Juan Vera

View Original

Artículos Articulados

El despertar de la conciencia

Coautores de este artículo Aleka Vial y Juan Vera

Aleka y Juan se conocieron presencialmente hace unas semanas y tuvieron una interesante conversación en el agradable marco del café Rita Roux en Santiago de Chile. Juan había escuchado de ella a través de María José Ramírez Tomic, por su relación con la Fundación Hypatia que dirige Aleka. Cuando indagó para saber más sobre su organización escuchó por primera vez el concepto de Inteligencia Espiritual.

Desde hace tiempo Aleka y Juan, sin conocerse, forman parte de un grupo de WhatsApp que lleva por nombre “Lo esencial”. Juan tiene poca actividad en el mismo, pero sigue con atención lo que escribe Aleka y las invitaciones que hace.

Aleka Vial de Grenade es periodista, fundadora y directora de Fundación Hypatia, que impulsa diversas iniciativas para el cambio de paradigma a través de nuevas narrativas y liderazgos desde el aspecto femenino del ser humano para la transformación cultural. Le importa el desarrollo de la conciencia en las personas, en las comunidades y en las organizaciones.

Esto llevó a Juan a buscar la conversación que abrió la posibilidad de este artículo articulado. Como ha repetido muchas veces, su convicción, al analizar los escenarios del futuro, es que difícilmente saldremos incólumes de ellos si no se produce un cambio de conciencia. Por ello, hablar con Aleka podría ser una posibilidad iluminadora.

Juan toma la palabra.

Juan Vera (J.V): – Aleka, infinitas gracias por aceptar mi invitación. Quiero plantearte de partida una pregunta muy directa. Te he escuchado hablar del despertar de la conciencia y dado que tengo el convencimiento de que la complejidad del mundo en el que vivimos solo puede superarse si somos capaces de transitar a otro nivel de conciencia, quiero empezar preguntándote: ¿Cuándo tú hablas del despertar de la conciencia significa que estamos en un momento de la civilización en el que nuestra conciencia está dormida? Te dejo la palabra, sabiendo que abro un tema de gran amplitud y difícil síntesis y te aseguro mi atención para escucharte.

Aleka Vial (A.V):— Hola, querido Juan. Primero que nada quiero compartirte mi alegría en el corazón por esta delicada invitación, y felicitarte por tu preciosa iniciativa de hacer circular conversaciones con personas que en distintos rincones trabajamos por la transformación cultural o la evolución de la conciencia humana. Te agradezco este espacio que nos abres para la reflexión y la escucha.

Efectivamente, nos tocó (o elegimos, según desde donde se perciba) a nosotros nacer en un momento histórico sin precedentes. En el que estamos presenciando y encarnando (más o menos conscientes) la decadencia o caída de la Civilización Occidental, su forma de pensamiento, valores y cosmovisión binaria, jerárquica, punitiva y tecnológica, basada en la separación. Y a la vez, la emergencia o nacimiento de una nueva cosmovisión y civilización, que muchos llamamos “el nuevo paradigma” que trasciende e integra (no excluye) las antiguas visiones de mundo.

Entonces, efectivamente, podemos observar a un gran número de personas con la conciencia dormida, habitando un paradigma basado en las certezas, los dogmas, la seguridad y la comodidad, que es muy muy lento para integrar y hacer cambios. Aquí podrás ver todo tipo de experiencias en transición, algunas personas que no sienten necesidad alguna del cambio y están aferradas a una creencia; otras que hablan del cambio, promueven el cambio y enseñan cómo hacerlo, pero todavía no pueden encarnarlo o materializarlo en sí mismos; y otras que, en distintos niveles, ya lo están viviendo en su día a día. Pero, mientras no hayamos despertado en nuestro corazón a la conciencia de la relevancia de este proceso colectivo, habitaremos todavía en una frecuencia más baja al real potencial humano. Y esto, sin duda, limita nuestra libertad, nuestra soberanía, nuestras posibilidades de dicha y expansión, pues nos quedamos dando vueltas sobre lo mismo, lo que es bastante aburrido para el alma.

