde desarrollamos las lágrimas emocionales, y es a éstas a las que mi pregunta va dirigida. Lágrimas que revelan que algo me emociona y que con su expresión equilibran nuestra relación con el mundo y con nuestro propio interior.
Culturalmente, para los hombres no fue fácil llorar. La frase “Los hombres no lloran” nos acompaña desde hace siglos. ¿Qué soy entonces cuando lloro? Llorar, en España, tuvo el condicionante adicional de una maldita frase que se atribuye a la sultana Aixa, madre del último rey árabe de Granada, Boabdil “el chico”. Aquel que tuvo que salir de La Alhambra vencido por las tropas cristianas y entregar las llaves de la ciudad a la reina Isabel La Católica. Dicen que la sultana dijo: “Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”.
Eso ocurrió el 2 de enero de 1492 y los profesores de historia aún nos lo contaban en el siglo XX en los colegios españoles. Hoy sabemos que no hay ninguna evidencia histórica de que fuera dicho, pero estuvo en el subconsciente de lo que era masculino o femenino. Lamentable e injusto.
Tal vez este sea el motivo por el que traigo esta pregunta: para decir que algunas tardes pienso profundamente en la vida, me detengo en quien he sido, en lo que quiero, y siento un profundo agradecimiento que me llena de lágrimas los ojos y sonrío. Porque como escribe en su respuesta Maria Marta Carullo: “Me amigué con mis lágrimas y hoy nos llevamos muy bien”.
Sentir que estamos vivos. Esa es la maravilla de llorar.