Juan Vera

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Artículos Articulados

Bienvivir en la era del internet de los sentidos

Coautores de este artículo: Rafael Calbet y Juan Vera

Rafael y Juan tienen pendiente aún darse un abrazo en el mundo real, han conversado mucho, sí, han participado juntos en eventos diversos, sí. Juan escribió el epílogo del libro de Rafael y en él se juntaron imaginariamente en un bar del parque del Retiro de Madrid, sí. Se escriben mensajes sobre el coaching, el mundo en el que vivimos, la política, el ser humano, sí. Suelen tener muchos puntos de encuentro y han aprendido a reírse juntos, sí. Pero no han hablado nunca del futuro, ese imaginario que no existe y que sin embargo llegará en forma de presente. Cierto.

Juan ha invitado a Rafael a escribir juntos un “artículo articulado” a partir de la lectura de un estudio de Ericsson Consumer & Industry Lab sobre el futuro y el internet de los sentidos. En él se especula con la idea de que no solo se interactuará con la tecnología a través de la vista y el oído, también desde el tacto, el gusto y el olfato. Ese horizonte es tan próximo como referirnos al 2025. Se plantea, además, que el pensamiento será nuestra forma de interconexión directa. Juan pensará que Rafael debería llamarle y Rafael le llamará. Rafael pensará en un asado de cordero de Pedraza (Segovia) y el comedor de su departamento en México se llenará de ese olor inolvidable, con su melancolía incluida.

¿Será ese un mejor Bienvivir? Y si somos a partir de nuestras experiencias: ¿Cómo seremos cuando tengamos experiencias que hasta ahora no hemos tenido? Con solo formular la pregunta, un escalofrío les recorre la espalda y un cúmulo de emociones contrapuestas se asoman a la misma ventana a tomar el sol. “Hablemos del futuro”, le pide Juan. Rafael está dispuesto.

Rafael Calbet (R.C): — ¿Cuál es tu mirada del futuro en términos de Bienvivir y cuál es tu emocionalidad al respecto?

Juan Vera (J.V): — Mi mirada parte de la confianza en el ser humano y parte también de saber que estamos a punto de destruir nuestro planeta. Somos luz y sombra. Empiezo respondiéndote así la última parte de tu pregunta. Tengo temor y esperanza, a partes iguales.

Creo que requerimos visualizar ese futuro y, a la vez, puede ser arrogante intentarlo. Ante esa dicotomía prefiero no tener la cobardía de arredrarme ante la incertidumbre que todo futuro lleva consigo. Pienso, por ejemplo, que el mundo científico ha mostrado una gran capacidad para enfrentar un evento global como la pandemia y también que el ámbito político y social no ha sido capaz de mostrar la grandeza de la responsabilidad y la colaboración solidaria entre países.

Creo que la tecnología puede llegar a ser un gran aliado para una humanidad más ocupada en lo humano y, por lo tanto, más cercana al Bienvivir y a la vez temo que las próximas epidemias no sean sólo de virus sino también de amenazantes pensamientos que traten de hackear nuestra libertad de elegir y de saborear la belleza de un simple momento real no intermediado.

Juan imagina que Rafael puede estar preguntándose: “¿Y no puede ser más concreto?”. Por eso opta por preguntar.

J.V: — Una amenaza para el Bienvivir es la soledad. Bueno, digo yo, tú eres el experto. Un supuesto de este estudio, como acabamos de decir, es que la auténtica interfaz para la conexión con los otros será nuestro propio cerebro. Pensar que estaremos conectados directamente con quienes nos rodean parece fantástico, pero a la vez puede resultar invasivo. ¿Cómo evalúas tú esa posibilidad?

