Cuando llamamos política a la antipolítica

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Coautores de este artículo: Fernando Véliz y Juan Vera

Fernando y Juan se preguntan desde cuando se conocen. No tienen clara una fecha determinada. Fue, desde luego, en la órbita de Newfield Network. Fernando ejerció como responsable de comunicaciones durante un tiempo. Juan aún no había llevado el programa de Coaching para Transformar el Poder y la Política que poco después formó parte del catálogo de Newfield, pero era alguien cercano. En algún momento, Fernando, sabiendo la afición de Juan por escribir le pidió artículos para la newsletter que tenían para la comunidad de alumnos.

Cuando Juan repasa sus archivos encuentra un artículo de noviembre del 2013 titulado “Aprendizaje y coaching en las organizaciones”, en cuyo comienzo reconoce haber sido invitado por Newfield a escribirlo. Encuentra otro más específico de enero 2015 que se titula “Y de pronto esa violencia, ¿qué nos está pasando?”, cuyo comienzo es evidente: “Me plantea Fernando Véliz la inquietud por este momento que vive Chile: tras aparentes avances y progresos, tras las cifras que hablan de un país que se va destacando en su región, aparece el descontento cada vez más generalizado y las formas violentas de expresar esa molestia. «¿Qué conversaciones necesitaríamos?», se pregunta y me pregunta Fernando”.

Aparece en ese primer párrafo algo que les unió desde el inicio: su interés por la política como un eje central de la vida en sociedad y a Juan le sorprende hoy que estuviesen vaticinando lo que estalló pocos años después. Una muestra de que no se tuvieron esas conversaciones sociales.

Pronto descubrieron otros intereses comunes, como la escritura. Juan había publicado una novela en España en los años 80 y un libro de relatos en Chile en el 2004. Fernando había publicado Comunicar: Construyendo diálogos en 360º para empresas del siglo XXI en 2012 y Resiliencia organizacional en 2014. 

Después ambos han seguido escribiendo. Fernando está a punto del lanzamiento de su nuevo libro titulado ¿Por qué confiar? ¿Y por qué no? Han seguido teniendo contacto intermitente para hablar de otro foco común como es lo latinoamericano desde la perspectiva migrante. Fernando es chileno residente en Colombia y Juan español residente en Chile. 

Juan Vera (J.V.):— Querido Fernando, gracias por aceptar mi invitación, sobre todo sabiendo que no te gusta el término de antipolítica que aparece en el título propuesto, pero yo lo tengo de una forma insistente en mis últimos pensamientos, de forma que ambos sabemos que podemos tener un desacuerdo de partida, lo que parece un atractivo adicional. 

Compartimos otros muchos términos y preocupaciones y sobre ellas quiero preguntarte, volviendo a aquel artículo del 2015: ¿Qué conversaciones están faltando en la sociedad que observas?

Fernando Véliz (F.V.):— Mi querido Juan, gracias por este espacio de reflexión y cocreación. Para mí es un honor este diálogo escrito de ideas que estamos llevando a cabo. Y frente a tu pregunta tengo varios temas por sumar… ¡Partamos!

Actualmente, nuestra sociedad vive el desconcierto diario de mirarse y no reconocerse. Por desgracia, no logramos validar a quién tenemos reflejado en el espejo. Nuestro país, poco a poco, está comprendiendo con el tiempo, que no éramos ni tan “ingleses”, ni tan “jaguares”, ni tan incorruptibles dentro de América Latina. Y con esto, nuestra soberbia comienza a aplacarse. 

De esta forma, los compatriotas empiezan a entender que un país, una sociedad, un territorio, es el resultado de un cúmulo de creencias conductuales, de valores, de ritos, mitos e hitos, y todo esto se aplica al día a día en forma espontánea y auténtica. Es decir, como sociedad comenzamos a validar la posibilidad de resignificar el quiénes somos, ya que esta, la identidad, actualmente transita por senderos entrecruzados como son el neoliberalismo, el subdesarrollo, el consumismo, la fragmentación social, la exacerbada tecnología y, lo más importante, el permanente enigma de leer correctamente y en forma consciente, ojalá, nuestras acciones cotidianas. 

