Conversando con Daniel Innerarity
Aprender o no aprender, esa es la cuestión
Concluyo esta serie basada en la conversación que tuve con Daniel Innerarity en el marco de los Círculos de Lectura que inicié en el 2020.
Antes, quiero decir que en el tiempo transcurrido desde la segunda entrega, el mundo nos sigue dando señales de la incapacidad que tenemos para dialogar.
Da igual que el escenario sean las ramblas de Barcelona, la Araucanía de Chile, Tamaulipas en México o la oleada incesante de feminicidios, ante los que la política no está siendo capaz de dar respuestas que aseguren la convivencia social.
Es momento de reflexionar sobre esta problemática y lo que podemos hacer para subsanarla.
La incapacidad para aprender a dialogar
Esa incapacidad, cuando da lugar a la violencia, permite también la aparición del miedo, la separación y la culpabilización de los otros. Martha Nussbaum, en su libro La monarquía del miedo, introduce el escenario actual con frases como esta:
“De ahí que pueda resultar tan atractivamente fácil transformar esa sensación de pánico e impotencia en culpabilización y en una «alterización» de los grupos «diferentes», como son los inmigrantes, las minorías raciales y las mujeres. «Ellos/as nos han quitado nuestro trabajo». O, si no: «La élite opulenta nos ha robado nuestro país».”
Esta cita viene a colación porque en la parte final de la conversación que tuvimos con Daniel Innerarity me referí al desgarro que siempre implica la incompletitud de las ideologías políticas y sus visiones. A ese desgarro se refirió de nuevo él al responder a mi siguiente pregunta:
- Yo, como muchos otros, he ido cambiando mi idea de la democracia a lo largo del tiempo. Milité en el partido de Enrique Tierno Galván y en el proceso de fusión con el PSOE, que yo viví como una engullición. Entonces, comencé a comprender que la democracia no puede dejar paso a la tiranía de la mayoría vencedora, que el sustrato fundamental de la democracia es la convivencia y que todo gobierno que atente contra la convivencia imponiendo su fuerza, aunque llegue al poder por las urnas, no es en puridad un gobierno de espíritu democrático. ¿Qué piensas sobre esto, Daniel?
- Mira Juan, ¡qué bien que me has recordado ese tema del desgarro!, porque no me acordaba ya de esa idea. Justamente ahora mismo, estoy escribiendo un pequeño artículo para comentar un libro relativamente reciente de un politólogo español llamado Sánchez Cuenca. El libro lleva el prólogo de Iñigo Errejón y se llama La Superioridad Moral de la Izquierda. Aunque tiene ese título, luego el libro más bien refuta o matiza muchísimo esa expresión, esa tesis. De alguna forma, el título confunde. He vuelto a reflexionar sobre esa idea y no me acordaba de la literalidad, te agradezco que me la hayas recordado.
Escuchaba a Innerarity desde el pensamiento de que toda superioridad puede confundirse con la verdad y desde ahí tratar de imponer sus reglas, bien sea por la fuerza o por la infantilización de quienes, a su juicio, no tienen su altura, sea ésta intelectual, moral o sensible. La respuesta continuó...
Toda ideología siempre será parcial
- Si hay ideologías, si hay pluralismo en la sociedad, es porque nadie tiene una visión completa del mundo. No hay una perspectiva sobre la realidad que sea omniabarcante o excluyente de todas las demás, que sea olímpica, que pueda prescindir de la crítica y de la perspectiva de otros, del complemento, del contraste.
Yo soy muy partidario de las ideas en política. Incluso, no tengo inconveniente en hablar de ideología en política, siempre que la entendamos como un paso previo, como un paso que tiene que ver con la propia cultura política. Nuestra posición ideológica, nuestra visión del mundo es siempre parcial. Miramos la realidad desde un sitio concreto. Como decía Thomas Nagel, nadie tiene un nowhere, no tenemos un punto de vista de Dios.