R.C: — Uf, Juan. ¡Vaya pregunta! Siempre que pienso en los avances tecnológicos me pasa lo mismo. Observo y valoro las ventajas que aportan, pero enseguida me centro en las consecuencias en el Bienvivir, la sociabilidad y los vínculos. Y ahí aparecen a mi juicio, a veces, más sombras que luces. Puede parecer que reniego de la tecnología y no es cierto, pero sí que quienes nos preocupamos de las dimensiones más humanas tenemos que poner el énfasis en esas consecuencias que el científico no toma en cuenta.

Efectivamente, hoy no vivimos mejor que hace 50 años si atendemos a las estadísticas de depresión, suicidios y soledad en el tan mal llamado “primer mundo”, el mundo tecnológico. Hoy por hoy, Juan, la humanidad no está sabiendo integrar bien los avances tecnológicos para generar mayores dosis de Bienvivir.

Hoy estamos adorando a la tecnología como el nuevo “becerro de oro” sin considerar los efectos secundarios. Respondiendo a tu pregunta, me surgen en seguida dos dudas, que se convierten en temores casi inmediatamente:

  • La pérdida de libertad que eso puede suponer

  • El falseamiento de la realidad, al sustituirla de forma brusca por una experiencia sensorial inducida.

Sobre el primer punto, lo primero que me viene a la cabeza es el poema de Blas de Otero, donde dice: “Si he perdido todo lo que era mío… me queda la palabra”. Como bien sabes, este poema fue escrito para reivindicar un espacio de libertad en medio de una terrible y larga dictadura que tú y yo conocimos bien.

Me llegan también los pensamientos de Víctor Frankl en Auschwitz, Dachau, o los de Mandela en la cárcel de Robben Island donde pasó gran parte de su cautiverio. Lo que les salvó fue la libertad de su pensamiento, donde ni los nazis, ni los apóstoles del apartheid pudieron entrar. Y sobre el segundo punto, me pregunto: ¿Qué puede significar que la tecnología se meta en nuestras cabezas? ¿Qué nos aportaría y qué nos robaría?¿Qué pensamientos o emociones dejarían de tener sentido?

Sabes que el problema de la soledad no consiste tanto en estar solo, sino en sentirse solo. Y eso es una interpretación que hacemos de la realidad. Y que, para evitar esa sensación siempre será más importante el arraigo invisible que el apego necesitado ¿Podrá cambiar eso una sensación creada desde fuera? Y, devolviéndote la pelota, te pregunto. Hoy por hoy, como decía, somos los seres humanos los que vivimos al servicio de la tecnología, en lugar de ser al revés. Esclavizados y dependientes de ella, dedicando más tiempo a las pantallas que a las personas. Si esta tendencia continúa ¿Cómo percibes tú la vida y al ser humano del futuro? ¿Tú crees que el exceso de sensaciones inducidas nos puede llevar a perder la capacidad sensorial real? ¿Acabaremos robotizados?

J.V: — Ciertamente, Rafael, se ha ido produciendo una inversión de los términos. La tecnología nace de un requerimiento de velocidad, de comodidad y de precisión en la búsqueda de soluciones, nace para el acercamiento de cosas y mundos al ser humano y no al contrario. La idea de emular a la mente humana, creando la inteligencia artificial, pareció una excelente solución, pero hoy nos está llevando a situaciones en las que nos hace dependientes ¿Buscábamos eso? ¿Lo pretende hoy alguien?

Reconozco que me sorprende la poca regulación que los gobiernos del mundo han hecho de algo que puede impactar de forma tan profunda al propio concepto de humanidad. Hoy mismo no es una temática en las elecciones que están en marcha, ni en los programas políticos. En algunos foros se habla de detener el desarrollo tecnológico hasta que no exista una ética digital.

Yo sinceramente veo poco probable detener el progreso, pero sí creo que es el momento de reflexiones profundas sobre el futuro que queremos, un momento de divulgación de los impactos que una tecnologización de la vida puede tener en la convivencia humana y en el propio desarrollo de las personas.