Por lo mismo, pienso que estamos en un histórico y desafiante punto de inflexión; tensión existencial, donde urge un rediseño de nuestros valores y creencias para, de esta forma, habitar un territorio humano más cohesionado y conectado con un futuro posible, con un destino verdaderamente colectivo. ¿Por qué no?

Desde este escenario, me imagino las múltiples conversaciones que le estarían faltando a nuestra querida nación. Entre estas: repensar la inequidad y la distribución de la riqueza, como un tema básico por abordar; comprender la migración como una instancia de crecimiento multicultural, ordenado obviamente; respetar la vejez como un espacio sagrado con vidas dignas y factibles; asumir el tema medioambiental como una dimensión urgente por sostener ¡ya!; entender que la tecnología sólo debe estar al servicio de nuestras vidas, ni más ni menos; asumir que la infancia resulta hoy un dolor urgente por transformar; comprender que la inclusión debe ser una constante a la hora de forjar comunidad/país; definir que la justicia debe ser para todos por igual sin diferencias ni abusos; orientar que la salud pueda resultar una oportunidad para dar verdadera calidad de vida a las personas; enfatizar que la educación es más que un título, la educación es consolidación de verdaderos capitales simbólicos vivos (ontológicos, axiológicos y gnoseológicos); entender que el hacer de la política es más que solo concentrar el poder y trabajar para agendas individuales, agendas mezquinas muchas veces; remarcar que urge repensar las ciencias para así imaginar un mejor futuro, más disruptivo e innovador; resignificar el valor del trabajo como instancia de expansión y desarrollo humano, no como excusa para explotar y jibarizar a las personas.

¡En fin! Lo que hoy está en juego es el poder y el acceso real a tomar decisiones y, con esto, a cambiar el curso de nuestras propias vidas desde conversaciones significativas y valientes. Y, de igual forma, asumir que si este poder no conecta con el sentido del por qué y el para qué de la existencia humana su hacer dinamizador será insípido en sus resultados. 

El reto no es menor. “La conversación es la expresión de nuestro modo de pensar”, es una frase que se le atribuye al filósofo Séneca. Y es desde esta instancia reflexiva, que aún faltan conversaciones más simétricas y justas por llevar a cabo; diálogos verdaderamente comprometidos y fraternos en su ejecución. Y como lo enfatizó en su momento Aristóteles: “Si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia”. 

 
 

Desde esta perspectiva, Juan, ¿cuál sería el rol del mundo político para hacer de este abanico de urgencias posibilidades reales para habitar en el futuro un mejor país?

J.V.:— Puedo acudir a tu respuesta para responder a tu pregunta y no solo sería una forma de mostrar mi acuerdo con lo que dices, sino la constatación de que el rol del mundo político es lograr que esas conversaciones sucedan. Más aún diseñar los espacios en los que esas conversaciones no sean el escenario para la descalificación y el intento de imponer criterios por mayorías que son circunstanciales.

La política no es, a mi juicio, el ejercicio de someter a votación decisiones sin que exista el esfuerzo de la comprensión y el intercambio de pareceres dentro de ese espíritu aristotélico al que haces mención. Gracias por traer esa frase que ya tenía arrumbada y llena de polvo en algún armario de mi memoria.

Antes de avanzar más, quiero traer la pregunta:¿De qué hablamos cuando hablamos de política? Y la traigo para ambos porque de pronto todo es política o nada es política. La polisemia es un signo de abundancia, o al menos yo lo he visto así con admiración a esas palabras que pueden significar cosas diferentes según el contexto en el que aparezcan, pero también contribuye a la confusión y a la posibilidad de meter ciertas cosas que se contraponen dentro del mismo saco.

