Juan Vera

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Desde nuestro punto de vista

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La naturaleza interpretativa de los seres humanos nos libera de ser literales, es cierto, pero también nos habla de la existencia de determinados códigos individuales de interpretación. 

Cuando el biólogo chileno Humberto Maturana nos define como seres interpretativos, nos está señalando que cuando miramos fuera de nosotros interpretamos lo que vemos desde nuestros propios lentes interiores. Unos lentes, por cierto, de los que raramente tenemos consciencia. La liberación de la literalidad se enfrenta así a la posible esclavitud de nuestro sesgo. 

Por eso lo habitual es que todos tengamos un punto de vista y la fantasía de que es la forma adecuada de ver las cosas.

Parados en nuestro punto de vista llevamos siempre razón y podemos aceptar que se tomen duras medidas contra quienes difieren de reglas que consideramos válidas, de derechos que nos parecen obvios, de la misma forma que nos cuesta reconocer derechos o reglas que no sean los de nuestra cultura o más individualmente de ese punto de vista en el que estamos instalados.

La crueldad se mide de manera distinta cuando pateamos a alguien por defender a los nuestros que cuando otros lo hacen a alguien que está sentado en la vereda de enfrente aunque ignoremos sus motivos. Los puntos de vista son también puntos de ceguera.

  • ¿Es inevitable que tengamos un punto de vista? 

  • ¿Es posible que nuestro punto de vista sea el de la comprensión general de lo que nos rodea? 

  • ¿Y si fuera así, como nos relacionaríamos con quienes tienen una comprensión que juzgamos estrecha? 

  • ¿Puedo considerarme disculpado porque sea sólo intolerante con los estrechos intolerantes? 

  • ¿No serán los intolerantes simples mortales que tienen su punto de vista?

Me hago estas preguntas con temor y perplejidad. Temor a ser uno más de los que se consideran amplios pero que, a la vez, esté lleno de sesgos. Perplejidad de que no sea evidente que sólo nos queda el camino del respeto profundo, la búsqueda de los mínimos comunes que nos permitan vivir en el mismo mundo y de una forma de administración de esos mínimos.

El avance de la diversidad y el reconocimiento a lo distinto, un importante logro de las últimas décadas, con su exaltación del derecho a los diferentes puntos de vista no ha venido unida a avances similares en la forma de lograr que esos derechos puedan convivir sin violencia o sin que se produzcan nuevas formas de injusticia. Menos aún a que se profundice una educación en el respeto y el cuidado de lo diverso.

Avances y retardos tan opuestos suelen traer escenarios de desequilibrio.

El equilibrio entre la aceleración y la lentitud

Las aceleraciones siempre aumentan el riesgo cuando los equilibrios existentes están basados en ciertos niveles de velocidad. Por otra parte, la lentitud, cuando todo empieza a ir más rápido, solo colabora a aumentar el riesgo.

Vivimos ya una clara amenaza en el ámbito de la tecnología -de la que hemos hablado en otros artículos- cuando una velocidad de implementación superior a la de la comprensión y evaluación de sus impactos negativos puede llevarnos a un nuevo tipo de sumisión. Parece entonces que urge el establecimiento de criterios, valores y sensibilidades que se propongan la redefinición de lo qué llamaremos convivencia armónica en un mundo digital y con diversidades múltiples que avalan legítimos puntos de vista. Hablo de la urgencia de conversaciones que no estamos teniendo. Hablo de énfasis en verbos como cuidar, respetar, dialogar, acercar. Hablo de más sociedad.

El punto de partida no es fácil cuando se ha devaluado el concepto de obligación, cuando la obediencia es un valor decadente como también lo es el esfuerzo, cuando se permite la libertad de los algoritmos con independencia de la verdad o posverdad que propaguen y además la felicidad es una expectativa individual y no social.

Según escribo estas ideas soy consciente que pueden parecer políticamente incorrectas en el escenario que describo, pero el silencio como una forma de neutralidad nunca ha sido progresista ante la injusticia y la violencia. Según escribo no puedo dejar de reconocer que también este es un punto de vista.