Algunas de las últimas mediciones internacionales sobre inteligencia escolar arrojan por primera vez retrocesos ¿Por qué? Seguramente porque el fácil acceso a la información y la disponibilidad y variedad de respuestas, desestimulan el desarrollo de una inteligencia como hasta ahora la hemos concebido.

La función hace al órgano, nos enseñaron. Si esto se consolidara podríamos tener generaciones sin esfuerzo, mentes más sumisas y con más certeza de que si requieren alguna información pueden conseguirla fácilmente siendo ágiles buscadores en las redes. Ese escenario me produce vértigo.

Me toca preguntarte a ti. Déjame que me ponga un poco más frívolo, Rafa. Nosotros que somos amantes del buen comer, de ese deleite personal y social del buen condumio. ¿Cómo imaginas esa idea de que a través de un dispositivo activado digitalmente podamos darle a un bocado cualquiera el sabor de nuestra comida favorita?

R.C: — Precisamente Juan, ese es mi mayor temor. Yo también leí no hace mucho ese estudio que rebajaba casi en 8 puntos el promedio de inteligencia mundial y me impactó. No tengo dudas de que este dato está relacionado con la revolución tecnológica. Me pregunto si esa ceguera del mundo tecnológico sobre los efectos colaterales en el desarrollo del ser, es conscientemente trivializada, o no. Igual me pasa con la actitud de los gobiernos y la falta de interés regulatorio, como apuntas.

A mi juicio, efectivamente, el exceso de información e imágenes externas produce cierta pereza mental a la hora de generar sus propias imágenes. Es la diferencia entre leer un libro o ver la película. En el primer caso genero mis propias imágenes, en el segundo acepto las que me llegan de fuera. Si todo empieza a llegarnos por inducción, efectivamente esa pereza se extendería a los sentidos en general ¿Para qué serviría el gusto, el tacto y el olfato si me llegan esas sensaciones al cerebro por vía tecnológica?

Me pregunto ¿No estaremos convirtiendo al ser humano en una máquina? Una máquina con el único objetivo de estimular la actividad cerebral, reduciendo el resto de funciones corporales al mero sostenimiento de ese cerebro? ¿Cuántas veces hemos visto películas de alienígenas con un cerebro hiperdesarrollado en un cuerpo frágil, con piernas y brazos minúsculos, capaces solo de caminar y agarrar objetos torpemente, pero con una increíble capacidad telequinética, por ejemplo? ¿Hacia ahí vamos?

¿Dónde quedan los factores psicológicos del Bienvivir y la felicidad? Hemos asociado siempre estas legítimas metas al hecho de que somos seres relacionales al compartir. Yendo al extremo de la imaginación, si todas las sensaciones me llegasen directamente al cerebro por inducción, comeríamos pastillas que aportasen los nutrientes básicos, no haría falta viajar, no haría falta abrazar… Quizás generaríamos una civilización de personas aisladas que no salieran nunca de sus hogares.

Lo que no conocemos no lo podemos extrañar. Si llegase ese día, las personas nacerían quizás sin ese sentido de ser relacionales, sin esa necesidad de felicidad tal y como hoy la entendemos. Al revés, crecerían dando por sentado que somos entes individuales viviendo una vida virtual.

La noción de felicidad, tal y como la entendemos hoy, desaparecería, sustituida por una vida reducida a la mera eficiencia sensorial inducida virtualmente. No, Juan, ese no es el mundo que a mi me gustaría, desde luego. Quizás sean solo reflexiones distópicas de un baby boomer asustado. Pero a la velocidad tecnológica en la que vivimos es legítimo imaginar esos mundos, quizás poco probables, pero desde luego, posibles. Y dicho esto: ¿Qué crees tú que podemos hacer hoy, para evitar o minimizar los riesgos de un mundo automatizado o robotizado?