Como siempre te digo cuando hablamos, para mí, política implica polis: vivir juntos, convivir, paz, la búsqueda de lo común, reglas para la inclusión, ética y valores. Cuando un gobierno o un grupo social trata de exterminar, segregar, expulsar, excluir, impedir, ¿está haciendo política o está ejerciendo el poder por la fuerza?

Encuentro en un artículo que escribí en julio 2022 el siguiente pensamiento con el que sigo estando de acuerdo: “Si la política es el arte de la convivencia, la anti-política es la habilidad para la polarización. Las posturas que surgen de considerarse poseedoras de la verdad, de la solución o de la supremacía moral, así como los medios de comunicación que buscan rating aprovechando el sesgo negativo de nuestro cerebro, no hacen política ni contribuyen a ella, buscan imponer sus reglas y su visión. Para ellos negociar es cosa de cobardes y llegar a acuerdos de pusilánimes. En realidad, no les importa el Estado como un concepto plural, el Estado son ellos, para seguir con alusiones francesas”.

El rol del mundo político es hacer política, aunque dicho sin contexto parezca de Perogrullo. Eso supone leer detenidamente el momento, las sensibilidades y las emociones imperantes para determinar el marco de lo posible sin que se produzcan deterioros mayores. Esto lo hemos vivido en los procesos de transición a la democracia que han sido exitosos porque han tenido una profunda lectura.

¿Qué nos dice el tiempo político de hoy? Las encuestas dicen que la credibilidad de los políticos es la más baja o de las más bajas del entramado social. Por eso considero que el primer paso es recuperar su credibilidad y desde mi punto de vista ello implica recuperar la valentía del diálogo y la gentileza que propone Aristóteles.

¿Qué te produce lo que planteo, estimado Fernando? Y si estás de acuerdo, ¿qué argumentos están disponibles para invitar a que esto suceda?

F.V.:— Juan, estoy plenamente de acuerdo con tu forma de entender la política, en la medida que responde a dimensiones axiológicas sobre un fin urgente por siempre blindar: el bien común. Y este acierto existencial surge cuando la educación y la ética están en sincronía desde un actuar consistente y acuñado en nuestra propia biología cultural (sistema democrático). “La mejor manera de encontrarse así mismo, es perderse en el servicio a los demás”, sostuvo Gandhi.

Pero hay que decir también que existen las trampas forjadas desde nuestra propia condición humana. Trampas creadas desde una errada naturaleza individualista, instancia en donde aparece la codicia, la traición, el desparpajo, la transacción, el individualismo, la indolencia, la inconsistencia, el despropósito… y con esto surge en nosotros el acto precario de soltarlo todo (convicciones y creencias) sin gran contradicción y solo abrazando “mi propio” bienestar, como único recurso válido para habitar este mundo. Por lo mismo, siempre he pensado que cuando el poder es egoísta, sólo para mí, es porque hay algo que cambiar. “El egoísta se ama a sí mismo, sin rivales”, es una frase atribuida a Cicerón.

Y pienso que esta trampa que se hacen los propios sistemas políticos para alcanzar la cima muchas veces están originadas por emprender la toma del poder sin un real proyecto democrático previo o sin valores adecuados o carentes de un propósito común desde una épica posible. 

Es decir, el hacer de la política si surge solo desde dimensiones de poder exacerbado o forjado para aplastar a la contraparte, sin más ni menos, bajo ese solo criterio (extermino), todo comienza a crujir y, con esto, se acumula fragilidad para un futuro próximo. 

Años atrás, frente al tema del poder, Pepe Mujica, entonces presidente de Uruguay, fue claro al plantear que: “El poder no cambia a las personas. Solo revela quiénes realmente son”. Y cuando observo el desapego con el ego, el poder y la riqueza de este líder uruguayo, mantengo mi convicción en esta urgente necesidad de acceder a líderes justos y auténticos para, de esta forma, sostener un poder político legítimo y consistente en su hacer y proyecciones. Y, obviamente, las conversaciones inspiradas desde esta sólida mirada serán totalmente diferentes en la globalidad de sus posibilidades.  

