Juan Vera

View Original

Artículos Articulados

El cuidado como política social

Coautores de este artículo: Hans Rosenkranz y Juan Vera

Juan escuchó hablar de Hans unos años antes de conocerle. Desde el 2005 Juan formó parte de la Fundación Desafío de Humanidad, donde coincidió con Alejandra Pizarro, la primera gerente general de la Comunidad de Organizaciones Solidarias (COS) que se creó desde el impulso de la fundación. Un día Alejandra habló de Hans al grupo de encuentro al que ambos pertenecían. Se refirió a un joven con talento, a un hombre de alma grande y con un gran sentido de lo social.

Años más tarde Hans y Juan se conocieron en el movimiento 3xi del que la COS es una de las instituciones promotoras. Las primeras veces fue en reuniones de coordinación de ideas o de diseño de los encuentros entre pares improbables que querían organizar.

Fue interesante comprobar que tenían muchos puntos en común sobre sus visiones sociales y políticas. Cuando Hans intervenía en los chats Juan mostraba su acuerdo y viceversa.

Más recientemente, decidieron tomarse un café juntos, conocerse más profundamente y ampliar sus posibilidades de colaboración. Juan lo anotó en su lista de compañeros de escritura para los Artículos articulados y Hans aceptó sin dudarlo.

Por eso, en estos momentos en los que la sociedad requiere de tanto cuidado, ambos se sientan en un nuevo café virtual para conversar. Juan lanza la primera pregunta.

Juan Vera (J.V.):— Querido Hans, me alegra mucho que hayas aceptado mi invitación. Vamos a conversar sabiendo que lo que nos digamos será público y podrá concitar adhesiones y diferencias. Pero estoy seguro de que el respeto presidirá todo lo que expresemos. Se habla mucho de la importancia de una política social. ¿Qué entiendes tú por política social en el mundo en el que estamos viviendo?

Hans Rosenkranz (H.R.):— Gracias, Juan por tus palabras, y es cierto que hace ya un tiempo que hemos venido coincidiendo en lugares e ideas, y estoy seguro de que este café virtual no será la excepción.

En los días que estamos viviendo, de mayor acceso a información y con aumento de los populismos en el mundo, pero al mismo tiempo en un alza del nivel de bienestar material, parece ser que el concepto de política social cobra una relevancia especial.

La política social es aquella que busca elevar los niveles de bienestar en la población, principalmente, pero no exclusivamente, en aquellos en situación de pobreza y exclusión. Temas como el acceso a la salud, al transporte, a la vivienda, incluso al trabajo y a la educación, son elementos habituales en la política social de un país.

La existencia de la pobreza ha sido el principal gatillante histórico de la política social en los países, sin embargo, conforme estos han comenzado a desarrollarse, las políticas sociales han tomado un cariz más universal. Hoy las políticas sociales universales buscan construir no sólo una sociedad más igualitaria, sino también una sociedad más cohesionada con altos niveles de paz social.

En contraste, hoy vemos que el aumento al acceso de información que ha quitado el velo a escándalos de corrupción y abuso de poder. Ha ido mermando la confianza en instituciones que se han vuelto cada vez menos efectivas en proveer soluciones a los problemas de la vida moderna, haciendo que tengamos una gran población de desencantados del sistema democrático, que prometió no sólo un voto por persona, sino también mayores niveles de bienestar.

Ante esto, y cómo ya hemos ido vislumbrando, parece que una buena política social no es sólo el antídoto a la pobreza, sino también el escudo protector ante populismos, segregación social, subdesarrollo y violencia. ¿Te suena alguna relación con lo que hemos ido viviendo en Chile?

En tu experiencia Juan, ¿de quién es el poder para hacer estos cambios?, ¿qué liderazgos necesitamos para avanzar hacia un Chile más próspero?