J.V: —Te decía hace un momento que veo muy lejana la posibilidad de un acuerdo global de detener el avance tecnológico para dar la oportunidad a la velocidad de adaptación humana, parar a la liebre para que la tortuga la alcance. Eso además no valdría de mucho si a la tortuga no le añadimos en ese intervalo un aparato motor más veloz. No veo factible ese pacto deseable, porque supondría que la política y el poder se pusieran de acuerdo.

Puede ser posible un acuerdo político, como los que de vez en cuando se han logrado en el ámbito de la protección del planeta, pero como hemos visto, más allá de las fuerzas políticas hay otros centros de poder que no han querido perder la ocasión de concentrarlo y de prevalecer. Y por eso muchos de esos pactos han sido declaraciones de buenas intenciones.

Prevalece aún la competitividad sobre la colaboración. Ponerle a la tortuga un aparato motor nuevo, siguiendo la metáfora. Significa apostar por un cambio de conciencia y eso supone desarrollar planes de educación con otro enfoque, conversaciones para recuperar valores, construcción de culturas que no pretendan maximizar el beneficio económico, sino el social.

¿Qué podemos hacer entonces? Dedicar nuestra energía a la construcción del “nosotros” más inclusivo posible y para eso hay que abrir conversaciones que no supongan reparto, ni tampoco vencedores y vencidos. Conversaciones para posibles conversaciones, conversaciones para la legitimación. Desafiar el supuesto que plantea que el mayor foco de atención de nuestro cerebro es hacia lo negativo y no hacia el bien.

Si queremos un futuro distinto, tenemos que empezar por vivir un presente distinto. Eso sí está a nuestro alcance. Por eso me animé a invitarte a esta conversación, Rafa, porque creo que ese futuro mejor sólo será posible a través del bienvivir del hoy.

Déjame seguir explorando sobre ese mundo que ha empezado a llamarse metaverso (meta universo) en el que discurriremos por experiencias sensoriales en la virtualidad, a partir de habernos convertido en una fuente de datos que permite, de vuelta, ser clientes de nuestro propio producto. Ya me has dicho tus opiniones sobre la virtualidad misma, pero considerando que, entre otras cosas perderemos nuestra intimidad, quiero preguntarle al psicólogo ¿Necesita el ser humano tener intimidad en el sentido de tener ideas, pensamientos y conductas que no sean públicas?

R.C: — En mi opinión personal Juan, definitivamente sí y por muchas razones. Desde que Descartes nos regala su “pienso, luego existo (cogito, ergo sum)”, hemos aceptado que el predominio de la especie humana se derivaba de la capacidad de raciocinio. Lo que nos diferencia del resto de especies es nuestro nivel de pensamiento. Lo contrario nos haría simples mamíferos. Pero, yéndome al otro extremo, lo que nos diferencia de un robot, es que los humanos tenemos sentimientos y emociones. Lo contrario nos convertiría en máquinas. En el primer caso, perderíamos el aporte de la cabeza, y en el segundo el aporte del corazón.

Desde una visión estrictamente tecnológica, pudiera pensarse que hemos eliminado el factor que nos hacía falibles, débiles o imperfectos. Desde mi mirada perderíamos el factor que nos hace humanos. Yo creo que, en ambos casos, saldríamos perdiendo. Gran parte de mi trabajo es mostrar que los seres humanos nos transformamos de verdad no cuando sabemos más cosas sino cuando nos sentimos diferente. Y mi temor es que, si la experiencia inducida nos genera sentimientos, no sepamos diferenciar lo que es real y lo que es virtual. Que nos convierta en máquinas. Porque si yo siento que estoy en Grecia, pero sin estar, que me estoy comiendo un excelente jamón ibérico, pero sin comérmelo, o que te estoy dando un abrazo, pero sin dártelo, puede que la experiencia real ya no sea necesaria y, por ende, no sepamos o no podamos echarla de menos.

