Cómo articular el encuentro en la polarización
¿Por qué vivimos en la polarización constante si por naturaleza somos seres que necesitamos de otros para sobrevivir? Las causas parecen ser muchas: la confianza rota, la falta de diálogo, la incapacidad de salir de nuestro modo de pensar, entre otras. En algún momento de la historia los posicionamientos se confundieron con la identidad y nublaron nuestras similitudes. Si queremos que el futuro no sea un sinónimo de destrucción tenemos que echar mano a nuevas formas de articular encuentros.
Hoy todo es hielo en la ciudad
“La única manera de sobrevivir a este siglo será la ayuda mutua. Quienes no ayuden a los demás serán los primeros en morir”, decía el científico francés Pablo Servigne durante una entrevista al diario El País el 3 de mayo de 2021. Hablaba también de la solidaridad natural que se produce entre quienes suben a la montaña ¿Ese sentimiento surge por la identificación de una pasión compartida o porque saben que están frente a un desafío que saben no poder afrontar solos?
Cualquiera sea el caso, la clave está en el nosotros, un colectivo que no surja en oposición a un ellos sino por algo superior a trascender ¿Qué preguntas podemos hacernos para entender que por encima de las diferencias hay un nosotros donde nuestros corazones no se hielan?
Uso el verbo “helar” en recuerdo del verso de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. El hielo me lleva a los polos y al verbo polarizar, perfecto para un mundo que se mira aterido en vez de cálido y donde se descubren enemigos en vez de seres diferentes. Es un mundo donde vivimos una separación profunda y somos refugiados en un rebaño que piensa como nosotros para guarecernos de ese vacío de hielo que nos aleja de quien solo vemos como adversario.
Lo que se hereda no se roba
¿Si somos seres gregarios cómo llegamos a esto? Tal vez sea nuestra incapacidad de ver que el ADN y la muerte nos unen y que todos nacimos de encuentros similares aunque las condiciones fueran diferentes luego ¿Es más importante cómo viajamos que el origen y el destino? ¿La separación llegó por el desacuerdo vivido en el presente o por un odio que traemos de otro capítulo en la historia? Hay herencias que impiden vivir juntos. La desconfianza puede ser transmitida igual que la simplificación de las interpretaciones o la vagancia para la búsqueda.
Las herencias separan muchas familias. Casi siempre hay motivos patrimoniales y no existe duda de que la desigualdad económica y del acceso y uso del poder nos separan, pero hay otra forma aún más intensa que nos lleva a construir nuestra identidad en la oposición a los otros. Soy en contra de ti más aún que a favor de mi propósito. Desde esa posición identitaria me sitúo un polo y ubico al otro en el opuesto. El ecuador queda para los indecisos, dubitativos, temerosos o cómplices que se autodenominan neutrales. Tal es la interpretación que hoy da glamour a lo irreconciliable y alimenta la idea de que sólo se puede sobrevivir forjados en el frío despiadado. Aún cuando el ecuador pueda ser un vergel abundante de posibilidades. Para los polarizados, ese espacio supone la muerte de una identidad heroica.
¿Qué necesitamos?
Para revertir la tendencia podemos echar mano a una narrativa de un centro del mundo en el que seamos un nosotros aprovechando la tensión de lo distinto para crear un talento superior y no para buscar la destrucción. Lo distinto no puede ser visto como una amenaza o impulsarnos a la huida. La clave está en encontrar legitimidad en lo distinto y agrandar cada vez más el nosotros.
A lo largo de estos años hemos experimentado poniendo a conversar a personas con la pauta de que no den a conocer su profesión, títulos, religión u opción política. En todos los casos llegamos a las mismas conclusiones: Vamos a conocernos más. Salgamos de las etiquetas para encontrar las raíces humanas que nos hacen parte del mismo bosque.
Las etiquetas generan un escudo y despiertan torbellinos de juicios. La polarización sobresimplifica el mundo, lo divide en buenos y malos; blancos y negros; izquierda y derecha; creyentes y ateos. En definitiva, en un nosotros y un ellos. En la cercanía somos buenos y malos a la vez. Nuestro ADN, como se ha demostrado, trae a todas las razas. Somos sociales y antisociales en distintos momentos de la vida. Hay creyentes que incumplen las reglas más básicas del humanismo y de sus propias creencias. También hay no-creyentes llenos de espiritualidad y de cuidado por los demás.
La miopía nos lleva a detener el reloj colaborativo y a sumirnos en la desconfianza. Como dice Pablo Servigne y tantos otros autores, la única manera de salvarnos es hacerlo juntos. Eso significa que no podemos encontrarnos si nos movemos de nuestros polos.
¿Cómo articular una cultura del encuentro?
No es fácil abandonar “nuestra verdad” si la hemos construido como sostén de identidad. Quizás sea bueno recordar las palabras de Byung-Chul Han:
“La verdad tiene lugar cuando las cosas se comunican entre ellas en virtud de una afinidad u otro tipo de cercanía, cuando están cara a cara”.
Sólo en ese momento predomina el afecto y se da un encuentro que pone en contacto lo que nos constituye en especie. Ocurre cuando nos sabemos parte de un destino inexorable pese a las diferencias y la irremediable cercanía emerge por encima de todos los antagonismos. Mirarnos cara a cara despojados de esas otras verdades-escudos y de los juicios-armaduras o los juicios-espadas supone:
Valorar la tensión nacida de la diferencia como posibilidad de sumar ángulos para comprender la realidad.
Acoger la duda como el principio de nuevas búsquedas del pensamiento y no como un momento de ignorancia prohibido. Abrirnos a la belleza del asombro.
Coincidir en que las relaciones marcadas por el afecto son las que convocan nuestra autenticidad. En el resto predomina la intención de convencer, la defensa y la toma de posiciones donde refugiarnos.
Reconocer que muchas veces hay caminos desconocidos, pero podemos transitarlos si estamos conectados y construimos una red de posibilidades que tome distintas formas según cada momento.
Combatir la apatía y la pasividad que nos convierte en comparsas del peor escenario.
Articular una cultura del encuentro supone generar conversaciones que en su diseño contengan estos principios. Implica salir de la arrogancia de pensar que mi polo es el centro del mundo. Es necesario mirarnos cara a cara y ver que esos desconocidos también somos nosotros. Así estaremos más cerca de entender que la ayuda mutua y la colaboración de los montañistas nos permitirá escalar hacia un futuro que no sea sinónimo de destrucción y miedo.