Existe la creencia de que el desarrollo de nuestro potencial depende del acceso a oportunidades, información, educación escolar o universitaria, posgrados o especializaciones técnicas, pero esto es un error. El florecimiento de nuestro potencial depende simplemente de despertar a quien realmente somos en cuanto al cuerpo físico, mental, emocional, espiritual y astral que somos. Y este es un trabajo íntimo, profundo y bello, de largo aliento y tiempos lentos. Entendiendo, por supuesto, a la espiritualidad como parte esencial del ser humano y no la práctica de ninguna religión, movimiento o filosofía.

Podemos también constatar que estamos dormidos cuando habitamos en altos niveles de estrés, cuando estamos desconectados de las necesidades de nuestro ser interior, no percibimos nuestras emociones y sensaciones, o señales corporales, cuando estamos deprimidos, sin motivación y descuidamos nuestra salud física o mental, cuando evadimos nuestras necesidades más profundas con el consumo, adicciones, exceso de movimiento, desafíos, búsqueda de logros, y también cuando somos violentos con otros o con nosotros mismos (en silencio o a viva voz). Pues todas estas acciones no tienen ningún sentido para el alma, aunque debo decir que en todas ellas sí habita un sentido de oportunidad evolutiva: el despertar de tu conciencia para acceder a tu auténtico potencial y significado como ser humano.

J.V:— Disculpa que te interrumpa Aleka. ¿Cómo imaginas que puede producirse ese despertar? ¿Qué caminos podemos seguir? 

A.V:— ¿Cómo imagino que puede producirse ese despertar? Volviendo a casa. Igual que en el viaje del héroe, necesito bajar a las incómodas y rechazadas profundidades, abrir el espacio para el viaje oscuro del alma, y observar cada detalle de cuán hastiado estoy del absurdo interno y externo en el que estoy viviendo. Entonces recién allí puedo iniciar mi viaje al despertar. ¿Y cuál es mi verdadero hogar? No tiene tanto que ver con mi familia o país de origen, tampoco con mi colegio, universidad o desafíos profesionales, sino con volver a lo calentito de mi verdadero hogar, volver a conversar, sentir y escuchar mi corazón, mis cuerpos más sutiles, reconocer la guía preciosa que es mi alma, descubrir nuestras maravillosas redes estelares y volver a mi íntima conexión con la Naturaleza. Pues es solo a través de los pequeños hábitos de amor y cuidado –de nuestro cuerpo físico, mental, emocional, espiritual y de la Madre Tierra– que accedemos a la regeneración y sanación de nuestra salud individual y ecosistémica.

Los seres humanos somos esencialmente “parte de”. Parte de un hogar cósmico mucho más grande a nuestra familia sanguínea, comunidad o país. Toda esta farándula en la que se ha convertido la familia, la política y los liderazgos del viejo paradigma le queda muy apretada al alma. Necesitamos poder expandir las alas internas y volver a respirar y a volar desde quien auténticamente somos, seres soberanos y libres con la capacidad de generar dicha y plenitud en la Tierra.

Entonces, todas las situaciones dolorosas, como una muerte, una enfermedad, una separación, una pérdida inesperada, estos dos años de pandemia, son puertas para remover nuestros viejos hábitos o ropajes que ya no nos sirven, y despertar. Podemos aprovecharlas para acceder a un nivel más alto de conciencia o frecuencia humana.

O verlos solo como un drama, una catástrofe, o una excusa para seguir dormidos. Ese es el extraordinario libre albedrío por el que cada uno de nosotros eligió venir a jugar acá. 

Los caminos para despertar a una nueva conciencia son infinitos, tan diversos como seres o ideas creativas hay en este planeta. Lo importante es recordar que estamos dormidos y que nuestra misión es despertar. Si lo recordamos todos los días ya hemos hecho la mitad del camino de vuelta a casa. La otra mitad tiene que ver con sostener el cambio de hábitos y asumir los costos o pérdidas… y esto requiere de paciencia y autocompasión con uno mismo, y de cierta disciplina para la autoobservación o autoconciencia. Pero no solo desde el control, sino también desde la templanza, la dicha y el disfrute que es habitar el silencio, la escucha interna y el “no hacer”.