Yo creo que es urgente atender a los aspectos relacionales, vinculares, emocionales del progreso tecnológico, antes de que generemos una civilización mecanizada, robotizada, deshumanizada. Debemos aprender a poner la tecnología a nuestro servicio, para mejorar nuestro Bienvivir, y no a ser nosotros los esclavos del progreso tecnológico.

Los nuevos tiempos traen progresos y avances, pero también nuevos virus y enfermedades, y hoy existe una nueva enfermedad que yo denomino la bulimia tecnológica. Hoy somos consumidores compulsivos de tecnología, sin atender a los riesgos de esta nueva enfermedad.

El Bienvivir no siempre pone el énfasis en el logro, sino en el camino. Desde ahí, creo que es esencial seguir siendo humanos; seres falibles, mejorables, aprendices imperfectos…pero seres que sienten a partir de sus experiencias vivenciales, y no las prefabricadas. Y si tú, Juan, piensas que hoy es improbable esa regulación ética de los límites funcionales de la tecnología, se me ocurre preguntarte, para evitar caer en la resignación pasiva ¿A ti qué pensamientos y emociones te aparecen en este escenario de indiferenciación del mundo real y el mundo virtual?

J.V: — Quiero abordar tres vértices de tu pregunta: pensamientos, emociones y regulación ética. Parece una pregunta corta, pero me lleva a consideraciones largas que pueden requerir las anheladas cervezas frente a frente. Empezaré por lo que me surge más espontáneamente: las emociones. Siento una profunda curiosidad, quisiera dar un salto en el tiempo y vernos en 20 años. Me produce ansiedad y, no puedo negarlo, también temor. La complejidad que vislumbro no me permite situarme en la serenidad en la que suelo estar. Se agita mi respiración, me desespera ver a nuestros gobernantes y las élites con indiferencia ante estos temas.

Desde el pensamiento, aderezado con la esperanza que decido tener, porque mi esperanza es fundamentalmente una decisión ante la vida, no tiene que ver con los datos, ni con la información que barajamos, desde esa mezcla de ambos, pensamiento y esperanza y aceptando tu análisis anterior, me planteo la idea de si esa virtualidad que asignamos a la tecnología no está en nosotros mismos, desde nuestros orígenes, instalada como una posibilidad de esa parte de nuestro cerebro no usada. Un cerebro que acepto que no se restringe a nuestra cabeza, que está en nuestros órganos y nuestras células.

Estoy sugiriendo, entonces, que si formamos parte de un todo y nuestros cerebros son conectables con todos los cerebros del universo con independencia de la tecnología, podríamos vivir experiencias de conexión sin necesidad del contacto físico, ni de la proximidad.

Me pregunto si la capacidad de sentir supera todo lo que hasta ahora el género humano ha vivido. Desde luego que desde el nivel de conciencia que hoy tenemos no me gusta la idea de que mi vida se llene de experiencias virtuales, pero ¿Cómo sería desde una conciencia evolucionada que haya sabido integrar las múltiples facetas de las experiencias y sus manifestaciones? La relación consciente-inconsciente-subconsciente tendrá mucho que decir.

En cualquier caso, también creo que la versión más amenazante de un escenario de riesgo de deshumanización, puede lograr que se potencie y surja el ansia de humanizar y la fuerza para crear humanidad. Junto a una inteligencia artificial que puede hacerse cargo de un gran número de trabajos, existirá la capacidad humana de hacer aportes sensibles y valiosos.

Finalmente, Rafa, es verdad que veo difícil un acuerdo mundial de regulación ética, pero no claudico de nuestra responsabilidad de promoverlo y lograrlo. Tenemos que cerrar este artículo. Te hago, por ello, una última pregunta: ¿Escribirías un libro sobre el Bienvivir en la era de la virtualidad? Con independencia de tu respuesta ¿Qué frase representaría su contenido?