J.V.:— Desde luego, Hans, que me suena y no sólo en lo que se refiere a Chile. Lo miro desde un mundo a cuyas riberas llegan algunas oleadas comunes. Una de ellas es la del derrumbe de la confianza en las instituciones. Algo muy grave.

Coincido contigo en que la política social busca el bienestar de los ciudadanos que produzca su bien vivir y, en ese sentido, es muy difícil que esto ocurra sin confianza. Por eso, considero que toda política que persiga la polarización no es política social desde su esencia.

Por eso, supongo también que ambos estamos en un movimiento que promueve el diálogo y el encuentro y, por el mismo motivo, cuando trabajo en el espacio del coaching político trato de mostrar la insuficiencia y la pobreza de un liderazgo basado en el ataque y en la creación de enemigos a los que derrumbar, más que en proyectos comunes que construir.

No será un Chile más próspero ni un país cualquiera más próspero aquel que busque el enfrentamiento, por mucho que pueda seguir logrando crecimiento económico. El bienestar material promedio de una sociedad no explica el bienestar social si es que no se hace cargo de la desigualdad y de aquello que en cada momento una sociedad va considerando que dignifica su vida.

En el momento en que conversamos ambos formamos parte del encuentro promovido por el movimiento 3xi que lleva por nombre “La ciudad no da más” y que reúne a expertos, políticos, empresarios del sector inmobiliario, financieros, emigrantes sin vivienda, personas de barrios sin condiciones de vida digna, y a muchos otros integrantes de los medios de comunicación, la academia, y un largo etcétera. El gran quiebre sobre el que conversar no es solo el que no haya casas o acceso a la vivienda para los más pobres. Es también la habitabilidad armónica de las personas que viven en un espacio determinado que promueva la convivencia.

Y volviendo a la idea de política social quiero traer una frase de la filósofa Hannah Arendt: “La natalidad y no la mortalidad puede ser la categoría central del pensamiento político”. Y desde ella te pregunto: ¿Qué crees que tiene que nacer para que surja la política social que este momento está pidiendo nuestra sociedad?, ¿cuál es el llamado?

H.R:— La pregunta es, a mi juicio, compleja y me gustaría aportar con una arista que creo tiene impacto en este desafío: La participación, como método y antídoto a la segregación y la exclusión.

Lo primero es entender que la política es aquello que hacemos cuando estamos juntos. Estar juntos requiere renunciar a una cuota de libertad, pero sólo de esta forma lograremos alcanzar fines superiores, que finalmente nos proveen mayores niveles de libertad.

A mi modo de ver diría que tendría que nacer una revalorización de la escucha de aquellos con menos participación en la polis, en la sociedad. Hoy, al contrario, son pequeños grupos de líderes de distintos sectores los que son excesivamente escuchados para resolver problemas complejos.

El reflejo de esto son innumerables políticas sociales que parecen racionalmente correctas como la “la escalera de la superación de calle”, donde las personas tenían que ir resolviendo sus problemas de adicción y salud mental, entre otros, antes de acceder a una vivienda para salir de la situación de calle.

Hoy el único programa con impacto demostrado en estos temas es “Vivienda primero”, que nace en Estados Unidos con el doctor Sam Tsemberis, que escuchó a las personas sin casa seriamente. Ellos le dijeron qué es lo que necesitaban para salir de la calle. La respuesta fue clara: una casa.

Así entonces, para lograr las políticas sociales que hoy necesitamos, que sean efectivas y que al mismo tiempo nos unan, se hace necesario incorporar la participación. Y eso requiere de una cierta renuncia de los sobre-escuchados (la élite) y la escucha de los más postergados.

Este ejercicio societario es muy complejo de lograr de forma sistemática y está llena de vicios y prejuicios. Quizás por eso el diálogo, y no el debate ni la negociación, juega un rol tan importante en los problemas complejos.

Desde tu experiencia, Juan, ¿por qué nos cuesta tanto escuchar a otros, validar y valorar sus propuestas cuando tienen menos poder, estudios y/o estatus?, ¿cómo podríamos avanzar hacia una sociedad que escucha, cuida y valora a todos sus ciudadanos?