Juan, hay un tema que me viene dando vueltas hace mucho tiempo y se trata del doble filo de los avances tecnológicos. ¿Crees tú qué este tsunami de avances científicos y tecnológicos ha contribuido realmente a disminuir las brechas, las enfermedades, o a profundizar la democracia como dicen sus promesas?, ¿te parece que la era tecnológica nos ha hecho más felices?, ¿o más libres?

J.V:— Voy a respirar para responderte porque tu pregunta tiene muchas aristas, muchas posibilidades desde las que tomarla. Te diré que una parte de mi vida estuvo muy relacionada con las nuevas tecnologías a las que en un principio me acerqué con un espíritu muy crítico y después promoví siempre ligadas a procesos de educación sobre su uso. Al conocerlas más a fondo, me convencí de que las tecnologías son neutras, y de que su uso puede no serlo y de hecho hoy comprobamos que no lo es.

El paso de la Edad de Piedra a la Edad de los Metales supuso un avance en muchos aspectos y perdona que me vaya tan lejos, pero quiero sustentar la opinión que deseo darte. Supuso, como reconoce la Historia, un avance notable para mejorar las capacidades de la agricultura, la posibilidad de construir y edificar de formas más seguras. Abrió el camino a las aleaciones y a las posibilidades de las primeras industrias, pero también aparecieron las armas más mortíferas y capaces de hacer daño.

Lo que le sigue dando una evaluación positiva es que su evolución fue lenta, del cobre al bronce, del bronce al hierro. Y así el ser humano pudo integrarlo en su forma de vivir con pocos cambios en sus prácticas, pero con instrumentos que permitían nuevos desafíos y mejores logros. Y ya aquí sitúo un concepto central para mí, que es la velocidad de los cambios, que está directamente relacionado con la capacidad humana de adaptarse a ellos.

Aún hoy podemos tener artefactos simples como cuchillos afilados que permiten cortar cualquier cosa y, sin embargo, no los dejaríamos en manos de los niños. Y no lo hacemos por motivos que tienen que ver con su formación y su nivel de conciencia sobre el riesgo, sobre lo que está bien o está mal, o sobre la necesidad de autocuidado.

Creo que la tecnología que usamos en la actualidad está empezando a ser como un afilado cuchillo en las manos de un niño. No tenemos consciencia de la adicción que produce, de las prácticas de aislamiento que puede crear, a la vez que nos deja la sensación de una hipercomunicación.

La diferencia brutal es que un adulto no le entrega a un niño un puñal afilado, pero le deja un teléfono celular a los meses de haber nacido, ya no digo años. Y así, la maravilla tecnológica nos va haciendo dependientes. Hasta aquí podría estar respondiendo a esa parte de tu pregunta que se centra en la libertad. ¿Nos ha hecho más libres o más dependientes? Parece que tras los niveles de libertad se esconde la mano invisible de la dependencia.

Desde luego ha cerrado brechas, pero ha abierto también muchas distancias. Nos enfrentamos a un serio analfabetismo digital dependiendo del nivel de desarrollo de los países y de las edades de las personas. Se introduce de esta forma una dimensión horizontal, el mapa del mundo, y otra vertical, las generaciones. Y esto ocurre cuando la economía mundial se digitaliza a pasos agigantados generando que además de menos empleo nos encontraremos con una digitalización que excluye. Hoy podemos negar esto poniendo el ejemplo de cómo ha aumentado el delivery y las calles se han llenado de jóvenes con bicicletas y motos acarreando todo tipo de productos. ¿Y si llegamos a la tele transportación?, ¿qué pasará entonces?, ¿crees que eso sigue siendo ciencia-ficción? Yo ya no me atrevo a declarar imposibles. 