Mi querido Juan, comparto contigo preguntas que siempre realizo cuando hago coaching a políticos, pienso en algo pueden sumar: ¿Cuál es el sueño político (propósito) que hoy lo mueve a buscar mayores cuotas de poder?, ¿por qué le interesa el poder?, ¿en qué se basan sus creencias frente al poder?, ¿cuáles son sus fragilidades y miedos personales ante el poder?, ¿cuáles son los límites que usted le pone al poder?, ¿qué nivel de coherencia y consistencia tiene su palabra frente al poder?, ¿qué haría usted para alcanzar mayores cuotas de poder?, ¿qué alianzas es capaz de emprender para así acrecentar su poder?, ¿qué está dispuesto a transar por poder?, ¿desde qué emocionalidad se conecta con el poder?, ¿el poder es para todos o para unos pocos?, ¿qué le pasa cuando no tiene poder?, ¿cuáles son los valores que movilizan su poder?, frente a la corrupción, ¿qué lo hace frágil para acceder a más poder?, ¿qué no haría por poder?, ¿se siente preparado para sumar mayores cuotas de poder?, entre otras. 

Juan, ¿cuáles son hoy los desafíos para hacer del coaching político, un lugar de desarrollo y expansión útil, más allá del presentismo de una circunstancial elección política?

J.V.:— El primer centro está en los coaches. ¿Cómo llegamos a lo político?, ¿qué aceptamos?, ¿a qué política servimos? Si, Fernando. El primer desafío está en nosotros. Hoy hablar de coaching es hablar de un lugar indefinido, un lugar de diversas verdades que se juntan con las verdades de políticos que llegan con sus fórmulas de un pasado que no nos sirve para el presente dinámico e inquietante en el que habitamos.

No sé si yo aceptaría hoy empezar con un político que no conozca, requerido para una campaña que, por supuesto, quiere ganar. Porque las campañas son la fase de acceso al poder, de ese gran atractivo que puede nublar otros propósitos. No niego que pueda ser un momento de conocerle más, pero es una etapa de vértigo con poco espacio para la reflexión personal, para el sosiego del pensar. Y es necesario distinguir claramente el coaching político del coaching de comunicación efectiva para conseguir que los ciudadanos voten aunque no hayan leído el programa. 

No se trata de hacerles atractivos, sino de acompañarlos al encuentro de su autenticidad. Lo que me pregunto es si están los coaches dispuestos a trabajar en proyectos de formación de líderes ¿Están dispuestos a vincularse con personas de distintas orientaciones para formar comunidades de servicio? Y hablo de formación de líderes porque espero que la sociedad llegue a la conclusión de que los líderes se hacen en el profundo contacto con el mundo y sus requerimientos.  

En esa “escuela” el coach puede colaborar en su educación. Estoy tomando para ello la distinción entre enseñar y educar que hace el filósofo español Josep María Esquirol. Enseñar es decirle a alguien el camino a seguir. Educar es acompañarle a que él y ella lo encuentren.

Los coaches, como los buenos maestros, estamos llamados para educar. Es decir, para acompañar el proceso en el que el acompañado se abra a la comprensión de las necesidades del mundo, de los territorios, de las generaciones a las que quiera representar, de aquellos sectores que quieren convivir con otros en la armonía de sus respectivas diferencias.

La política debiera tener la suficiente importancia para que nos educáramos para ella. No somos seres políticos por el mero hecho de formar parte de una sociedad. No somos políticos por meternos en la carrera política, como no somos escuchadores sensibles por tener la suerte de no ser sordos.

El gran desafío del coaching político es, para mí, que la sociedad llegase a tener la claridad de que necesitamos una escuela de líderes sociales y que los coaches optásemos por formarnos en distinciones políticas y participar de esa escuela dentro o fuera del espacio de ellas. 