J.V.:— A veces, Hans, solo sirve la evidencia de que lo que esa élite propone no resuelve los problemas. Lamentablemente, ese es un camino que conlleva dolor y que muchas vidas se arruinen porque hay que esperar al fracaso. Otras, es la posibilidad de que quienes pertenecen a esas burbujas se acerquen a la realidad, pisen el terreno en el que la desigualdad se produce. Y para que lo pisen lo mejor es que sean invitados por personas a las que legitimen.

En todos los sectores hay personas abiertas y cerradas. ¿Dónde están los abiertos?, ¿quiénes son los que creen que solo podremos tener resultados de calidad si tenemos una comprensión más amplia y conversaciones diferentes? En todas las transformaciones no impuestas por la fuerza se han producido procesos de “conversión”. Es necesario identificar a esos posibles conversos del valor social.

El filósofo político español Daniel Innerarity, a quien sigo y cito muchas veces, decía en una entrevista que le hicieron en Argentina este 22 de julio: “Hay que comprender lo que se desprecia”. De lo contrario lo que se desprecia quedará excluido, sin preguntarnos por qué lo despreciamos. Pero acercarse a esa idea no debería ser tan difícil, bastaría con tener la creencia de que las cosas se transforman. Y si es así, podríamos poner bajo sospecha aquello que consideramos cierto y, por tanto, el único camino a seguir.

Tú me preguntas por qué nos cuesta tanto escuchar a otros y la primera idea que me viene a la cabeza es porque nos enseñaron a estudiar y aprender solos. Y así aprendimos que el logro depende de nuestro esfuerzo y superación personal, que desde luego es encomiable, pero en el camino nos fuimos alejando de lo colectivo. Cuando no creemos suficientemente en lo colectivo, acercarse a los otros no nos resulta natural.

Por eso, valoro profundamente todo lo que supone promover la cultura del encuentro, porque en el encuentro nos encontramos también con nosotros y con esas creencias que nos separan y que podemos transformar. Una de ellas es la de que quienes pertenecen a clases sociales económicas de menor poder o quienes tienen menos cultura son menos inteligentes. En la época en que dirigí la escuela de negocios ESDEN en Madrid hicimos un estudio en la Fundación Europea para el Desarrollo de la Gestión (cuya sigla en inglés es EFMD) donde se mostró que eran más los emprendedores exitosos que tenían estudios medios que los que tenían magíster o doctorados. Es un ejemplo al que he recurrido muchas veces.

Mi última pregunta, Hans, está dirigida a la Comunidad de Organizaciones Solidarias (COS) que diriges. Cuéntame en qué forma estáis contribuyendo a una política social más cercana a lo que estamos conversando.

H.R.:— La Comunidad de Organizaciones Solidarias (COS) es una comunidad, como su nombre lo dice, que agrupa a más de 250 organizaciones diversas en temas, sensibilidades y orígenes, que deciden trabajar juntas por el anhelo de que juntos podremos abordar los problemas más difíciles de la sociedad, superar la pobreza y la exclusión. Desde aquí, muchas de las organizaciones han nacido de la experiencia en primera persona. Hay casos de fundadores que son madres con hijos con cáncer, con discapacidad, personas que les fallece una persona por accidente, o simplemente desean ser voluntarias de una causa. Todo ello genera una motivación en líderes sociales increíbles, que la mayor parte de las veces dejan todo para contribuir a resolver un problema o una dolencia que sufren comunidades, territorios o pequeños grupos de personas.

Por eso, la mayor riqueza que puede tener una organización como la nuestra es la diversidad de liderazgos con propósito que son actores de cambio real en la vida de millones de personas en nuestro país.