La pregunta que me hago es: ¿La velocidad del progreso de quien depende? Y detrás de ella surgen más interrogantes: ¿Qué es progreso?, ¿podemos llamar progreso a avances tecnológicos que disminuyan el nivel de humanidad y cercanía?, ¿qué significa ser humano?

Los datos que barajamos es que han aumentado las enfermedades mentales, que hay más depresión, más suicidio entre los jóvenes y entre la gente de la tercera, cuarta o quinta edad, que la pérdida de sentido aumenta. A la vez, personas como tú ven como emerge una nueva conciencia. El mundo siempre ha ido desarrollándose entre ámbitos que se derrumban y posibilidades que emergen. El equilibrio depende del manejo de las velocidades y hoy está claro que también depende del regreso a esa casa interior a la que tú te refieres. ¿Cómo recuperar el sentido de Ulises emprendiendo un retorno que nos permita regresar al hogar de lo humano?

Si vuelvo a esos datos de salud mental miro la pandemia y observo la soledad que se va apoderando de la sociedad. Quienes se dedican al negocio inmobiliario coinciden en que nunca se habían vendido tantos departamentos para una sola persona. Si vuelvo a ellos no puedo responderte que la salud ha mejorado, aunque cuando fui operado del corazón agradecí profundamente los avances que se han logrado en la cirugía, aún con el riesgo de que termine siendo manejada por robots. Pareciera que podemos reparar más cuerpos y podemos también adormecer más almas. Y dado a la cercanía con mi principal dedicación profesional, mi respuesta más contundente es la que se refiere a la democracia.

Cuando, como ya he escrito en ocasiones anteriores, nuestras fuentes de información están programadas así como lo está hoy la obsolescencia de las cosas, ese maravilloso albedrío al que te refieres también podría estarlo si es que no ponemos las alarmas por sequía de humanidad y la política no regula la propiedad y el uso de los datos.

Creo que este es el principal motivo por el que te he buscado para conversar, Aleka. Nos queda espacio para otra pregunta. Me has hablado de la desconexión con las necesidades del ser interior. ¿Me puedes hablar de esas necesidades?, ¿cuáles priorizas tú?

A.V:— Muchas gracias por tu respuesta, Juan. Fue como un bálsamo para mí, que tantas veces me siento sobrepasada por el tsunami de ciencia y tecnología que estamos viviendo. Esencialmente, porque el alma es lenta, como una tortuga, para procesar sus aprendizajes y necesita tiempo. Para poder explorar las necesidades del ser interior necesitamos tiempo, paz, soledad, silencio. Detenernos a respirar, a sentir y a escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo físico, que permanentemente nos está entregando información muy valiosa para nuestra evolución. Cada una de nuestras sutiles sensaciones internas, emociones, intuiciones, molestias, está conectada, a través de vías sutiles, con la profundidad de quienes somos y a lo que hemos venido, y es desde allí desde donde podemos percibir y actualizar lo que necesitamos a cada paso del camino.

Pero, al haber acelerado tanto los procesos del mundo externo se produce una disonancia o disociación difícil de manejar, por lo que muchas veces optamos por la desconexión del alma y de nuestro propósito común, y la vida se transforma en algo mecánico, árido, triste. No solo para nosotros, sino para toda nuestra comunidad de vida terrestre. Pues nada está separado, todo está unido, y no hay sentimiento que no sea compartido. De allí la relevancia de cuidar nuestros espacios de autoobservación, y de involucrarnos con personas o comunidades con altos niveles de frecuencia amorosa o conciencia, que se encuentran corrigiendo este desequilibrio.

En fin, se ha puesto a llover y he encendido el fuego, por lo que ahora me avoco a tu última pregunta que me permite reflexionar sobre lo que siento, cómo percibo mi ser interior y sus necesidades, las que imagino unidas al ser interior de todos los seres humanos, pues venimos todos de la misma fuente o fuerza primordial, y volveremos a ella luego de nuestra muerte. Creo, Juan, y lo siento muy profundamente, que estar en contacto con nuestro ser interior es el activismo de mayor relevancia e impacto concreto que podemos practicar hoy en día para aportar a la crisis sistémica de gran complejidad que estamos atravesando, como son la polarización, la guerra, la contaminación global, la pérdida de biodiversidad, las pandemias, enfermedades y cambio climático. Y quizá alguien preguntará: ¿Y cómo es que estar conectado con tu ser interior puede impactar en todo esto? 