 
Cuando llamamos política a la antipolítica - blog Juan Vera
 

Quiero decir que la escuela no solo tiene aulas o ágoras. Puede ser un concepto continuo de una sociedad consciente de su permanente transformación. Por eso, Fernando, en mi última pregunta quiero llevarte al futuro que ves para la política. ¿Crees que la democracia seguirá siendo el sistema de gobierno de las nuevas generaciones? Si no es así, ¿qué alternativas imaginas?

F.V.:— Cuando la democracia flaquea en exceso, como es el caso, es porque la política no está haciendo bien su trabajo. Y esto ocurre, porque actualmente la sociedad no tiene interlocutores válidos; porque escasamente se está gobernando con propósitos colectivos; porque el individualismo caudillista capturó las decisiones y, desde ahí, los errores se multiplicaron en exceso; porque la empatía del mundo político no logró escuchar en su momento los profundos dolores de la gente; porque el Estado se transformó en un botín y, desde ahí, la matriz codiciosa se disparó al infinito. Es decir, la democracia —instancia dialógica que aspira a consolidar acuerdos— en un momento se pierde bajo rigideces culturales; actitudes sobre ideologizadas y agendas laxas que logran, con el tiempo, opacar toda decisión y voluntad democrática.  

De esta forma, un buen líder para la política resulta una mera aspiración, si solo maneja el poder para saciar intereses personales. Por lo mismo, Nelson Mandela cuando asumió su mandato presidencial en 1994, fue claro al invitar al pueblo sudafricano a escuchar el poema de la escritora norteamericana, Marianne Williamson y, con esto, a explorar la grandeza humana desde la cocreación de un proyecto país. Ella escribió:

Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta. Nos preguntamos ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad ¿quién eres tú para no serlo? Eres hijo del universo. El hecho de jugar a ser pequeño no le sirve al mundo. No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras. Nacemos para poner de manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros. Como lo hacen los niños. No está solamente en algunos de nosotros, está dentro de todos y cada uno. Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.


Por lo mismo, si queremos fortalecer la democracia y así alejarnos de los proyectos populistas y autoritarios, el mundo político tendrá que hacer cambios profundos en su ecosistema de creencias, entre estos: 

Comprender que hacer política es el resultado de una ética compartida, no de un bien particular y transaccional; validar la palabra y los discursos como espacios de acción y efectividad (coherencia) y no como lienzos para pintar promesas “posibles”; aterrizar el oído al piso y escuchar desde la profundidad del sueño colectivo sin lecturas maniqueístas; entender la gestión y el hacer resolutivo —y con excelencia— como una aspiración y demanda transversal para el conjunto de los ciudadanos; mostrar resultados y ser valientes en las tomas de decisiones por complejas que estas resulten; pensar el futuro con rigor y ambición y consolidar cada proceso alcanzado; resignificar el rol de los partidos políticos, sus estructuras y dimensiones de representación; conectar a la política con dimensiones de servicio, voluntariado y espacios de colaboración y entrega; sostener un criterio único frente a la corrupción y el abuso de poder, definiendo límites precisos; acrecentar la escucha, participación y diseño colectivo de nuevos proyectos de gobernabilidad; expandir el actuar de la transparencia, el control y la fiscalización de las malas prácticas; educar al mundo político, a sus líderes y cuadros para hacer un trabajo en terreno siempre fortaleciendo la democracia por sobre cualquier excusa; validar la conversación como el gran y único recurso de encuentro humano; sumar la participación de la sociedad civil en los procesos de gobernanza; comprender que los puntos de acuerdo y colaboración son un triunfo para la estabilidad de un país; integrar el desarrollo global del ser humano (espiritual, económico, cultural) como instancia de validación; entender la “diferencia política” como un campo de posibilidades para un país inclusivo a nivel de ideas; modernizar el Estado y sus acciones como un instrumento de servicio eficaz para el ciudadano; abrazar la democracia como una dimensión sin edad, sin religión, sin nacionalidad, sin clase ni creencias…, ya que la democracia resulta hoy una voz colectiva que busca con ansias el diálogo empático y el encuentro fraterno. Con esto basta y sobra.

