Artículos Articulados
El encuentro humano, ilimitado y posible
Irene pregunta a Juan cuál debería ser el título de este artículo: ¿El encuentro humano? Propone. Por su parte, Juan tenía una página escrita que empezaba con la frase “Crece en lo invisible una vida ausente” y pensaba en un manifiesto contra la invisibilidad, ese dolor que lacera y nos deja sin respiración primero y luego con el miedo de ser realmente invisibles.
Irene dice entonces que le viene a la mente el personaje central de la novela Tres Luces de Claire Keegan y “aquella niña”, nunca llamada por su nombre. Desde allí quedó en ella la idea de que recién la primera vez que otra persona pronuncia tu nombre te invita a la existencia. Somos en relación con otro, o como decía Humberto Maturana, “estamos siendo o estamos resultando en esta relación con”.
Ambos, Irene y Juan, saben que es distinto invisibilizar que lo invisible. Es cierto que en lo invisible puede estar la amenaza de un peligro, pero también lo valioso que no llegamos a ver aunque esté cerca. Podemos estar ignorando la injusticia o perdernos el asombro o la luz de otro ser que aún no despliega su brillo. Nuestro mindset nos lleva a invisibilizar o a ver una sola parte de la realidad. ¿A qué desafíos nos enfrentamos cuando queremos ampliar nuestra mirada?
- Fíjate, acá estamos en este encuentro con un propósito tú y yo —dice Irene— soltando ideas, escuchando al otro y dejando que lo que escuchamos entre en nosotros y nos lleve a nuevos lugares. Eso también nos lo vamos contando. Es como un remolino que crece y toma fuerza. Pasan cosas, hay una energía que sube, una luz que se enciende, palabras que emprenden vuelo y van dejando estelas que dibujan un sentido. Y cuando hacemos un alto para mirar, como quien recibe en los brazos a “su criatura”, aparece la emoción, la alegría y la gratitud compartidas que solo piden expandir lo vivido.
El observador construye un mundo que llama cierto, que tiene reglas e importancias, y si no sale de ellas para escuchar al otro se convierte en un narrador omnisciente que no llega a sentir su miopía – continúa Juan – Desde la certeza disminuye la atención. ¿Por qué fijarse en lo que sabemos que sigue en su sitio y que ya es un paisaje conocido? Sin atención no hay presencia. Sin presencia no hay “nosotros”.
Noticias de mí
Ambos convergen en que el encuentro verdadero, real, profundo, aquel que se produce cuando hemos traspasado los escudos, es primero que todo un camino certero al centro de nosotros mismos, para decirlo en palabras de Rolando Toro, creador de la biodanza, “el encuentro con el otro me trae noticias de mí”. Me reconozco humano en los ojos del otro, desde su mirada amorosa recibo el llamado de entregar al mundo mi luz y mis talentos, es el lugar para mí y solo puede ser ocupado por mí.
Nos reconocemos humanos cuando hemos sido nombrados, cuando hemos dejado de ser invisibles. La niña de Claire Keegan abre los ojos y sabe que tiene una existencia propia, se encuentra consigo misma, encuentra a su alrededor personas que con ella son parte de una escena común. Comienza entonces un proceso en el que podemos crear algo que no estaba contenido en el espacio detenido. Comienza el movimiento y la vida. Dejamos de ser una foto fija para ser una presencia que respira y crea. Y también hay quietud para el nosotros, llena de posibilidades cuando escuchamos el unísono de nuestro latir.
Por ello el encuentro es también tierra fértil para la creatividad, desde la libertad de poder ser auténticos, desde la auto-aceptación y el reconocimiento del valor propio. Es entonces distinta la experiencia, distinto el mundo que es posible.
Desde la certeza desaparece la curiosidad – dice Juan – Sin curiosidad nos quedamos encerrados en lo conocido. Desaparecemos en una verdad que convierte nuestra vida en una pequeña habitación de una sola ventana.
La creación de espacios para el encuentro es por tanto propósito y entrega, servicio y humildad, amor y regocijo – dice Irene y sigue– ¿Y qué pasa en el encuentro? Pasa, que poco a poco se va instalando la apertura, la cercanía, la intimidad, la curiosidad, la búsqueda de unos y otros para conversar, escucharse en sus diferencias, sorprenderse con ellas, enriquecerse, transformarse, crecer.
Pasa, que emerge, como diría Otto Scharmer, un campo social nuevo, pleno de posibilidades, antes no viable desde la individualidad y lo conocido, pasa, que -sin saber cómo- todos empiezan a moverse en una danza distinta, en que cada quien despliega su más vibrante melodía y la armonía aparece llena de colores y matices.
Pasa que como en un mantra se suceden los términos: ser, aparecer, confiar, respetar, legitimar, valorar y desde todo ello, surge la magia.
Pasa que va creciendo el afecto.
Noticias de nosotros
Cuando el nosotros es consciente puede crear una cultura, puede imaginar el futuro que quiere, puede diseñar las habitaciones de la casa común, abrir ventanas. A esa consciencia de un mundo de nosotros que se van haciendo más extensos, apelamos. Si fuera así, esa cultura podría permear la economía y la política y no al revés.
La historia de la humanidad da cuenta de la capacidad de soñar de los seres humanos, de salirse del rebaño e imaginar utopías, de sentirse capaces de ser dueños de su destino. Esa misma historia contrapone nuevos momentos de desencanto, cuando diversos poderes fácticos nos hacen ver que eran solo sueños. A veces la fuerza de los ejércitos, a veces el capital y su capacidad de imponer reglas y condiciones difícilmente superables, en otras la colusión de las élites para prevalecer.
No desconocemos la capacidad de compra de las economías, ni la capacidad de sumisión de las ideologías. Unas y otras subvierten la ética en muchos momentos o generan culturas en las que los ciudadanos comunes siguen sus partituras invisibles sin saberlo. Hoy la desmaterialización de los bienes y la deslocalización de los actores nos amenazan con la irrelevancia, como postula Yuval Harari. Son muchas las amenazas, desde una dictadura de la obsolescencia permanente, en las que individuos y grupos dejen de estar vigentes y quedan enfrentados al vacío.
Ante todo eso tenemos la posibilidad de un diálogo para construir nosotros que no jueguen el juego de un sistema sostenido por provocaciones y reacciones. Detenerse, regresar, buscar el lugar en el que todo sistema tiene su punto ciego y todo corazón colectivo su fuerza imparable, su encuentro y su capacidad de vivir la plenitud.
Invisibilidad y encuentro, desde ahí empezamos, desde dos polos que marcan posibilidades distintas. Al fondo de esta dicotomía está creer en los seres humanos o no. La eterna contraposición del bien y el mal.
¿Qué título le ponemos a este artículo? Vuelve a preguntar Irene.