Ser conscientes de esa particularidad nos lleva a impedir muchos errores que cometeríamos si la desconociéramos. Si nos pensáramos olímpicos, si pensáramos que podemos prescindir de los demás, estaríamos contradiciendo una de las grandes virtudes de la democracia.
Richard Rorty afirmaba con gran rotundidad que podemos defender nuestro punto de vista, con entusiasmo y con pasión, y saber, a la vez, que solo es un punto de vista. Es precisamente ese reconocimiento de la parcialidad de los puntos de vista es lo que nos ha llevado a la construcción de la democracia. Tenemos democracias, fundamentalmente, porque somos conscientes de que el contraste, la crítica, el libre flujo de información, la existencia de gobierno y oposición, la conciencia de que ninguna ideología es completa, son los elementos que pueden llevarnos a una mayor inteligencia social y a configurar sistemas políticos que sean más resistentes a cometer errores y no a insistir en ellos.
Escuchando esta parte de la entrevista me viene a la mente la columna reciente de Rosa Montero, dedicada al anarquista español Melchor Rodríguez García, que en un momento en que fue increpado y amenazado con violencia por defender a los prisioneros de ideas contrarias dijo, «Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas»
Una visión realista de la democracia
Atendiendo a mi mención, Daniel Innerarity agrega:
- Yo creo que esta no es una visión maximalista de la democracia, pero creo que es realista. Siempre cuento una anécdota. Viví unos cuantos años en Burdeos, cerca de donde vivió y murió Goya. Los franceses me preguntaban por qué Goya había vivido en Francia los últimos años de su vida. Les expliqué que en España, hasta la muerte de Franco, quien perdía las elecciones o quien dejaba de contar con el aprecio de los poderosos y de las élites, se tenía que ir. Algo que, además de ser una barbaridad desde el punto de vista moral, es una estupidez.
La democracia es el sistema en el cual los perdedores siguen teniendo un puesto, un lugar, escaños en el parlamento y se les debe seguir escuchando, porque tienen el derecho de un tiempo para hablar. Esto denota una gran inteligencia evolutiva de la humanidad.
Los humanos nos hemos matado, hemos realizado batallas, incursiones hostiles, hemos quemado a otros, hemos hecho mil barbaridades y evolutivamente, con el paso del tiempo, hemos ido poco a poco entendiendo que la convivencia exigía la aparición de un sistema político, en el cual, si alguien pierde, si alguien no tiene el poder, aunque no tenga la mayoría, tiene el derecho a seguir viviendo en el lugar donde elija. No tiene que irse, y además los beneficiados somos todos los demás, porque quién sabe si un día no tendremos que echar mano de esas ideas que en algún momento perdieron y vuelven otra vez a tener vigencia. La vida política en buena parte es cíclica… Me he ido un poco por la ramas…
Le digo que a veces las ramas están llenas de ricos frutos, como el del derecho a pensar diferente y sin embargo no perder la voz, ni ser perseguido o irrespetado.
La democracia es una opción para sociedades maduras. Por eso, las palabras de Daniel me llevan a pensar en Venezuela, uno de mis dolores políticos. No quiero hacer apología de ninguna de las puestas en escena de la democracia occidental. Nuestras historias están llenas de decepciones y de contradicciones profundas entre el espíritu y la letra, entre el discurso y la acción.
Mi acercamiento al mundo del poder y la política, como lo he dicho muchas veces, me ha hecho más compasivo con las posibilidades de hacer grandes cambios a la velocidad que los ciudadanos los quieren. Por eso voy a referirme a una decepción que no se relaciona con las dificultades de implementación de políticas, sino a una concepción sesgada de esas políticas, dejando pocas opciones para el diálogo.
Abro este tema a Daniel y él me hace ver que su punto de vista es el de la filosofía política. Alguna vez suele decir de broma que es mejor hacer política sin comparar. De hecho, él no dedica tiempo al estudio empírico de las constituciones, de las tradiciones o de las culturas políticas de los países. Suele tener bastantes reservas a la hora de dar una opinión porque cree que su opinión no es suficientemente autorizada y no solo en el caso de Venezuela. Pone varios ejemplos de preguntas que no podría responder, como por ejemplo del proceso constituyente iniciado en Chile o sobre los nuevos populismos argentino y mexicano.