Jamás subestimemos el impacto de nuestros más pequeños actos de amor y de cuidado a nivel macro. Esa es una ley espiritual-natural y una conciencia que no podemos olvidar. Especialmente hoy. Nosotros como seres humanos habitando el planeta Tierra, como comunidad de vida que somos con toda nuestra familia terrestre de seres sintientes, y junto a toda la red planetaria y estelar cósmica, somos una unidad. Como ya dijimos antes, no hay separación, solo infinitas posibilidades de manifestación. Somos todos y todo esencialmente energía o vibración en relación. Somos todos uno, y nos impactamos mutuamente de las maneras más sutiles, diversas y maravillosas que la ciencia no puede descifrar todavía. Aunque la física cuántica, la neurociencia y varias otras ciencias ya han iniciado el camino de vuelta a casa.

Entonces, la necesidad de nuestro ser interior común, que yo alcanzo a percibir ahora como fundamental es: la conexión amorosa y de aceptación total de cada uno de los integrantes de nuestro sistema o comunidad de vida. Dejando un poco en segundo plano la capacidad de poder comprender al otro, o ponerme en su lugar, por muchos llamada: empatía. A mí me basta con inocentemente amarnos y respetarnos, siempre incluirnos, más allá de la posibilidad de entendernos. Pues, por nuestras limitaciones humanas, a veces es muy difícil poder sentir y percibir desde otro ser, y además superar la Torre de Babel que nuestras diferentes historias generan. Pero, en cambio, sí tenemos la habilidad de poder amar intensamente sin importar nuestras diferencias de opinión, cosmovisión, forma, como especies, etc. Sé que esto parece radical. Pero dime, ¿tenemos otra herramienta más poderosa que esta?

Sentir esta unión con todos y con el todo en el corazón, en cada una de las células de nuestro cuerpo, en el canto de las hojas con el viento, en la lluvia de esta tarde tan anhelada, en el susurro de los riachuelos en el bosque, es extraordinario. Simplemente, es amor, la frecuencia más alta y más natural en la que podemos habitar, y fuente esencial de vida y regeneración para el ser humano y todos los seres.

Es una necesidad primordial del alma vivir en esta relación amorosa de horizontalidad, fraternidad o hermandad, vivir permanentemente en la frecuencia compasiva del sentir amor. Pero no se trata solo del amor romántico de pareja, filial por la familia, o por nuestra pasión o misión. Estos conceptos, de nuevo, le quedan un poco apretados al alma. Necesitamos expandir aún más las posibilidades para nuestra plena felicidad y hacer de La Tierra un paraíso.

Yo por ejemplo, soy completamente dichosa sintiendo como las raíces de los ceibos fuera de mi casa, recorren el subsuelo debajo de ella y la sostienen, laten y fluyen fuertemente irrigándome su energía. Me encanta estar sola y en silencio para poder sentir más intensamente ese abrazo y protección. A otros les ocurrirá con las estrellas, con el mar, con el canto de un río o de los pájaros por la mañana. El alma necesita de esta intimidad profunda con la Naturaleza, reconocerla, agradecerla, tener tiempo para esta relación sagrada con ella. Para amar a nuestra Madre Tierra y percibir cómo somos amados por ella.

Volver a casa es volver a escucharla, sentirla y vibrar con ella en el corazón.

Si tan solo dejáramos entrar una pequeña vertiente de su gran flujo amoroso, de nuevo a nuestro cuerpo, a nuestro corazón, podríamos observar lo fácilmente que ocurre el cambio de hábitos, la sanación y el despertar de una nueva conciencia. Pero la hemos olvidado y abandonado. En el camino de adaptación a tantas exigencias externas, nos hemos alejado demasiado de ella, y nos hemos descuidado y abandonado a nosotros mismos. Por ello los maestros dicen que estamos dormidos y necesitamos despertar.