R.C: — Curiosamente, Juan, es una pregunta que me he venido haciendo desde que empezamos esta conversación. Y me parece una excelente pregunta final, porque mi respuesta ha ido cambiando en el transcurrir de la misma. Creo que los seres humanos tenemos una capacidad de imaginación ilimitada, pero una parte de ella está basada en una lógica probable y otra en una mera libertad especulativa.

En nuestra conversación, creo que la parte lógica ha estado en imaginar, con base en los estudios ajenos, los posibles avances tecnológicos que están por llegar, e intentar ir un poco más allá. La parte especulativa ha estado en intentar ver el mundo emocional de ese ser del futuro, desde nuestra mirada del presente.

Imagino lo que hubiera pensado Leonardo si alguien le hubiese intentado plantear la vida cotidiana del S XXI. Seguramente, él también habría dicho que preferiría la paz de la Florencia de finales del siglo XV, a la locura de sus calles hoy en día.

Creo que es muy arriesgado intentar imaginar la emoción de alguien nacido ya en una realidad tan lejana de nuestra actualidad. Gran parte del sentido que hoy tiene trabajar en el Bienvivir, es aprender a soltar la noción de control sobre todo aquello externo a nuestro poder, que, por lo tanto, no podemos manejar. Aprender a vivir de dentro hacia fuera, para poder gestionar emocionalmente lo que no podemos controlar.

En el mundo totalmente virtualizado que estamos imaginando, sería al revés. La palabra control, tendría toda la vigencia del mundo, porque lo virtual sí lo podemos controlar, como ya hoy hacen los que prefieren esa novia virtual que mencionamos hace rato. Por lo tanto, mi respuesta a tu pregunta es: NO. Por dos razones, porque el concepto de Bienvivir ya no sería necesario y porque yo no sabría cómo articular el concepto en esa nueva realidad. Definitivamente no podría escribir ese libro, porque en caso de hacerlo, creo que la frase que representaría su contenido sería algo así como: “Si tenemos el control virtual ¿Para qué necesitamos la realidad?”.

Dicho esto, yo comparto contigo, por elección personal, esa mirada al futuro desde la esperanza que, como decía Vaclav Havel, es un estado de ánima, más que un estado de ánimo. Y, desde ahí, intentando ponerme en el sentir de ese ser del futuro, imaginar que el Bienvivir ya sería un logro instalado y, por tanto, no necesitaría ser un propósito de vida. No habría quizás concepto de bienvivir, porque tampoco existiría la noción de malvivir; ni el dolor o el sufrimiento como lo sentimos hoy.

La única duda que me queda es si, en ese mundo imaginado, la esperanza como tal también habrá desaparecido, sea porque ya no es necesaria, sea porque lo que habrá desaparecido es el ánima, tal y como la entendemos hoy. Y quizás no solo la esperanza, sino muchas otras emociones, como la ansiedad, la angustia, el miedo… ¿O quizás todas? Pero dejo esta reflexión para una conversación nueva en el futuro, con una cerveza en la mano en ese encuentro presencial tan deseado y largamente postergado. Un gran abrazo querido amigo.

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Juan lee este interesante intercambio que durante días ha mantenido con Rafael. Siente que dos seres humanos de este momento del mundo dialogan desde su mente y su corazón abiertos. Recapacita entonces sobre las primeras palabras de este artículo. 

Ellos no se conocen personalmente, nunca se han dado un abrazo. Son amigos virtuales, aunque son reales. Si todo sale como esperan se darán ese abrazo el 24 de noviembre en la Ciudad de México ¿Será desde entonces más fuerte su amistad? ¿Se terminará entonces el misterio? 

A lo largo de su vida adulta Juan ha recordado muchas veces la frase que ya en el siglo XIV escribió Giovanni Bocaccio en El Decamerón preguntándose por qué perseguir un sueño si es tan bello soñarlo: ¿Será ese el mundo que viene? Un universo de androides, ginoides, soñadoras y soñadores.