Respeto la prudencia de Daniel Innerarity, me parece coherente con su posición de filósofo, porque como también sostiene Martha Nussbaum, “La filosofía no consiste en emitir pronunciamientos o dictámenes de autoridad” y en esta conversación él está en su calidad de filósofo político.
Un aprendizaje consciente
Estamos llegando al final del espacio destinado a mis preguntas. En el mosaico del Zoom, la atención de todos los participantes es permanente. Veo cómo toman notas, observo que estamos viviendo un instante de gran aprendizaje y sobre eso quiero orientar mi última pregunta:
- Recientemente, he leído tu libro Pandemocracia y quiero referirme a una preocupación creciente sobre si aprenderemos o no de lo que está sucediendo. No cabe duda de que es un momento único de nuestra historia. Leo en tu capítulo 12, que titulas “Aprender de la crisis”, la siguiente frase:
“El aprendizaje es algo que sucede en el paso del presente al futuro, no una confirmación de lo pasado. Por eso todo verdadero aprendizaje nos descoloca, aunque sea ligeramente, pero cabe imaginar que lo hará con mayor impetuosidad cuanto más profunda sea la crisis. En medio de la actual agitación, lo único que tengo claro es que quienes menos van a aprender son quienes se dedican a dar lecciones”.
Y, sin embargo, te pregunto, ¿qué podemos esperar de la política? ¿qué podría hacer un gobierno consciente para avanzar en el proceso de una ciudadanía también consciente?
- Se pueden hacer muchas cosas. En esa parte del libro que has leído, yo soy más bien cauto, porque escribí en un momento en el que estábamos en pleno confinamiento, cuando habían transcurrido apenas dos meses de la crisis sanitaria y ya todo el mundo estaba extrayendo lecciones.
Hay gente utilizando la crisis sanitaria para ratificar lo que ya sostenía desde antes. A mí esto me parece una falta de honestidad, entre otras cosas porque la crisis sanitaria ha supuesto un enorme, un gigantesco experimento colectivo involuntario, y de todo experimento se deducen cosas que antes no sabíamos y si lo que hay es una mera ratificación, podemos estar en el preámbulo de grandes errores.
Ahora bien, dicho esto, si tuviera que subrayar un aspecto, un aprendizaje o un conjunto de aprendizajes para nuestros sistemas políticos yo lo sintetizaría diciendo:
Tenemos que ganar capacidad estratégica.
Tenemos que pensar más en el futuro, menos en el presente.
El otro día, el gobierno de España decía que había diseñado ya un sistema de alertas tempranas para la gestión de crisis. A mí me preocupó por un doble motivo, primero porque eso significa que no lo tenía. Y segundo, porque un sistema de alerta temprana diseñado en medio de esta crisis seguramente ya no valdrá para la crisis próxima, que tendrá una naturaleza diferente.
No sabemos cómo será la siguiente crisis. No sabemos si va a ser sanitaria, si va a ser ecológica, si va a ser terrorista, si va a tener una clave u otra.
Hay otro aspecto, también, por el que insisto en esta cuestión de la prevención, de la anticipación y de la estrategia, y es el hecho preocupante de que, al mismo tiempo que en una crisis como esta, todo el sistema político y toda la sociedad se movilizan porque ven la muerte paseando por nuestras calles, constatando que ante una amenaza inminente, inmediata y poderosa somos capaces de modificar nuestro comportamiento, al mismo tiempo, digo, tenemos otra crisis que es más larvada, latente, menos perceptible, menos ostentosa que es la crisis climática, que ha producido, y va a producir, muchísimos más daños que esta crisis sanitaria, no me cabe la menor duda. Por consiguiente, yo lo que plantearía es:
¿Cómo conseguimos que el sistema político en su conjunto esté más atento a las señales latentes y suaves, a las alarmas pequeñas que el mundo nos está continuamente enviando?