Me interesó mucho ver en tu sitio web Juan, que te dedicas al coaching político. Nosotros en Fundación Hypatia creemos esencial que la nueva generación de líderes políticos cuente con habilidades en Inteligencia Espiritual o Inteligencia del Corazón. ¿Cuáles crees tú son las cualidades fundamentales que deben tener los líderes del futuro?

J.V:— Empezaré diciendo, Aleka, que tu respuesta me deja en un estado de serenidad. Algo así como estar en un bosque aromático, detenido en el tiempo. Hay muchos aspectos en los que coincidimos y que son aplicables a la mirada más pragmática del liderazgo que necesitamos hoy. He utilizado varias veces la metáfora de que en un mundo líquido se necesita ser sólido para poder fluir y avanzar sobre él y no diluirnos y perdernos en el sinsentido.

Por eso, la primera parte de mi respuesta apunta a que se requeriría ser una persona buena. No basta con la inteligencia racional, por alta que esta sea. Los problemas a los que se enfrenta la política en la sociedad, en los Estados o en las corporaciones no son solo de crecimiento económico o facticidades materiales. No solo de recursos, sino de esencias, de identidades, de sentimientos y anhelos. Y eso requiere de sensibilidades y valores.

Requiere de esa inteligencia del corazón a la que te refieres y a una inteligencia espiritual que permita no quedarse en el pequeño espacio de nuestra propia vida finita. Requiere del autoconocimiento que nos lleva a elegir el bien.

Si hablásemos de un perfil, mi primer atributo sería: mujeres y hombres que estén conectados con el amor, que elijan el amor como el núcleo de orientación de sus acciones y no el miedo, mucho menos el odio. Es cierto que mover a los otros a partir del miedo a perder privilegios o soberanía ha logrado en muchas ocasiones que personas con ansias de poder fueran seguidas, pero no hablamos de una carrera de likes, sino de la mejor vida, de la mejor sociedad, es decir, de la mejor convivencia.

Buena parte de la política actual convierte el desencuentro en el punto de partida de su identidad. No se busca el acuerdo. Se busca prevalecer. El encuentro se percibe como una cesión a los enemigos, porque al que difiere se le ilegitima.

Desde esa posición es fácil construir un relato basado en la supuesta maldad de los otros o en su visión equivocada dado que los que juzgan se encuentran en el lado donde está la verdadera verdad. Por eso mi segunda idea sería, líderes que integran, que no excluyen. Líderes que escuchan sensiblemente y se escuchan a sí mismos, no en el sentido del ensimismamiento. Más bien al contrario, que son capaces de autoconocerse, reconocerse y aceptar las propias vulnerabilidades. Ser perfectos es bastante inhumano.

Por lo que te he hablado y seguramente has leído, pondría, sin duda la habilidad de articular a otros, a los distintos creando espacios en los que sea posible que aparezca el diálogo porque aparecen las personas antes que las posiciones y solo esa condición permite que se inicie el camino a la convergencia aun cuando no haya coincidencia plena.

En ese perfil privilegiaría el fortalecimiento de la humanidad sobre el avance de un progreso que la ponga en riesgo y la importancia del respeto y el cuidado a la eficiencia. Tenemos y tendremos suficientes avances tecnológicos que ya la producen.

Siguiendo el hilo de mi primera respuesta, deberían ser líderes que defendiesen el derecho irreductible al libre albedrío y a la conciencia que somos parte del mismo universo. Que creyeran que si algún mercado hay que potenciar es el del entendimiento. Hay muchas más cosas que podría decirte en esta línea, pero creo que te expreso el corazón de mis ideas.



Juan y Aleka han estado enviándose correos para construir esta conversación. Seguramente su epistolario no termina aquí. Despertar la conciencia supone mucha esperanza, mucha perseverancia y seguir hablando de cómo construir despertadores que nos lleven a abrir los ojos con alegría a una mañana azul de cualquier mes, de cualquier año, del universo entero.