Uno de nuestros lemas más repetidos y que más representan el sentido de ser comunidad es: “Abajo las marcas y arriba las causas”, pero por Dios, qué difícil que es practicarlo cuando necesitas levantar fondos y hacerte más visible. Sin embargo, somos testigos de que ese intercambio se logra y se logra casi siempre con renuncia y voluntad de encuentro.

En nuestros más de 16 años hemos visto que la unión hace la fuerza en cientos de casos y así se han logrado normas, reglamentos, dictámenes y leyes que han comenzado a considerar la perspectiva de aquellos que usualmente están excluidos. Creo que esa es la principal contribución social.

Llegados a este punto Juan, no sé si puedo hacerte una tercera pregunta, pero si el tiempo lo permite, y desde tu experiencia del Programa Articular, ¿por qué nos es tan difícil bajar nuestras propias marcas?, ¿dónde hay oportunidades para facilitar esto y lograr avances colectivos? Me encantaría conocer tu visión sea en esta conversación que hemos articulado o luego ya en persona y ante un café real.

J.V.:— Sí, claro, Hans. Hagámonos tiempo y espacio para responder a tu pregunta. Parte de mi respuesta me lleva a lo que planteé en la anterior, cuando te decía que nos enseñaron a aprender solos y a intentar destacar solos. Hemos construido una sociedad basada en competir. Desde la competencia como estrategia, la colectividad sólo tiene cabida para enfrentar al enemigo común. Para el resto de nuestro actuar resulta más conveniente crear ventajas y poner barreras para defender nuestra diferencia y nuestra marca.

En definitiva, nos es tan difícil porque lo que planteamos es contracultural. Por suerte, vamos siendo más los que no nos sentimos representados por esa cultura. En la introducción de este artículo el narrador omnisciente decía que Juan (es decir yo) supo de ti a través de los elogiosos comentarios de Alejandra Pizarro, esa maravillosa mujer de la que ambos tenemos el privilegio de ser amigos. Ale, en la época en que compartimos grupo de encuentro en Desafío, solía repetir que lo que nos unía era porque en el grupo encontrábamos respuesta a un anhelo profundo que está en la esencia humana, el de ser comunidad.

Por eso, me encanta vuestro lema: “Abajo las marcas y arriba las causas”. La marca habla del quién y no del para qué. La competencia nos lleva a poner énfasis en lo individual en ese “quien” que quiere prevalecer, la causa se basa en ese propósito en el que podemos unirnos.

El poeta libanés, a quien en nuestra cultura llamamos Khalil Gibrán, termina uno de sus relatos poéticos diciendo:

“El río precisa arriesgarse y entrar en el océano. Al entrar, el miedo desaparecerá, porque en ese momento sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino de volverse océano….”.

Lo colectivo no anula al individuo, lo sublima haciéndole océano. Eso requiere darle importancia al propósito superior, a la convivencia, al hogar común. En el Programa Articular que tú citabas una de las reglas es no sacar ventaja del espacio colectivo y trabajar horizontalmente porque mi causa forma parte de una causa superior.

Cuando enseñemos eso en las escuelas habrá menos fondos concursables y más servicios que surjan de la colaboración, porque más que la reputación de mi marca tendrá valor el impacto humano de las acciones realizadas en comunidad.

Para que ocurra tenemos que hablar de ello, exponerlo y vivir la experiencia. Cuando ocurre es inolvidable y se puede expandir.

Gracias, querido Hans, por haber aceptado mi invitación.

***

Hans y Juan terminan su conversación. Sus nombres tienen el mismo origen. Al rastrear su etimología podemos llegar al hebreo y a la palabra que significa: “Dios es misericordioso”. Esa misericordia que implica poner tu miseria en mi corazón, compartir la sombra y la luz. Ser parte de algo más grande que nos supera.

Quedan emplazados, sin decírselo expresamente, a ese café con aroma en el que hablarán del océano y no de los ríos que desembocan en él. No importa que sean de generaciones y orígenes tan diferentes. Saben que este intercambio de preguntas es solo un principio.