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado”, señaló Albert Einstein. 


Mi querido Juan, gracias por este grato y valioso espacio reflexivo. Comenzamos a aterrizar el coloquio. Última pregunta: ¿Cómo lo haremos para que los chilenos vuelvan a confiar en el hacer político, en sus prácticas y creencias? ¿Qué debiera ocurrir para revertir esta desencantada percepción? 

J.V.:— Creo, Fernando, que no es una tarea fácil, porque no se trata de establecer nuevas promesas, ni tampoco de cambiar las reglas de juego. La herida es muy profunda en Chile y en el mundo. Sufrimos guerras de naturalezas muy diversas en paralelo.

Estamos en un momento en el que además de todo lo que señalas como errores de la acción política, vivimos en la negación de lo que alguna vez valoramos. Me refiero al arte del acuerdo. En mi opinión, estamos regresando a estados de conciencia más primarios que dan valor a la polarización como expresión de que no formamos parte de un todo y por ello no todo puede convivir. Esa es mi principal preocupación, porque supone una validación implícita de la violencia y la exclusión como un medio para prevalecer.

Desde mi decisión de mantener esperanza te diría que, siendo uno de los fundamentos de la confianza el cumplimiento de los compromisos, ese es un punto de comienzo. ¿Qué compromisos hechos a la sociedad hay que cumplir?, ¿qué conversaciones no tenidas para lograrlos hay que tener?, ¿qué nuevo pacto social debemos declarar? Sin duda, todo esto es importante.

Sin embargo, el compromiso sólo es válido cuando es aceptado por el ciudadano como suficiente y mi foco principal es si ese ciudadano, que ya está preocupado por aspectos tan básicos como la seguridad y el surgimiento personal, tiene interés en un compromiso basado en mejorar la gestión de lo público y cumplir con ciertos postulados o busca manifestaciones de fuerza que le garanticen lo que realmente les preocupa.

La confianza en las democracias se desmorona cuando tenemos Estados fallidos que no tienen la capacidad de respuesta ante fuerzas tan contundentes como el crimen organizado, muchas veces dirigido desde otros países; o la de una inteligencia artificial no regulada y capaz de producir una dominación invisible o casi dulce; o la de la agitación desde redes sociales a través de las cuales la misma invisibilidad alienta la desorientación intencionada de los electores e incluso de los ciudadanos más conscientes.   

La confianza no se enfrenta a la no-confianza. Es más grave, porque la caída de las instituciones nos lleva a la desconfianza. Fíjate lo que está pasando en Chile, al que tú te refieres en tu pregunta, cuando estamos en medio de la tormenta del caso “audios” o caso “Hermosilla” en el que está quedando en evidencia la corrupción del sistema judicial, de empresarios y de ciertos políticos. Todos en una madeja que aún puede aumentar.

La no-confianza nos deja en un terreno de cierta neutralidad. Nos empuja al camino de ganarla. La desconfianza requiere de relegitimar lo que quedó deslegitimado y, tras ello, pasar a ganar la confianza.

Por todo ello creo que requeriríamos pensar en la necesidad de nuevos actores sociales que permitan replantearnos el comienzo de una conversación capaz de redefinir leyes y roles. Cuanto antes empecemos a no quitarle importancia a lo que está pasando mejor, porque no es fácil, pero es urgente y necesario.

Gracias, Fernando, por aceptar este diálogo de alto riesgo, sin caer en la tentación a soluciones fáciles dichas desde el salón de nuestras casas.

***

Fernando y Juan no se despiden. Al revés. Miran sus agendas para dentro de unas semanas. Fernando invita a Juan a que escriba el prólogo de su próximo libro. Juan le sugiere empezar una conversación para crear una escuela de líderes latinoamericanos.

Se va haciendo de noche, se dan la mano y enseguida Fernando le envía varios mensajes de WhatsApp con información que amplía la conversación. Juan le envía el link del primer programa de “Pares, impares” de CNN Chile.

Claramente no pueden terminar. La historia continúa.

 

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