Si me permitís, quiero contar algo personal. Mi vida intelectual está vinculada a las crisis. Nada más terminar la carrera, fui a Alemania y trabajé con Ulrich Beck, el teórico de “la Sociedad del Riesgo” y viví en Alemania directamente la crisis de Chernobyl. Con la explosión de Chernobyl, la ola de radiación del viento en aquellos momentos se dirigió hacia Baviera. Fue una cosa muy impactante, no tenía ninguna experiencia en nada parecido. Conocí lo que era no poder consumir determinadas hortalizas, lechugas y frutas, en aquel período de tiempo porque las autoridades sanitarias lo impedían.
En aquel momento fue muy claro para mí, y para nuestra generación, que la contaminación viajaba y no respetaba fronteras. Que vivíamos en espacios de amenaza desprotegidos, que las viejas protecciones de las aduanas -por cierto, todavía muy duras con la Alemania Oriental, pues estábamos antes de la caída del muro de Berlín- eran protecciones que no protegían de nada.
Desde los años ‘80, hemos vivido la crisis económico-financiera, la crisis climática, la crisis del terrorismo internacional, la crisis de las primeras empresas.com.
¿Qué lecciones podemos extraer de esta larga serie de crisis?
- Que hemos reaccionado en el corto plazo a las dimensiones más invasivas, más evidentes, más molestas de las crisis, pero hemos actuado poco en el trabajo de aquellas dimensiones que eran menos visibles, que eran menos brillosas. De ellas nos hemos distraído rápidamente.
Proteger el futuro
Mi respuesta a tu pregunta, Juan, sería: Trabajemos en aquello que no se nota demasiado, fortalezcamos en nuestros sistemas políticos compromisos para defender el futuro.
¿De qué hay proteger el futuro? De nosotros mismos, del presente tan invasivo en el que estamos.
Diseñemos un sistema de alertas tempranas para cosas que no existen.
Preparémonos para vivir en un entorno de creciente incertidumbre.
No estemos simplemente dándole toda la atención a aquellos que más gritan, que más protestan, que son más visibles.
Preguntémonos, también, por quienes están pagando las consecuencias de nuestras malas decisiones.
En definitiva, introduzcamos el futuro con toda su carga de indeterminación y apertura en nuestros cálculos actuales, nuestros cálculos presentes, hagamos una institución encargada del futuro, de las generaciones futuras, de la sostenibilidad política, hagamos una gobernanza sostenible. Yo creo que esa es la gran revolución, la gran transformación de nuestros sistemas políticos.
Hubo después algunas preguntas más y respetamos el tiempo comprometido con la sensación de que podríamos haber seguido hablando durante varias horas todavía. Las últimas invitaciones de Daniel Innerarity me hicieron pensar en la conversación con José Joaquin Brunner, semanas antes de la publicación de mi libro, cuando paseamos por la idea de una democracia del siglo XXI con un Gobierno de Estado que pensara el futuro y un Gobierno para la contingencia.
Deberíamos ser capaces de asegurar la presencia de los distintos pensamientos y la apertura a la innovación y a señales que no pasen por el tamiz del sentido común. Ese sentido que tiene sus fuentes estructurales en lo que ya fue y no tiene por qué seguir siendo, pero al que podemos estar condenados si no aprendemos.
“Aprender o no aprender, esa es la cuestión”, elijo como subtítulo de este tercer artículo de mis conversaciones con Daniel Innerarity, citando el parafraseo de Hamlet que hace Miklas Luhmann, el sociólogo alemán creador de la Teoría general de los Sistemas Sociales.
La dramática cuestión es enfrentarnos a un escenario de alta complejidad sin haber aprendido.
Finalmente, y con un profundo agradecimiento a Daniel Innerarity, coincido con él en que nada nos asegura sin embargo el aprendizaje tras la crisis. Podríamos seguir en medio de otra famosa declaración, la de Valclav Havel, aferrados al mundo que se derrumba, confiando en un milagro y dejando pasar la liana del futuro que emerge y que se configura ante nuestros ojos distraídos, adormilados de un sueño sin ambición ciudadana.